Jadraque (Guadalajara). El pueblo de la Alcarria que olvidó su campo de concentración

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El pueblo de la Alcarria que olvidó su campo de concentración

Un equipo de arqueólogos del CSIC ha comenzado a excavar los restos del campo de concentración de Casa del Guarda, en Jadraque (Guadalajara), donde tras la Guerra Civil el ejército franquista llegó a internar a más de 5.000 presos republicanos y del que apenas hay datos.

En Jadraque (Guadalajara) dos calles recuerdan hoy a sendos alcaldes del municipio en los años 30. “Una al lado de la otra”, remarca su actual regidor, Héctor Gregorio. El detalle no es menor. El primero de ellos, Fidel de la Peña, lo fue hasta que las fuerzas franquistas tomaron el municipio en marzo de 1937. Su militancia en la UGT acabó en una condena de 12 años tras un consejo de guerra y en un periplo de años por penales de todo el país. El segundo, Eladio de Agustín, tomó el bastón de mando a la par que el ejército entonces sublevado, más tarde vencedor.

85 años después de aquellos hechos, un grupo de arqueólogos se ha trasladado al municipio alcarreño para desenterrar, durante tres semanas de trabajos, una historia que comenzó a raíz del momento en que Jadraque cambió de regidor, en plena Guerra Civil, y de la que poco se sabe ya no en los libros de historia o en los archivos, sino siquiera en el propio pueblo. “De lo del campo de concentración, hasta que no se puso en contacto Luis conmigo, no sabía nada”, cuenta el actual alcalde entre jaras, encinas y robles que semiesconden los restos de los barracones que albergaron a los soldados a cargo del mismo.

Luis Antonio Ruiz Casero es quien llamó al alcalde de Jadraque para plantearle el proyecto. Doctor en Historia y arqueólogo, codirige junto a Alfredo González-Ruibal —probablemente la figura más reconocida de la Arqueología del Conflicto y de la Guerra Civil en España— las excavaciones que el Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit), adscrito al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), comenzó este 4 de abril.

Para él, es ese olvido y la falta de conocimiento sobre este campo de concentración, donde llegó a haber simultáneamente más de 5.000 presos republicanos en durísimas condiciones, lo que hace especialmente interesante la excavación que codirige. “Hay muy poca documentación escrita— relata junto a los restos de las construcciones militares—, no sabíamos ni cómo era, solo había un par de vagas referencias generales sobre campos de concentración en España en un par de libros”. Por no haber, “no hay ni testimonios”, indica la arqueóloga Candela Martínez a unos 300 metros al oeste de las construcciones militares, el lugar donde se ubicó el campo de concentración y donde el equipo va a centrar su actividad.

Entre dos ejércitos

Jadraque fue uno de los puntos de máxima penetración de las columnas sublevadas del general Mola en la provincia de Guadalajara tras el alzamiento militar de 1936. “Los soldados franquistas que venían de Soria y Castilla la Vieja para tomar Guadalajara capital, cuando se acercan, se dan cuenta de que ya han caído los soldados que se habían sublevado allí y se dan la vuelta”, relata Ruiz. Ocupada brevemente por voluntarios falangistas y tropas sublevadas, el pueblo continuó en manos republicanas hasta la Batalla de Guadalajara, en marzo de 1937.

Aquella maniobra, el tercer intento de Franco de tomar Madrid envolviendo la ciudad, en este caso desde el norte hacia Guadalajara con la idea de tomar la carretera de Valencia y aislar la capital, fracasó, pero los franquistas sí adelantaron algo el frente hacia el sur. Jadraque quedó bajo su control, a escasos kilómetros de la primera línea.

Aquel avance estableció una guarnición y un puesto de mando de batallón en torno a una casa de campo conocida como la Casa del Guarda, a escasos metros de donde hoy excavan Candela, Luis y el resto del equipo del Incipit-CSIC, a unos 3 kilómetros de Jadraque, en un paraje que hoy copan jaras, encinas y robles y solo habitan jabalíes y corzos.

A mediados de 1938, con el frente estabilizado, los militares franquistas decidieron fortificar el lugar. “En el verano de 1938 hay un relevo de divisiones y envían a un batallón de trabajadores para fortificar, probablemente para construir esto”, cuenta Luis Antonio Ruiz junto a los resto de los barracones de piedra y ladrillo construidos para albergar a un batallón de tropas franquistas, unos 600 hombres. “¿Y qué era un batallón de trabajadores? Prisioneros de guerra republicanos, del frente norte, que habían caído en manos del ejército franquista con la caída de aquel frente”, prosigue el codirector de la excavación.

