LA ACTRIZ DE LA DIÁSPORA REPUBLICANA
La actriz sevillana tuvo una prestigiosa carrera durante la Segunda República llegando a participar en las versiones castellanas en Hollywood. Ana María Custodio (Écija, Sevilla, 1908- Madrid, 1976) fue una de las actrices preferidas de la productora Filmófono, creada por Urgoiti y respaldada por Buñuel, donde intervino en ‘Don Quintín el amargao’ o ‘¡Centinela, alerta!’. Durante la Guerra Civil, rodó ‘Nuestra Natacha’, luego prohibida en 1939. Custodio tuvo que marcharse a México donde siguió con su carrera de forma irregular. Custodio fue novia de Edgar Neville y se casó con Gustavo Pittaluga, uno de los grandes compositores de la República. Ambos regresaron a España en los años cincuenta.
Fue en julio de 1937 en un cine de la Gran Vía, que ya llamaban la macabra Avenida de los Obuses. Aún no había llegado lo peor, pero desde noviembre del año anterior Madrid jugaba con la muerte, ciudad asediada, que pretendió ser capital de la gloria y tumba del fascismo. Fue una noche del segundo verano de la guerra. En la Gran Vía, esa calle que es como un largo travelling, calle de cines, calle en fotogramas que parece un flash back donde los transeúntes pasean como filmados en un eterno plano americano.
Allí estaba Ana María Custodio, la bella actriz protagonista, la Candelas de ¡Centinela, alerta! junto a Angelillo, otro actor popular durante la Segunda República y asiduo en los repartos de las películas de la productora Filmófono.
Cuando intenta recordar, Ana María Custodio se queda casi siempre con ese día madrileño caluroso de sangre y bombas en el que el estreno de Centinela, alerta fue como un respiro, una pausa, una tregua en la guerra. Su exilio en La Habana, Nueva York y Ciudad de México y su regreso a España no han servido para borrar ese mundo de antes de la guerra. Ni siquiera al reintegrarse de forma normal al cine español del franquismo, esta actriz que escogió el exilio puede olvidar ese Madrid feliz, de pantallas blancas y películas insustanciales e inocentes. Nada que ver con esta Alba de América, de Juan de Orduña, en cuyo reparto participa poco después de su regreso a España, ni el spaghetti western ni el musical con la niña prodigio Marisol. No, el cine republicano en el que ella era una de sus indiscutibles estrellas desapareció un día de julio. Para no volver a rodarse jamás.
Ana María Custodio nació en el pueblo sevillano de Écija en 1912. Era hija de militar y hermana del escritor Álvaro Custodio, que también viajó en el amargo barco del exilio. Y fue esposa de desterrado, el compositor Gustavo Pittaluga, discípulo de Esplá y uno de los integrantes del llamado Grupo de los Ocho o Generación Musical de la República.
Su participación en las spanish versions de Hollywood es otro episodio singular de esta actriz que forma parte del amplísimo grupo de actores que se marcharon al exilio y que tanto colaboraron en el cine sudamericano -sobre todo en el mexicano- o en el teatro, como ocurrió con personajes como Margarita Xirgú o Edmundo Barbero.
Versiones castellanas
Custodio firmó en 1931 un contrato con la Fox Film Corporation para trabajar en estas versiones españolas de las películas norteamericanas. A Hollywood se marcharon los actores estrella en España y a pesar de la interesante experiencia, la mayoría regresó decepcionada.
En una entrevista que Florentino Hernández Girbal realizó en la primavera de 1935 para la revista Cinegramas y que rescató en el libro Los que pasaron por Hollywood, la actriz relata su experiencia norteamericana. La entrevista tiene lugar en un camerino en el Teatro Lara, donde la Custodio actúa en una comedia de los Quintero. Hernández Girbal se detiene en la decoración del camerino de la estrella, un camerino que Ana María Custodio llevaría para siempre en su memoria: «Una mesa que hace de tocador, colmada de cacharros; un armario, una minúscula chaise-longue, tres asientos, una repisa con retratos a la altura del zócalo -allí están los Quintero, el Padrecito, José Mojica, la propia Ana María, etc.-, y hasta, en un rincón, entre el armario y la puerta, el estrecho cajoncito de una librería, cosa rarísima e insospechada en estos lugares. Pocos volúmenes: una docena escasa».
Custodio relata su experiencia en Hollywood: «Me llevaron a la sala de proyecciones, donde vi la versión inglesa de Cuerpo y alma, que yo habría de hacer en español, con Jorge Lewis como galán. (…) Yo deseo, ansío hacer cine, sometida a un director inteligente, claro es; pero con cierta independencia artística, no coartada mi labor, como en Hollywood, por mil motivos».
En plena Segunda República es cuando llega la gran oportunidad cinematográfica de Ana María Custodio: su contrato en la productora Filmófono donde rodará dos películas con gran éxito de taquilla, Don Quintín el amargao (1935) y ¡Centinela, alerta! (1936). Una brillante carrera que la Guerra Civil cortará de raíz.
La productora Filmófono la crea el empresario vasco Ricardo Urgoiti y se convierte en el periodo republicano en la gran productora, agrupando a sectores burgueses de izquierda, y que tiene como rival a Cifesa, que representaba a la derecha industrial y que tras la guerra se convertirá en la productora del imaginario franquista en la gran pantalla.
