ACTUALIZADO. Fallece en el olvido la escritora y superviviente del franquismo Elodia Zaragoza

Elodia TURKI-ZARAGOZA, La Xiqueta, París, Librairie-Galerie Racine, 2016, 85 páginas.

Acabo de terminar de leer La Xiqueta. Lo he hecho de un tirón, me he sentido trasladado a Cullera, a València, a Túnez, a París… Uf!… es un pequeño libro pero que denso. La autora ha sido muy valiente de hacer esa catarsis y contar lo que ha contado. Hay mucho dolor y mucho amor en las páginas de este relato autobiográfico: Las dificultades en el nacimiento de Elodia por los golpes que le habían dado a su madre; la dureza del exilio, la desestructuración familiar…

Pero ¿quién es La Xiqueta? Se refiere a “el ídolo de Cullera”, a la madre de la autora, Amelia Jover Velasco (Cullera, Valencia 10/12/1910 – París 12/09/1997). Naturista, de las Juventudes Libertarias, de la Federación Anarquista Ibérica, de la CNT, secretaria general de la Federación Regional de las Juventudes Libertarias de Levante, oradora, publicista, que escribía en la prensa confederal, librepensadora… Capturada en el Puerto de Alicante, estuvo cerrada en el Cine Ideal, en el campo de Albatera y en la prisión Convento de Santa Clara de València, donde sufrió palizas y esto que estaba embarazada de su hija Elodia. Condenada a muerte, pudo escapar del Hospital Provincial donde estaba ingresada y vigilada, dirigiéndose a Francia, con las secuelas del Camp de Argeles y de Bram, donde hubo una epidemia de fiebre tifoidea. Huye a Túnez, donde pasó 23 años y después, en 1962, es repatriada a París. No dejó de trabajar y luchar por el ideal libertario. Visitó España en varias ocasiones para mantener relaciones con los compañeros y compañeras del interior. También colaboraba activamente con la Fundación Salvador Seguí de Valencia. Así era Amelia, en realidad estamos hablando de una mujer libre.

Cuando habla de “el tío Enrique”, se refiere a Enrique Marco Nadal (Valencia 3/05/1913 – El Vedat, Torrent, València 13/11/1994). De las Juventudes Libertarias,  secretario del Comité Local de Valencia de la Federación Nacional de la Industria Ferroviaria, adscrita a la CNT. Luchó en la Columna de Hierro. Detenido en el Puerto de Alicante, pasó por los campos de los Almendros y Albatera, donde pudo escapar y pasar a Francia, ingresando en el campo de St. Cyprien. Se enrola en la Legión extranjera durante la II Guerra Mundial. Después se pasa a las filas del Ejército de la Francia Libre de Leclerc. En 1945, en París, se integra en el Movimiento Libertario en el Exilio y es nombrado secretario del Comité Regional de Levante. El abril de 1946, vuelve a España para formar parte del clandestino 13 Comité Nacional de la CNT en el interior, pero Enrique es detenido el mayo de 1947. Condenado a muerte, pasó en las prisiones de Franco 17 años. Fue liberado en 1964 y se incorporó a la lucha antifranquista de la CNT clandestina. Participó durante la Transición en la reconstrucción de la CNT. Colaboró  en las actividades de la Fundación Salvador Seguí de Valencia hasta el fin de sus días.

Pero volvamos a este excelente libro con unas frases como sentencias: “Cuando llegamos a Túnez nos dijeron españoles, dijo mi madre… Después de veintitrés años en Túnez nos enviaron a Francia, y allí nos dijeron tunecinos, “pieds noirs”. Cuando venimos a España nos dicen franceses! Me pregunto lo que somos. –Todo esto a la vez… le dije”.

Además, tiene un lenguaje muy poético y hay unas expresiones magníficas para expresar la crudeza del exilio: “se acostumbraron, sin acostumbrarse nunca al intolerable dolor de estar amputados de ellos mismos”. O estas otras: “iban a envejecer lentamente, como viejos jóvenes vencidos con sus ojos brillantes de adolescentes heridos y su nostalgia intacta”. “Cuando era pequeña, mis padres se reunían con sus compañeros de exilio todos los domingos. Arrastraban a los niños sin pedirles su opinión. Les ponían sus trajes nuevos. Ni siquiera jugaban entre ellos. Estaban aquí, bien peinados, obedientes como islitas graves”.

También es muy bella la expresión “yo tengo vestidos de palabras”. O esta otra, “Mis hijos y yo nos tocamos, nos besamos, nos queremos y en cada momento nos maravillamos de redescubrir lo que nos une”. Y sobre todo las palabras finales, “el amor está más allá de la página, salvo que esté en la punta de esta pluma que lo diluye y lo anuda, tratando de nombrarlo… interminablemente”.

Yo también conocí a La Xiqueta y a “el tío Enrique”. Los quería mucho. Influyeron bastante en mi vida personal y militante. Enrique me habló del amor que sentía por Amelia. Enrique vivía en una Residencia de ancianos y tenía la pierna derecha amputada. Con 80 años pensaba que conseguiría andar con una pierna artificial –una pata de palo decía él– y viajaría a París para estar con Amelia.

