Así se organizaban los presos republicanos en el campo nazi de Mauthausen

Este testimonio forma parte de una serie artículos que ‘Público’ ofrece como avance editorial de ‘Los últimos españoles de Mauthausen’ publicado por ‘Ediciones B’.

Público | Carlos Hernández | 22-01-2015

El factor decisivo para salvar el mayor número de vidas entre las filas de los prisioneros españoles fue, sin duda, la solidaridad. Una solidaridad que abarcó todos los grados imaginables, desde compartir con el compañero una patata en la penumbra de la barraca hasta lograr esconder las pruebas de los crímenes que se cometían en el campo, y que servirían para condenar a decenas de responsables nazis en los juicios de Núremberg y Dachau.

El deportado barcelonés José Alcubierre lo resume así: “El que podía ayudaba mucho. Todos no podían porque había quienes trabajaban en sitios de los que no se podía sacar nada. Hubo compañeros que nunca dejaron de ir a la cantera y esos recibieron mucha ayuda. El que tenía posibilidad de echar una mano siempre lo hacía. No solo era con comida; los zapateros, por ejemplo, te arreglaban los zapatos cuando podían. Formábamos pequeños grupos. Yo tuve que estar unos días en la enfermería y allí apenas comía. Estaba con dos madrileños y dos aragoneses que siempre conseguían robar patatas o un poco de salchichón. Me esperaban y por la noche nos juntábamos y nos lo comíamos a escondidas, bajo las mantas”.

En sus comienzos, la organización clandestina de los prisioneros apenas era capaz de planificar algunos pequeños robos de comida y controlar su posterior reparto entre los prisioneros más debilitados. Fue con el paso del tiempo cuando su poder creció, en la medida en que los españoles fueron accediendo a puestos clave en la estructura del campo. Allí veían mejorar notablemente sus condiciones de vida, podían robar alimentos, escuchar noticias sobre la marcha de la guerra o alcanzar otros objetivos que contribuyeran al bien común. 

Según recuerda Alcubierre, la clave de su éxito fue la disciplina: “Yo ocupaba ya un puesto de trabajo bastante privilegiado y, un día, un civil austriaco me regaló un reloj. Uno de los responsables de la organización me lo vio cuando regresé al campo y me preguntó: “¿De dónde lo has sacado?”. Antes de contestarle yo ya me lo estaba quitando. Se lo di sin rechistar. El reloj sirvió para sobornar a alguno de los enfermeros del campo ruso y salvar algunas vidas.Eso era la solidaridad y la organización“.

Desde finales de 1943, esa precaria estructura clandestina se fue consolidando. Tres españoles ocuparon puestos clave en las oficinas administrativas del campo, donde falsificaban papeles para enviar a los presos más débiles a lugares de trabajo menos exigentes y obtenían valiosa información que permitía salvar vidas. Pero, sin duda, el gran símbolo de la resistencia clandestina fue la operación para preservar las fotografías que probaban las atrocidades cometidas por los SS.

Los españoles Francesc Boix y Antonio García, que trabajaban en el laboratorio fotográfico del campo, consiguieron sacar un gran número de negativos y hacérselos llegar a la organización.

El último reto era sacar ese material del campo y guardarlo en un lugar seguro hasta el final de la guerra. José Alcubierre, junto a Jacinto Cortés y Jesús Grau, se encargaron de hacerlo. A José se le ilumina el rostro de orgullo cuando recuerda su gesta. 

Los tres amigos trabajaban fuera del campo y consiguieron sacar las fotos delante de las narices de los SS: “Sabíamos que si nos cogían nos mataban, ahí no había perdón posible. Hicimos tres paquetitos, uno para cada uno, y cada cual se lo escondió donde pudo. A nosotros casi nunca nos registraban cuando salíamos del campo, así que conseguimos hacerlo. Trabajábamos en una cantera pequeña, de la empresa Poschacher, en la que teníamos una barraca para guardar material. Y allí las escondimos. Algún tiempo después nos separaron y nos mandaron a trabajar a otros sitios, así que decidimos mover el paquete. Yo tenía cierta amistad con una de las hijas de la señora Pointner, una vecina del pueblo que no simpatizaba con los nazis. Así que primero le pregunté a ella si creía que su madre querría guardar las fotografías. Me dijo que sí, de modo que me fui a ver a Anna con el paquete y ella, efectivamente, accedió a esconderlo”.

Días antes de la llegada de las tropas estadounidenses, los SS quemaron el material acumulado en el laboratorio fotográfico. No podían imaginarse que centenares de copias estaban a buen recaudo y, tras la guerra, serían utilizadas como prueba en los juicios contra los máximos responsables del Reich y del propio campo de Mauthausen. 

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