Sevilla, 1916 – Caracas, Venezuela, 2000
DESTIERRO DE LAS ARMAS Y LAS LETRAS
El poeta sevillano, perteneciente al grupo de la revista Mediodía, se convirtió durante la Guerra Civil en uno de los intelectuales más combativos. Junto a Miguel Hernández representa el papel de soldado poeta que escribe himnos y poemas para animar en el frente o piezas del teatro de urgencia que se representa en las trincheras. Al final del conflicto se refugia en la embajada de Chile en Madrid y forma parte del grupo Noctambulandia que redacta Luna, la primera revista del exilio. Recorre Londres, París, Santiago de Chile y llega a Venezuela, donde se afinca y continúa su obra poética y periodística interrumpida por la guerra. Harto de la nostalgia decide regresar a Sevilla, pero es acosado por la policía. Finalmente tiene que regresar a Venezuela donde muere en el año 2000.
Paseaba por la ciudad de su infancia intentando reconocerla. Tenía una vaga imagen, un retrato atrapado en ámbar, una postal congelada de la Sevilla que había abandonado en 1936, poco antes del horror. Antonio Aparicio, el poeta rojo, el poeta exiliado, regresaba a la ciudad que había seguido creciendo en su memoria a golpe de recuerdos. Por eso no la reconocía. Es como si a la ciudad le hubiera nacido una grisura, un polvo sucio, una nada.
Corre el año 1964 y Aparicio es uno de los desterrados que han decidido volver a España tras varios años de exilio. Regresa tras recorrer Londres, París, Santiago de Chile y Caracas, donde vive desde 1954. En Sevilla, compra una casa en la calle Rodrigo Caro, en el barrio de Santa Cruz, y rastrea en sus recuerdos, buscando sin encontrar una ciudad que ya no existe. Sólo la recuerda en su mirada insomne de poeta.
Pero pronto se da cuenta de que la ciudad no ha olvidado al poeta rojo, al amigo de Miguel Hernández y Pablo Neruda, al colaborador de Hora de España y El mono azul, al animador de las cuadrillas del teatro de urgencia en el frente, al soldado del quinto regimiento de las Milicias Populares. La policía registra su casa hasta que Aparicio, acosado e inquieto, decide volver al único lugar que puede considerar su patria:Venezuela, su tierra de acogida. Allí le esperan los últimos años de su vida que termina un día de julio de 2000. Sevilla, esa ciudad que ya sólo existía en su memoria y en sus poemas, tampoco tendrá la tumba de otro de sus poetas, esos fantasmas que vagan por los jardines del destierro.
Mediodía
Pero Antonio Aparicio era un poeta sevillano enamorado de su ciudad natal. Nació en 1916 en el número 1 de la calle de la Vinatería, hoy Sales y Ferré. Estuvo vinculado a la generación poética en torno a la revista Mediodía formada por Joaquín Romero Murube, Rafael Porlán, Juan Sierra, Alejandro Collantes, Rafael Laffón, Fernando Villalón. Y colaboró en revistas poéticas como Hojas de Poesía, Nueva Poesía, Isla y Noroeste.
Un día de marzo de 1936, Aparicio abandona Sevilla camino de Madrid. Allí entabla amistad con Aleixandre, Hernández o Neruda. Y llega la guerra. Aparicio nunca volverá a ser el mismo.
Con Miguel Hernández se enrola en el quinto regimiento de las Milicias Populares y ambos forman parte de la Brigada de El Campesino como comisarios de Cultura y Propaganda. Los dos poetas representan a la perfección el perfil del soldado poeta, el combate interior entre las armas y las letras.
Duante la guerra, el poeta sevillano se centra en las llamadas Guerrillas del Teatro que se dedicaban a escenificar un teatro de urgencia en los frentes de batalla. Una pieza teatral de Aparicio, Los miedosos valientes, se representa en el frente en mayo de 1938 convirtiéndose en una de las obras más populares de este teatro en guerra.
La frenética actividad de Aparicio se traduce también en la composición de letras de himnos como Los campesinos, recogido en Canciones en lucha y en el Cancionero de las Brigadas Internacionales.
Además se dedica a escribir poemas que se incluirán en el Romancero de la Guerra Civil, el Romancero general de la Guerra de España y en Poesía en las trincheras. Entre los textos de esta época destaca cierta poesía jocosa y satírica como destaca el profesor José María Barrera, coordinador junto a Sol Aparicio, hija del poeta, del volumen Corazón sin descanso publicado por Renacimiento en 2004.
Un mal día de febrero de 1937 en el que se libra la batalla del Jarama, el poeta resulta herido por una bala en el cuello. No terminará en este suceso el acíbar que tragará Aparicio en la guerra, ya que en marzo de 1939 es detenido. Sin embargo, logra escapar y pide ayuda en la Embajada de Chile donde sucede un episodio insólito protagonizado por Aparicio junto a otros poetas de lo que terminaría llamándose el grupo República de las Letras o Noctambulandia. En las noches de noviembre de 1939, en un Madrid ya vencido donde se cría la larva franquista y se estrenan los harapos de la postguerra, unos poetas republicanos se refugian en la embajada chilena. Acompañan a Aparicio Santiago Ontañón, Antonio de Lezama, Edmundo Barbero, José Campos y Pablo de la Fuente. Ellos forman parte de la curiosa redacción de una revista de resistencia, Luna, que se convertirá así en la primera publicación del exilio.
