AUTORRETRATO DE ESPAÑA DESDE EL DESTIERRO
El filólogo y ensayista, autor de obras de interpretación histórica tan fundamentales como ‘La realidad histórica de España’, es uno de los grandes pensadores que, a pesar del destierro, consiguió replantear la crónica de España. Castro había nacido por azar en Brasil, pero su infancia y juventud se desarrollan en Granada, ciudad que guardará siempre entre sus mejores recuerdos. Desde su exilio en Estados Unidos mantendrá con Claudio Sánchez-Albornoz, otro historiador expatriado, una interesante batalla sobre la Historia de un país en la lejanía. Desde Estados Unidos, Américo Castro reivindicará la importancia de lo español y será uno de los personajes fundamentales en recuperar el prestigio de la cultura española.
Es curioso que uno de los debates más jugosos entre historiadores sobre el ser y el alma de España, el de Américo Castro y Claudio Sánchez-Albornoz, tuviera lugar fuera de España. Ambos pensadores se encontraban en el exilio, Castro en Estados Unidos y Sánchez-Albornoz en Argentina, así que esta sugerente historiomaquia se produce en ese espacio en el aire con el tiempo suspendido que es el destierro. Mientras, en la España franquista se construía con falsos andamiajes las teorías apologéticas del Imperio español y las teorías de la gran España.
Todo comienza cuando Castro publica España en su Historia, luego reeditado con el título definitivo de La realidad histórica de España. Las teorías de Castro provocan que Sánchez-Albornoz escriba una réplica, su anti-Castro se podría decir, con otra obra monumental e interesantísima, España, un enigma histórico.
Quizás fuera la lejanía lo que impulsó al viejo Américo Castro a atreverse a reinterpretar España, a escribir sobre la Historia de un país que lo había expulsado. Es cruel imaginar al sabio escribiendo su monumental obra sin poder consultar los documentos y legajos en los archivos españoles. Pero era precisamente esa distancia la que hacía que naciera esa necesidad por contar España de otra forma.
Américo Castro lo confesaba años más tarde en De la España que aún no conocía (México, 1972): «La distancia y el dolor son grandes maestros». Sí, era esa distancia la que creaba el desasosiego. Y algo más, un estremecedor análisis sobre el supuesto cainismo en la Guerra Civil: «Contemplando a España desde lejos y en la profundidad de sus siglos, he aprendido que es falso que haya dos Españas. La dualidad de que se habla es resultado de un espejismo, de un delirio siniestro, en el que el asesinado pretende asesinar a su doble y en realidad se suicida. Cada uno mata en el otro al perverso y al inútil que lleva en sus entrañas».
En ese espejismo había intentado contemplarse aquel erudito expulsado de España, otro brillante personaje exiliado. ¿Qué vería Américo Castro en ese espejo? ¿Quizás la Granada de su infancia?
Infancia granadina
Castro había nacido en Río de Janeiro, pero sus padres regresaron a Granada cuando él sólo contaba cuatro años. Allí es donde se desarrolla su infancia y juventud. En la ciudad andaluza se licencia en Derecho y Filosofía y Letras por la Universidad de Granada en 1904.
Castro marcha a Madrid y gana en 1915 la cátedra de Historia de la Lengua Española. Ya entonces demuestra inquietud por la Historia. Amplía estudios en La Sorbona e imparte clases en Berlín, donde ejerce como embajador entre 1931 y 1932.
Américo Castro será uno de los personajes fundamentales de una de las instituciones clave del siglo XX, un lugar en el que se cocería el espíritu de la Edad de Plata:el Centro de Estudios Históricos, que dirigía Menéndez Pidal, maestro de Castro.
Pero aquel mundo desaparecerá con el conflicto bélico. Entonces se inicia el exilio de Castro. Primero da clases en Buenos Aires, en Río de Janeiro, Texas y en 1940 se traslada a New Jersey donde obtiene la cátedra de Lengua y Literatura española en la Universidad de Princeton. Será allí donde escriba su ambiciosa obra de reinterpretación histórica.
Cuando llega a Princeton, Castro percibe el escaso ‘prestigio’ de lo español frente a la cultura anglosajona, la francesa o incluso la alemana, a pesar de la guerra. Precisamente, la lección inaugural que dio en Princeton versaba sobre el sentido de la cultura española: The meaning of Spanish Civilization.
Cuando se jubila en 1953, con 68 años, seguirá enseñando como profesor emérito y en calidad de profesor visitante en Middlebury College. También viajará a Venezuela, Francia, Italia y Alemania para dar conferencias. La Universidad de Houston o San Diego serán otros de sus destinos hasta que en 1958 decida volver a España por motivos familiares. Fijará su residencia en Madrid y pasará los veranos en Mallorca o en la Costa Brava donde encuentra la muerte en el verano de 1972 en el pueblecito de Lloret de Mar.
Durante todos estos años de exilio, Castro realiza una aportación fundamental al estudio de España. Y escribe: «Ya en 1936 comencé a darme cuenta de nuestra ignorancia acerca de nosotros mismos; ni sabíamos quiénes éramos, ni por qué nos matábamos unos a otros (…). Años más tarde emprendí la tarea –para tantos irritante– de averiguar el motivo de nuestro crónico cainismo».
