ACTUALIZADO La gran corrupción: “Puerto Franco”, de José Luis de Vilallonga (I y II)

Presentación de “PUERTO FRANCO”, de José Luis de Vilallonga

Luis Castro Berrojo

Historiador. Investigador e impulsor del movimiento memorialista. De sus obras destacan: “Burgos. La capital de la Cruzada” (Crítica, 2006) . “Héroes y caídos. Políticas de la memoria en la España Contemporánea” (Catarata, 2008).“La bomba española. La energía nuclear en la Transición” (2015)

6.02.2020

https://conversacionsobrehistoria.info/2020/02/06/la-gran-corrupcion-puerto-franco-de-jose-luis-de-vilallonga-i/

Ofrecemos la traducción anotada de un extenso reportaje de José Luis de Vilallonga [1] sobre las actividades abusivas o ilícitas de la familia del dictador Francisco Franco hasta 1976. Aunque en su momento suscitó cierto interés y escándalo mediático, se trata de una pieza sumida en el olvido desde entonces y si ahora la rescatamos no es tanto por su profundidad, sino por su viveza de estilo y su cualidad de documento pionero en los estudios sobre la corrupción en España, a los que haremos breve referencia en la introducción, que pretende contextualizar el reportaje.

INTRODUCCIÓN

-I-

En mayo de 1976 un tribunal de París condenó a José Luis de Vilallonga y a la revista Lui a 1.500 francos de multa por difamación de Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde y yerno de Franco, quien hubo de recibir un franco como indemnización simbólica. El origen del asunto estuvo en una entrevista de Vilallonga con Santiago Carrillo, secretario general del PCE, en mayo de 1975, en la cual se pasaba revista a la situación política española, que entonces enfilaba los primeros pasos de la transición democrática. En ella, Vilallonga indicaba que Villaverde era uno de los personajes del régimen franquista que, en la nueva situación política, debería dar cuentas por sus delitos. Pero, tras la denuncia,  incapaz de aportar testigos o datos que sustentaran su acusación, perdió el juicio mencionado[2].

Sin embargo, Vilallonga se tomó la revancha publicando el extenso reportaje que aquí ofrecemos, dando pelos y señales sobre la “escandalosa“ fortuna de Villaverde y de otros miembros señalados de la familia de Franco (Carmen Polo, los hermanos Nicolás y Pilar Franco, el cuñado Ramón Serrano, algunos primos, …“el clan Franco”, como les denomina, siguiendo al historiador francés Max Gallo). En el escrito predominan la invectiva y las denuncias de trazo grueso, incluso rozando lo calumnioso[3], que muestran cierta inquina hacia los aludidos, sin duda propia del señorito noble que mira con desprecio a los que considera meros parvenus sin méritos ni maneras. A la vez, está claro que Vilallonga respira por la herida causada por la mencionada condena.

Más allá de este rifirrafe periodístico-judicial, el asunto tenía otro flanco más político, debido a los vínculos que uno y otro marqués –Villaverde y Vilallonga– tenían con el búnker franquista y con la oposición democrática a la dictadura, respectivamente. Se daba el caso de que el yerno de Franco debía de tener algunas aspiraciones políticas, pues en 1971 se presentó, sin éxito, a las elecciones de procuradores en cortes en representación de instituciones culturales, cámaras y colegios profesionales. (Villaverde era miembro del colegio de médicos). En mayo de 1976 volvió a la carga –el momento coincidía aproximadamente con la sentencia citada– y se presentó a la elección para el Consejo Nacional del Movimiento, donde se debía cubrir la vacante de José Antonio Elola Olaso, en competencia con Adolfo Suárez y Carlos Pinilla. Este último retiró su candidatura presionado por García Carrés y José Antonio Girón, notorios líderes del inmovilismo franquista, para acumular votos en torno a Villaverde, quien, a pesar de todo, perdió la votación por 25 a  62 votos. No consta que tuviera alguna otra iniciativa política con posterioridad[4].

La entrada de Villaverde en el Consejo Nacional del Movimiento, con el consiguiente reforzamiento del búnker retardatario, sin duda hubiera sido un obstáculo más en la carrera de Suárez hacia la presidencia del gobierno y en su programa de democratización de la política española. En este aspecto, puede decirse que el yerno de Franco era mucho más representativo que Vilallonga en cuanto a la actitud histórica de la aristocracia española, que había sido masivamente beligerante contra la Segunda República y luego entusiasta colaboradora del Movimiento Nacional y de la dictadura franquista. Algunos de sus miembros aparecen en el reportaje como participantes o cómplices en los tejemanejes de los Franco.

En contraste, Vilallonga fue rara avis, políticamente hablando, al menos en las fechas que estamos tratando. Participó en la Guerra civil como voluntario carlista, donde, –como él mismo relata en su novela Fiesta (1971) y en el primer tomo de sus memorias– se estrenó con dieciséis años fusilando a presos republicanos en Navarra, una experiencia que le marcaría de por vida y que no tuvo empacho en desvelar públicamente años después[1].

Desde 1951 no volvió a España por discrepancia con el régimen y se dedicó a vivir la vida en distintos países alternando el periodismo, la literatura (en castellano y en francés), el cine y el usufructo de una imagen pública de play boy proyectada por las revistas del corazón[2]. Llegados los últimos años de la dictadura, nuestro hombre se sitúa ya en el entorno de la oposición monárquica juanista tendencialmente democrática, en abierto contraste con otros epígonos de la nobleza española, aun mayoritariamente ubicados en las almenas de inmovilismo político y de la nostalgia de pasadas glorias. (En este punto, un personaje con el que se le podría contrastar es Luis Escobar y Kirpatrick, marqués de las Marismas, también muy famoso en los años de la transición: en lo político ambos comparten un pedigrí monárquico conservador y un inicial franquismo; y en lo existencial, un cosmopolitismo un tanto exhibicionista, afanes artísticos y gusto por la buena vida. Pero en la transición Vilallonga adquiere un compromiso político democrático bastante ajeno a la personalidad conservadora de Escobar, más dado a la vida social y artística sin complicaciones[3]).

Vilallonga, gracias a su don de gentes y a sus relaciones con todo el espectro político, pudo abordar fácilmente esa actividad política en un momento muy especial para la opinión pública española, apoyando las actividades de la oposición a través de la Junta Democrática y la Platajunta, que coordinaban a los partidos, grupos y personalidades deseosos de echar abajo el régimen franquista. En 1974 actuó como portavoz de la Junta en París y al año siguiente se trasladó a España. En ese momento, como señala Rafael Cruz, «fue un gozne muy bien engrasado en los primeros tiempos de la Junta Democrática, pues era un noble que hablaba muy bien con los comunistas y con los socialistas, entre los que militó hasta que estallaron los escándalos que él juzgó insoportables«[8]. Como hemos indicado, el pleito con Villaverde ocurre en este momento especial de la transición política, por lo que puede verse como un episodio menor de la misma. 