Junto a Urgoiti se encontraba en Filmófono Luis Buñuel, quien en sus memorias Mi último suspiro recuerda algunos avatares sufridos en la productora. Buñuel estaba detrás de las películas, pero no quiso que su nombre apareciera en las fichas artísticas. Don Quintín el amargao, ¡Centinela alerta!, La hija de Juan Simón y ¿Quién me quiere a mí? tienen algunas huellas de Buñuel, pero se trata de películas comerciales.
Consejos de Buñuel
Buñuel recuerda en Mi último suspiro la orientación que sugirió a la actriz en Don Quintín el amargao: «Le dije a Ana María Custodio, que hacía el papel principal (a veces me entrometía descaradamente en la dirección): ‘Hay que echarle más mierda, más mamarrachada sentimental’. ‘Contigo no se puede trabajar en serio’, me contestó ella».
En el trágico 1936, Ana María Custodio aún rueda otras dos películas: El bailarín y el trabajador, de Luís Marquina que adapta a Benavente, y Nuestra Natacha, de Alejandro Casona, a cargo de Benito Perojo, rodaje también afectado por la guerra y que fue prohibida en 1939.
La actriz tiene que marcharse al exilio, un destierro que realiza junto a su marido Gustavo Pittaluga, gran amigo de Buñuel con el que vuelve a colaborar en el exilio en México en las bandas sonoras de Los olvidados (1950) y en Subida al cielo (1951). En 1959, Edgar Neville utilizó en España la música de Pittaluga para su versión cinematográfica de El baile. Ana María había sido novia de Neville y ‘culpable’ de que el cineasta se alistara en el regimiento de húsares para la guerra de Marruecos desde donde escribió crónicas para el diario La Época firmadas con el seudónimo «El voluntario de Ben Aquí».
Todo un mundo perdido que ahora resultaba lejano e ingenuo. A pesar de todo, la actriz continúa su trayectoria y en México interpreta Cuando escuches este vals (1944), de José Luís Bueno. Román Gubern recuerda en Cine español en el exilio, dentro de la obra colectiva El exilio español de 1939, cómo en 1957, la Custodio reaparece con la comedia hispanomexicana La estrella del rey, inspirada en el romance entre el rey de Mónaco y Grace Kelly.
Luego regresaría a España para participar en películas de regular factura, aunque popularísimas durante el franquismo, desde Alba de América a ¿Dónde vas, Alfonso XII? También actuó en Peppermint Frappé, de Carlos Saura. Pero ya nada volvería a ser igual. En abril de 1976, cuando fallece, ante sus ojos sólo veía la pantalla blanca y estremecida de aquel estreno en la Gran Vía del Madrid asediado de la Guerra Civil.
UNA NIÑA PRODIGIO Y UNA FOLKLÓRICA EN EL EXILIO
A su regreso a España, Ana María Custodio se refugiaba a veces en las tertulias que tenían lugar en Casa Anselmo junto a su marido Gustavo Pittaluga, José Caballero o José Bergamín. En muchas ocasiones, recordaban a Luís Buñuel y a otros amigos de Filmófono, la productora que terminó en el exilio y con la mayor parte de sus trabajadores en el otro lado del mundo.
Fue el caso del guionista de la productora: Eduardo Ugarte, quien también fue el máximo colaborador de Lorca en La Barraca. También formaban parte de Filmófono José Luís Sáenz de Heredia -primo de José Antonio Primo de Rivera que luego se convertiría en uno de los directores preferidos de Franco llegando a dirigir la emblemática Raza- o los realizadores Luís Marquina y Jean Grémillon.
Según los datos de Julia Cela en La empresa cinematográfica Filmófono (1929-1936), se fueron al exilio los actores Pilar Muñoz, Angelillo, Carmen Amaya, Alfonso Muñoz, Luís Heredia o Linares Rivas. También el creador de la productora, Ricardo Urogoiti, quien marchó a Argentina llevándose los negativos de las producciones e intentando rescatar el espíritu de Filmófono. No lo consiguió. Con los años, regresó a España refugiándose en el océano de olvidos que ahogó a tantos grandes personajes.
Es lo que ocurrió con una cantidad importante de actores. Gubern rescató algunos nombres hoy olvidados. Por ejemplo, el sevillano Florencio Castelló que hizo su debut en México en Ni sangre ni arena (1941) junto a Cantinflas. «Explotó su gracejo y acento andaluz, como hizo en Dos mexicanos en Sevilla (1941), de Carlos Orellana; Chachita la de Triana o Una gitana en La Habana».
Otro exiliado fue el actor sevillano Francisco de Valera que apareció en El verdugo de Sevilla (1942); el gaditano Antonio Momplet; el sevillano Francisco Ledesma con intervención en La hija del engaño, de Buñuel, o la malagueña Alicia Rodríguez que se convirtió en actriz infantil en Las aventuras de Cucurruchito y Pinocho (1942) y que obtuvo un Ariel por su trabajo en El secreto de la solterona.
También está el caso curioso de una folklórica en el exilio: Paquita de Ronda. La artista andaluza debutó en Una gitana en México (1943) en la que se exaltaba la «hermandad hispano-mexicana» y donde una gitana emigra de España al estallar la Guerra Civil. Paquita de Ronda actuó en Sierra Morena, del onubense Francisco Elías, o Una gitana en Jalisco.