La lectura de La Xiqueta me ha provocado muchas sensaciones y sobre todo recuerdos de Amelia y de Enrique. Gracias Elodia por esta pequeña joya que nos has regalado.

Rafael Maestre Marín

Fundación Salvador Seguí

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+ info

De madre militante y republicana, nació en 1939 en una cárcel valenciana. Su madre consiguió escapar con ella en brazos para huir primero a Francia y luego a Túnez. En ambos países desarrolló una prolífica carrera como escritora, poeta y editora.

MADRID 01/12/2020 19:10 / PÚBLICO / EFE

La escritora, poeta y editora Elodia Zaragoza o Elodia Turki-Zaragoza (nombre de casada), de nacionalidad española, francesa y tunecina, falleció ayer en Túnez a los 81 años. Tras de sí deja una vida de película, completamente ignorada en España y contada en su libro autobiográfico “La chiqueta”, apodo con el que llamaban a su madre, Amelia Jover. Amelia fue una militante anarquista, capturada en el puerto de Alicante por las tropas franquistas, que la encerraron en prisión estando en avanzado estado de gestación.

Allí dio a luz y consiguió huir disfrazada de enfermera con Elodia en brazos. Madre e hija cruzaron los Pirineos y en enero de 1940 llegaron a la playa de Argelés-sur-mer, en el sur de Francia, donde Amelia pudo averiguar que su marido, Antonio Zaragoza, oficial del ejército republicano, había conseguido escapar a Túnez con el único submarino que integraba la flota republicana que abandonó Cartagena el 6 de marzo de 1939.

Según cuenta Santiago Alba Rico en el obituario que ha publicado en su memoria, la historia de esos 4000 refugiados republicanos (entre los que se encontraba el padre de Elodia), que huyeron de Cartagena para atracar en el puerto tunecino de Bizerta, está enterrada en el olvido. Hasta 2018 no se descubrió un cementerio español alojado en la ciudad de Kasserine con tumbas fechadas entre 1940 y 1947 de españoles exiliados, muertos lejos de sus familias, que trabajaron en condiciones esclavas para el protectorado francés. Antonio Zaragoza tuvo más suerte que los hombres de aquellas tumbas, pues pudo rehacer su vida en Túnez con su mujer y con Elodia, pero no volvió nunca a la España que le vio partir.

Del desarraigo que sentía su familia hablaba así en una entrevista concedida a La Nación: “Cuando llegamos a Túnez nos llamaron españoles… Después de veintitrés años en Túnez nos enviaron a Francia, y allí nos llamaron tunecinos. Cuando venimos a España, ¡nos llaman franceses! Me pregunto lo que somos”

Una vida nómada

“En Túnez nos llamaron españoles y en Francia, tunecinos. Al llegar a España, ¡nos llaman franceses!”

Elodia creció en Túnez. Sobre la vida de sus padres en esos primeros años comentaba: “Eran como esos tubérculos de raíces aéreas que, contra toda lógica, solo se alimentan de aire y agua… ¡su patria permanente!”; ella, que de algún modo terminó siendo francesa, española y tunecina a la vez. Pero, también, “diferente en todas partes”.

De su juventud recuerda sus tiempos como nadadora, “En los cincuenta fui campeona de todas las disciplinas de la natación en Túnez. Así conocí a mi marido, un día bañándonos en la playa de Hamam-Lif (al sur de la capital). Me vio y se enamoró”, explicaba a EFE con una sonrisa, débil pero lúcida, que mantuvo hasta el final de sus días.

“Es normal, era guapa”, decía después, recordando con modestia en aquellos años de vida en el protectorado francés en los que ganó igualmente un título de belleza y participó en ‘salto de altura’ en las Olimpiadas de Roma. El hombre que se enamoró de ella en el mismo mar que cruzó su padre para escapar de la barbarie, se apellidaba Turki. Poco después de conocerla se hizo diplomático y juntos recorrieron el mundo. Una vez instaurados en París, lugar donde Turki fue embajador, Elodia inició una prolífica carrera literaria

“Hay que amar la vida. A mi no me robaron la vida. A mis padres sí, y a los españoles también”

Durante años fue directora de la sección de poesía de la editorial librería y galería Racine de París. Su autobiografía la escribió en francés. Amante de los juegos de palabras (compuso un precioso lipograma titulado L’infini désir de l’ombre), mantenía un sentido del humor penetrante: la artritis le había deformado tanto las manos que apenas podía agarrar objetos -pero si teclear el ordenador con esfuerzo y pericia.

A sus nietos y a todo el que la iba a visitar le decía que se estaba transformando en pájaro. “He tenido una vida muy feliz, he sido afortunada” pese al exilio y la nostalgia del país en el que nació encerrada y al que sus padres no pudieron volver “libres y en democracia”, argumentaba.

“Hay que amar la vida. A mi no me robaron la vida. A mis padres sí, y a los españoles también”, dijo en una de las últimas charlas con EFE, antes de que la pandemia le robara las visitas.

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