Benacazón 1905 – Palomares del Río 1936
Fuente: Vicente Aranda Campos: Los cinco de La Riuela. Cinco víctimas del levantamiento militar de 1936 en La Puebla del Río. Cuadernos para el Estudio del Patrimonio, nº 2. Asociación La Guardia, La Puebla del Río, 2004.
Nació en Benacazón (Sevilla) el 24 de febrero de 1905, hijo del matrimonio formado por el jornalero Manuel González Arias e Isabel de la Rosa Machuca. Era una familia humilde con otros cinco hijos que vivía de labores agrícolas, principalmente de la recogida y venta de piñones, por lo que recibieron el sobrenombre de “Los Piñoneros”. Se trasladaron a Coria del Río, donde fijaron su residencia, cuando Antonio tenía once años de edad.
Antonio probablemente tuvo la oportunidad de ir a la escuela, pues según su Cartilla Militar sabía leer y escribir. Trabajaba en lo que le salía, tanto en el campo como en la construcción y labores de mantenimiento, y este ir y venir de un lado a otro en busca de trabajo es lo que posibilitó conocer en 1923 a la mujer con quien contraería matrimonio en 1931.
Al parecer era miembro de la Sociedad de Obreros Agricultores de Puebla del Río, durante la República intervino en actos reivindicativos y se recuerda que en alguna ocasión lideró una manifestación.
Los golpistas sublevados el 18 de julio de 1936 contra el Gobierno de la República se impusieron en Puebla del Río pocos días después del golpe e inmediatamente comenzaron la represión, procediendo a detener a sus adversarios políticos e ideológicos.
Atemorizado por la represión, Antonio huyó de La Puebla y se refugió en El Villo, un bosque que carrizos, neas y arboleda cercano a Sanlúcar, prácticamente impenetrable, al que también acudieron varias decenas de hombres procedentes de La Puebla, Coria del Río, La Isla y otras poblaciones del entorno. En sus inmediaciones había una choza de guarda que les servia de refugio durante la noche y al alba volvían a ocultarse en el carrizal para esquivar las batidas de la Guardia Civil. En algunas ocasiones Antonio y otros fugitivos tuvieron que sumergirse en el agua para no ser vistos.
El suegro de Antonio, que trabajaba de guarda para un terrateniente local, era su canal de información y, probablemente, también quien le proporcionaba víveres. Y como las batidas para capturarlo resultaban inútiles, la Guardia Civil decidió cambiar de estrategia y contactar con él a través del suegro, a quien el nuevo alcalde impuesto por los golpistas aseguró que no le ocurrirá nada. De este modo le hicieron saber que si no se entrega su esposa será pelada, paseada y sus hijos entregados en adopción. Ante esa amenaza, decidió regresar a La Puebla y de madrugada fue detenido en su propia casa.
Permaneció siete u ocho días detenido en la cárcel municipal, desde donde cada tarde, a la vista del público, los presos eran conducidos al cuartel de la Guardia Civil; allí eran maltratados, torturados, y al anochecer los devolvían a la cárcel. Durante el encarcelamiento su esposa lo visitaba diariamente a mediodía y por la noche para llevarle el almuerzo y la cena. También recibió la visita de su madre. Una de esas veces que fueron a llevarle la cena, Antonio se quedó sentado en el banco de la celda, en la penumbra, sin querer acerarse a recoger la comida, y su mujer pudo comprobar que estaba chorreando sangre por las torturas recibidas. Mientras estaba encarcelado, uno de sus hermanos también había sido detenido, llevado al barco prisión de Sevilla y asesinado, probablemente en las tapias del Cementerio de San Fernando.
Su esposa decidió desplazarse a Sevilla para entrevistarse con un influyente terrateniente a quien pidió que intercediese para que Antonio fuese liberado. Y emprendió el regreso confiada en la promesa de una llamada telefónica que permitiría la liberación de su marido, pero cuando llegó a La Puebla el 13 de agosto no encontró a su marido libre como esperaba. La llamada no existió o no tuvo el fruto esperado y su marido había sido asesinado esa misma madrugada. Antonio y otros cuatro detenidos habían sido sacados de la cárcel por un grupo de falangistas, los llevaron en una camioneta hasta La Riuela, y los asesinaron. Los cadáveres estuvieron sin enterrar, vigilados para que nadie se aproximase a ellos, hasta que varios días después fueron recogidos por el sepulturero de Palomares del Río y enterrados en una fosa común próxima al cementerio de esta población.
Conmocionada por el asesinato de su marido, la viuda de Antonio se encerró en sí misma y se recluyó en su casa, siempre envuelta de tristeza y lágrimas. No salió a la calle durante más de veinte años.