Enrique Carcajosa Sarria

Osuna
Sevilla

Panadero, de 41 años de edad, hijo de Francisco y Dolores, estaba casado con Dolores Montero Reyes, tenía cinco hijos pequeños: Enrique, Alejandro, Francisco, Antonio y Dolores, y vivía en la casa número 15 de la calle Puentezuela. Hasta el día 7 de octubre de 1936, en que lo mató el falangista Ramón Méndez Nozaleda, setenta días después de que Antonio Castejón Espinosa hubiera ordenado el asesinato de su hermano Pablo.

Ese día 7 de octubre, el jefe de la guardia urbana de Osuna, Manuel Morillo Martín, comunicó al comandante militar de la localidad que a las cinco y media de la tarde del propio día había sido detenido “en casa de La Portuguesa” el vecino Ramón Méndez de la Nozaleda como presunto autor de un homicidio en la persona de Enrique Cascajosa Sarria; habiéndosele intervenido una pistola automática, de cañón largo y modelo anticuado, marca Rival, del calibre 7,65; un cargador con tres cartuchos, tres vainas del mismo calibre, una bala y una cartera.

El comandante militar, que era un capitán de infantería de la Caja de recluta número 11, llamado Pedro López Perea –de 41 años de edad, natural de Antequera y residente en Osuna desde hacía unos cinco años, domiciliado en la calle Victoriano Aparicio (Quijada), número 1– ordenó al alférez Manuel Alonso Calderón, perteneciente a la plantilla de la misma Caja de recluta, que instruyera una causa por el delito de homicidio contra el falangista detenido. Orden que el alférez comenzó a cumplir el mismo día 7, tras nombrar como secretario suyo al sargento Rafael Chaves Barrera, pacense de 26 años de edad, con destino y residencia en la propia Caja de recluta (Carrera de Tetuán, número 104) desde el año 1933, aproximadamente.

Acompañados del médico Antonio Repetto Rey y de una pareja de la guardia civil, Alonso y Chaves se presentaron a las seis de la tarde de ese día en la calle Luis de Molina, número 24, en donde existía “una casa de lenocinio conocida por la Portuguesa”, y en ella, sin observar señales de lucha, encontraron el cadáver de un hombre: moreno, delgado, de pelo castaño y buena estatura, vestido con americana, corbata y pantalón negros, y camisa clara, que se hallaba en posición de decúbito supino, con la pierna derecha flexionada, la izquierda extendida, el brazo izquierdo flexionado sobre el pecho y el derecho extendido con la mano empuñando un paraguas.

El cadáver, de quien fue reconocido como Enrique Cascajosa Sarria, estaba situado en paralelo a la puerta de entrada de la casa y presentaba dos heridas por arma de fuego: una, leve, en el brazo derecho y otra, mortal de necesidad, en el ángulo interno de la ceja derecha. Por la disposición de las heridas, según la autopsia practicada al día siguiente en el depósito de cadáveres del cementerio municipal por los médicos Antonio Repetto Rey y Arturo Garrigó Caro, los disparos habían sido realizados “encontrándose agresor y agredido frente a frente”.

El alférez Alonso Calderón ordenó al jefe la guardia municipal, Manuel Morillo, que entregara el detenido “a una pareja de Falangistas” para que éstos lo condujesen a la cárcel del partido judicial; también pidió, a Morillo y a la jefatura de la Falange, que le informasen sobre el detenido. Y al día siguiente les tomó declaración a todos los individuos que se encontraban presentes en el lugar de los hechos cuanto éstos ocurrieron. Tales individuos, aparte del homicida, eran: la portuguesa, de Faro, Margarita Pereira Amaral, soltera, de 30 años de edad y residente en Osuna desde el año 1923; Antonio Reyes Reyes, natural de Montilla, de 45 años de edad y de profesión “desbravador y corredor de caballos”, con domicilio en la calle San Antón, número 18; Isabel del Pozo Rodríguez, de 27 años de edad, prostituta, de Nerva; Carmen Pérez Castañeda, sevillana, de 32 años de edad, criada de la casa número 24 de la calle Luis de Molina; Miguel Guillén Pérez, viudo, de 36 años de edad, de profesión albañil y con domicilio en la calle Alfonso XII, número 37; Francisco Montes Perea, panadero, de 25 años de edad, domiciliado en la calle Albareda (Granada), número 102; José Fuentes González, panadero, de 44 años de edad, domiciliado en la calle Albareda, número 44; Remedios Reina Reyes, de 24 años de edad, prostituta, de Olvera; y José Buzón Sarria, alias el Varilla, “aparador de calzado”, de 18 años de edad, con domicilio en la calle Rodríguez Marín (Antequera), número 145.

