Antonio Santos: “Que haya hoy quien añore la Huelva de los 50 es un signo para psiquiatras”

Antonio Santos Barranca (Huelva, 1938) ha hilado en un libro la experiencia educativa de la posguerra. Hijo de un Ajustador de talleres de la Compañía de Río Tinto fue uno de los primeros niños en conseguir una de las llamadas becas de esfuerzo para estudios puestas en marcha por el franquismo.

19 septiembre, 2021 / Rafael Moreno

Estudiante rebelde, compañero de estudios de Vallejo Nájera, López Ibor, Botella Llusiá… Marqués de Villaverde, de algunos de los llamados padres de la Constitución, directores de cine y famosos de la Transición, participó activamente en la creación del Sindicato Universitario de Estudiantes mientras estudiaba Medicina en Madrid. A lo largo de su juventud sufrió detenciones y torturas por su actividad antifranquista, crítico de cine, hasta enjuiciado por un Tribunal Castrense y encarcelado por una crítica de película sobre la Guerra Civil.

Santos siempre escribió, y bien, hasta que la Dictadura le requisó su obra a punto de publicarse en Seix Barral. Ahí desapareció su senda literaria. Sólo le dejaron vivas sus investigaciones,  estudios y publicaciones sobre carbonoplatino sobre el núcleo celular y el  virus sincitial respiratorio o estudios sobre antivirus. Parecía un presagio.

Cómo era la Educación en aquellos años tan grises y la importancia que concedía el Régimen a la formación de estos niños de la posguerra

A edad escolar eres una esponja que alguien va empapando de datos y experiencias. Luego te llega la hora de recapacitar y has de hacer una crítica impía de todo lo aprendido. Y en la crítica se te caen en cascada infinidad de ideas y de nombres. En aquellos años te convencían, en contradicción con lo que vivías, de que eras afortunado por haber nacido en un país elegido por Dios, para colmo reciente vencedor del Mal absoluto. Había para demostrarlo dos asignaturas fundamentales: Religión y Formación del Espíritu Nacional, que aunque tenían su propio espacio y profesores muy deficientes en realidad estaban infiltradas profundamente en todas las demás, empezando por la Historia. Eso obligaba al aprendizaje de recitados incomprensibles, como el credo o el carasol, y a estar permanentemente presididos por fotos de líderes.

¿Cómo llega Antonio Santos a conseguir una de esas becas de la Dictadura militar y qué encontró en los colegios donde cursó sus estudios?

Recomendado, colocado y adicto eran tres categorías de los afortunados, y por recomendación mi padre pudo inscribirme en el Colegio Ferroviario, porque era complicado encontrar escuelas. Allí, pasados unos cursos, don Francisco Vizcaíno pidió hablar con mi padre, con alarma en casa, temiendo petición de dinero o algo peor. Mi padre fue informado de que el Gobierno, en una política docente opuesta a la republicana, que había proyectado miles de escuelas para todos, prefería mejor atender a algunos alumnos seleccionados, y anunciaba la creación de unas becas de estudio que exigirían al escolar obtener siempre una nota mínima de 7.  Se había decidido que yo representara a ese colegio en unos exámenes provinciales. Mi padre me tenía ya destinado a entrar de aprendiz en los talleres de la Río Tinto. Era además un socialista infiltrado y apreciado que aceptó ser nombrado enlace sindical, condiciones casi pavorosas si su hijo era secuestrado por el sistema. Me había visto ya llorar ante un obligado ejercicio de redacción donde los niños debíamos contar cómo era nuestro padre, sus amigos, si iba a misa, si vivía con nosotros algún invitado, si leía… y yo había oído sus preocupados comentarios a mi madre.

