Barbate (Cádiz). «No nos dejaron conocerte». El asesinato de don Francisco

Una valla y dos jarrones custodian el único enterramiento en el suelo que hay en el camposanto barbateño, siendo los restos de Francisco Javier Tato Anglada y los que yacen sin concerse aún hoy las causas reales de su muerte.

LA VOZ DEL SUR | LUIS ROSSI | 21-8-2017

21 de agosto de 1936. La muerte se cierne sobre la aldea de Barbate, dependiente de la administración de Vejer. Por la carretera en una curva después de pasar el Santuario de la Oliva -a la altura de la actualmente conocida como Venta El Loro-, una camioneta se detiene. Un hombre se baja y dos guardias le siguen. A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde y sonó un disparo.

Cualquier persona que pasee por el cementerio parroquial de Barbate, podrá encontrar, amén de las hileras de nichos con los restos mortales de los difuntos de la zona, con un único enterramiento. De todos los difuntos cuyos cuerpos descansan en el camposanto barbateño, solo uno yace en el suelo. Una lápida de mármol vallada, con una cruz y un epitafio misterioso señala la fecha de la muerte de don Francisco Javier Tato Anglada.

En las elecciones del 16 de febrero de 1936 resulta vencedor en Vejer el Frente Popular. Francisco Salgueiro sería nombrado alcalde y, entre otros ediles, un tal Francisco Tato de Izquierda Republicana, sería escogido como alcalde pedáneo de Barbate. Tato Anglada era un farmacéutico procedente del mundo militar (adscrito a la Capitanía General de la 2ª Región Militar de Cádiz), hijo del militar Dionisio Tato, que llegó a finales de los años 20 a la aldea barbateña ostentado la  propiedad de una farmacia en la calle Prim, tal y como cuenta Santiago Moreno y Francisco Javier Navarro en su libro Vida y muerte de los alcaldes del Frente Popular en la provincia de Cádiz.

Destapando la corrupcción

En 1933 solicita el puesto de Farmacéutico Titular Municipal, que conllevaba el cargo de Inspector de Sanidad local. Su deber como vigilante de lo que en ese lugar pasaba, le hizo granjearse algunos enemigos, ya que denunció posibles casos de corrupción en el Matadero municipal o la venta de leche adulterada por parte de algunos vecinos. Quizás la denuncia más relevante es la que tiene que ver con los médicos Francisco Valencia, Patricio Castro y el farmacéutico Manuel Guerra. Según apuntan los investigadores, tras las consultas en el Archivo de Vejer, Tato hace una denuncia a Valencia Recio por recetar a cargo de la Beneficencia Municipal diciendo a los vecinos “que fuese a la Farmacia Guerra y que si venía a esta Farmacia -la de Tato- no volvería a hacerle más recetas de Beneficencia”.

Al parecer la citada farmacia no llevaba abierta más de tres años “y según la ley tanto para recetar como solicitar dinero por las mismas de la Beneficencia debe estar instalado en la localidad un tiempo mínimo, cosa que al parecer no era así”. Finalmente, también hace una denuncia a un barbero por hacer las veces de practicante “sin el correspondiente título facultativo” y protegido “por el médico Patricio Castro”, falangista local.

Así, en julio del 36, cuando un grupo de militares dieron un golpe de Estado, todos los ojos estaban puestos en Tato Anglada que como alcalde, además, emprendió ciertos proyectos de relevancia que, si bien no le dio tiempo a ver hechos realidad, con el tiempo se irían haciendo. La intención principal, según se percibe de su programa político, era dotar a la aldea de las infraestructuras necesarias tanto urbanística como en materia sanitaria, así como la creación de un Mercado, una Casa de Socorro o una revisión de la Beneficiencia “para que únicamente los pobres disfruten de ella”.