Ese fue el origen de la posición donde hoy trabaja el grupo de investigadores, instalaciones que albergaron durante meses a unos 800 hombres, en unas condiciones muy duras, vigilados por integrantes de todo un batallón franquista ubicado de forma permanente junto al campo de concentración.

La vida en un campo de concentración

Conocer cómo se vivió allí es uno de los objetivos del proyecto. “No tenemos claro cómo era la techumbre. No hay restos de tejas ni de vigas, puede ser que fuesen lonas o techumbre vegetal”, apunta Candela Martínez. “No se puede descartar, igual que pasaba en el campo de concentración de Castuera, que hubiese gente en barracones y gente al raso. En Castuera hay todo un sector al que los franquistas llamaba en tono irónico Villaverde”, indica por su parte Carlos Marín, arqueólogo de la Universidad de la República de Uruguay, que ha cruzado el charco para unirse al grupo del Incipit-CSIC, como ya ha hecho en anteriores ocasiones. “Aparte de la pobreza del contexto, los barracones de los presos son muy pobres, muy irregulares; recuerdan a construcciones militares, a refugios de tropa semiexcavados para refugiarse de la artillería, pero en este caso para refugiarse del frío”, prosigue el codirector de los trabajos.

A pesar de su más que probable insalubridad, esa forma de construcción es, sin embargo, una suerte para el grupo de arqueólogos. Comparado con otros campos donde el equipo ha trabajado anteriormente, como es el caso del de Castuera (Badajoz) mencionado por Marín, un campo mucho más grande y duradero en el tiempo, similar a los que años más tarde levantaría el ejército nazi, “los restos de aquí son de mucha más entidad porque están excavados en el suelo, mientras que allí eran barracones de madera que en un momento dado se desmontaron y lo único que queda visible son las vigas en el suelo”, señala Ruiz.

Aunque el campo extremeño era mucho más grande —acogió a entre 8.000 y 20.000 prisioneros, según las fuentes—, las cifras de Casa del Guarda no dejan indiferentes. Si bien en las instalaciones iniciales vivían unos 800 presos que sirvieron al ejército franquista de fuerza de trabajo para construir edificaciones, caminos, carreteras, fortificaciones y trincheras, con la caída de Madrid y el derrumbe de las líneas republicanas en abril de 1939 el campo acogió de repente a muchos más, llegados de las filas de la 12 División del IV Cuerpo del ejército republicano, a cargo hasta entonces de Cipriano Mera.

“En el momento de máxima ocupación estimamos unas 5.000 personas, porque hay censados unos 4.000 y pico presos, más los del batallón de trabajadores que continuaban allí”, señala Ruiz. Fue un momento de hacinamiento y de afluencia masiva que duró, según los investigadores, unas dos semanas, cuando el ejército franquista capturó a miles de soldados de un ejército que se había rendido. “Tuvieron que improvisar qué hacer con tanta gente de golpe”, explica Candela Mártinez. Fue el paso inicial por el que las autoridades franquistas pusieron en marcha la gigantesca maquinaria represiva de la posguerra que llevó a miles de personas a prisiones, campos de trabajo y de concentración, o al paredón.

De hecho, el de Jadraque es solo una pieza más de todo ese sistema. Las cifras que maneja el investigador Carlos Hernández en su estudio Los campos de concentración de Franco, publicado en 2019, hablan de 296 instalaciones de este tipo documentadas en la inmediata posguerra, con una población de entre 700.000 y un millón de personas, de una población total del país de 20 millones en aquellos años. Y la falta de luz sobre todo aquel proceso es llamativa. Como señala Ruiz, “fue un fenómeno tan masivo y generalizado que llama la atención el desconocimiento enorme que hay de esto”.

Excavar en el olvido

Aunque el campo de concentración ha caído en el olvido en la Alcarria —que no la posición militar, cuyos barracones de piedra hoy se conservan en pie—, el mérito de su hallazgo recae en dos investigadores y aficionados a la historia locales: Alfonso López Beltrán y Julián Dueñas. Fueron ellos quienes dieron con la ubicación exacta y contactaron con el equipo del Incipit-CSIC que ha derivado en el proyecto que estos días acontece en el lugar.

