Antonio Trigo Ortega vino al mundo un frío miércoles 14 de enero de 1920 en la población malagueña de Almargen, un pueblecito de interior situado en las lindes con la provincia de Sevilla que vivía esencialmente de la agricultura. Nacido en el seno de una familia humilde que trabajaba la tierra, su madre murió al año escaso de traerlo a la vida, por lo que su padre se mudó al cercano pueblo de Ardales, donde fundó una nueva familia de la que nacerían sus tres hermanos pequeños: Juan, José y Encarna. Antonio tuvo un hermano más del primer matrimonio de su padre, que se llamaba Felipe. Del segundo matrimonio de su progenitor tuvo otros hermanos que murieron a edad temprana, Juan y Andrés. Eran otros tiempos…
Antonio creció en una España convulsa, agitada social, política y económicamente, en la que la clase obrera había depositado ciertas esperanzas de cambio con el advenimiento de la II República. El golpe de Estado que perpetraron las clases conservadoras y reaccionarias, que dio al traste con todas las reformas que quería implementar el gobierno republicano y con un esperanzador futuro, le pilló en Ardales a la edad de 16 años. Ante el avance del frente de guerra y su instalación en las cercanas poblaciones de Teba y Campillos, se unió a las milicias republicanas junto con su amigo Rafael Bravo Páez. Antonio, al igual que miles de jóvenes españoles y contraviniendo los deseos de su padre, mintió en su fecha de nacimiento para poder ser admitido en el Batallón de Milicias Antifascistas de Málaga, más conocido como Batallón México, de orientación comunista y formado a finales de octubre de 1936.
Tras meses de pequeñas escaramuzas, el día tres de febrero de 1937 comenzó la batalla de Málaga. Los golpistas abrieron varios frentes en los que avanzaron rápidamente gracias a su superioridad táctica y técnica y, sobre todo, gracias al apoyo del Cuerpo de Tropas Voluntarias formado por miles de soldados italianos muy bien pertrechados y con material bélico de última generación. Antonio combatió a los golpistas desde determinadas posiciones en la zona de El Chorro y en el puerto del Viento, junto a la carretera de Ronda, entre otros lugares, pero la superioridad de los rebeldes era incontestable ante unos milicianos mal armados, mal pertrechados, mal organizados, con escasa formación y experiencia militares y abandonados a su suerte por las autoridades malagueñas y por el gobierno de la II República. Antonio hubo de retirarse junto con su batallón y otros miles de milicianos tomando el camino de la carretera de Málaga a Almería, por donde huían desesperadamente más de dos centenares de miles de personas mientras eran bombardeadas desde la costa por varios destructores rebeldes y acribillada por la aviación fascista desde el aire. Hablamos de la Desbandá, uno de los episodios más salvajes y despiadados de la Guerra Civil española perpetrado por los golpistas donde murieron miles de personas sin que hasta la fecha se tenga certeza absoluta de cuántas. Los batallones México y Metralla cubrieron como pudieron la retirada de los que huían hacia Almería, adonde llegaría exhausto Antonio.
Nada claro sabemos de él hasta que descubrimos que ingresó en el Cuerpo de Carabineros en febrero de 1938 en Valencia, al igual que su inseparable amigo Rafael Bravo Páez. A ellos se les une otro personaje, Juan Padilla Niebla, del que no tenemos más datos y que aparece en una foto-postal minutera con el sello de TARJETAS CARCELLER-Rápidas abrazado a un sonriente Antonio de aspecto prematuramente envejecido. Es muy posible que esta foto se tomara en la ciudad del Turia y fuese enviada a su familia, haciendo constar el nombre de su madre de adopción: Mariana, con el siguiente mensaje en el reverso:
Camarada Antonio Trigo Ortega
MR MARIANA
Juan Padilla Niebla
En el anverso, a pie de foto, quedan restos de escritura, pero está tan estropeada que desgraciadamente no se puede apreciar el contenido del mensaje.
Imaginamos que Antonio y sus compañeros debieron participar en distintas batallas y acciones de guerra, pero al no saber en las brigadas en las que estaban integrados, es imposible conocer de forma certera cuales fueron los frentes en los que prestaron servicio.
