Este asentamiento franquista llegó a albergar entre 15.000 y 20.000 prisioneros
El equipo, con la ayuda de detectores de metales y de un georradar, tratará de identificar los restos materiales que puedan quedar en la zona como balas, latas de comida o cimientos de los barracones, y culminará con la búsqueda de los restos óseos de las víctimas de este campo de concentración. Mejías ha sido el primer investigador en obtener unos testimonios fiables de vecinos de la zona que no solo le han relatado lo que sus padres y abuelos les contaron del campo de concentración, sino también dónde se encontraron restos humanos trabajando en esas tierras. Gracias a ellos, el arqueólogo aspense ha podido determinar que, al menos, hay una gran fosa común o pequeñas fosas allí. Concretamente fuera del vallado que delimitaba esta instalación que ocupaba una extensión de 700 metros de largo y 200 de ancho.
El número de víctimas enterradas es desconocido. La falta de un listado de prisioneros dificulta su identificación. «Solo hay registradas ocho personas que murieron aquí fusiladas o por enfermedad y que las llevaron al cementerio de Albatera, pero es imposible que solo hubiera ocho muertos cuando aquí morían varios todos los días, es una clara manipulación», señala Mejías.