Los trabajos, por el momento, se ceñirán a tres semanas de excavaciones y varios puntos concretos, dados los fondos con los que cuenta: 10.000 euros de subvención de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, más el personal del Incipit-CSIC y colaboradores de centros de investigación, como el caso de Carlos Marín, llegado desde Uruguay, o de Xurxo Ayán, de la Universidade Nova de Lisboa, además de la colaboración del Ayuntamiento de Jadraque.

Por el momento han comenzado con dos barracones de presos. “Hay que elegir lo que creemos que tiene más potencial. Todo no lo podemos excavar”, explica Martínez. Pero aunque los trabajos serán por el momento limitados, esperan que los frutos sean importantes dada la falta de información sobre el complejo: “Los datos que podamos sacar de cómo eran las condiciones de vida y de cómo eran los barracones le da un punto a la información más valioso. La historia habitualmente se hace con documentos, pero cuando no hay documentos la materialidad suple un vacío importantísimo”, incide Luis A. Ruiz.

Más lejos queda la posibilidad de musealizar y señalizar el complejo, aunque desde el Ayuntamiento de Jadraque se muestran interesados. Como indica el alcalde, “tocándolo con tacto, yo creo que sí; al final, es historia”. “Nos gustaría, a ver si el año que viene”, finaliza Ruiz.

https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/pueblo-alcarria-olvido-campo-concentracion

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Arqueólogos del CSIC hallan un campo de concentración franquista intacto en la España vaciada

Más de 4.000 presos vivieron semienterrados, hacinados y mal alimentados en un monte de Guadalajara, en el que se conservan desde abril de 1939 los restos de aquel infierno

Hay tan poca gente que los corzos se dejan ver a las once de la mañana, sin miedo ni prisa al cruzar la carretera que en la siguiente curva perderá el asfalto y se convertirá en una pista de tierra. El último pueblo que hemos dejado atrás, muy próximo a la carretera de Barcelona, está vacío a la espera del verano. Por esta parte de La Alcarria no pasó ni Camilo José Cela en su famoso viaje. Está tan abandonada que no hay ni basura. Los únicos restos que nos encontramos son las latas de conservas que dejaron los soldados franquistas y pequeños vestigios de los prisioneros del campo de concentración que vivieron el último de sus días en este bosque de carrascas y quejigos.

En los mapas que señalan los 300 campos de concentración franquista no hay una localización exacta del de Jadraque, en Guadalajara. En el pueblo lo conocen, han jugado de niños en los barracones de piedra en los que vivieron los soldados del ejército de Franco. Son los únicos que quedan en pie, ensartados por las ramas de los árboles y los matorrales que crecen sin freno y esconden la memoria de la humillación y la represión.

Donde no era habitual ver a los vecinos era en los casi 30 túmulos que aparecen a ambos lados de un camino muy estrecho. En tiempos de máxima ocupación llegaron a albergar a más de 4.000 personas, que debieron de vivir en unas condiciones pésimas en estos agujeros horadados en el suelo. Son franjas que han sido tomadas por la vegetación y ahora descubiertas por el grupo de arqueólogos del Incipit-CSIC, liderado por Alfredo González-Ruibal y Luis Antonio Ruiz, con financiación para tres semanas de trabajo de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática.

Un crimen de guerra

No ha pasado el tiempo ni las personas y los restos se mantienen congelados sobre el terreno y debajo de la maleza. Ahora el equipo de ocho personas mueve tierra y arbustos para descubrir las condiciones en las que estuvieron desde 1937 los prisioneros. Los sublevados primero usaron a los reclusos republicanos capturados en el norte para levantar los barracones de los soldados franquistas, que luchaban en el frente de Guadalajara. Luego, entre marzo y abril de 1939 se convirtió en campo de concentración. Uno de cada 20 españoles estuvo prisionero en uno de ellos entre 1937 y 1939, cuenta Luis Antonio Ruiz.