Lo que sí sabemos es que, a primeros de febrero de 1939 y tras el colapso de la II República, Antonio y su amigo Rafael atravesaron la frontera con Francia junto a más de medio millón de personas que buscaban refugio en el país vecino. Juan Padilla Niebla no iba con ellos. Lo más posible es que cayera en combate, fuera tomado como prisionero o fuese a parar a otro campo de concentración francés. Hasta el momento presente desconocemos cual fue la suerte que corrió este hombre. En la frontera gala a Antonio, al igual que a los otros miles de combatientes, le despojaron de sus armas y de algunos efectos personales y lo condujeron, muy probablemente, a La Tour de Carol y poco más tarde al fuerte de Mont Louis. Desde ese lugar sería enviado al campo de Le Vernet d´Ariège, entre las poblaciones de Le Vernet y Saverdun. Se trataba de un campo levantado durante la Gran Guerra para alojar militares coloniales del ejército francés y, más tarde, prisioneros alemanes. Durante el período de entreguerras funcionó como almacén militar y tras la Guerra Civil Española, como centro de internamiento de miles de combatientes de la División Durruti y de las Brigadas Internacionales.
Desde Le Vernet, en unas condiciones inhumanas y deplorables, torturados por el frío, el hambre, la falta de higiene y los malos tratos de los guardias franceses, Antonio y Rafael escribieron el dos de junio de 1939 a sus familias en Ardales en el mismo papel, por ambas caras y con tinta roja, para ahorrar tanto en papel como en sello. Reconocemos la caligrafía de Antonio en ambos textos epistolares, aunque algunas palabras han quedado desdibujadas e ilegibles por el paso del tiempo:
Texto dirigido a la familia de Antonio Trigo
Vernet de Arrieque (sic) 2 – 6 – 39
Queridos padres al ser esta en su poder se encuentre bien en unión de mis hermanos yo hasta la presente sin nobedad. Papa despues de pasar largo tiempo sin saber nada de ustede cosas que tengo un disjusto bastante grande papa tambien le digo que me diga usted argo de mis hermanos y de mi primo Juan y tam pronto como usted resiba esta querida carta contestara. Papa de los papeles no le digo nada por que mi amigo Bravo lla sabe usted lo que le dice a sus padres que estan saliendo muchos indibiduos del campo y no mas que desirle mucho besos y abrasos para mis ermano y primos y abuelos y ustedes mis queridos padres resiben un fuerte abrazo de este su querido hijo que lo es Antonio Trigo Ortega.
Papa me mandara uste una foto suyo que escriba uste pronto
Adios
Texto dirigido a la familia de Rafael Bravo
Vernet de Arrieque (sic) 2 – 6 – 39
Queridos padres: al ver esta en su poder se encuentre bien en unió de mis hermanos yo hasta el presente sin novedad. Papa despues de esta largo teimpo sin saber nada de ustede cosa que tengo un disjusto bastante grande, deseo que tan pronto como reciba esta me contestara usted lo mas rapido posible contándome al mismo tiempo muchas cosas de mis hermanas y mayormente de Juan; ¿hasta cuando boy a estar separado de ustede? [ilegible] pero me parese oro [ilegible] y de encontrarme en esa al lado de ustedes, de este campo esta saliendo mucho individuo que reciben los papeles de sus familiare garantizandolo las Autoridades de sus respectivas localidades, supongo que usted ará las oportunas diligencias y nada mas por el momento abrazos para mis hermanas y sobrino recuerdos para los cuñados y becinos Rafael [ilegible] y ustedes mis queridos padres recibe esta carta de este su hijo Rafael Bravo Paes
[firma]
De sus letras se desprende, además de la desesperada situación en la que vivían, el dolor por la larga y traumática separación de sus familiares. Aún en esos trágicos momentos, ambos guardaban la esperanza de volver a España y de reunirse con sus familias. Sin embargo, por lo que sabemos, el día 30 de junio de ese mismo año ambos se integraron más o menos voluntariamente en una Compañía de Trabajadores Españoles y fueron enviados al campamento militar de Camp de Mailly, en la región de Champaña-Árdenas, no muy lejos de París ni de la frontera alemana. Por algún medio debieron saber que el regreso a España supondría su muerte, de ahí que optasen por quedarse en Francia.
