Antonio Medina García

Motril
Granada
Alcalde, Fernando

A comienzos de abril de 1945 el Ejército Rojo se encontraba a las puertas de Praga. A 20 kilómetros de la ciudad, Alfred Kus, recientemente nombrado comandante del campo de concentración de Hradischko se reunió con Erwin Lange, el SS-Sturmbannführer que mandaba la guarnición y tomaron una terrible decisión.

Ante la inminente llegada de los soviéticos, ordenaron el fusilamiento masivo de los reclusos, el asesinato de los enfermos con inyecciones de etanol y el traslado apresurado del resto hacia Mauthausen, conformando marchas de la muerte sobre la nieve y convoyes hacinados de prisioneros que deambularon durante diez días por las vías férreas checas, hasta ser liberados por los partisanos. Entre ellos se encontraba el francés Yves Tanné, quien dos semanas después tuvo la satisfacción de conocer el suicidio de Adolf Hitler y la rendición de Alemania.

En diciembre de ese mismo año, Concepción Gómez Rubiño remitía una carta desde su casa de la calle Algarrobillo de Motril (Granada) a la Cruz Roja internacional, interesándose por la suerte de su marido, el también motrileño Antonio Medina García del que no tenía noticias desde noviembre de 1943, cuando recibió su última carta procedente Francia.

En 1927 Antonio y Concepción se habían casado enamorados en la popular iglesia de la Virgen de la Cabeza. De su unión habían nacido cuatro hijos, Antonio, José, Francisco y Carmelina. Con ellos huyeron apresuradamente a principios de febrero de 1937, momentos antes de que las tropas italianas y el Ejército sublevado ocuparon la ciudad. Ambos eran militantes de izquierdas, comunista ella y anarquista él, por lo que no dudaron en unirse a las más de 150.000 personas que huían por la carretera costera buscando refugio en Almería. Allí fue donde se separaron.

Antonio se incorporó al Ejército Popular de la República sirviendo en diferentes frentes, de derrota en derrota, pero con la moral intacta hasta alcanzar el Ebro.  Él le escribía regularmente, por lo que supo de primera mano su paso a Francia a comienzos de 1939, tras la caída de Cataluña en manos sublevadas.

También conoció su terrible estancia en el campo de Argelès y su posterior incorporación a una Compañía de Trabajadores Extranjeros (CTE), donde trabajó como minero en Aime (Saboya). Los CTE fueron una opción para muchos de los refugiados españoles, una forma de escapar a las duras condiciones de campos de internamiento franceses, donde apenas tenían cobijo e higiene, acosados por la extorsión de los guardianes y con la sola ayuda de las organizaciones de izquierda francesas. Allí estuvo hasta noviembre de 1942, fecha en la que los Aliados desembarcaron en el norte de África, y Alemania e Italia ocuparon la zona libre de Francia. En ese momento, Antonio, junto a una gran parte de los refugiados españoles, se incorporó a la Resistencia.

Desconocemos en las acciones en las que participó, pero sí sabemos que un año después, el 1 de diciembre de 1943 fue detenido por la Gestapo en una operación de represalia por los sabotajes. Las fuerzas nazis rodearon las poblaciones de Aime, Maeot, Vilette y la aldea del Centro Commune de Montgiroud. Hicieron salir a todos los hombres de entre 15 y 65 años, y tras una exhaustiva verificación de la documentación, detuvieron a 18 franceses y 23 extranjeros. Todos los franceses, a excepción de uno, fueron liberados en los días siguientes mientras que la totalidad de los españoles fueron detenidos y trasladados a Royalieu-Compiegne, localidad desde donde partían los trenes con destino a los campos nazis.

Pero de esto Concepción ya no tuvo conocimiento. Concepción vivía en unas duras condiciones en España. Viuda no reconocida, con cuatro niños y estigmatizada por su militancia comunista que le impedía obtener trabajo, vivió en continua precariedad y siempre bajo la amenaza de una detención inminente. Tras dos años sin noticias de su marido, en diciembre de 1945, decidió escribir a la Cruz Roja Internacional solicitando información sobre su paradero. Tres meses más tarde recibió la trágica noticia de su muerte, fusilado por los nazis en un campo de concentración checo.