Reinterpretación
De ahí nacen libros como La realidad histórica de España, que revolucionó los estudios históricos y a nadie dejó indiferente. Como ocurrió con tantos desterrados, el exilio supuso un cambio radical de su obra. Según Vicente Llorens, otro ilustre exiliado, el destierro amplió sus horizontes, determinó su reinterpretación histórica: «Es poco probable, a mi parecer, que el nuevo rumbo del pensamiento histórico de Castro se hubiera podido producir dentro del marco del Centro de Estudios Históricos de Madrid. Entre la España del Cid de Menéndez Pidal y el papel que en Castilla tuvo Cluny, según Castro, hay una oposición irreductible. Al romper consigo mismo, Castro rompía con maestros y colaboradores».
Por eso, su libro replantea muchas ideas anteriores, desmitifica, cuestiona, se arriesga en sus interpretaciones. Javier Malagón en el libro El exilio republicano de 1939 explica la obsesión de Castro: «Reexaminar nuestra Historia que, en general, había tenido un sentido ‘triunfalista’. Hoy tenemos que aceptar de Castro que los siglos del Imperio no fueron tan gloriosos cuando, por ejemplo, en él existían españoles de segunda clase como lo eran los conversos».
La importancia que Castro da a judíos y andalusíes en la concepción de lo español es el argumento que enerva a Sánchez-Albornoz desde su exilio en Argentina, también a otros historiadores como Rafael Altamira o Vicens Vives. La razón del conflicto intelectual entre Castro y Sánchez-Albornoz se debe a esa relevancia que Castro daba a judíos y árabes –una España heterodoxa– en la concepción de lo hispánico frente a Albornoz que criticaba que cimentara las bases de la cultura y la identidad española en el mito de las tres culturas. Albornoz defendía la Reconquista como elemento clave de lo español. «Conocí algunos capítulos de tal obra antes de que apareciera, porque la editó en la Argentina, y me permití escribir a Américo diciéndole: ‘Eso no es así, eso otro tampoco’. No me hizo ningún caso, claro está, pero la publicación del libro me creó un ingrato problema de conciencia», confesó Sánchez-Albornoz en Del ayer y del hoy de España.
Para bien o para mal, Castro dejaría una profunda huella. Uno de sus discípulos, Juan Marichal escribió que Castro «creía captar dramáticamente la palpitación misma del vivir histórico español». Quizás el pálpito que vería un día en ese espejismo llamado España.
CABEZA DE CABALLERO DEL SIGLO DE ORO ESPAÑOL
«Los olivares graves y bronceados, las estepas hoy inertes entre Aragón y Cataluña, por las que caminan enemistades seculares, los ríos, las montañas… Hagamos de nuestra tierra un cielo, y no el infierno que ahora es», escribía Américo Castro convirtiendo los paisajes perdidos, en la geografía huidiza sobre la que escribiría su reflexión sobre la esencia de España.
Sin duda, Américo Castro es uno de los grandes personajes de la Historia del pensamiento español, un personaje además agrandado por el exilio, que para él no funcionó cruelmente como puente para el olvido, sino para todo lo contrario.
Castro aparece en muchas de las memorias de los protagonistas de aquel tiempo. Como ocurre con los Recuerdos y olvidos de Francisco Ayala, quien describe al filólogo como un galante seductor e incluso narra una jugosa anécdota en la que Castro intentó flirtear con una estudiante escandinava, que se rió del viejo profesor y éste terminó muy enojado. El viejo seductor cuidaba mucho su imagen: «Don Américo se había hecho –como dicen los franceses– una tête de caballero español del Siglo de Oro, que le iba muy bien a su pequeña fama de don Juan».
José Moreno Villa en Vida en claro describía su particular personalidad: «Américo era un hombre difícil y hasta antipático para muchos…, gozaba creando conflictos; defendía casi siempre causas justas, pero de un modo impertinente o en una ocasión inoportuna».
Carmen de Zulueta, otra exiliada, relata sus encuentros con Castro: «Antes de escribir este libro [La realidad histórica de España] Américo Castro tuvo una visión. Yo lo compararía a un San Juan de la Cruz laico, si esa comparación es posible. De repente, Castro vislumbró algo nunca vislumbrado: la Historia de España se había concebido de una manera absurda. Había que volverla a escribir».
Zulueta coincidió varias veces con Castro y en sus memorias Compañeros de paseo relata el temor que la esposa del ensayista, Carmen Madinaveitia, tenía de que su marido y su ‘enemigo’ Sánchez de Albornoz –que estuvo un tiempo en el Instituto de Altos Estdios de Princeton– coincidieran en los pasillos. Finalmente, relataba la muerte de Castro. «Había muerto de un ataque cardiaco al entrar en el mar en la Playa de Aro en Cataluña. Muerte apropiada para ese combatiente de la historia que luchó hasta el último momento en la defensa de su nueva historiografía».