Golpe de Estado y detención

Hasta el 20 de julio del 36, los carabineros, con el capitán Enrique Letrán a la cabeza defienden al pueblo ante las tropas de los Regulares. Según la familia, a Tato lo detuvieron cuando intentaba huir en una barca hacia Tánger, aunque otros miembros de la familia no opinan lo mismo y aluden a que fue detenido en su casa, donde se hallaba con su mujer y sus hijas.  

Moreno y Hernández, tras revisar la causa abierta incoada por los Tribunales Militares sublevados a Francisco Javier Tato, descubren que el 20 de agosto llega a la Prisión de Cádiz una notificación desde el Gobierno Civil donde se indica que “Tato Anglada sea entregado a las autoridades para su traslado a la prisión de Barbate”. Su padre, según la familia, movió todos los hilos necesarios para salvar a su hijo y hasta el 21 de agosto estuvo preso en la cárcel militar del Castillo de Santa Catalina. El 21 de agosto, dejó la prisión “con relativa tranquilidad o al menos eso nos señala el hecho de que marchó con todas sus pertenencias entregadas a su salida: maleta, ropa, su anillo de oro y 190 ptas”. Quizás, confiado en que el reclamo podría ser por parte de sus vecinos, algunos miembros de la Falange, como es el caso de Agustín Varo o Patricio Castro. Sin embargo, nunca llegó con vida.

Ya el 31 de agosto la esposa de Tato, Catalina Avilés, requirió al Juez Instructor, Cipriano Briz, una reclamación para ver qué había sucedido con su marido durante el traslado a Barbate. Éste, ante la extrañeza de su solicitud, lo requirió pidiendo información al Comandante Militar de Vejer, José López Fernández, el cual indicó en un oficio que Tato Anglada “falleció al ser conducido a la cárcel de Barbate por fuerza de Carabineros y Guardia Civil, y apearse del vehículo para verter aguas, previa autorización de la fuerza, emprendió vertiginosa carrera para huir y como viera la fuerza que se fugaba, le hizo fuego cayendo muerto en el acto”.

Incógnitas del asesinato

Para los investigadores, esta versión, aunque oficial, les hace plantearse otras cuestiones referentes a lo que pasó realmente con el farmacéutico. Se extrañan de la falta de documentación oficial sobre la solicitud del traslado a Barbate, y quizás “lo más importante y lo que abre la puerta para desmontar el hecho de la hipotética huida y la aplicación de la ley de fugas”. “Si su muerte fue por tal motivo, ¿por qué no se comunicó en el mismo día o al día siguiente -21 ó 22 de agosto-, a la prisión de Cádiz o al Juez Instructor?”, se cuestionan Moreno y Hernández. Algo que les resulta cuanto menos confuso, además, es la la existencia de un documento, sin paginar y escrito a mano con el siguiente encabezado “Hablar con González”, donde se alerta de la muerte del preso Tato Anglada cuando en la prensa de Cádiz se publicaba la esquela por su fallecimiento.

Testimonios de la época, relatan acontecimientos que no dejan en buen lugar a las autoridades del momento y que, quizás por lo mórbido, puede resultar dañinos para la figura de Tato Anglada. Lo cierto es que el desagravio fue más allá de la muerte; no le permitieron a la familia enterrarlo en un nicho ni proporcionarle un ataúd, por lo que lo sepultaron envuelto en un coy, o hamaca marinera, en el suelo del camposanto.

De alguna manera, hace unos años se hizo justicia a la memoria del alcalde pedáneo, con la titularidad de una plaza donde tiempo después su viuda erigiera una nueva farmacia. Al acto acudieron familiares, como una de las hijas del Tato y con todos los honores se le rindió tributo. No obstante, todavía hoy el oscurantismo se cierne sobre qué le ocurrió al farmacéutico y quiénes fueron los responsables de su muerte. Quedando un vacío histórico de la memoria ante la falta de conocimiento, quedando como un desenlace sin esclarecer, al igual que reza en su epitafio: “no nos dejaron conocerte”. 

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