Ángel Viñas: «Franco se hizo millonario en la guerra»

«Los españoles aún no han puesto a Franco en su sitio», afirma el historiador, quien lamenta los intentos que sigue habiendo hoy por reivindicar la figura de un dictador que se aprovechó de sus privilegios para enriquecerse y resistir en el poder

más Periódico | Juan Fernández | 15-11-2015

Cuarenta años después de su muerte, la figura de Franco continúa flotando sobre un mar de incógnitas. Una de ellas tiene que ver con su fortuna, cuyo origen hasta ahora nadie ha sido capaz de justificar. Ángel Viñas lo sitúa en la contienda civil, en la que el dictador pudo hacerse con un multimillonario botín de guerra. En su último libro, La otra cara del caudillo (Crítica), el historiador, diplomático y economista, autor de numerosos estudios sobre el franquismo, describe al antiguo Jefe del Estado como un personaje corrupto, narcisista y filonazi, pero también astuto y sagaz para saber adaptarse a los cambios de los tiempos.

–Cuarenta años. ¿Le parecen muchos o pocos?

–Depende. Cuando leo algunas de las cosas que se publican hoy en día sobre Franco, tengo la impresión de que seguimos en los años 70. Su som bra es alargada, sigue ahí, aún proyecta su influencia sobre muchos españoles. También la sombra de Hitler es alargada en Alemania, pero allí nadie mínimamente decente propone rehabilitarle. Aquí sí hay historiadores que quieren dar una visión beatífica de Franco y del franquismo que no se corresponde con la realidad.

–¿Nos queda mucho por saber de él?

–Bastante, su figura no se ha estudiado todavía a fondo. En parte se debe a lo mucho que a Franco le repugnaba escribir. Apenas dejó nada escrito, se dedicaba a dar órdenes verbales, así que los historiadores nos enfrentamos a una especie de esfinge, debemos inducir su pensamiento a partir de su huella, no de sus confesiones directas, y esto alimenta el mito. Yo detesto trabajar así. He sido funcionario del Estado y de la Unión Europea y siempre trabajé con papeles. Como historiador, no me gusta fiarme de los testimonios verbales, porque las palabras y los recuerdos se los lleva el tiempo.

–Con los papeles que ha encontrado, en su libro tira por tierra algunos mitos de Franco y desvela incógnitas como el origen de su fortuna. ¿Tan atrás arranca su riqueza, en plena guerra civil?

–Está claro. Franco entró en guerra sin un duro. Su sueldo quedó congelado en cuanto se produjo el alzamiento militar, pero al terminar la contienda tenía una fortuna de 32 millones de pesetas de la época, el equivalente a 388 millones de euros de hoy. Parece que le cundió. ¿De dónde salió ese dinero?

–Le devuelvo la pregunta.

–Hay rastros de sistemas de enriquecimiento ilícito, como la operación del café que donó el dictador brasileño Getúlio Vargas, y que Franco logró distribuir y vender, haciéndose con 7,5 millones de pesetas. Ese café era un regalo para el pueblo español, obviamente él no iba a beberse 600 toneladas de grano, pero el dinero de su venta acabó en su cuenta corriente. Las cifras cuadran: esa es, exactamente, la misma cantidad que había en esa cuenta cuando la cerró en 1940. Pero tuvo más vías para amasar dinero.

–¿Como cuáles?

–Franco se embolsó una enorme cantidad de pesetas extrayéndolas de las donaciones que se hicieron a su bando. Se anunciaban a la prensa para socorrer a los caídos. En el cuartel general del Frente Nacional se creó una sección de donativos, donde él arrambló con buena parte. Hay anotaciones contables que lo demuestran, como las 100.000 pesetas que se transfirieron de la cuenta de donativos a la suya personal el 23 de octubre de 1936. La prueba está ahí, yo no me lo invento. También hay referencias de traspasos mensuales de 10.000 pesetas desde Telefónica a su cuenta personal. Los soldados morían como chinches en el frente mientras él se cubría el riñón.

–¿Aquel dinero lo tomó en concepto de botín de guerra?

–No tiene otra explicación. Debió pensar que el futuro era incierto y quiso hacerse de un colchón por si tenía que pegarse el piro de repente. De hecho, el dinero estaba en cuentas corrientes fácilmente movibles. Cuando acabó la guerra y se sintió seguro, entonces empezó a invertir. Como hizo con la finca Valdefuentes, donde usó a hombres de paja y figuras interpuestas para no ser delatado. Pura ingeniería jurídica que revela su gusto por la opacidad, el secretismo y el ventajismo. Siempre fue amigo de dar el pego sin que se notara.