Las Compañías de Trabajadores Españoles (CTE) eran unidades formadas por unos 250 hombres que estaban encuadradas en el ejército francés y que realizaban una serie trabajos encaminados a la defensa de Francia frente a los alemanes, como la construcción de carreteras, puentes, fortines, el reforzamiento de la línea Maginot…
En Camp de Mailly le perdemos la pista a Rafael Bravo Páez. Aquí se evapora su buen e inseparable amigo ardaleño. Posiblemente perdiera la vida en los enfrentamientos con los alemanes tras la rápida invasión de Francia. No lo sabemos. Pero a Antonio le hemos podido seguir la pista; nos lo volvemos a encontrar en el fronstalag nº 180 de Amboise, población muy cercana a la ciudad de Tours, donde debió recalar en el verano de 1940 tras la invasión alemana. Un frontstalag no era más que un campo de prisioneros de guerra en suelo no alemán. Sabemos, por el listado de prisioneros de guerra nº 34 publicado en octubre de 1940 por el gobierno francés y donde aparece Antonio Trigo, que este ardaleño estuvo en el frontstalag 211 de Saaburg antes de que recalara en el 180 de Amboise, tal y como aparece en el listado de prisioneros de ocho de abril de 1941.
En el frontstalg 180 de Amboise, en este campo de tránsito hacia el infierno concentracionario nazi, pasó varios meses padeciendo frío, hambre y necesidad. Sin embargo su estancia debió hacerse algo más llevadera gracias a la complicidad de la población de Amboise, que ayudaba a los prisioneros proporcionándoles comida y ropa de forma clandestina. El campo de Amboise se cerró en marzo de 1941, pero la Wermacht lo volvió a abrir en 1943 dándole el uso de almacén de víveres y suministros para el ejército alemán. Tras la liberación de Francia, se empleó como campo de prisioneros de guerra alemanes. En 1947 fue desmantelado y de él sólo quedan viejos recuerdos, antiguas fotos y la memoria de muchos de sus prisioneros recogidas, por fortuna, en varias publicaciones. Una placa memorial ubicada en una zona donde estuvo el campo, sirve de recordatorio.
Tras la clausura de este frontstalag, Antonio fue llevado al stalag de Salzburgo (Wehrkreis XVIII), no sabemos en qué circunstancias, en enero de 1941. A veces los prisioneros, desde los frontstalags debían realizar unas largas marchas a pie que podían durar días o semanas, hasta llegar a su destino. Otras veces las marchas eran combinadas con traslados en tren.
En este stalag controlado por el ejército germano, permaneció varios meses bajo el estatus de prisionero de guerra en unas duras condiciones, recibiendo un número de prisionero: el 3474. Sabemos que los prisioneros de este campo eran llevados a trabajar en la agricultura, en granjas y en ciertas industrias, y suponemos que Antonio, trabajador del campo como era, debió desempeñar determinadas faenas en la agricultura durante sus meses de cautiverio en este lugar. También sospechamos que quizás pudiera mandar alguna carta a sus familiares, porque ellos tenían constancia de que se encontraba cautivo de los alemanes. En este campo de prisioneros permaneció hasta el día 9 de septiembre de 1941, en el que, junto con otros 39 compañeros más procedentes del mismo stalag y tras dos días de ajetreado viaje en tren, fue llevado a Mauthausen. Entre esos compañeros, casualmente, se encontraba el tebeño Pedro Giménez Ostio. En ese infierno controlado por los nazis de las SS y no por el ejército alemán, le permutaron su nombre por el número 5222, iniciando un camino de explotación, deshumanización y malos tratos que culminaría con su muerte y transformación en cenizas en un breve lapso de tiempo.
Imaginamos que en Mauthausen debió trabajar duramente en su tristemente famosa cantera y realizar otras arduas tareas soportando malos tratos, una alimentación escasa e inadecuada y una nula atención higiénico-sanitaria. Alguna alegría o sorpresa se llevaría cuando en Mauthausen se encontró con otro ardaleño, Juan Rodríguez Naranjo, que se encontraba allí desde enero de 1941. Pensamos que Antonio debió llegar muy debilitado y con la salud bastante quebrada porque poco después, en octubre de ese mismo año, fue transferido al subcampo de Gusen, el “matadero” de españoles, donde le asignaron un nuevo nombre, el 14.032. No iba sólo, junto a él se encontraba también Juan Rodríguez Naranjo.