-II-

El reportaje de Vilallonga que aquí comentamos, por lo demás, puede considerarse como una aportación pionera a un tema de debate político e historiográfico que luego ha suscitado un vivo interés investigador, más o menos paralelo al propio fenómeno que describe: la corrupción política y económica, en este caso referida al propio dictador y a su entorno familiar. Esta lacra, como puede verse en la bibliografía[9], en absoluto es un asunto específico de España, ni es algo nuevo en su historia. Hay incluso cierta continuidad a pesar de los bandazos políticos de épocas distintas: por ejemplo, Juan March, que empieza su carrera empresarial/delictiva en tiempos de Primo de Rivera, sigue actuando dentro y fuera de España durante la II República, la guerra y el franquismo hasta su muerte accidental en 1962 (una de sus gestiones fue mediar entre el gobierno inglés y una treintena de altos mandos españoles, sobornados para evitar que Franco decidiera entrar en la II Guerra mundial al lado del Eje)[10]; y, por otra parte, resulta significativa la permanencia del estraperlo en el franquismo, si bien con un sesgo distinto y mucho más amplio que el de su origen durante la República: como es sabido, el estraperlo se inició con unas ruletas trucadas que se introdujeron en España mediante el soborno de algunos miembros del partido Radical de Lerroux, entonces en el Gobierno. Durante la guerra y la posguerra el estraperlo vino a referirse a cualquier actividad ilegal de acaparamiento y/o compraventa de artículos en el mercado negro, eludiendo el racionamiento, la fiscalidad y los rígidos controles del abastecimiento impuestos por el régimen franquista. Resulta entonces un fenómeno social muy amplio y diverso, pues tan estraperlista se consideraba al comerciante al por mayor que retenía aceite o cereales para encarecerlos y venderlos en el mercado negro como a los campesinos pobres que trataban de introducir en las ciudades algunos alimentos sorteando los fielatos donde debía pagarse el impuesto de consumos.

Pero sin duda la corrupción adquiere una amplitud y una versatilidad llamativas en el último cuarto del siglo XX, como consecuencia del desarrollo económico, de la modernización y mejora del nivel de vida y de la integración en las estructuras europeas y en los mercados internacionales. En estas circunstancias, al aumentar el volumen de capital circulante y las oportunidades de negocio en el contexto de una economía aún bastante oligopolista e intervenida, crecen también las posibilidades de enriquecimientos ilícitos dentro del juego de relaciones entre los principales gestores de la economía y de las obras públicas: las autoridades políticas y el funcionariado, tanto a nivel estatal como autonómico y local, las entidades financieras y los empresarios. En este caso también se observa cierto factor de continuidad, derivado de la permanencia de las viejas élites económicas y políticas de la dictadura durante la transición. Y es algo que ha causado graves trastornos a dos de los sectores clave de la economía española, muy vinculados entre sí y con la esfera política: la banca y el negocio inmobiliario (vivienda e infraestructuras públicas). Como señala Víctor Lapuente, en esta etapa llegaron a darse “relaciones incestuosas entre entidades financieras, gobiernos locales y empresas de la construcción”[11].

En este sentido resulta significativo que el Código Penal español haya ido haciendo frente a esta realidad, recogiendo nuevos tipos ilícitos relacionados con la corrupción a medida que esta crecía y se diversificaba. Antes del nuevo código de 1995 ya aparecían tipificados delitos relacionados con ella como el cohecho, la prevaricación, el tráfico de influencias, la malversación, la sustracción de caudales públicos, la falsedad en documentos públicos y el delito fiscal. Con posterioridad se han definido algunos más, como la financiación ilegal de los partidos políticos, el blanqueo de capitales o la corrupción en los negocios. Es de notar que aunque de un modo u otro todos los delitos citados tengan que ver con la corrupción pública, solo en este último caso se emplea ese término. La corrupción en los negocios viene a ser la traslación del cohecho clásico, –referido a conductas de políticos y funcionarios– al ámbito de la empresa privada, como puede apreciarse en su definición, que alude al personal de una empresa que “reciba, solicite o acepte un beneficio o ventaja no justificados de cualquier naturaleza, u ofrecimiento o promesa de obtenerlo, para sí o para un tercero, como contraprestación para favorecer indebidamente a otro en la adquisición o venta de mercancías, o en la contratación de servicios o en las relaciones comerciales” (artº 286 bis)[1]. No es de extrañar por ello que en el programa de gobierno del actual ejecutivo PSOE-UP –firmado en diciembre de 2019– se preste gran atención a este fenómeno, dentro del propósito de regeneración democrática que se persigue[2].

Como vamos a ver, varios miembros de la familia de Franco incurrieron en alguno de los delitos mencionados, aunque Vilallonga solo aporte algunos datos llamativos sobre un fenómeno que luego la investigación va a desarrollar con más amplitud y precisión. Desde luego, la posible sanción penal por ellos quedó en suspenso sine die dadas las circunstancias políticas: primero, por la privilegiada relación de estos sujetos con las estructuras de poder a través de la jefatura de Franco; más tarde, por las limitaciones de una transición política en la que se excluyó cualquier alusión a las responsabilidades que pudieran haber tenido los dirigentes y servidores de la Dictadura[3]. En España no hubo nada parecido, ni de lejos, a la Revolución Francesa –o a las posteriores– y por eso ninguno de los Franco fue procesado, ni deportado, ni encarcelado, ni mucho menos colgado en alguna de las farolas de la plaza de Oriente, como esperaba Vilallonga. (Claro que, en esa hipótesis revolucionaria, probablemente tampoco hubiera existido un “marqués” de Vilallonga, al menos como tal).  Por el contario, buena parte de la clase política, funcionarial, jurídica y militar que ocupó cargos de todo tipo en el Estado durante la Dictadura se recicló y adaptó a la nueva situación democrática y la memoria histórica de Franco, de sus servidores y de los “héroes y caídos” en la llamada Cruzada ha pervivido en el Reino de España hasta fechas muy recientes.