Entre los exámenes y quizá unos test que unos argentinos de Perón vinieron a hacer a algunos niños, de los que recuerdo un nombre mágico, Stanford-Binet Mejorado, me concedieron una “beca entera” de 300 pesetas que fueron transformadas de inmediato al lenguaje hambriento de la calle como “10 pesetas diarias gana ya ese niño”, la cuarta parte del sueldo de mi padre, un momento estelar en una vida. Lo que encontré después fue confusión, no había lógica entre lo leído en los libros de texto y lo defendido por los profesores, y como mi defecto era leer antes, viví años desconcertantes estudiando en libros previamente obligados a cubrir de miles de tachaduras que justamente despertaban la curiosidad.

Tantos años después, qué ve de su infancia y adolescencia, qué recuerdos le siguen atormentando de aquellos años o recuerda con más agrado.

Atormentando, nada. La vida es la única posibilidad dentro de lo posible, según Pär Lagerkvist. Con agrado era notablemente positivo que el Instituto La Rábida conservaba intocable una excelente biblioteca de la República, que su encargado, don Diego Díaz Hierro, protegía inútilmente de saqueos y violaciones con candados y carteles, y que don Antonio Palma Chaguaceda acabó trasladando a la Biblioteca Pública después de que fuese para mí una auténtica mina ilegal de influencia decisiva.

Salió usted de la Huelva cerrada a cal y canto machacada primero a punta de fusil y diezmada luego en la posguerra por el franquismo. Cómo era aquella Huelva, sus pueblos, la escuela.

Vencida, aterrada y superviviente. Familias con retratos de muertos y con enterrados en solanas ni lo contaban a sus nietos. Todas las mujeres mayores vestían de luto o teñían pronto de negro su vestido. Las calles estaban llenas de ciegos, mancos y lisiados, y si cuatro hombres charlaban en una esquina un policía de gris aparecía diciendo “disuélvanse”. En todos los pueblos pequeños se vivía un servilismo miedoso y sumiso muy feudal, dependiente de las llamadas “fuerzas vivas”, alcalde, cura, brigada de la Guardia Civil y un poderoso terrateniente. Algo muy malo había ocurrido para que la gente tuviese tantísimo miedo, lo que no impedía en mi casa oír Radio España Independiente o Aquí Radio París en un Telefunken pegando la oreja al altavoz, algo mágico.

Y las mujeres, las niñas, qué papel jugaban en las escuelas, si es que tenían algún rol, claro…

Se educaba a ser machista si eras niño, o a la sumisión si naciste niña, siempre separadas en las clases, como si contagiaran, pero eso sí, era muy contradictorio ser chico, porque tus atributos masculinos te podían condenar al fuego eterno. La mujer carecía de esos riesgos. Te convencían de la gran suerte de haber nacido varón, gracias a Dios, así podías aprender para “ser algo en la vida”, una frase muy oída que venía a significar que si no eras estudioso no serías más que uno vestido con mono azul. A las niñas Dios las había destinado a otras misiones fundamentales: ser madres, pero antes ser buenas esposas sumisas, con claridad meridiana ellas aceptaban que su inteligencia era limitada pero utilísima para cuidar “con obediencia debida” la casa, para lo que debían ser convenientemente formadas “con flores a María”. Recibían una alienante educación destinada a limitar su emocionalidad, con la lógica complicidad de sus temerosas madres. Llamar un niño enfadado tonta a una amiga tenía un punto de verdad, eran educadas para tontas por tontas, aunque sus conocimientos en cantos religiosos y oraciones superaban al niño más aplicado. A alumnas muy dotadas para las matemáticas les decían que eso era cosa de hombres y que les bastaba con entender las cuentas de la compra.   

Describe en su libro una Huelva, la de los 50, que hoy muchos añoran. Cómo era aquella Huelva, cómo la ve desde la distancia hoy

