Andalucía. Mujeres vejadas, encarceladas y violadas: retratos del feminicidio franquista

Retratos de “carne y hueso” de cien mujeres represaliadas por el régimen de Franco.

PÚBLICO | MARÍA SERRANO | SEVILLA | 7-3-2020

¿Quién fue Gertrudis Ríos? Una maestra gaditana que todo el pueblo de Algodonales conocía por sus enseñanzas en pedagogías modernas y su carácter fuerte, alegre y bondadoso. ¿Y Carmen y Concha Díaz? Dos hermanas que tuvieron que elegir en el peor momento de la historia de España cuál de ellas iba a ser fusilada como escarmiento por la desaparición de su hermano José. ¿Y Rafaela Ayala? La mujer que fue asesinada junto a su hija María por insultar a los falangistas que mataron a su marido en un camino rural de Morón de la Frontera (Sevilla).

La periodista Susana Falcón ha vivido en primera persona el exilio y la huella de la dictadura Argentina, su país natal. Su conciencia por la memoria la ha llevado a sacar a la luz un centenar de historias inéditas de cien mujeres, cien rosas, recopiladas en forma de relato poético que denuncian la barbarie cometida durante la guerra y la dictadura de Franco.

Su libro, Cien mujeres andaluzas. Retratos del feminicidio franquista (editorial Garaje poesía) ha querido desentrañar la historia “de carne y hueso” de un centenar de mujeres andaluzas que fueron víctimas del feminicidio franquista cometido hace menos de un siglo en nuestro país. Falcón habla de mujeres que fueron fusiladas, encarceladas, rapadas. “Este libro va para ellas a las guerrilleras, las exiliadas, las resistentes y las sobrevivientes, todas dueñas de la dignidad más inmensa”, apunta Falcón a Público.

Las víctimas, protagonistas de este libro, salen del detalle más burocrático para convertirse en mujeres protagonistas. Falcón destaca la ingente tarea que ha supuesto retratar cada detalle de cada una de ellas, como el color de sus ojos o qué les gustaba hacer en su tiempo libre. “Justamente, eso era muy importante para mí, que fueran ellas en carne y hueso, por eso ha sido mas difícil conseguir la información, que en muchas historias sepamos detalles de su vida, si eran altas o bajas, de buen o mal carácter. Quería sacarlas de la trama burocrática, saber si tocaba un instrumento”, como fue el caso de Amparo García Cano, a la que llamaban Amparito de Cádiz, cigarrera de profesión y que tocaba la bandurria en su tiempo libre.

Cada uno de estos perfiles han podido salir a la luz gracias a las investigaciones de historiadoras de la talla de Pura Sánchez que, a través de su libro Individuas de dudosa moral, Falcón pudo tirar del hilo para desgranar cada uno de los perfiles. La investigadora Sánchez ha destacado la necesidad de dar luz a la vida de este centenar de mujeres andaluzas anónimas para que se iluminen, esclareciendo así “las biografías de las sin nombre, olvidadas tan frecuentemente por la historia, con mayúsculas y con minúsculas”. Falcón aclara “que las investigaciones de las autoras y páginas como Todos los nombres me han permitido dar con sus historias, tan difíciles de sacar a la luz a pesar de que están en la memoria colectiva”. 

La maestra Gertrudis, las hermanas Díaz y el final de Ayala

Falcón va poco a poco haciendo un repaso, a través de un relato poético de biografías como la de Gertrudis Ríos, una maestra de Algodonales (Cádiz) cuyo cuerpo torturado se encuentra aún en un paraje perdido. “Dónde tiraron a Gertrudis, la maestra, en qué agujero de la tierra habían escondido su cuerpo torturado, después de pasearla por el pueblo exhibiendo los estragos del ricino ante los alucinados ojos de los niños y niñas que fueron sus alumnos”. Aquella maestra, apunta Falcón, fue un referente en las luchas sindicales y dejó huella imborrable en su pueblo al introducir pedagogías modernas, heredadas de aquella Segunda República. Aún no se conoce su paradero, al igual que el de su marido Ramón, cartero de profesión.

