Antonio Parra Ortega, tenía 34 años en el verano de 1936 y trabajaba de jornalero en el cortijo de La Coronela. Trabajaba de sol a sol por un jornal de miseria y volvía cada 15 días a su casa en Marchena donde le esperaban su esposa Paquita y sus hijos Libertad de 4 años y Elio de 2 años. Su compañera, como a él le gustaba llamar a Paquita estaba embarazada de su tercera hija. Hortensia o Bienvenida iba a llamarse esa niña que nacería en noviembre.
En los días inmediatos al golpe todo se paralizó, no se trabajó en el campo y mi abuelo permaneció en su casa con su familia. Alboroto en las calles, terror e incertidumbre… la familia al completo se trasladó al campo, al abrigo de los padres de Paquita, mi abuela. Papá José, mi bisabuelo, tenía arrendadas unas tierras a un militar y allí no corrían peligro. Pasados unos días, mi abuelo Antonio quiso regresar al pueblo, no había hecho nada malo, por lo tanto no había peligro.
El 28 de agosto, aún con luz del día fueron a su casa unos indeseables, llevaban atado a un hombre, el novio de Dolores, hermana de mi abuela. Ataron a los dos hombres juntos y se los llevaron a la cárcel ¡se han llevado a Antonio! decían los vecinos.
Solo una vecina se preocupó de que Paquita tuviera algo que comer en esos días, el resto de los vecinos procuraba no acercarse a ellos por temor a las represalias. Mi abuela entonces recogió todos los libros de mi abuelo y los enterró en el corral de la casa, sólo dejó los libros que ella creía que no eran «peligrosos» y envió a los niños al campo con los abuelos. Cada mañana el padre de Paquita iba a la cárcel a llevar comida para que Antonio desayunara (no probó bocado en sus días de encierro).
La madrugada del 4 de septiembre de 1936 Paquita no podía dormir, el calor de aquella noche, su avanzada gestación y la preocupación por Antonio no la dejaban descansar y pasó la noche sentada en el patio. Oyó desde allí en el silencio del miedo y de la noche las detonaciones asesinas. A la mañana siguiente su padre volvió a llevar comida a la cárcel, pero le dijeron de mala manera que Antonio ya no la necesitaba. Paquita estaba asomada a la puerta esperando como todas las mañanas, desde el 28 de agosto, las noticias que traía su padre. Lo vio regresar tambaleándose en la calle, camino de su casa y entonces supo que no volvería a ver a su compañero.
En noviembre nació la niña que esperaban, le pusieron Antonia por su padre y fue bautizada junto con sus hermanos para que no corrieran peligro. A Libertad le cambiaron el nombre por el de María. Pasaron toda una vida de miseria, hambre y desprecio, ausencia total de derechos, los derechos sólo lo disfrutaban los que apoyaron el golpe. Niños pequeños sin derecho a estudiar, sin derecho a la salud, sólo a trabajar para las familias acomodadas a cambio de alimento.
Cuando yo tenía 10 años murió el dictador. La mañana siguiente a su muerte apareció en mi calle una pintada del Partido Comunista, mi abuela al entrar en mi casa muy asustada decía ¡otra vez! ¡Otra vez! Fue mi primer contacto con el miedo latente que aquella mujer llevó toda su vida, al cabo de los años entendí porque cuando se quedaba sola, descansando, se llevaba un pañuelo a los ojos «…A tu abuelo lo mataron porque leía mucho…» nos decía a los nietos. Mi abuela murió un 5 de septiembre, justo 60 años después que su marido sin saber a qué lugar llevarle flores.
En el año 2002 leí un artículo sobre una fosa que habían exhumado en Priaranza del Bierzo, el artículo describía una de las muchas historias de lucha contra el olvido que culminaba en la recuperación de los restos de Emilio Silva Faba y otros 12 asesinados después de más de 60 años. Yo le enseñé el artículo a mi madre que inmediatamente vio claro que necesitaba hacer lo mismo con el cuerpo de su padre; localizar sus restos y darles sepultura junto con su viuda, mi mamá Paca.
Pasados unos años, en el 2004, tuvimos noticia de que en Sevilla se iban a celebrar las primeras jornadas sobre Memoria Histórica. Allí conocimos a Rafael, Cecilio y otros muchos que ya venían trabajando en la Recuperación de la Memoria. Conocimos a Emilio Silva y fue punto de encuentro con otras personas de nuestro pueblo que perseguían el mismo fin. Mi madre pidió formalmente al Ayuntamiento que se realizaran todos los trabajos necesarios para localizar y exhumar los restos de mi abuelo, nos amparaba la ley pero sólo en la forma, luego hemos visto que NO en los hechos.
En este tortuoso camino conocimos a Bienvenida, la misma historia se repite. Javier Gavira llevaba años trabajando en la investigación de la historia oculta de Marchena y encontró en mi madre a una colaboradora incondicional. Antonia hablaba con los familiares, averiguaba nombres y acompañaba a Javier en las entrevistas que él necesitaba. Formamos una comisión municipal que aglutinaba a familiares de víctimas, partidos políticos, historiadores y archivero. Todas las iniciativas han pasado por el consenso de la comisión aunque las últimas reuniones se han celebrado en ausencia de uno de los partidos políticos.
En el año 2006 los familiares nos constituimos como asociación. Aunque nos sobraban razones a cada uno de nosotros, consideramos que era un instrumento de fuerza que nos podía abrir algunas puertas. Siempre con la premisa de la localización y exhumación de nuestros familiares hemos obtenido subvenciones con las que organizar jornadas divulgativas y publicar el libro de Javier. En los tres últimos años hemos organizado y realizado un acto simbólico cada 1 de mayo (2006-2007-2008).
Continuamos fuertes pese a todos los obstáculos. Nuestros familiares nunca perdieron la dignidad pero nos corresponde a nosotros exigir justicia para ellos.