Según el jefe de la guardia urbana, la conducta de Ramón Méndez “antes de su ingreso” en la Falange había sido “muy lamentable”, pues “es” de carácter pendenciero, se “embriaga” con frecuencia y “no sale” de las casas de prostitución, donde “maltrata” a las mujeres. En cambio, para el subjefe de milicias de la Falange, Miguel Ángel Govantes Soto, el falangista Méndez había observado buena conducta durante el tiempo que llevaba afiliado a esa organización, si bien había sido “corregido” dos veces por “faltas leves” cometidas.

Labrador, domiciliado en la calle Hazuela, número 1, Juan Ramón Méndez Nozaleda nació en esa misma casa el día 22 de septiembre de 1913; su padre, Cristóbal Méndez Terrón, y sus abuelos paternos, Juan Ramón Méndez Álvarez y Dolores Terrón García, eran de El Saucejo; mientras que su madre, Rosario Nozaleda León, y sus abuelos maternos, Manuel Nozaleda Olivares y Carmen León Báez, eran de Osuna. De pelo y ojos negros, cara ovalada y labios un poco gruesos, medía 1,71 de estatura; y, cuando compareció ante el alférez Alonso, vestía un traje marrón “con camisa de Falange”.

Méndez, tras confesar que había cumplido una condena de 2 meses y 1 día por el delito de desacato (lo cual, según explicó en otro momento, se debió a una “venganza personal de uno de los Jefes de Orden Público en la fecha en que ocurrieron los hechos, que era primo hermano suyo y cuya familia estaba enemistada con la suya”), hizo la siguiente declaración:

Ayer, después de salir a las ocho de la mañana del cuartel de la Falange de esta localidad, donde había estado prestando el “servicio de la guardia de retén”, me dirigí a mi casa para asearme y a las nueve salí y estuve paseándome por la Carrera y la calle Sevilla. Sobre las diez, me encontré con José Buzón Sarria, apodado el Varilla, y lo invité a dar un paseo y tomar unas copas. Y de dos a dos y media de la tarde, los dos nos encaminamos a la casa número 24 de la calle Luis de Molina. Al rato de estar allí bebiendo aguardiente, llamaron a la puerta y entró “un señor de cierta edad vestido de luto”; y después de otro rato “bien largo” volvieron a llamar en la puerta, aunque esta vez la dueña de la casa no abrió, sino que por la mirilla les dijo a quienes llamaban que no podían entrar porque las muchachas estaban ocupadas. A continuación la mujer volvió sobre sus pasos para “seguir planchando”, pero los golpes en la puerta siguieron mucho más fuertes; y no sé si fue la criada de la casa o la dueña la que acudió de nuevo a la mirilla y les dijo a los que llamaban que no insistieran porque no podían abrirles. He de confesar que como estaba un poco mareado quizás no pueda explicar con claridad y detalle exacto lo que siguió; pero, si no me es “infiel la memoria aletargada por los efectos del alcohol”, lo que sucedió a partir de ese momento fue que continuaron los golpes en la puerta más violentamente aún que antes, acompañados de frases de amenaza proferidas por los que estaban al otro lado de la puerta. Alguien de la casa se acercó de nuevo a la mirilla y rogó a los de fuera que no diesen tales golpes pues había “un muchacho de Falange” dentro e iban a echar la puerta abajo. Como respuesta escuché decir que abrieran la puerta o la echaban abajo, que “él era rojo” y tenía más cojones que los que estaban dentro. Entonces, no recuerdo si fui yo el que abrí la puerta, o fue otro de los que estaban en el comedor, pero lo cierto es que entró Enrique Cascajosa acompañado de dos individuos más, panaderos de oficio. Una vez en el comedor, Cascajosa se dirigió a mí directamente interpelándome con las siguientes palabras: “¿Tú eres el falangista? Yo tengo más cojones que tú, me cago en tus muertos y en los de Falange”. Yo le respondí que me respetara y no me comprometiera, pero él siguió insultándome, me cogió por la garganta y me zarandeó. Luego, desprendiéndome de él, me alejé huyendo hasta la puerta de un patio contiguo al comedor, pero Enrique me siguió hasta allí, volvió a cogerme por la garganta y me pinchó “con un bastón o paraguas”. En ese momento saqué la pistola, le dije que me soltara o le dispararía y, aunque él me contestó que yo no tenía cojones para tirarle, seguí rogándole que me soltara hasta que, viendo que resultaban infructuosos cuantos esfuerzos hacía para contener la agresión, disparé al menos dos o tres veces seguidas. He de añadir que yo jamás tuve animosidad alguna contra Enrique Cascajosa, pero creo que él sí la tenía no contra mí precisamente sino “contra los elementos de derechas y de Falange”, ya que “profesaba ideas de izquierdas, aunque no muy avanzadas”, y puede que también, “con motivo de la pérdida de un hermano de ideas extremistas a quien le fue aplicado el bando de guerra, llevara en el corazón algún resentimiento”. Que, unido a la bebida que llevaba encima, le condujeron a proferir frases insultantes “para los muertos de la
gloriosa Institución de Falange” a la que tengo, “o tenía”, el honor inmerecido de pertenecer. De todas maneras, reconozco la enorme falta que he cometido al quitar “imprudentemente” la vida a un semejante mío, y confieso que me encuentro muy arrepentido de mi grave “error”.