Entre aquellas hojas malditas impresas en el número 26 de la calle del Prado, Aparicio recibe la visita de su amigo Miguel Hernández, en libertad provisional. A Hernández le queda sólo la oscuridad y el frío de las cárceles franquistas. Aparicio le dedicará en 1953 el ensayo El rayo que no cesa.
Democracia
Los años del exilio son fructíferos para Aparicio. Publicará Fábula del pez y la estrella (1946), La niña de Plata (1955), Domador de la aurora (1963), Gloria y muerte del arte de torear (1981) y Ardiendo en ira (1977), que tuvo que esperar a que llegara la democracia a España para su publicación.
Aurora de Albornoz en su revelador ensayo Poesía de la España peregrina:crónica incompleta incluido en el clásico El exilio español de 1939, coordinado por José Luis Abellán, resaltará Fábula del pez y la estrella como un ejemplo de la poesía del destierro señalando los dos grandes temas en los que se mueve:el amor y la muerte.
Será Venezuela el país que reciba al poeta expulsado. Allí se establece Aparicio y comienza a trabajar como articulista en El Nacional. también dirigirá un programa de radio llamado El Diario Español. Ya en los años setenta, olvidada la posibilidad de regreso a España, se convertirá en jefe de redacción del semanario Resumen.
A pesar de su decepción, Antonio Aparicio no abandonó a su ciudad natal, ya que casi todas las primaveras volvía a visitarla, incapaz de soportar la distancia. Esa es la razón de sus estremecedores poemas del destierro. «¿Yo te perdí y me perdí al perderte,/ o me perdiste tú, al olvidarme?/ Nunca pude aprender a no tenerte».
Quizás el único lugar en el que existía la verdadera ciudad de su infancia era en su memoria que se empeñaba en escribir una «Sevilla agonizando y sonriendo,/ salvada ya del tiempo y la distancia,/ viva por siempre ya bajo mi frente».
INVENTARIO DE UN EXPULSADO DEL PARAÍSO
El mundo de exiliado de Antonio Aparicio es un inventario de relojes, paredes blancas y una ciudad lejana que se le aparece en sueños. Su poesía está llena de hondo pesar por lo perdido, de un oceáno de nostalgia. Pero no es una poesía amarga. Está llena de esperanza. Así lo demuestra en el poema Tiempo al tiempo: «Llegará una mañana/ que todavía no llega./ Vendrá un año/ que no traerá amputado/ su mes/ de abril».
Pero pasaban los años, devorados los días, las semanas, los meses, y el sueño negro de la dictadura franquista no terminaba. Aparicio decide volver porque no puede soportar más. Cree que todo puede ser igual que antes. Por eso es tan amarga la decepción de este exiliado que tras volver debe regresar, consciente de donde estará su tumba definitiva.
Entre los recuerdos más punzantes de Aparicio está el del mundo taurino, del que era un buen aficionado. Lo demuestra en su libro Gloria y memoria del arte de torear donde incluye un curioso poema, Autobiografía en la barrera que comienza: «Yo, Antonio Aparicio, en Sevilla nacido…». En el poema recuerda su primera visita de niño a la plaza de toros de la Maestranza, tan lejana en el tiempo y en la distancia. «El niño que yo fui es el padre que soy./ Cierro los ojos, sueño. ¿en qué tendido estoy?/ ¿Otra vez la Maestranza?».
Son muchas las imágenes que nutren los poemas de Aparicio, una evocación de España sin España. Aunque tenga en el alma un reloj que parece parado, Aparicio continúa su vida en Venezuela. En su poemario La niña de Plata escribe en la dedicatoria:«A los nobles poetas de Venezuela que me han dado su amistad, dedico yo estos versos. Escritos bajo el cielo oscuro de algunas ciudades de Europa, les toca ahora, al llegar el momento de ver la luz, verla entre las viejas calles y los líricos naranjales de Valencia del Rey».
Quedará también en la memoria del poeta desterrado el recuerdo terrible de la Segunda Guerra Mundial, ya que Aparicio también residió en Londres y en París. Fruto de esta amarga vivencia es el ensayo Cuando Europa moría o doce años de terror nazi (1946) y el poema Narvik, donde evoca las tumbas de los republicanos que lucharon contra los nazis en tierras noruegas. «Narvik./ Tumbas en la nieve.// Amortajados de frío/ bajo las estellas del Norte./ Y la nieve sobre ellos./ Y el olvido.// Juan Andalucía, Pedro Valencia, Manuel del Miño,/ Rafael Extremadura,/ ahora lejanos, ahora/ enterrados en Noruega/ y perdidos».