134 años de los tiros de 1888 en la cuenca minera de Huelva. Si entonces fueron “las teleras” ahora es el vertedero

La Cuenca Minera rinde homenaje a las víctimas del sangriento suceso.

Todo ocurre un 4 de febrero tras una manifestación ante el Ayuntamiento para defender los derechos laborales

Juan A. Hipólito Riotinto, 04 Febrero, 2018 – 02:12h

Ocurrió tal día como hoy hace 130 años en el antiguo pueblo de Riotinto. El 4 de febrero de 1888 un batallón del regimiento de Pavía abría fuego contra una multitud de vecinos procedentes de diferentes puntos de la comarca concentrados ante las puertas del Ayuntamiento de la localidad minera. Unos defendían derechos laborales en la explotación minera. Otros, soluciones a los problemas de insalubridad que provocaban las tóxicas teleras. A día de hoy, aún no se conoce con certeza el número de víctimas que ocasionó aquella terrible masacre.

Se trata de uno de los hechos más terribles y luctuosos ocurrido en la historia contemporánea de la Cuenca Minera. La Riotinto Company Limited (RTCL) explotaba con mano de hierro la mina enclavada en el corazón de la comarca. 15 años antes del sangriento suceso, el Estado español vendía las famosas minas a la empresa de capital británico por 92.800.000 pesetas. La todopoderosa compañía minera ejercía un control absoluto de todo aquello cuanto se ponía al alcance de sus poderosos tentáculos, incluida la administración local.

La cifra de muertes varía entre las distintas cabeceras de la época

A medida que la compañía consolidaba su negocio de explotación mineral en tierras onubenses aumentaban las calcinaciones al aire libre para separar el cobre del azufre y de la escoria. Los británicos potenciaron este método de explotación, denominado popularmente como teleras que creaba una gran manta de humos sulfurosos muy nocivos para el ecosistema de la zona.

Aquel 4 de febrero, miles de mineros, agricultores y vecinos anónimos de la comarca concluían una multitudinaria manifestación en la Plaza de la Constitución del pequeño pueblo de La Mina. En el interior del Ayuntamiento, una comisión de trabajadores y miembros de la Liga Antihumista representados por José Lorenzo Serrano y José María Ordóñez, entre los que se encontraba Maximiliano Tornet, intentaban negociar con los alcaldes de Riotinto y Zalamea la Real, Manuel Mora y José González Domínguez, y el director general de la Compañía minera, Mr. Rich, mejoras en las condiciones sociolaborales para la zona. Pero las negociaciones no fueron bien y culminaron de la peor de las maneras posibles.

El telegrama dirigido ese mismo día por el gobernador civil desplazado a Riotinto, Agustín Bravo, al gobernador interino en Huelva, custodiado en el museo minero Ernest Lluch ubicado en Minas de Riotinto, ofrece la versión oficial de los hechos: “Diga al ministro de la Gobernación por telegrama cifrado que al llegar a ésta encontré dos grandes manifestaciones de pueblos vecinos que unidos a los huelguistas ejercían presión sobre este Ayuntamiento para que acordase la supresión de las calcinaciones. Situé fuerzas en la plaza, dirigí la palabra al público desde el balcón. Pero las masas reclamaban acuerdo. Más tarde el jefe militar volvió a dirigirse a todos repitiéndoles muchas veces que se retirasen y entonces del público salió la voz de “defenderse y a ellos”. Haciendo fuego y estallando algunos cartuchos de dinamita. Agredida la fuerza se vio la necesidad de hacer fuego. En este momento me abalancé de nuevo al balcón (llegando cerca de él en algún instante algún proyectil) y dirigiéndome a la fuerza para que suspendiera el fuego. a lo que ayudaban jefes y oficiales, puesto que los manifestantes en orden de 12 a 14.000 se dispersaban. De esta colisión han resultado 6 o 7 muertos y 4 heridos, como resultado de los disparos y atropellados, instrúyase diligencias por el juez especial. La fuerza sin más novedad que la de un guardia herido”.

