Eloy Vaquero

Córdoba

Un refugiado en la isla de Manhattan

El político cordobés terminó sus días en Nueva York, ciudad a la que llegó en septiembre de 1939, aún esperanzado en que regresaría en breve y que aquellos años neoyorquinos no eran más que una breve pesadilla. Pero no fue así. Sin embargo, quien había sido ministro durante la Segunda República y alcalde de Córdoba se adaptó bien en Estados Unidos. Trabaja como profesor de la Universidad de Columbia, participa en las revistas del círculo republicano como ‘Mensaje’ o ‘Temas’ y se convierte en personaje fundamental de las animadas tertulias de republicanos en Nueva York. En esta ciudad escribe también su poemario ‘Senda sonora’ y se refugia en sus recuerdos escritos en ‘Del drama de Andalucía’

En una taberna neoyorquina, en el rincón más apartado, donde se cuela quizás el sonido del bebop del mítico Club Minton’s, hay un grupo de parroquianos bulliciosos, casi se diría que enfebrecidos. Gritan, gesticulan, ríen a ratos y a veces se quedan con la mirada perdida en un punto incierto para inmediatamente volver a hablar en alto. Preside la insólita tertulia del Gold Ri (el Rey Dorado) un tipo solemne, de aspecto serio. Nadie en el local puede imaginar que ese señor que apostola en esta tertulia de ruidosos españoles fue ministro de una República española que ya no existe. Nadie puede imaginar que lleva dentro el drama de Andalucía, ni más ni menos que el título de una de sus obras, estremecedoramente autobiográfica.

Eloy Vaquero es uno de esos personajes que conforman el variopinto círculo de republicanos españoles en Nueva York. Fernando de los Ríos, Victoria Kent, Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Miguel Pizarro o la familia Lorca son algunos de los exiliados que se mueven por Manhattan con la banda sonora del Rhapsody in blue, de Gerhswin, aunque para ellos tenga una nota más, un aire trágico y sobrecogedor. El cordobés Eloy Vaquero, que ahora vaga por este Nueva York en blanco y negro, aturdido a veces por las alturas de los rascacielos, se inquieta recordando sus años como ministro de la Gobernación y luego con la cartera de Trabajo, Sanidad y Previsión Social. Cuánto quedó por hacer. Y cómo no, en este Nueva York monumental y enorme evoca las callejas pequeñas de Córdoba, ciudad de la que fue alcalde con la candidatura del Partido Republicano Radical en el año 1931.

En estos años neoyorquinos se ha adaptado bien a su nueva vida. Llegó en septiembre de 1939 y pronto comenzó a ejercer como profesor de la Universidad de Columbia. Y funda y dirige la revista Mensaje, una de las publicaciones del círculo de exiliados españoles y en la que colabora con el onubense Odón Betanzos. Otra revista en la que participa es Temas, publicación ilustrada surgida en 1950 en la que escribieron esporádicamente desde Américo Castro a Guillén. Pero, sin duda, la más relevante obra de Eloy Vaquero en el desasosegante paraíso prestado del exilio es la publicación de su libro de poemas Senda sonora, quizás el refugio de tanta desesperanza. En los versos de Senda sonora hay una propuesta para deambular por su biografía, una biografía que pronto comienza a ser errabunda, portátil.

En las elecciones de febrero de 1936, Vaquero intentó formar una candidatura con los seguidores de Gil Robles, pero fracasa. Es así como inicia un periplo por el mundo que no cesará hasta su destierro definitivo en el Nueva York de 1939. Comienza con un breve exilio en Gibraltar, que continúa en Inglaterra, siguiendo curiosamente el habitual camino que hacían los liberales españoles que tuvieron que exiliarse ya en el siglo XIX. Luego pasará por Nueva York, viajará a La Habana y permanecerá dos años en Caracas como profesor y redactor de la revista El Correo Escolar.

Tertulias de cafés

Atento al devenir de la guerra en España, Eloy Vaquero decidirá establecerse en Estados Unidos, como buena parte del círculo intelectual de profesores exiliados. Un mundo obsesionado con la vuelta a España y que sólo respira con cierto alivio cuando se reúne en el vientre tibio de los cafés. El itinerario de estos paraísos de los pasajeros en tránsito que son estos expulsados seguiría por el Café El Tupinamba de México, el Café Miraflores de Santiago de Chile o cualquiera de los de la Avenida de Mayo bonaerense. El ambiente en estas patrias de confidencias y amigos se exaltaba sobre todo el 14 de abril, cuando se hacían festejos en recuerdo de la fecha histórica de proclamación de la Segunda República. El propio Eloy Vaquero recuerda aquel ambiente en el Gold Ri: «Los 14 de abril nos reuníamos y se organizaban comidas festejando la República, se daban discursos y se impulsaba la esperanza de un pronto retorno a la patria». Y si el 14 de abril era la fecha de la esperanza, el día más terrible era la Nochevieja, porque siempre se brindaba pensando en un retorno cada vez más imposible, pensando que el vino se hacía cada vez más amargo y el sueño del regreso, era un sueño huidizo.