Vilallonga volvería al tema de la corrupción del franquismo en escritos posteriores. En un momento dado, recoge una opinión de José Mario Armero –que sin duda suscribe– en la cual se sostiene que la corrupción había sido la base misma del régimen del Movimiento:

El franquismo se mantenía vivo por el señor que hacía negocios respaldado por un miembro del Gobierno, por el diplomático que aceptaba puestos sabiendo que no tenía competencia para ocuparlos, el militar que ascendía rápidamente sin librar batalla alguna y el propietario que seguía pagando salarios de miseria a sus obreros agrícolas. Franco (…) nos corrompió a todos, a los unos con dinero, a los otros con honores, cerrando los ojos a las ilegalidades que se cometían en las altas finanzas, repartiendo a diestro y siniestro prebendas, puestos o eso que el pueblo llama más sencillamente “enchufes”…[15]

 

NOTAS

1] Aparecido en Lui en junio de 1976 (“Franco de port”). El título emplea un juego de palabras simple, presentando el territorio español como zona de libre actuación para las fechorías de la familia Franco. A doble página, un fotomontaje introduce el reportaje: se trata del Entierro del Conde de Orgaz (de El Greco), en el que las cabezas de Carmen Polo, Cristóbal Martínez y Carmen Franco sustituyen a otras del original. La del Caudillo reemplaza a la del conde muerto y entre unos y otros flota una nube de billetes de banco.

[2] “Villaverde ganó su querella a Vilallonga”, El País, 6 de mayo de 1976.

[3] Como cuando atribuye a los Franco alguna intervención en las muertes accidentales de Sanjurjo y Mola.

[4] Gregorio MORÁN, Adolfo Suárez. Ambición y destino, Madrid, ed. Debate, 2009, pp. 84-85.

[5] Paloma Aguilar y Leigh A. Payne analizan el caso desde el ángulo de la memoria histórica, al ser una excepción entre los verdugos, cuyas confesiones suelen ser «escasas, breves y fugaces» y rara vez con arrepentimiento y petición de perdón. (En el caso de Vilallonga llegó a darse el primero, pero no la segunda). Cf. Paloma AGUILAR y Leigh A. Payne, El resurgir del pasado en España. Fosas de víctimas y confesiones de verdugos, Madrid, Taurus, 2018, cap. 4.

6] Vilallonga publicó cuatro tomos de Memorias no autorizadas entre 2000 y 2004; Diccionario biográfico de la Academia de la Historia (en red): Marysé BERTRAND DE MUÑOZ, José Luis de Vilallonga y Cabeza de Vaca, IX marqués de Castellvell.

7] Web de la Academia de la Historia, diccionario biográfico: Mª Luisa ROVIRA Y FERNÁNDEZ DE LA SERNA, condesa de Los Andes: José Luis Escobar y Kirkpatrick; Luis ESCOBAR,  En cuerpo y alma, Madrid, Temas de Hoy, 2000. El hermano mayor de Luis Escobar, José Ignacio, de quien Luis heredó el título, fue un monárquico alfonsino muy activo en la colaboración con los militares golpistas de 1936, como cuenta en sus memorias (Así empezó…).

8] Juan CRUZ, “José Luis de Vilallonga, aristócrata y escritor”, El País, 31 de agosto de 2007.

[9] A título indicativo, relacionamos algunas obras significativas –no solo historiográficas– en orden cronológico: Javier PRADERA, Corrupción y política: los costes de la democracia (Barcelona, Galaxia Gutemberg, 1994); Alejandro NIETO, La corrupción en la España democrática (Barcelona, Ariel, 1997); Eduardo DEMETRIO CRESPO y Nicolás GONZÁLEZ-CUÉLLAR (dirs.), Halcones y palomas. Corrupción y delincuencia económica (Madrid, Ediciones jurídicas Castillo de Luna, 2015); Ángel VIÑAS, La otra cara del Caudillo. Mitos y realidades en la biografía de Franco (Barcelona, Crítica, 2015); Baltasar GARZÓN, El fango. 40 años de corrupción en España (Barcelona, Debate, 2015); Borja de RIQUER (dir.), La corrupción política en España, (Madrid, Marcial Pons, 2019); Paul PRESTON, Un pueblo traicionado. Corrupción, incompetencia y división social, (Barcelona, Debate, 2019); Mariano SÁNCHEZ SOLER, La familia Franco, S. A. Negocios y privilegios de la saga del último (Barcelona, Roca editorial, 2019).

10] Juan ESLAVA GALÁN, Los años del miedo, Barcelona, Planeta, 2008, pp. 136-138; Ángel VIÑAS, De cómo Churchill y March compraron a los generales de Franco, Barcelona, Crítica, 2016.

11] Víctor LAPUENTE (coord.), La corrupción en España. Un paseo por el lado oscuro de la democracia y del gobierno, Madrid, Alianza, 2016, p. 19.

[12] Joan J. QUERALT, Public Compliance y corrupción: análisis conceptual y propuestas, Revista Internacional Transparencia e Integridad, nº 2, set.-dic- de 2016.

[13] Se plantean, entre otras cosas, un Plan Nacional contra la Corrupción, un Estatuto del denunciante y la mejor regulación de los lobbies y de los aforamientos.

[14] En abierto contraste con lo que pasó con la II República y de la Dictadura franquista, regímenes que sí sancionaron –desde criterios ético-políticos muy distintos– a algunos “responsables políticos” de la etapa anterior.

[15] José Luis de Vilallonga, Memorias no autorizadas, vol. IV, La rosa, la corona y el marqués rojo, Barcelona, Plaza Janés, 2003, pp. 451-453.

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La gran corrupción: «Puerto Franco», de José Luis de Vilallonga (y II)

febrero 7, 2020
 

PUERTO FRANCO

José Luis de Vilallonga (1920-2007)

 

La verdad sobre la escandalosa fortuna de Franco… y Compañía. Las revelaciones de Vilallonga sobre la fortuna del yerno de Franco aparecidas en enero de 1975 le costaron a su autor y a ‘Lui’ un proceso por difamación… Esta vez, José Luis de Vilallonga saca a la luz por completo el fabuloso tesoro de la familia Franco[1]. Traducción y anotaciones de Luis Castro

Como siguen siendo poderosos –y por tanto peligrosos– os voy a hablar una vez más de ellos. Mi respeto visceral por todo tipo de vencidos me impedirá sin embargo molestarles una vez que sean exiliados, encarcelados o colgados bien alto en las farolas de esa plaza de Oriente donde se hacen y deshacen todas las glorias de mi país.

«Ellos» son los Franco, –lo que engloba a mucha gente: los Polo, los Serrano, los Pascual, los Martínez e incluso, ay, algunos borbones–, esa «familia F», según la expresión de los españoles, a la que yo he acusado, yo, de ser «una tribu sin fe ni ley«, lo que me ha valido –yo lo esperaba sin mucha esperanza– un proceso por difamación que ha permitido a la prensa internacional conocer las razones que me han incitado y me incitan aun a «difamar».