Las cabeceras locales, provinciales y nacionales de la época no tardaron en hacerse eco del suceso. La Provincia, Diario de la Coalición Republicana,El Reformista, El Cronista de Sevilla, El Socialista, etc. El baile en las cifras de muertos variaba entre la treintena que, como mínimo, apuntaba El Socialista y el más del medio centenar que señalaba La República.

De esta manera lo narraba El Socialista días después: “Salió el gobernador al balcón una primera vez y preguntó a los trabajadores si estaban de acuerdo con su jornal. Contestaron que no. Volvió a salir y dijo que vería al director de las minas y que al día siguiente sabría el resultado. Los trabajadores dijeron que estaban parados hacía tres días y que deseaban saber el resultado cuanto antes. Volvió a salir una tercera vez, con el teniente coronel del Regimiento de Pavía, y el pueblo, creyendo que iba a decir algo, se quedó callado como en misa. Después ocurrieron las desgracias”.

El Diario de la Coalición Republicana describía los hechos ocurridos de la siguiente forma: “Cuando con más alegría y confianza se hallaban los manifestantes apiñados, en número superior a 12.000, en las estrechas calles adyacentes y plaza, mandaron retirar la caballería del sitio que ocupaba y acto seguido una descarga cerrada, inmensa, cuyos proyectiles barrieron aquella masa humana, puso en fuga desordenada a la multitud, que dejó en el suelo muchos cadáveres y heridos y se atropelló por las calles, lanzando gritos de pavor y de violente ira. ¿Quién dio la orden de fuego? Hasta ahora no se sabe. ¿Fue el gobernador? ¿Fue el jefe militar? La soldadesca inconsciente, la máquina estúpida que obedece y mata, el soldado que dirige la boca del fusil al pueblo de donde salió y a donde volverá, gozaba con la vista de la pólvora y la sangre. Con el testimonio de centenares de personas que presenciaron el hecho, podemos afirmar que los manifestantes no profirieron ni un grito subversivo, no salió de ellos una provocación ni un acto que molestase a la tropa ni a las Autoridades”.

Dos días después, el 6 de febrero, Bravo dirigía otro telegrama desde Huelva a Madrid al ministro de Gobernación con el siguiente literal: “13 cadáveres identificados y sepultados. 12 heridos reconocidos. Ningún extranjero, mujer o niño ha sido lesionado”. Estas últimas cifras se conocen gracias al trabajo de investigación conjunto realizado por Alfredo Moreno Bolaños y Juan Manuel Pérez López, bajo el título Testimonios fehacientes sobre el tren de la muerte, publicado en la revista cultural Nervae en 2008. Aunque el número exacto de víctimas jamás llegará a saberse con exactitud, calculan que la cifra podría estar entre las 150 y 200 personas. También señalan a los terrenos del antiguo pueblo de Naya como el lugar más probable donde pudieran haberse enterrado a los muertos.

Pero las repercusiones de aquel trágico día no acabaron ahí. La empresa hizo una exhaustiva investigación de los hechos con el objetivo de determinar quiénes habían participado en el conflicto. Muchos heridos que nunca llegaron a acudir a los servicios sanitarios, para intentar evitar ser descubiertos, fallecieron por esta causa.

Los hechos fueron de tal trascendencia que llegaron a las Cortes, donde los diputados dedicaron varias sesiones al tema. Finalmente, el 29 de febrero de 1888 el ministro de la Gobernación, José Luis Albareda, firmaba un Real Decreto en el que se prohibían las calcinaciones al aire libre. Pero dos años después, se firmaba otro declarándolas de interés público, por lo que se recuperó la práctica del polémico método. La Liga Antihumista se disolvió en 1891. La última telera se apagó en 1908 y se produjo por cuestiones técnicas. En la actualidad, aún pueden verse los restos de lo que pudiera asemejarse hoy día a teleras de la época. Se encuentran a poco más de medio kilómetro de la salida de Nerva en dirección a Minas de Riotinto por la HV-5011.