Falcón no puede dejar de lado la historia de las hermanas Díaz Ramos, Concha y Carmen, dos mujeres sevillanas, hermanas del dirigente comunista José Díaz, que tuvieron que decidir la peor de las suertes en la cárcel improvisada del cine Jáuregui, abarrotadas de civiles. Los falangistas se dirigieron a ambas para espetarles. “Decidan, pero rápido, cuál de las dos va a morir”. Falcón señala a Público que fue una de las historias más estremecedoras, al pensar como la hermana mayor Carmen le pedía a Concha, diez años más joven que “cuidara de sus hijas y las críe junto a las suyas”. “Carmen estaba dispuesta a la muerte cercana”. Falcón retrata, gracias a los testimonios orales como Carmen Díaz pidió a aquellos falangistas que no la dejaran morir sin vendas en los ojos, “como su hermano merecía con dignidad irrevocable”.

Su cuerpo se encuentra sellado en una de las fosas del inmenso camposanto de San Fernando en la ciudad de Sevilla. Rafaela Dorado Ayala era de Alcalá del Valle pero vivía antes de la guerra junto a su marido Juan en una tierra arrendada por el Conde de la Maza en un cortijo de Morón de la Frontera. Pensó como muchas familias aquellos días del verano de 1936 “por qué huir, si no hemos hecho nada”, pero Rafaela nunca imaginó como el devenir de aquel verano acabaría en la peor de las tragedias. Trabajando como jornaleros en sus cosechas un día de buena mañana Rafaela vio como aquellos falangistas se llevaron a Juan, su marido, para simplemente hacerle unas preguntas. Cuando pasan varios días “parten Rafaela y su hija María Villalón Dorado a buscarlo por lugares de detención, la falange, al cuartelillo”. Con la peor de las intenciones los falangistas las llevan hasta el camino donde está el cuerpo acribillado de Juan. Rafaela y su hija pierden la compostura, lloran ante la ira y el desprecio de los guardias civiles. Aquellos falangistas pensaron que era mejor unirlas al cuerpo de Juan. Rafaela y su hija María fueron cosidas a balazos en el mismo camino de Morón, mientras el resto de la familia intentaría huir para no acabar en las mismas circunstancias.

Las aceituneras de San Juan, entre las más jóvenes 

“La detención, los golpes, los abusos que ni mentar quieren, después el barco con nombre gallego, prisión flotante en el puerto sevillano. Y al final los disparos en las tapias del cementerio, la muerte, la fosa común” Falcón habla en su libro de casos colectivos como fue la trágica historias de las aceituneras de San Juan de Aznalfarache (Sevilla), y que logró rescatar gracias a la ayuda de investigadores locales como fue el caso de Raúl Sánchez Caro, quien se dejó la vida por desentrañar la vida y luz de estas jornaleras.

Ellas eran María, Rosario, Leonisa, Josefa, Francisca, Gabina, Victoria, Josefa y Guadalupe. Eran mujeres del mundo agrícola de entre 19 y 43 años de edad. Todas vivían en el municipio de San Juan de Aznalfarache y fueron fusiladas en la saca del 24 de octubre de 1936. A Josefa la violaron antes de su muerte. Eso cuenta la bisnieta de su hermana Caridad, Esmeralda. También le cortaron los pechos. De María Díaz Arriaza se ha logrado rescatar parte de su biografía. El asesinato de sus hermanos menores. De Guadalupe solo se conoce el testimonio de su hijo huérfano a los 10 años, Manuel Anillo. Su único delito fue ser trabajadoras afiliadas al sindicato de la UGT en Andalucía.

El último caso, Isidora Márquez Herrero es el retrato más longevo, del que Falcón haya tenido constancia. Se trata de un caso estremecedor, el encarcelamiento de una anciana de 97 años en Hinojosa del Duque, (Córdoba) que logró volver de nuevo a su pueblo y en autobús en octubre de 1943 tras ser encarcelada al final de la guerra. “Volviste, Isidora, volviste. Con tu hatillo pobre en una mano centenaria y fatigada te apeaste del autobús, cuatro años después”. Falcón relata como fue acusada por una vecina de informar a milicianos y como en las cárceles del régimen la tuvieron encerrada, a pesar de tener con 101 años de edad.

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