A excepción de Hitler, vegetariano, bebedor de agua, no fumador e impotente, los dictadores de derecha han sido casi siempre –por ejemplo Mussolini, Trujillo, Papá Doc y hoy Pinochet– cabezas de amplias familias numerosas. Franco, aunque sólo haya engendrado a una hija, tras el casamiento de la Morita[2] con el Dr. Martínez, se encontró con una smala[3]  de yernos, hermanos, cuñados, hombres de paja y esbirros de quienes España iba a sufrir exacciones durante largos años. En su Historia de la España franquista, Max Gallo, con una prudencia que roza la ironía, resume así la situación: «este padre de España el 10 de abril de 1950 casó a su hija Carmen con Cristóbal Martínez, marqués de Villaverde. Este médico es también un gran propietario… La familia Franco, después de acceder al poder, ha multiplicado sus bienes. El hermano del General, Nicolás Franco Bahamonde, está relacionado por su mujer con Manuel Coca García, miembro de una rica familia de Salamanca que controla la banca Coca[4]. Su hijo, Nicolás Franco Pascual de Pobil, juega también un importante papel en el campo de los negocios. Lo mismo ocurre con los cuñados, entre los que está Serrano Suñer, y con la familia del yerno, Martínez, cuyas posibilidades de acción aumentaron desde su casamiento con la hija del Caudillo. Pues la mayor parte de estos hombres combinan una actividad política y un rol económico. Así se refuerzan en la cumbre, alrededor del propio Caudillo, los lazos sólidos entre el poder y la riqueza; así el clan Franco participará directamente en el dominio de España, no sólo en el ámbito de lo político, sino también en el de la economía«.

¿Cuál era la fortuna personal de la pareja Franco cuando el futuro Caudillo se casó, el 22 de agosto de 1923, con la joven Carmen Polo y Martínez Valdés? Se podría decir que era inexistente. Él no disponía más que de su sueldo como teniente coronel. En cambio, la familia de la novia presumía de vivir con cierto o deshago. Pero en aquella época esa holgura de la clase media a la que pertenecían tanto los Franco como los Polo no tenía comparación con la riqueza, la de verdad, la que sólo estaba al alcance de los miembros de la nobleza. Si lo hubiera deseado, Felipe Polo Flores, el padre de la novia, no habría tenido otro modo de mantener a la pareja que en la mediocridad a la que la condenaba el sueldo de un apuesto teniente coronel.

Desde 1923 a 1936 los Franco vivieron modestamente, con un estándar de vida que mejoraba con parsimonia al ritmo de los ascensos del dictador en ciernes. Sólo después de la Guerra civil, en 1940, la fortuna les va a sonreír definitivamente[5]. Es también el momento en que Doña Carmen Polo de Franco –como Evita Perón y sin que nada, ni su nacimiento, ni su educación la hubieran preparado para ese papel– llega a Primera Dama de su país y decide tomar las riendas de los asuntos financieros de la familia. Se da entonces la irresistible ascensión económica y social del clan.

Tomémosles uno a uno. Nicolás Franco Bahamonde, el señor Hermano, alias el Almirante, hombre grueso y de aspecto apático, cínico y sin escrúpulos, es el primero de la familia que entra a cara descubierta en el mundo de la alta finanza. Tras haber falsificado en el último minuto y con su propia mano el documento gracias al cual el General Franco se encontró como jefe del Estado en vez de simple jefe de un gobierno provisional[6], Nicolás Franco llega a ser el consejero particular de su hermano, después embajador en Portugal y al final inspector general de la Marina. En 1960 es ya presidente de siete consejos de administración, vicepresidente de otros dos y administrador de la Compañía Trasmediterránea. Es a menudo el accionista mayoritario de las sociedades que preside, entre las cuales sólo citaré las más importantes: Diesel (con un capital de 160 millones de pesetas), FASA (industria del automóvil con un capital de 400 millones de pts.), Frigoríficos de Barcelona (con un capital de 25 millones), etc. Con excepción de la Compañía Trasmediterránea, fundada en 1916, ninguna de estas sociedades tenía existencia jurídica antes de 1950 (según el Anuario financiero de las sociedades anónimas españolas de 1964-1965).

Desde entonces Don Nicolás no ha dejado de acumular presidencias. Designado procurador en Cortes por la voluntad de su hermano, se le considera hoy como cabeza visible de una de las fortunas españolas más considerables. Algunos le acusan de haber organizado el accidente de avión que costó o la vida al general Sanjurjo –quien habría debido tomar la jefatura de las tropas nacionalistas en junio de 1936–, así como la muerte –también accidental y en los aires– del general Emilio Mola, que los Franco consideraban un obstáculo a en la deslumbrante carrera del dictador[7].

Para que nada falte al folclore, en los comienzos del régimen Don Nicolás Franco se enredó en un sombrío asunto de tráfico de divisas que llevó a la cárcel a dos de sus colaboradores más próximos, los hermanos Monsalve. Él mismo escapó de la prisión gracias a la rápida intervención de su hermano, que se encontraba entonces en viaje oficial a Barcelona. La muerte del Caudillo no parece haber disminuido los talentos del viejo mafioso, que continúa –a pesar de ciertos desastres célebres, como el asunto de los aceites de Redondela[8]– tramando todo tipo de amaños más o menos dudosos.

Nicolás Franco Pascual de Pobil, hijo del anterior, sigue de cerca los pasos de su padre, aunque con un talento menos evidente. Presidente-consejero de Lavamat (sociedad especializada en herramientas mecánicas, con capital de tres millones y medio de pesetas), ha dado en los últimos meses un interesante viraje político, obteniendo una cita con Don Santiago Carrillo, secretario general del PCE, al que explicó detalladamente durante un almuerzo en el Vert-Galant sus afinidades personales con los grandes pensadores marxistas, de Gramsci a Mao. Carrillo rechazó recibirle por segunda vez, considerando que el personaje era «de poca importancia intelectual y de una mediocridad política total«.

En cuanto a Doña Pilar Franco Bahamonde, hermana del difunto Caudillo, ha «trabajado» en las inmobiliarias tras el acceso al poder de su hermano favorito. Es una especie de regenta de prostíbulo (mére maquerelle) de la compra venta, redonda y grosera, representativa como nadie de esa picaresca española que no acaba de morir. De todos los Franco, es ella la que se parece más al padre, Don Nicolás, sobre todo en lo moral; el marino juerguista, mujeriego y un poco beodo, que no se acostumbró nunca –reía hasta las lágrimas, hipando: «los españoles, ¡que idiotas! (cons)«– a la idea de que su hijo Paquito llegara a ser más poderoso que los reyes de España[9]. Ávida de ganancias, implacable con sus deudores, Doña Pilar es conocida en el ámbito inmobiliario con el sobrenombre de «la Loba».