Suponemos que en Gusen también debió trabajar en la cantera y quizás, en los cimientos del famoso molino de triturar piedra, lugar donde no sobrevivió casi ningún español. Según los documentos del campo, Antonio perdió la vida un gélido miércoles, casualmente, 19 de noviembre de 1941. Tenía 21 años. En el registro de defunciones se apuntó la hora de su deceso, las 14:50 horas, y la supuesta causa de la muerte, nefritis, si bien no podemos estar seguros de que sea verdad, dado que en la mayoría de las ocasiones la muerte podía haber sido causada de forma violenta a pesar de que se registrara por alguna enfermedad. El día cinco de ese mismo mes había perecido Juan Rodríguez, que tenía tan sólo cuatro años más que Antonio.
Poco más de dos meses soportó Antonio Trigo ese infierno antes de ser devorado por el siempre hambriento horno del crematorio y es que en el invierno de 1941 a 1942 perdieron la vida la mayoría de los deportados españoles a Mauthausen y su subcampo de Gusen. En estas fechas las condiciones fueron excepcionalmente duras, con una siniestra combinación de varios factores: frío extremo, malos tratos brutales, intensa explotación laboral y una muy escasa alimentación, que buscaban como objetivo final la eliminación de los prisioneros. Su misma suerte corrieron otros vecinos de su pueblo: Joaquín Cantalejo Sánchez, el ya mencionado Juan Rodríguez Naranjo y Pedro Sánchez Muñoz. Algunos de éstos también llegaron a coincidir en Mauthausen y Gusen con otros de los siete prisioneros del malagueño municipio de Teba, muy cercano a Ardales.
La familia de Antonio se enteró de su muerte un día indeterminado de un año impreciso de la década de los años cuarenta, según se esfuerza en recordar su hemano Juan. Al parecer un superviviente del campo de concentración de Mauthausen llegó a la casa familiar a llevar la triste noticia. Su padre, Andrés Trigo, después de tantos años sin saber de él y teniendo constancia de que había caído en manos de los alemanes, no guardaba esperanza alguna de volver a verlo con vida… Todo apunta a que esa persona que informó a la familia del triste final de Antonio fue uno de los supervivientes del vecino pueblo de Teba, Félix Fontalba Fuentes. No es aventurado pensar que los ardaleños y los tebeños que se hallaron en tal infierno acordaran que, si alguno sobrevivía a aquella pesadilla y pudiera alcanzar la tan ansiada libertad, informaría a las familias de la suerte del resto. Y es cierto que el Estado francés, en los años cincuenta, remitió a España los certificados de defunción de miles de deportados, entre ellos el de Antonio Trigo Ortega, para que las familias fueran informadas. En el caso de Antonio, como en el de tantos otros, el gobierno español no comunicó nada a las familias…
Los hermanos de Antonio que viven a día de hoy, Juan y Encarna, no dejan pasar un día sin que su presencia acuda a sus corazones, al igual que sus padres y su hermano José hasta el fin de sus días. Y no han sido los únicos en estos años; Antonio tenía una novia en Ardales y aunque la guerra los separó, ella nunca pudo olvidarlo. A pesar de que acabó emigrando a Barcelona y emprendiendo una nueva vida creando una nueva familia, ella jamás dejó de quererlo y de recordarlo. No perdió el contacto con la familia de Antonio hasta que murió hace pocos años, ya a una edad muy avanzada.
Epílogo
Los grandes olvidados de España
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros
cuando asqueados de la bajeza humana,
cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
Luis Cernuda, 1936
En nuestro país, tanto a los españoles que fueron asesinados como a los que sobrevivieron al horror de Mauthausen y otros campos, se les ha negado su lugar en la historia y en la memoria. Durante la Dictadura franquista (por motivos evidentes) y durante la Transición (por motivos también evidentes) fueron completamente postergados y alejados de los libros de historia. Más difícil explicación y ninguna excusa tiene el haberse mantenido su ignorancia durante las cuatro décadas de democracia en España cuando en países como nuestra vecina Francia, su patria de adopción, se les rindió (y se les rinde) numerosos homenajes y se les profesa un gran respeto. Los españoles que sufrieron los campos nazis han sido víctimas dobles, por parte del nazismo y sus aliados y por parte de la historia. El no recordarlos supone volverlos a mandar nuevamente de cabeza al averno de Mauthausen a manos de sus sanguinarios verdugos y torturadores; a sus mortíferas canteras; a los afilados colmillos de los perros guardianes; a sus gélidas y piojosas yacijas; a sus asfixiantes cámaras de gas; a sus hambrientos crematorios… El no rememorarlos supone condenarlos nuevamente a la más infame de las muertes.