Aquella Huelva era la del “usted no sabe con quién está hablando”, la de la censura de lo ya oficialmente censurado y la de la mediocridad más absoluta, pendiente de comprar el cupón de los ciegos y embobada de cuántos cohetes se disparaban indicando orejas cortadas por toreros. El que aún hoy haya nostálgicos es un signo para psiquiatras, porque la nostalgia tiene correspondencia con la edad, pero hay generaciones nostálgicas de algo que no vivieron, un fenómeno notable, sobre todo porque esos mismos parecen aceptar con mansedumbre que Huelva sea hoy la primera zona cancerígena de Europa tras Chernóbil mientras se enorgullece de patologías como el Rocío,  y hoy hay hasta regidores de izquierda que por primera vez en 150 años cambian nombre a una calle Paseo Sur, en un barrio declarado Bien de Interés Cultural —que alcaldes franquistas respetaron—, por nombre de sacerdotes. Huelva es el único lugar donde se oye  decir que gracias a Franco existe una paga extra de Verano, la llamada Paga del 18 de Julio. La incultura es por pereza, y la apatía era y es dominante. El miedo que impidió denunciar nombres y recuerdos y que obligaba a aplaudir con entusiasmo parece haberse transmitido genéticamente. Afortunadamente, en Huelva es cada vez más fácil encontrar al que piensa diferente, o sea… “sin el miedo en el cuerpo”.

Qué queda de aquel niño que se lanzó a tumba abierta a la vida desde su pueblo natal

Puede que un corazón cascado y una infinidad de nuevos enlaces neuronales. La vejez es maravillosa, tiene mala fama pero entre los cobardes que se rinden. Me estoy haciendo lamarkista: la función crea el órgano, no dejes de practicar. Eso permite estudiar el pasado, pero desconcierta si comparas con el presente.

Y cómo ve la Educación de hoy… el mundo estudiantil, los años venideros y la falta de salidas laborales de una juventud, antaño reivindicativa y hoy temerosa.

Cuando se aprobó la Constitución de Incumplimientos que sólo sirve para citarla éramos 3.500 millones en el Mundo, hoy vamos para 8.000. Creo que no se puede ser muy optimista. Mi generación ha sido la más maravillosa de la Historia a nivel científico, ha evolucionado un siglo cada año en descubrimientos y conocimiento de lo físico. Pero ha descuidado terriblemente la enseñanza de la moral —dicho en el sentido latino de mōris, costumbre—  criando a sus hijos con el “que tengan lo que yo no tuve”. Más que juventud temerosa yo la llamaría desesperanzada, a pesar de su formación, sabedora de modo inconsciente de que ahora son 10 para repartirse un metro. Esta es la única juventud de la historia que espera vivir peor que sus padres. Los botellones y la rebeldía son consecuencias lógicas comprensibles e inevitables.

 Por sus estudios de Medicina ¿qué opinión tiene sobre el estado pandémico que vivimos, y qué futuro nos espera?

Oiga lo que dice un político cualquiera, generalmente titular de una responsabilidad que desconoce  y dele la vuelta. La pandemia se está tratando de espaldas a la clase médica y con un exceso de sonrisas. El problema real es que se trata de una enfermedad planetaria con multitud de síntomas intratables causada por un retrovirus que evoluciona paralelamente a nuestros esfuerzos. Se está a punto de alcanzar el hartazgo, llevamos dos años de idéntica palabrería con una insensibilidad ya normalizada ante cifras de muertos. Para colmo, el posible remedio está en manos del capital, y capital y negocio marchan abrazados.

¿Cómo sería la escuela ideal desde el punto de vista de ese niño que fue y qué cambiaría hoy del sistema educativo y los nuevos revisionismos históricos?

Me envía usted directamente al paredón. Dicho suavemente, borrando del diccionario tres palabras: frontera, regionalismo y religión, o si lo prefiere, su liturgia. Si existe una fuerza imparable es imposible la existencia de un objeto inamovible. Y al revés. Es un axioma, no una teoría. Perdemos el tiempo en buscar diferencias, en pequeñeces y colorines de deficientes mentales, —aunque con facilidad para proveerse de masters—, y eso fomenta nuestro defecto capital: el desprecio al diferente, en España de una importancia dramática siempre a punto de romper en tragedia, resulta que sí era verdad lo de las dos Españas que hielan el corazón, aunque ahora hay dos en cada una de 17 taifas incompatibles en un Reino.

https://www.diariodehuelva.es/2021/09/19/santos-huelva-entrevista/