Quedan aún algunos Franco de menor importancia. Sólo citaré a dos: Francisco Salgado Araujo, primo de Su Excelencia, vicepresidente y cajero de numerosas sociedades, y Francisco Franco Salgado Araujo, otro primo, teniente general y secretario militar del Jefe del Estado[10]. Miembro eminente del consejo de administración de la Banca de Crédito Local, está en el mismo caso que todos los anteriores: el origen de su fortuna personal remonta a la toma del poder de su ilustre pariente.

El clan de los cuñados, los Polo, se unció también al carro del estado y ahí encontró su pago en honores y prebendas. Doña Carmen, deus ex machina de su poder y de su gloria, les dio en todo momento o su apoyo total e incondicional. Felipe Polo Martínez Valdés, hermano de la Primera Dama, fue nombrado secretario particular del Caudillo. Estuvo pues desde el comienzo del régimen junto a la fuente misma del poder. Lo sabía todo. Podía prever todo. Las grandes sociedades se disputaron duramente su presencia en sus consejos de administración. Hombre afable y obsequioso, dice «sí» a todo el mundo, de donde sale una confortable fortuna situada en Suiza y otros países conocidos como paraísos fiscales.

Ramón Serrano Suñer es el pez gordo del clan de los Polo, al que los españoles pronto llamaron el Cuñadísimo, por haberse casado con Zita, hermana menor de Doña Carmen. Las dos hermanas no se estiman mucho[11]. Lo que no impidió a Ramón Serrano llegar a ser un todopoderoso ministro de asuntos exteriores. Germanófilo de tomo y lomo, admirador sin límites del fascismo italiano, amigo íntimo de Ciano, pero despreciado por Ribbentrop, es un personaje ridículo (sus uniformes blancos con charreteras en oro ha sido el hazmerreír de las cancillerías europeas), que hizo cuanto pudo para que España entrara en guerra al lado de Alemania. En un libro de recuerdos que acaba de publicar recientemente[12], explica –el Caudillo no estaba ya para desmentirle– todo lo contrario. Si se le cree, habría hecho caso a Churchill y a Roosevelt y sus esfuerzos personales habrían impedido que el Generalísimo sucumbiera a los cantos de sirena del canciller alemán.

Derrotado el Eje, el Caudillo dejó caer fríamente al Cuñadísimo, que se hundirá en el olvido[13]. Como los demás, se consoló acumulando honores y dinero. El heredero de este siniestro personaje, Ramón Serrano Polo, ha sido, quizá lo es aún, consejero de la Compañía de Radiodifusión Intercontinental. No es que esté especialmente cualificado para el puesto, sino que sigue la tradición. Pues tanto entre los Franco común entre los Polo y los Serrano parece que el fin supremo de sus vidas sea llegar a ser consejeros. No importa de qué ni dónde. Pero consejeros. Hay otros Franco y otros Polo, pero ha llegado el momento de que me ocupe de las piezas más grandes.

La más grande, enorme, es la Vieja. Pues si, para algunos, doña Carmen fue durante largos años la Señora, para muchos otros, que juzgaban inmoral el fasto y la corrupción que rodeaba a la familia del jefe del Estado, ella era la Vieja.

La Sra. de Franco no ha disimulado nunca su gusto desenfrenado por el lujo, ni su amor desmedido por el dinero, las joyas y los objetos preciosos. Producto típico de esa clase media española que vive en el miedo permanente a «que falte», la Señora se ha vengado de las preocupaciones de su juventud arramblando con todo lo que brillaba a su alrededor. Los joyeros de Oviedo y de Ferrol sabían algo de ello y cerraban sus tiendas ante el anuncio de sus visitas, seguros como estaban de que no iban a ser pagados nunca.

Cuando el general Franco pasó a mejor vida en las horribles condiciones que se saben, los diarios de Madrid hablaron mucho de la «dignidad», del “coraje» de la Sra. de Franco, la cual, en efecto, nunca se abandonó en público a manifestaciones de plañidera profesional. Pero cuando el 31 de enero de 1976, a las 18:20 horas, la viuda del Generalísimo hubo de abandonar el palacio del Pardo para siempre, su dignidad y su coraje le fallaron y se la vio sollozar con todas las lágrimas de su magro cuerpo. Pues, si la muerte de un viejo marido le parecía soportable, el paso de un palacio a un apartamento burgués en la calle de los hermanos Bécquer estaba con toda evidencia por encima de sus fuerzas. Su desesperación no dejaba de parecerse a la cólera.

Había podido creer por un momento que el nuevo rey de España iba a acceder a sus deseos de permanecer en del palacio del Pardo hasta el fin de sus días. Además de que los reyes, en España, no disponen a su antojo de los monumentos del patrimonio nacional, ello era no contar con el carácter vengativo de los borbones en general y del que reina hoy en España en particular. El joven rey está lejos de haber digerido las humillaciones sufridas cuando no era más que una sombra al lado del Caudillo, su «padre espiritual». Y aun suponiendo que hubiera tenido la elegancia de haber olvidado, su mujer, la reina Sofía –nacida hija de rey– estaba allí para recordarle las graves faltas protocolarias que la joven pareja había tenido que sufrir por parte de «esa pandilla de nuevos ricos» (cette clique de parvenus).

Así pues, la Sra. Viuda de Franco deja el palacio. Y, por primera vez desde 1936, el banderín del Caudillo ondea a los acordes del himno nacional. La última formación de fieles –los Girón, Fuertes de Villavicencio, Utrera Molina y otros[14]– saludan a la romana al Mercedes azul que lleva a la Señora hacia un destino aun impreciso. Pero no es a los fanáticos que levantan el brazo a los que dirige la última mirada la ex Primera Dama, sino a los garajes donde quedan, ya fuera de su alcance, doce vehículos rutilantes, entre los cuales están los dos Mercedes blindados regalo del primo Hitler. En lo sucesivo, serán los nuevos juguetes del joven Juan Carlos, muy aficionado, según se dice, a todo tipo de ingenios mecánicos.

