Este miércoles día 7 comienza la octava marcha Málaga-Almería en memoria de La Desbandá. En esta ocasión me propongo formar parte de la expedición que, desde 2017, cubre durante diez días la distancia que separa a estas dos ciudades andaluzas para honrar así la memoria de las miles de personas que en 1937 fueron asesinadas en esa carretera. Mujeres, ancianos y niños en su mayoría, murieron ametrallados desde el mar y desde el aire cuando intentaban ponerse a salvo tras la toma de Málaga por las tropas golpistas durante la guerra civil. Se cumplen ahora 87 años de aquella carnicería mucho más grave que la de Gernika, pero también mucho más desconocida.
Tras la caminata del primer día llegaremos a Torre del Mar, donde está previsto homenajear a Anselmo Vilar, el farero que fue fusilado por apagar las luces para intentar así impedir la visibilidad a los barcos asesinos (el Baleares, el Canarias o el Almirante Cervera). Allí, desde hace ya un tiempo, familiares de supervivientes y algunos de los pocos que aún quedan vivos, se reúnen cada año en el parque que recuerda los hechos, hoy día declarado por fin Lugar de Memoria.
La segunda etapa finaliza en Nerja, donde, desde hace dos años, hay un hito conmemorativo colocado en uno de los puntos por donde pasó la “caravana de la muerte”, las miles de personas malagueñas que huían despavoridos de la toma de su ciudad por las tropas del general golpista Gonzalo Queipo de Llano y cuyo objetivo era conseguir llegar vivos hasta Almería, todavía zona republicana. El tercer día, la marcha de este año en recuerdo de aquella tragedia finalizará en Cerro Gordo tras caminar por senderos y restos de la carretera antigua en la que los aviones italianos se cebaron contra la multitud sin que hasta la fecha se haya podido documentar qué demonios ocurrió con todos aquellos cadáveres. En los registros civiles y los libros de enterramiento apenas existen referencias. Los escasos supervivientes, entonces niños de corta edad, recuerdan cómo tenían que saltar sobre los muertos para poder continuar huyendo.
Pasaremos después por Almuñécar y llegaremos hasta Salobreña, donde, como en años anteriores, está previsto llevar a cabo encuentros escolares entre supervivientes, docentes, voluntariado universitario y estudiantes de varios institutos de Málaga, Granada y Almería. Así, continuaremos caminando durante once días durmiendo en pabellones municipales o polideportivos de Castell de Ferro, La Rábita o Adra hasta llegar a Almería realizando actos de homenaje en estas localidades como reconocimiento a quienes vivieron aquel infierno.
Entre los escasos testimonios que existen de todo aquello se encuentran las fotografías que tomó Norman Bethune, un médico canadiense que partiendo desde Almería y haciendo el camino inverso, realizaba transfusiones de sangre en su propia ambulancia y recogía heridos que trasladaba hasta los hospitales almerienses. Aquel exterminio se mantuvo durante mucho tiempo cubierto por un espeso manto de silencio. Los demócratas continuamos teniendo aquí una enorme deuda pendiente. Durante décadas nadie nos habló nunca de aquella violencia gratuita, de aquel genocidio que acabó con la vida de entre cinco y diez mil seres humanos y del que en muchas localidades por donde pasa la marcha y gobiernan partidos de derechas, continúan sin querer saber nada.
Cuando en Motril las Brigadas Internacionales consiguieron parar en la Sierra de Lújar el acoso de los rebeldes a los huidos, muchos de los que consiguieron llegar hasta tierras almerienses continuaron hasta Valencia y otras zonas de Levante. Eran decenas de miles de seres humanos heridos, hambrientos y envueltos en harapos que desde el 7 al 12 de febrero de 1937 habían sobrevivido a los ataques de barcos y aviones corriendo y comiendo únicamente caña de azúcar o cáscaras de habas.
Durante esos mismos días, ochenta y siete años después, quiero ser uno de los centenares de personas que recorran ese mismo camino reivindicando la memoria de aquellas víctimas durante tanto tiempo olvidadas. Como el resto de componentes de la expedición, quiero ponerme en el lugar de quienes durante días miraron al mar pudiendo distinguir con nitidez las cubiertas de los barcos y los soldados que desde allí disparaban contra ellos. O temiendo que tras rebasar una curva los recibieran las ráfagas de un avión alemán o italiano. Como decía antes, son muchas las razones por las que estamos en deuda con todas aquellas víctimas. Es una vergüenza el escaso conocimiento que tenemos de todo aquello. Por mucho que hablemos de ello, a mí al menos siempre me parecerá poco.