Ángeles García Palacios

Guadalcanal
Sevilla

En el bienio 1931-1933, la II República abrió más escuelas que en los 50 años anteriores. Eran conscientes de que el atraso secular de España era debido en gran parte a la ignorancia en que mantenían las clases populares, las oligarquías dominantes. Por eso tras el golpe de 1936 hubo una represión selectiva y masiva contra los enseñantes. 60.000 maestros fueron asesinados o depurados por el franquismo.

Hoy cumpliría cien años Ángeles García Palacios, una de esas maestras que en 1931 tenía 21 años y una enorme ilusión puesta en las esperanzas pedagógicas que traía consigo la joven República. Puso en práctica la escuela moderna, la enseñanza participativa, tolerante, laica, no doctrinal que había aprendido de sus maestros Llorca, Montesori, Keerschernsteiner, Chaparde, Decroby, Martí Alpera, Ferriere, Lombardo-Radice y otros (datos de su memoria pedagógica de 1934). Había nacido en Guadalcanal (Sevilla) en el seno de una familia humilde. En 1934 ganó una plaza de maestra titular en Coria del Río (Sevilla).

El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 le sorprende en Sevilla con su madre Rafaela Palacios, quien le implora viajar a Guadalcanal donde viven las otras dos hijas, Amparo y Elena. Ambas, en medio de la confusión y el miedo, van a la vecina Santiponce donde Ángeles pide a su novio José Carmona, médico del PSOE y la UGT que les lleve en su coche a Guadalcanal. Emprenden el viaje el veintitantos de julio, cuando Sevilla y los pueblos próximos han caído del lado de los fascistas, mientras la Sierra Norte sigue bajo la autoridad del gobierno legal de la República. Ese viaje fue la perdición de la joven pareja. De vuelta en solitario a Sevilla el 3 de agosto, el doctor Carmona es detenido en Castilblanco que acaba de caer en manos de los golpistas (ver “Sevilla, 1936” de Juan Ortiz Villalba) y trasladado a una cárcel improvisada de la capital. Empieza el vía crucis de su familia, especialmente de su hermana Blanca. Finalmente es asesinado el 22 de agosto de 1936. Tenía 28 años.

En septiembre del 36, Ángeles, que ya había vuelto a Coria, y el maestro coriano Vicente Neira, son sumariamente expulsados del magisterio por órdenes del General Queipo de Llano, quien desde el rápido triunfo del golpe en Sevilla ordenó una violentísima represión que se provocó decenas de miles de víctimas en Andalucía. Ángeles, sin medios para subsistir y con la amenaza de ser “sacada” y asesinada en cualquier momento, se refugia en casa de su amiga Manolita Olivera, hija del farmacéutico de Coria, Mariano Olivera Navarro. Probablemente esa decisión le salvó la vida porque la familia Olivera, buena, religiosa y conservadora, la acogió y la protegió.

El joven médico y amigo de los Olivera el doctor Luis Yáñez-Barnuevo de la Milla, ejercía en Coria desde 1931. Hombre de izquierdas, había perdido a sus dos hermanos en esos meses terribles. Antonio, capitán de Artillería, permaneció leal a la República a la que defendió con las armas y fue fusilado en Cádiz el 6 de agosto del 36. El mayor, Juan, agricultor, fue asesinado el 7 de septiembre del mismo año en El Saucejo (Sevilla) al día siguiente de la entrada en el pueblo de las tropas franquistas. Probablemente la desgracia compartida y la común amistad con los Olivera, que duraría toda la vida, uniría al médico y la maestra porque se ennoviaron y se casaron en 1941. El cariño con que dispensaban los corianos, sería también un escudo protector para la pareja. La represión franquista se llevó por delante a unos doscientos corianos, cuyas familias formaron una cadena de solidaridad con Don Luis y Doña Angelita durante las cuatro décadas que duró la dictadura.

En marzo de 1937, se incoa a Ángeles un proceso por la Comisión Depuradora del Magisterio Primario y el expediente ha sido encontrado hace sólo unos meses por el investigador Jesús Ruiz Carnal. No cansaré al lector con detalles, pero es un legajo extenso donde aparecen numerosos testimonios sobre la maestra. Es lo más parecido a un proceso inquisitorial en el que, mediante cuestionarios impresos, se pregunta a “personas de orden”, es decir curas, jefes de falange, alcaldes (de Coria, Santiponce, Guadalcanal), jefes de puesto de la Guardia Civil, por las inclinaciones políticas y religiosas, su vida personal y social, su afiliación o no a partidos políticos o sindicatos de la enseñanza, su actuación el 18 de julio…Sólo citaré algunas perlas.

Angelita era una chica guapa, rubia de ojos verdes que con 20 años asiste a las fiestas de su pueblo. El jefe de puesto de la Guardia Civil, firma ilegible, escribe con tintes acusadores siete años después “…en una caseta particular integrada en su mayoría por MASONES E IZQUIERDISTAS fue proclamada Reina de la Velleza o Mix Guadalcanal” (sic). También el alcalde accidental de Guadalcanal, Antonio Fontán Martínez, recalca que era “laica, de la que hacía gran alarde” (sic).

En su informe el cura párroco de Coria, Don Esteban Rodríguez, la acusa de haberse mostrado partidaria de un “boicot puesto a la compañía de tranvías por los obreros de esta en mayo y junio de 1936” y de indiferencia religiosa. Pero también hay informes favorables, no sólo del farmacéutico Mariano Olivera, sino de amigas de su pueblo, como Carmen Herice, a quien los rojos asesinaron a su padre y a un hermano en los primeros días del “Movimiento Salvador de España”. Es fácil imaginar a la joven maestra buscando a personas que pudieran testificar a su favor, sabiendo que no sólo se jugaba su carrera sino su propia vida.

Ángeles no pudo recuperar su plaza de maestra titular de Coria del Río hasta que se acogió a la Ley de Amnistía aprobada por las primeras Cortes Democráticas en 1977, incorporándose a una tarea que tanto añoró durante décadas. Ejerció los dos últimos años de su vida activa antes de la jubilación. Nunca cultivó ni trasmitió el odio, sólo intentó sobrevivir, pero no pudo nunca desprenderse del miedo, ese miedo espeso que se le agudizaría cuando sus hijos se incorporaron en los años sesenta a la lucha antifranquista y que quizás sería una de las causas de la cardiopatía que la llevó a la tumba en abril de 1982. Este es un pequeño homenaje a Angelita García Palacios, mi madre.

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