Los grandes del búnker han reprochado mucho a Juan Carlos «el despido» de la Señora, así como las afrentas sin precedente que ha tenido que soportar. Apenas enterrado el Caudillo, gran parte del palacio fue privado de electricidad, las garitas se vaciaron de centinelas, las cuadras de caballos, el palacio de servidumbre. Como una lady Macbeth retomada y corregida por Valle Inclán, la Señora –o la Vieja– recorrió con candelabro en la mano los salones desiertos, testigos de su antigua gloria. Hasta el fin de sus días, la Vieja guardará rencor a Juan Carlos (pues, ¿quiénes le han hecho rey, sino Paco y yo?) por haberla nombrado Señora de Meirás –titulo ridículo– a quien soñaba con llegar a ser una Princesa de la Paz. ¡Lo que tanto habría épaté a las primas pobres de Oviedo! Sola, La nueva duquesa de Franco, en el decorado atroz de su apartamento madrileño sólo se felicita por haber logrado un ducado que la sitúa casi al mismo nivel que a su hija Carmen, esa Srta. Martínez llegada a la alteza real y duquesa de Cádiz, lo que –incluso sin música de Verdi– pone en trance a las mujeres menos favorecidas de la familia. En España, cuando los cursis se sueltan, la desmesura no conoce límites[15].

Al dar la noticia de su salida del palacio, la revista Sábado gráfico comentaba con sorna: «harán falta días enteros para retirar del palacio los millares de objetos de valor ofrecidos a la familia Franco durante todos estos años«. Sabado gráfico naturalmente no podía contar a sus lectores que, desde hacía meses, docenas de contenedores con la marca «Cc» (Casa civil del Caudillo) habían dejado el puerto de Vigo a bordo de barcos con rumbo a las Bahamas, Filipinas, Argentina y Paraguay. Estos contenedores habían ido de Madrid a Vigo en camiones militares conducidos por guardias civiles. Inútil precisar que no tuvieron que pasar por ningún control de aduanas. El funcionario al que el rey encargue algún día hacer el inventario de lo que queda en el palacio tras el paso de las langostas franquistas, tendrá que resolver curiosos enigmas. ¿Cuáles eran, por ejemplo, los cuadros desaparecidos que han dejado grandes manchas claras sobre las paredes vacías? Goyas, probablemente, o Pantojas de la Cruz, quizá Tintorettos.

La Vieja ha sido experta mucho tiempo en el tráfico de obras de arte. Sus ojeadores han pirateado España, comprando a bajo precio –¿quién osaría mostrarse exigente ante la Señora?– cuadros, joyas, objetos preciosos. Y cuando toda exportación de este tipo estaba formalmente prohibida al español ordinario, la Sra. Franco enviaba a sus agentes de Roma, de Londres y de París los frutos de su rapiña.

Siendo poseedora de comercios en Madrid –Galerías Preciados le pertenece, se puede decir– de estancias en Argentina, de haciendas en Filipinas, de terrenos un poco por todas partes, teniendo a sus órdenes banqueros dispuestos a todo –los Coca, los Fierro–, de hombres para todo servicio, mujeres cómplices (existen aún) –a la cabeza el elefantíaco marqués Huétor de Santillán[16]– la Sra. Franco, comerciante, traficante, estafa y trapichea sin por eso rechazar el mínimo beneficio. Así, nada más instalarse en su nueva vivienda, la Vieja, ya millonaria, convocó a rebato a todos los que le quedaban fieles en las Cortes y consiguió hacer votar un proyecto de ley que le otorga, como viuda del Generalísimo –a título de gratitud nacional– una pensión excepcional de cien mil pesetas al mes. Comparadas a las pensiones de 1.345 pesetas mensuales con las que deben sobrevivir ciertos octogenarios, así como las viudas de los mineros muertos en el fondo del pozo, esta suma le pareció astronómica al procurador Sr. Fidel Carazo[17], quien tuvo arrestos para expresar su opinión ante las Cortes reunidas en sesión plenaria. Enseguida volaron los insultos: “¡hijo de puta!, ¡canalla!, ¡cabrón!”. Prudentemente, el Sr. Carazo se retiró al bar. Enseguida le sigue el Sr. Molina Jiménez, el cual, con la cara descompuesta, le apostrofa estos términos: “¡Maricón!, ¡tú no eres español!”. Y como Carazo iba a responderle, el energúmeno vocifera: “¡si me contestas, de degüello!». Y con la mano derecha en el bolsillo de su chaqueta, le daba para entender al Sr. Carazo que empuñaba una navaja. Estamos lejos de las invectivas casi cortesanas a las que están habituados los parlamentarios europeos. Henry Kissinger ha dicho que los españoles son zulús políticos. Las Cortes españolas le han dado, ay, la razón. Todo lo cual no impidió a la Vieja obtener su pensión, que guardará entera para sí. Siempre le puede «faltar.» Pasemos ahora a la otra gran pieza. Acabo de referirme al inefable Dr. Martínez, marqués de Villaverde.

El Sr. Aujol, su abogado defensor en el proceso en que el marqués me denunció por difamación ante la 17ª Cámara correccional del tribunal de París, presentó a su cliente como un ser «amable en todos los aspectos…; cardiólogo de reputación internacional…; hombre profundamente ligado a su hogar y a su familia…; sin haber dado que hablar nunca a los diarios sensacionalistas… ; enteramente dedicado a sus actividades profesionales…; ajeno a cualquier ambición política o de orden financiero…, etc.» El bueno del S. Aujol nos lanzaba todo esto tan seriamente que, por un segundo, no dudé de su buena fe.

No discutiré aquí el valor profesional del buen doctor. Cuando uno de los primeros operados a corazón abierto murió en el quirófano entre las manos del Dr. Martínez[18], el hombre de la calle se hizo esta simple pregunta. ¿Era un verdadero enfermo o un franquista buscando méritos? Este hombre «ajeno a toda ambición política» siempre ha soñado con un ministerio de sanidad en el que él sería el ministro. Un cargo que en el general franco, su suegro, nunca ha pensado darle. Quizá debido al trauma por esta falta de confianza es por lo que el marqués de Villaverde  se ha «afirmado» ante sí mismo amasando dinero por medios que la deontología profesional condena.

A poco de su boda con la Morita se creó para el Dr. Martínez el cargo de «médico de embajadas«. Sus funciones eran tan poco precisas que el embajador español en Londres creyó de buena fe –y fue por ello profundamente decepcionado– que el marqués de Villaverde venía a ser una especie de encargado de la inspección del personal sanitario. En realidad este cargo iba a permitir al marqués usar y abusar de la valija diplomática en sus desplazamientos al extranjero. Y ¿qué se transporta a Suiza en una valija diplomática cuando se quiere amasar una pequeña fortuna? Dó… Pues sí. El marqués de Villaverde cobra también un millón de pesetas al año de la sociedad Sanitas –un tipo de mutualidad médica de carácter privado– con la única función de impedir, intermediario con sus altas relaciones, la apertura de otras mutuas que pudieran resultar competidoras. El marqués de Villaverde es también Presidente Director general desde su fundación del Instituto de la Costa del Sol –Incosol–, medio hotel, medio clínica para millonarios americanos afectados de obesidad, alcoholismo agudo, arterioesclerosis o depresión. Algo parecido a una construcción hollywoodiense en estilo años cuarenta, rodeada de un campo de golf, Incosol se benefició de una sustancial subvención estatal en el momento de su construcción. Últimamente, los propietarios de Incosol –entre ellos el marqués–imaginaron hacer buenos beneficios obligando a la Seguridad social a comprar el magnífico complejo de lujo por la módica suma de mil millones de pesetas, cuando su rentabilidad empezaba a flaquear. Destapado el asunto o por un periodista local, el negocio fracasó y el contribuyente español evitó por poco tener que contribuir al «dolce far niente» de los millonarios tejanos que son los clientes habituales del lugar.