Aunque muchos miles murieron asesinados en los campos, exterminados por el trabajo, la violencia de la que eran víctimas y las condiciones infrahumanas, fueron decenas los que murieron años más tarde a consecuencia de las fatales secuelas físicas y psicológicas. Muchos fenecieron por las enfermedades que habían adquirido y las secuelas que arrastraban, otros no soportaron el seguir viviendo con esos recuerdos, con esas desgarradoras experiencias y acabaron con sus propias vidas mediante el suicidio. Otros, siete décadas después, todavía siguen padeciendo horripilantes pesadillas en los que los SS o los kapos vienen a buscarlos por las noches, cuando les alcanza el sueño, y sólo encuentran la libertad por las mañanas cuando la luz del amanecer los rescata. El testimonio al respecto que me resulta más espeluznante y extraordinariamente conmovedor es el del cordobés Juan Romero, que rememora una de las veces que los alemanes llevaban a un grupo de judíos para gasearlos: Una vez llegó un convoy de judíos en el que había hombres, mujeres y niños. Era un grupo de más de treinta o cuarenta personas. Pasaron delante de nosotros y una niña, pequeñita, me miró y sonrió… me sonrió un poquito. La pobre niña, ignorante, no sabía a dónde iba. Su cara y su sonrisa la sigo viendo por las noches, cuando me voy a la cama. Nunca he podido olvidar aquello (testimonio de Juan Romero extraído del libro Los últimos españoles de Mauthausen, de Carlos Hernández de Miguel).
Los que llevaron la peor parte fueron los prisioneros soviéticos, que a duras penas lograron salvar sus vidas. Tuvieron una suerte muy negra pues acabaron incluso peor que los españoles. Muchos eran prisioneros de guerra que se habían jugado la vida defendiendo la URSS y que habían aguantado la dureza de los campos nazis. Sus torturadores y carceleros, por comunistas, los habían tratado con especial saña y crueldad. Tras la liberación no les esperaba la ansiada libertad sino un nuevo calvario ya que el camarada Stalin consideraba que los que habían sobrevivido, lo habían hecho por colaborar con los alemanes. De regreso a casa, los condenó a los gulags, los campos de concentración soviéticos, tan duros o más que los de los nazis… de la sartén a las brasas.
Los supervivientes señalan que entre ellos ha existido siempre, aunque sea extraño decirlo, cierto sentimiento de culpabilidad por haber sobrevivido a aquel infierno. Sobre todo cuando echan la vista atrás y recuerdan cuantos inocentes, cuantos amigos y compañeros no lograron contarlo… Y son muchas las víctimas e incluso historiadores e investigadores que señalan que el horror de los campos podría haberse acortado, que podría haber sobrevivido muchísimas más personas si los aliados hubieran intervenido antes. Son muchas las voces que denuncian que no intervinieron más rápidamente porque apenas si había americanos o ingleses en los campos…
En la actualidad Mauthausen se ha convertido en un museo-memorial que visitan decenas de miles de personas todos los años donde incluso se puede solicitar información sobre las víctimas. Sin embargo el campo de Gusen fue privatizado hacia los años cincuenta de la pasada centuria y sus instalaciones transformadas en viviendas, granjas, criaderos de champiñones… muy pocas infraestructuras se han conservado, entre ellas el crematorio, gracias a la iniciativa privada de antiguos supervivientes y donaciones varias.
Hoy día los pocos supervivientes que quedan y sus familias se integran, junto a otras muchas personas, en asociaciones como L´Amicale de Mauthausen (Francia) y la Amical de Mauthausen y otros campos y de todas las víctimas del nazismo en España (España) que buscan perpetuar el recuerdo y la memoria de las víctimas y de aquellos tristes acontecimientos para que las generaciones venideras lo conozcan y no cometan ni permitan que se produzcan semejantes horrores.
Los jóvenes han de seguir este combate para evitar que no se produzca esto más. Nunca más. Es la juventud quién tiene que continuar. A nosotros ya nos queda poco. Esquivamos a la muerte en los campos, porque no nos tocaba, pero ya la vemos venir de lejos.
Alejandro Bermejo Mateo (del libro Historia de los españoles en la II Guerra Mundial, de Alfonso Domingo)
Fuente: https://airesdemonda.blogspot.com/2019/05/antonio-trigo-ortega-un-ardaleno-en-las.html