Los campos de concentración fueron el destino de los republicanos españoles desde que Serrano Suñer se reuniera en septiembre de 1940 con Hitler en Berlín. Y ese fue el destino de Antonio, al igual que otros 20 motrileños. Tras su detención fue tratado como preso político-militar apátrida y enviado al campo de concentración de Buchenwald el 19 de enero de 1944, en un convoy de 1947 prisioneros, 232 de ellos republicanos, e internado en el barracón 51 con matrícula 41300, tal y como figura en su ficha.

Apenas un mes más tarde, era detenido en Morlaix Yves Tanné, que fue trasladado igualmente hasta Compiegne, donde se encontraba Antonio.

Nos metieron en vagones de ganado, 110 personas en cada uno ellos, mitad de pie, mitad sentados, apretujados unos contra otros. Teníamos un contenedor de 200 litros para hacer las necesidades naturales por lo que rápidamente el contenedor se llenó. Una sacudida del tren lo esparció por el suelo, llenando de suciedad la de paja que teníamos como cama. Para comer nos dieron una hogaza de pan y una salchicha. Nada para beber. Cuando la sed comenzó a apretar, lamíamos la niebla de las paredes para poder soportarla.  En una parada, los carceleros de la SS descubrieron que algunos compañeros se habían fugado. Se pusieron furiosos, nos golpearon y nos quitaron la ropa, distribuyéndonos desnudos en otros vagones. Cuando el tren finalmente se detuvo, tras dos días y dos noches, estábamos extremadamente cansados, aturdidos, sedientos, llenos de suciedad. Encontramos cinco muertos tirados en el estiércol de nuestro coche.

Concepción murió en 1964 en Mataró, unos meses antes de cumplir 50 años. Había emigrado allí junto al resto de sus hijos, convencida por Antonio, el mayor de ellos. Fue él quien en 1972 realizó un último intento para conocer el paradero de los restos de su padre y volvió a escribir a la Cruz Roja Internacional, sin recibir más información que la ya conocida. Y, así, hubo que esperar a 2021 para que sus nietos lograran cerrar la historia.

Antonio Medina García estuvo en Buchenwald un mes, trabajando posiblemente en las canteras, dada su condición de minero. El 23 de febrero de 1944 fue trasladado al campo de Flosenbürg, donde fue matriculado con el número 6716 y, ocho días después, el tres de marzo, conducido al sub-campo de Hradiscko-Beneschau, situado a unos cien kilómetros de Praga.

Volvemos al relato de Yves Tanné, que realizó este mismo viaje:

Nos derribaron a culatazos, patadas, y porrazos. Los SS, acompañados de perros que aullaban tanto como sus amos, nos dieron así la bienvenida a la entrada del campo de concentración de Buchenwald. Después de una larga espera en el patio, nos despojaron de nuestra ropa y todos nuestros objetos personales. Nos inspeccionaron la dentadura, anotando si teníamos coronas de oro. Luego vino la ducha, el afeitado completo y la desinfección. Nos sumergieron en una bañera llena de Cresil de la que salimos carcomidos por los picores en todo el cuerpo. Luego, nos tiraron, sobre la marcha, ropa recuperada de cualquier talla. Toda esta ceremonia duró 3 días, afuera, bajo la nieve.

Cada mañana nos levantaban a las 3:30 de la madrugada. El trabajo consistía en llevar lo más rápido posible, a la espalda, bloques de piedra lo más grandes posible, siempre bajo la amenaza de golpes de porras y patadas. Toda la comida que teníamos era una especie de sopa y nabos, adornados, los domingos, con fideos dulces. El hambre, el hacinamiento, el frío, la suciedad, los piojos, el acoso, los silbidos que nos obligaban a salir a la calle, con el torso desnudo, de día y de noche, con cualquier tiempo, en la nieve. Era Buchenwald.