El marqués de Villaverde no podrá negar que pertenecen al consejo de administración de Plasmacentro M.K.T. En este centro se compra sangre humana a 400 pesetas el litro. Hasta aquí nada más legal a los ojos de la ley española. Pero una denuncia puesta ante el juzgado de guardia número quince de Madrid y un dossier abierto o en la dirección General de sanidad –con el número 1.443– nos indican que en Plasmacentro se compra también sangre a un precio irrisorio, sin ningún control médico previo, a mujeres encinta, a putas, a enfermos mentales, a sifilíticos, a borrachos, a soldados achispados y también, ay, a niños. Como estaba prohibido a estos «donar» sangre sin una autorización parental, la clínica les vende falsos permisos allí mismo por cien pesetas. La sangre así obtenida a en Plasmacentro es revendida a precios exorbitantes a países del Tercer mundo y muy especialmente a Filipinas, donde el buen doctor tiene poderosas relaciones femeninas en el seno mismo de la familia presidencial.

El padre de familia no merece, en mi opinión, más respeto que el médico mismo. Jactándose de educar a sus hijos a «tortazo limpio», éstos le evitan tanto como pueden. Las relaciones del marqués con su hijo Francisco se encuentran de entrada torcidas por el hecho de que el joven está lejos de poseer –por su carácter– los instintos «machistas» de su ilustre progenitor. Pero si el muchacho parece carecer de una virilidad excesiva, no le faltaba cierto o sentido del humor. Así, para conseguir el dinerillo que su padre le niega, ha urdido un curioso truco, al estilo de los de la familia. En compañía de un amigo ayudante de carnicería, dispara por la noche a los gamos que deambulan por el sotobosque del parque de la Zarzuela, la residencia del rey. Al día siguiente, el ayudante de carnicero y Francisco Franco –es así como una ley especialmente votada autorizada a llamarse al muchacho– revenden, a seis o siete mil pesetas la pieza, los animales abatidos la víspera a los cocineros de los restaurantes frecuentados por el marqués. Enterado del asunto, el rey ha dado al marqués un curso sobre los estragos de la avaricia en el seno de las familias ricas.

El marqués de Villaverde, ¿hombre hogareño? En Marbella, durante los días que siguieron a las últimas ejecuciones capitales que tuvieron lugar en España, el marqués comía en un restaurante con una princesa de Bismarck[19], una de sus amistades íntimas. En la mesa vecina, un holandés de paso hizo una observación en tono elogioso sobre la radiante belleza de la princesa. El marqués, que comprende mal cualquier lengua que no sea el celtíbero, se mosqueó, se levantó e insultó al holandés. Este se levantó también y golpeó al marqués en la cara a base de bien. Algunos días más tarde el marqués declaró ante un juez de instrucción que él se había peleado por el honor de España, puesto en duda por el holandés. Lo que no fue educado para la Sra. Bismarck, cuyo honor, me parece, bien valía una nariz rota. El holandés salió del caso con una multa fuerte. En España, el retrato del marqués de Villaverde se paga aún muy caro. Siete millones exactamente. El marqués de Villaverde, ¿un hombre discreto? Saliendo del Jockey, el marqués, bebido, atropelló con su coche a Manuel Morales, que pasaba en moyo. Testigo, un guardia pidió al marqués su documentación. Algarada. Y, naturalmente, el clásico «usted no sabe con quién está hablando”. El guardia lo sabía. El marqués fue citado ante un tribunal. Se negó a acudir. Al contrario, exigió que el juez fuera a escucharle a su propio domicilio. El juez, ay, le obedeció. Eran aún los buenos tiempos…

El marqués de Villaverde, ¿ajeno a cualquier preocupación de orden financiero? Veamos. En todo caso, cuando se pone a ello, hace ruido. Ejemplo: deseoso de «darle a ganar algún dinerillo» a su yerno el duque de Cádiz[20], –que ya tenía un salario de 400.000 pesetas mensuales en el Centro de cultura hispánica del que es director– y al hermano de éste,  Don Gonzalo de Borbón, fundó con «un amigo americano» una sociedad cuya sede jurídica estaría, por razones evidentes, en Ginebra. El amigo americano, queriendo tener la nacionalidad española, entregó veinte millones de pesetas al «tío» José María Sánchez[21], eminencia gris de los Villaverde, con el fin de que este le consiguiera una entrevista con el general Franco, ya senil pero aún vivo. La entrevista tuvo lugar, así como los primeros trámites para nacionalizar al americano. Por desgracia, éste tuvo la mala la idea de hacer un viaje relámpago a Estados Unidos, donde fue inmediatamente detenido por el FBI. Pues el «amigo americano» no era otro que Robert Vesco, buscado por estafas de todo tipo[22]. La sociedad imaginada por Villaverde y los hermanos Borbón murió sin haber salido a la luz. Lástima, pues la idea de Vesco era buena: se trataba de vender en las Bahamas terrenos que no existían…

 

Notas

 

[1] Ofrecemos una traducción que intenta ser lo más fiel posible al texto, donde no faltan expresiones vulgares e incluso soeces. Algunas notas darán aclaración a algunos puntos.

[2] Apelativo de su hija Carmen. En familia, también la llamaban Nenuca.

[3] (Ár). Familia de un jeque árabe. Aunque se habla de “yernos”, Franco solo tuvo uno.

[4] Banco local creado en los años veinte por Julián Coca Gascón. En 1978 fue absorbido por el Banco Español de Crédito.

[5] Pero ya durante la guerra Franco se había lucrado mediante algunas operaciones corruptas (Cf. Ángel Viñas, 2015). También en esos años empiezan los donativos de todo tipo al Caudillo. Por ejemplo, hemos explicado la cesión del palacio de la Isla (Burgos), que estuvo a su disposición durante toda la Dictadura (Luis Castro, “Franco, huésped de honor en Burgos”, En Plural, cuadernos burgaleses de cultura, nº 4, 2002). El palacio había sido propiedad de los condes de Muguiro, uno de los cuales casó con Pilar, hija de Serrano Suñer.