–El régimen franquista suele ser etiquetado de fascista, pero usted identifica a Franco más con el nazismo. ¿En qué se basa?

–Franco quedó obnubilado por la figura de Hitler y tomó prestado de él su concepto del Führerprinzip, la idea de que el líder supremo puede hacer lo que le venga en gana porque es fuente del Derecho. No es que estuviera por encima de la ley, es que él era la ley. Por eso estuvo promulgando leyes hasta 1957 sin publicarlas en el BOE. Esto es una clara influencia nazi. Él estaba más cerca de los alemanes que de los italianos. De hecho, los italianos no le hacían mucho tilín. En cambio, con Alemania firmó pactos secretos nada más acabar la guerra.

–¿Cuáles?

–Entre el final de la guerra civil española y el comienzo de la segunda guerra mundial pasaron unos meses que no se han estudiado lo suficiente, pero que fueron muy importantes. El ansia de Franco por acercarse al Tercer Reich le animó a firmar el Tratado de Amistad y Cooperación Hispanoalemana, del que no se supo nada hasta que los aliados publicaron los archivos nazis en los años 50. Franco aspiraba a que Hitler le ayudaría a reconquistar el imperio español, que pasaba por recuperar Marruecos, Orán y Gibraltar.

–Suena a sueños de grandeza.

–Franco tenía tics que delatan un carácter narcisista. Llegó a convencerse, y a convencer a su entorno, de que él era el único capaz de interpretar los intereses de España, idea que mantuvo hasta el final. En su testamento afirmaba que nunca había tenido enemigos, los únicos habían sido los enemigos de España. Era tan narcisista que se lo creyó.

–¿Era una figura mediocre?

–En absoluto. Era un hombre sagaz que conocía bien a su gente y supo manipularlos para ser el centro durante casi 40 años. En el régimen había un enfrentamiento entre los militares monárquicos que querían la restauración de la corona y la Falange, que era contraria. Franco resolvió aquello diciendo que el pretendiente era víctima de una conspiración masónica y el único que podía salvar a la patria era él. Cuando se vio en el poder, se dijo a sí mismo: yo de aquí no me apeo. Para lograrlo, se rodeó de una guardia pretoriana leal a la que supo cuidar con beneficios y dinero. Era un corrupto y un corruptor nato, porque corrompió a los que tenía a su alrededor.

–¿Eso explica su supervivencia en el poder durante tanto tiempo?

–Eso y su capacidad para adaptarse a las circunstancias cambiantes de la historia. Franco fue un dictador camaleónico. Se hizo nazi cuando tocaba, y luego supo acercarse a los americanos vendiéndoles su anticomunismo. Al estallar la guerra fría, se declaró «centinela de Occidente» y cultivó el mito de haber sido primero en alzarse en armas contra los comunistas. A los norteamericanos les daba igual toda esa historia. A ellos solo les interesaba España por su situación geoestratégica entre Europa y África, pero Franco vendió ese acercamiento como un triunfo personal.

–¿Cómo cree que queda su figura en la historia? ¿Qué se dirá de él dentro de cincuenta años?

–Ese capítulo no está cerrado. España no ha puesto aún en su sitio a Franco, ni ha ajustado las cuentas con la dictadura franquista, que fue más sangrienta de lo que sostiene el discurso oficial. La historiografía está tratando de poner al descubierto esta realidad, pero un sector de la sociedad española se resiste. A veces, cuando llevo a cabo una investigación y oigo que me tachan de antifranquista, respondo: claro que soy antifranquista, es lo normal, como lo es ser antinazi y antistalinista.

–¿A qué se debe esa negativa a mirar al pasado?

–Hay motivos históricos y políticos, pero también sentimentales y de mala conciencia. A estas alturas, el Partido Popular sigue sin condenar el franquismo. Tampoco lo ha hecho la iglesia católica. Imagino que esa resistencia habrá desaparecido dentro de cincuenta años, pero a fecha de hoy, pervive. El franquismo está más presente de lo que pensamos, tiene reverberaciones sobre la vida pública del país. Lo vimos cuando el anterior Gobierno intentó tocar un poco este tema y le pararon los pies. Esta es una cuenta pendiente que habrá que resolver algún día, porque con los mitos no se construye la historia.