El 15 de febrero, ocho días antes que Antonio, Yves fue trasladado a Flosenbürg y, en marzo, a Hradistchko, con él:

En marzo de 1944 embarcamos para Hradistchko, situado a unos cien kilómetros de Praga. El tren se detuvo a 8 km del campamento y tuvimos que caminar por la nieve, con los pies doloridos y llenos de llagas, con los zapatos rotos remendados con papel y jirones de tela. Las condiciones eran terribles, trabajando desde las 6 de la mañana a las 7 de la tarde, con un calor agobiante en verano y con temperaturas de menos 20 grados en invierno, bajo los golpes continuos de los guardias”.

En abril, las tropas soviéticas se acercaban a Praga. Los alemanes se sintieron perdidos y las condiciones empeoraron: hambre, sed, frío, desparasitaciones. Nos acostaban a 2 de la mañana y nos levantan a las 4, nos lavábamos con agua traída de las cuadras repletas de piojos.

Una mañana de abril, llegaron una horda de hitlerianos muy jóvenes. Sus armas yacían en el suelo, demasiado pesadas y grandes para ellos. Nos ordenaron cavar trincheras antitanques mientras se divertían obligándonos a cantar. De repente nos ordenaron que nos tumbásemos en el suelo y dispararon sobre nosotros, rematando a los heridos a quemarropa.  Los muertos fueron llevados al crematorio mientras que a los supervivientes nos hicieron regresar al campamento. Esto duró tres días, el 9, 10 y 11 de abril, hasta que el comandante del campo detuvo la matanza.

Y así, el día 9, murió posiblemente Antonio, tras ocho años de guerra, resistencia y sufrimiento heroicos, apenas unos días antes de la rendición de sus verdugos.

En 2021, Antonio Medina, su nieto, junto con otros dos nietos de otros españoles asesinados en este campo, siguieron la pista de una carta que en 1945 recibió la madre de uno de ellos. En ella, un supuesto compañero de campo le notificaba que su hermano había muerto y había sido incinerado en Praga. Con esta información, se pusieron en contacto con las autoridades checas y estas les brindaron toda la colaboración, poniendo a su disposición un investigador becado para ayudarles. Y de este modo llegaron hasta la increíble historia de František Suchý, el administrador del enorme crematorio civil de Strašnice, quien, en secreto, junto a su hijo, escondieron e identificaron las cenizas de los cadáveres que les llegaban desde el campo de concentración, jugándose la vida en ello. Entre las urnas rescatadas estaba la de Antonio.

Un año después de la liberación, en mayo de 1945, el Gobierno francés envió una comisión de repatriación que recogió los restos de 70 de sus compatriotas, retornándolos a sus familiares.  España nunca envió a nadie y las vasijas con las cenizas de los seis españoles se incorporaron a un monumento conmemorativo al que rinden homenaje cada 8 de mayo las principales autoridades checas, con el presidente de la República a la cabeza.

Yves Tanné sobrevivió milagrosamente. Formó parte de los prisioneros que resistieron a aquel tren de la muerte, deambulando durante diez días por las vías férreas sin rumbo, sin comida ni bebida, enfermos, devorados por los piojos, entre excrementos y cadáveres.  Él, junto a los supervivientes y los asesinados en los campos nazis, son héroes en Francia, en la República Checa y en toda Europa.

En nuestra ciudad, los 21 motrileños que pasaron por aquel infierno, incluido Antonio, siguen esperando una simple placa de reconocimiento. Quienes honramos su memoria y su legado de lucha y compromiso exigimos desde hace años una pizca de decencia democrática a la corporación municipal de Motril, para que, con ella, honre a estos héroes y a sus familias, y elimine, de una vez, los elementos de exaltación de la dictadura que los llevó al exterminio y que aún ofenden, desde el callejero de nuestra ciudad, la memoria de quienes dieron su vida en la lucha por las libertades.

Es apenas nada frente a la enorme deuda que mantenemos con ellos.

Agradecemos la información suministrada por su nieto, Salvador Medina y la documentación aportada por Antonio Muñoz-Sánchez (Universitat Rovira i Virgili) y Encarna Escañuela (Archivo municipal de Motril).

Fuente: https://motrildigital.es/antonio-medina-garcia-motrileno-los-campos-exterminio-nazis-2/