[6] El decreto de la Junta de Defensa nombraba a Franco Generalísimo (mando militar supremo) y “Jefe del Gobierno del Estado”, formulación ambigua que permitió a Franco detentar los dos poderes: Jefe del Gobierno y Jefe del Estado. Meses después adquirirá la jefatura máxima del partido único (FET de las JONS), creado en abril de 1937.

[7] No sabemos en qué fuentes se basa el autor para hacer estas afirmaciones.

[8] Caso REACE o Redondela. En marzo de 1972 desaparecieron cuatro toneladas de aceite de oliva, valorados en más de 167 millones de pesetas, de la Comisaría de Abastecimientos del Estado (CAT), que se hallaban depositados en una nave de la empresa REACE, en Redondela (Vigo). Nicolás Franco era miembro del consejo de administración de REACE. Hubo varias muertes extrañas relacionadas con el caso y aunque se celebró juicio, al asunto quedó sin resolver en ningún sentido (información de Wikipedia). 

[9] Según Vegas Latapie, al padre de Franco se le oyó decir en una ocasión: “de mis tres hijos, el más inteligente era Ramón; Nicolás es un petardista y Paquito sigue siendo tonto” (Eugenio Vegas Latapie, Los caminos del desengaño. Memorias políticas (II) 1936-1938, Madrid, Tebas, 1978, p. 183).

[10] Ingresó en la Legión siendo capitán al principio de los años veinte, entrando ya en contacto con Franco, que era entonces comandante. A partir de entonces estuvo casi constantemente al lado de su primo, ejerciendo altos cargos de confianza. Póstumamente se publicaron Mis conversaciones privadas con Franco y Mi vida junto a Franco (ambas en editorial Planeta, Barcelona, 1976).

11] Serrano Suñer llegó a Salamanca el 20 de febrero de 1937, evadido de la zona republicana. Durante la guerra, su familia y la de Franco compartieron dependencias en el palacio episcopal y, más tarde, en el palacio de la Isla en Burgos. Se considera determinante su influencia sobre Franco a la hora de diseñar el Nuevo Estado franquista, empezando por la unificación política, la estructura administrativa y la creación de la prensa y la propaganda del Movimiento, entre otras cosas. (Cf. entrada en el Diccionario biográfico de la RAH, firmada por Juan Carlos Pereira Castaños. No sabemos por qué acentúa el segundo apellido, que debe ser Suñer, de su origen catalán: Sunyer).

[12] Debe de referirse al libro Entre Hendaya y Gibraltar, cuya segunda edición salió en 1973 (Barcelona, ediciones Nauta). Las memorias de Serrano salieron con posterioridad a este reportaje (Ramón Serrano Suñer, Entre el silencio y la propaganda, la historia como fue, Barcelona, editorial Planeta, 1977).

[13] Sin embargo, Serrano fue durante un tiempo procurador en Cortes y miembro del Consejo Nacional del Movimiento hasta 1967. Por otra parte, además de tener un bufete de abogado en Madrid, fue miembro de varios consejos de administración y presidente de Fomento de Obras y Construcciones (actual FCC), empresa que en 1974 facturaba más de 5.000 millones de pesetas.

[14] Miembros notables del búnker y personalidades muy cercanas al entorno de Franco. Girón, camisa vieja falangista y ministro de trabajo durante casi 16 años, era también presidente de la Asociación de Excombatientes, propietaria del diario Arriba. Fuertes de Villavicencio, vizconde y general, fue jefe de la Casa civil de Franco en los últimos años de este y luego intendente de la Casa del rey; también presidió el Patrimonio Nacional durante años. Utrera Molina, varias veces ministro de los de “camisa azul” e impulsor de la Asociación Nacional Francisco Franco.

[15] Tanto el señorío de Meirás como el ducado de Franco, ambos con grandeza de España, fueron otorgados a Carmen Polo y a su hija, respectivamente, por el rey Juan Carlos I poco después del fallecimiento de Franco.

[16] Jefe de la Casa Civil de Franco. Su esposa Pura, amiga íntima de Carmen Polo. Según Preston, Huétor amasó una fortuna de diversas fuentes, junto con Cristóbal Martínez, como por ejemplo con la licencia exclusiva para importar motos Vespa. (P. Preston, Un pueblo traicionado, p. 423). Algo que ya censuraba Pacón Franco en su tiempo: “Creo firmemente que el marqués de Huétor, por razón de su cargo, no debió intervenir en asuntos comerciales, y lo mismo ocurre con Nicolás, el hermano de S.E., pues hacen con ello mucho daño al régimen, ya que para la opinión pública lo hacen aprovechándose de su influencia oficial. Para colmo son dos señores que están en una posición espléndida y no necesitan aumentarla a costa de su buen nombre y situación” (F. Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones… p. 18).

[17] En ese momento, Fidel Carazo era, además de procurador en Cortes, alcalde de Soria y editor-propietario del periódico Soria, hogar y pueblo. Más tarde sería senador independiente.

[18] En septiembre de 1968, Cristóbal Martínez hizo el primer trasplante de corazón en España. El paciente murió a las pocas horas.

[19] Probablemente, la condesa Gunilla von Bismarck Schönhausen, una de las habituales entre los famosos que se daban a la buena vida en la Marbella en los años setenta. Otro figurón habitual en la época era Jaime de Mora, hermano de la reina Fabiola de Bélgica. Empresario de hostelería, fue jefe de protocolo del ayuntamiento de Marbella; por ello, en la esquela mortuoria, la viuda expresaba su “gratitud eterna a nuestro ilustrísimo alcalde, Don Jesús Gil y Gil” (ABC, 31 de julio de 1995).

20] Alfonso de Borbón Dampierre, nieto de Alfonso XIII, casado con Carmen Martínez-Bordiú, hija del marqués de Villaverde. En algún momento especuló sobre sus posibles derechos al trono de España (y de Francia).

21] Se trata de José Mª Sanchiz, tío materno del marqués. Según Preston, “hizo una fortuna para el clan de los Villaverde con la especulación inmobiliaria y las licencias de importación y exportación, y su éxito le permitió adquirir considerables participaciones en la banca” (P. Preston, Un pueblo traicionado, p. 423).

22] La Wikipedia en inglés califica a Robert Vesco como “American criminal financer”. Huyó a Costa Rica en 1972 poco antes de que fuera acusado de una gran estafa financiera en EE.UU. Sin embargo, contra lo que dice aquí Vilallonga, no volvió a su país hasta 1981.