En el prólogo del libro Del drama de Andalucía, el historiador Juan Ortiz Villalba rescató unas interesantes declaraciones del escritor cordobés Antonio García Copado recordando al Vaquero de aquellos días: «Don Eloy y yo vivíamos muy cerca; él vivía en la avenida de Manhattan y yo vivía en la avenida 108. Le conocí a poco de llegar allí, porque él iba a una tertulia del Gold Ri, que era una taberna clásica americana donde nos dejaban los sábados un salón al final y allí nos reuníamos una serie de intelectuales, poetas. Vaquero dirigía la tertulia del Rey de Oro, su voz se dejaba escuchar siempre, y acogía muy afablemente a los españoles que llegaban allí».

En muchas ocasiones, Eloy Vaquero recordaba su infancia -eterna obsesión del exiliado, que sólo en esa época cree haber sido feliz-. Y de aquel tiempo emergía un recuerdo inocente e insignificante, pero que la distancia idealizaba: el premio que obtuvo en un certamen literario con motivo del tercer centenario de El Quijote. Cómo resonaba la voz sabia de don Alonso, cascada del polvo y el desengaño del camino, como otro heterodoxo más expulsado de la madre España. Ese Quijote que buscaba utopías y sueños absurdos se había convertido en el mito definitivo al que se agarraban los desterrados. Eloy Vaquero vio muchas veces remontar los rascacielos de Manhattan a un don Quijote enjuto y triste sobre un Rocinante espectral y alucinado. Y aquel premio infantil, ¿dónde estaría? ¿en qué cajón lo dejó olvidado?

Pasan fugaces otras estampas, como cuando luchaba por la causa andalucista con un joven y esperanzado Blas Infante antes del horror, o cuando impulsa las escuelas al aire libre para hijos de obreros. García Copado, exiliado también desaparecido, arrastrado por el huracán de olvido que los ha sepultado a todos, recuerda otras escenas con Vaquero: «Don Eloy era el auténtico andaluz, con todos los vestigios del árabe. Era un hombre generoso, (me invitaba muchas veces a comer en su casa) porque estaba solo con su esposa y le gustaba muchísimo hablar de Córdoba, y el mejor vehículo para eso era yo, el único cordobés que había por allí entonces. Empezaba a hablar de Córdoba, de la época de Córdoba… un tema monocorde en él…». Córdoba. ¿Bajo qué sombra de Manhattan se esconderá la Córdoba de los exiliados?

EL ENTIERRO DE LOS PERSONAJES SIN PATRIA

Uno de los pasajes más estremecedores del Eloy Vaquero que se confiesa ante él mismo es cuando lamenta la muerte de sus amigos. Nada hay más amargo que el entierro de un exiliado en tierra ajena, porque sabe que ni siquiera la muerte ha perdonado ese castigo del no-regreso. En cada funeral, reconoce que su final está cada vez más cercano, que probablemente la próxima cita sea en su entierro y que los pocos amigos que van quedando llorarán por él, por no haber podido descansar en la patria.

Así se estremecía Eloy Vaquero ante el fallecimiento de un buen amigo: «El Chiquito de la Rosita: ha muerto con la ilusión todavía en los ojos agónicos, de verme volver (…) del único modo que yo he de hacerlo, es decir, en el disfrute de mis ‘derechos humanos’, sin recibirlos como un privilegio que a mí, por ser yo, me otorgue, amenguados, ningún déspota, sino pudiéndolos gozar, plena y dignamente, en unión de aquellos supervivientes ‘arrieritos’ y ‘chiquitos’».

Otro entierro narrado en ese Nueva York de hijos expulsados es el del también ministro republicano Fernando de los Ríos. Eloy Vaquero, como uno más de los representantes de esa República transplantada en Manhattan por culpa de un destino aciago y cruel participaría en esa comitiva fúnebre que salió del 448 de Riverside Drive para dar su último adiós a Fernando de los Ríos.

Junto a Eloy Vaquero estaban otros representantes de esa República que ya no existía y era como un espectáculo tristísimo de fantasmas de un mundo que ya no existía, un gobierno sin país, personajes sin escenario. Estaban Juan Negrín, el presidente del último Gobierno español durante la Guerra Civil; Julio Álvarez del Vayo; el general Asensio, antiguo subsecretario del Ministerio de Defensa Nacional, que representaba en el entierro al Gobierno republicano en el exilio; Eloy Vaquero así como al ex diputado gallego Emilio González López, según apunta Octavio Ruiz-Manjón en su libro Fernando de los Ríos. Un intelectual en el PSOE. ¿Qué pensarían estos personajes en ese entierro por las calles de Nueva York? Junto a los políticos sin país estaban también los profesores sin patria: Tomás Navarro Tomás, Ángel del Río, el mexicano Andrés Iduarte, Américo Castro, Luis Recasens Siches, Ernesto Dacal. Toda una España peregrina con un destino: el cementerio de Kensico.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 9 de julio de 2007

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