“Lo del campo de concentración no lo conocíamos”, dice el alcalde de Jadraque, Héctor Gregorio Esteban (PSOE). Fueron los investigadores locales Alfonso López Beltrán y Julián Dueñas quienes descubrieron las excavaciones en la tierra y los documentaron con un vuelo de dron. Una vez revisaron el Archivo General Militar de Ávila y los datos del Instituto Geográfico Nacional encontraron documentos que hablaban de la existencia en el monte de un puesto de mando, una central de transmisiones y un campo de concentración. Aquí hubo desde mayo de 1938 efectivos de la 74 División, el 131 Regimiento Bailén y la 73 División. Hasta marzo de 1939 hay censados un total de 4.338 prisioneros.

Es decir, fue un recinto militar durante la guerra y, a partir de 1939, un campo de concentración efímero e improvisado, usado para concentrar a los soldados que se rendían en masa. Cuentan los expertos que los barracones se acabaron a finales de 1938, cuatro meses antes de que acabara la guerra. “Es el inicio de un periplo infernal que podía extenderse durante una década o acabar con la muerte. A partir de este bosque entraban en una cadena operativa que les llevaba por cárceles o campos de trabajos forzados. Todos estos centros son las factorías donde se elimina al sujeto que no puede ser incorporado al nuevo Estado”, resume Alfredo González-Ruibal a este periódico.

“Este campo de concentración es una prueba de crimen de guerra, claramente. Aquí no se cumplieron las condiciones mínimas de tratamiento de los prisioneros de guerra. Estuvieron en zanjas, vivieron semienterrados, hacinados y mal alimentados. Si lo viéramos en Ucrania nos llevaríamos las manos a la cabeza”, asegura González-Ruibal. Vivían en madrigueras, rodeados por una cerca de alambre de espino. Nada que ver con la imagen popular de los campos del nazismo, organizados en barracones y calles trazadas. “Los tenían como si fueran ganado”, indica Luis Antonio Ruiz.

Memoria intacta

Para el grupo de trabajo, el hallazgo es único porque se conserva intacto. Dicen que es difícil encontrar otro con una entidad material similar a la que hay en Jadraque. Se conservan trincheras, un campamento militar, un campo de trabajos forzados y el campo de concentración. Es un sitio de memoria, pero también de patrimonio. Apenas bastaría con clavar los carteles para museizar el lugar, bromean por el estado de conservación en el que se encuentra. Solo la voluntad política puede hacer realidad que este sitio no desaparezca.

“Los restos que han quedado son de mucha identidad”, dice Ruiz, al que le llama la atención la falta de conocimiento que hay sobre los campos de concentración franquistas. “Fue un fenómeno masivo, prácticamente todo el mundo tenía uno a la puerta de su casa”, asegura el arqueólogo que está convencido de que en los próximos días irán apareciendo elementos decisivos para comprender cómo sobrevivieron a las inclemencias los presos en unas condiciones infrahumanas. El invierno de 1937 fue el más frío de los años treinta.

La causa del olvido, sostienen los arqueólogos, es el franquismo. “Tuvo muchos años para naturalizarse y para hacerse pasar por un régimen desarrollista de un autoritarismo blando. Luego, la Transición tampoco ayudó a denunciar el borrado de los hechos”, comenta Ruibal. Por si fuera poco, la represión de los vencidos en las poblaciones cercanas al campo de concentración no debió ayudar a mantener el recuerdo de un lugar infernal. Aquí se clasificaba a los prisioneros por su identidad política. Si eran leales, afectos al régimen o si había que fusilarlos. Los arqueólogos no esperan encontrar restos de cuerpos humanos porque los mataban en lugares apartados.

Un lugar de silencio

En las fotografías aéreas que hizo la aviación norteamericana en los años cuarenta y cincuenta se observa un terreno bien diferente a la frondosa extensión que tenemos delante. En aquellas imágenes no hay ni rastro de la mancha verde que encontramos en los mapas actuales. La mayoría de los lugares traumáticos de la Guerra Civil fueron reforestados después de 25 años, invisibilizados y silenciados.

Además, lo normal es que estos espacios de represión se reciclen. No es el caso. Ha quedado congelado en el tiempo, escondido por el bosque que ha hecho el trabajo sucio y ha ocultado los crímenes. “La guerra pasó a ser un tabú. No querían hablar nada. Ayudó a que esto se olvidara”, dice el alcalde de Jadraque.

Y después llegó el éxodo a las ciudades. El momento en que más población hubo en esta zona fue durante la guerra civil. La población se marchó y la memoria que resume la guerra y el inicio de la posguerra más terrible quedó envasada al vacío.