Margarita Pereira, la dueña del prostíbulo, le dijo al instructor que ella en el momento de la agresión se encontraba con Antonio Reyes en una habitación del piso alto de la casa y que, como se asustó al oír los disparos, no bajó hasta que fue requerida para hacerlo por un guardia civil. Reyes adujo la misma razón que la portuguesa para explicar que tampoco presenció la agresión, aunque sí oyó las voces y los disparos. Isabel del Pozo contó que ella, hacía tiempo, fue la “amiga” del agresor, obligada por las “amenazas constantes” de que éste la hacía objeto y debido a las cuales en una ocasión le presentó una denuncia ante el jefe de orden público de la localidad; pero aseguró que no vio la agresión porque se hallaba en su cuarto acostada y con la puerta cerrada. Según manifestó la criada Carmen Pérez, fue en ese cuarto de la planta alta de la casa, ocupado por “la pupila” Isabel del Pozo, donde ella se refugió, asustada, cuando, tras haberles negado la entrada “al muerto” y a otros “dos señores”, volvió a oír fuertes golpes en la puerta de la calle. De manera que tampoco presenció la agresión, aunque sí escuchó “cuatro” disparos.

Miguel Guillén refirió que cuando él llegó al prostíbulo sobre las tres de la tarde ya se hallaban sentados en el comedor el falangista Ramón Méndez Nozaleda y un individuo conocido por el Varilla. Él también se sentó, aparte, con una de las muchachas y permaneció allí hasta que entró Enrique Cascajosa acompañado por dos hombres, a quienes, después de llamar repetidamente con grandes golpes en la puerta de la calle y haber dicho que eran la autoridad, el falangista les franqueó la entrada. En ese momento, él se retiró del comedor a una habitación lateral en compañía de la “pupila” llamada Remedios Reina, y estando en dicha habitación escuchó, primero, unas palabras en tonos exaltados, que se intercambiaron Méndez y Cascajosa, e inmediatamente a continuación varios disparos. Salió entonces de la habitación y se encontró: a Enrique Cascajosa ya en el suelo, en medio de un charco de sangre “y sin ejecutar movimiento de ninguna clase que indicase que estuviera con vida”; a Méndez Nozaleda, con una pistola en la mano, y al Varilla, al lado de éste, “asustadísimos” los dos. Rápidamente, salió a la calle, se fue “derecho” a la jefatura de orden público y dio conocimiento de lo que había ocurrido.

Francisco Montes y José Fuentes relataron que el día anterior, sobre las once de la mañana, salieron de la panadería en que ambos trabajaban, en unión de “su patrono” Enrique Cascajosa; y los tres, “como buenos amigos que son”, estuvieron tomando unas copas “con motivo de la festividad de la Virgen del Rosario” en distintos establecimiento del pueblo, “hasta las tres y pico” de la tarde en que se dirigieron juntos a la casa de la Portuguesa, en la calle Luis de Molina. Llamaron a la puerta de la calle varias veces, sin violencia, y, como no acudió nadie a las llamadas, volvieron a repetir “los porrazos”, abriéndoles entonces la puerta el falangista Méndez Nozaleda. Quien, “con la pistola que tenía en la mano”, al penetrar ellos en el comedor, disparó un tiro sobre Enrique Cascajosa “sin mediar palabras de ninguna clase, y, al caer éste, le disparó dos o tres tiros más, “ya en el suelo”. A continuación, los dos increparon al agresor diciéndole: “¡Qué has hecho, criminal, has matado a este hombre!”. A lo que el Méndez respondió: “Y a ustedes también los voy a matar”. Y ante esta amenaza, ambos salieron huyendo a la calle, completamente nerviosos y asustados.

Remedios Reina, que llevaba de “pupila” en el prostíbulo sólo unos quince o veinte días, declaró que, entre las dos y las dos y media de la tarde del día anterior, se encontraba ella en el comedor de la casa con el fin “de hacer la primera comida” cuando llamaron a la puerta de la calle. Abrió la dueña y entraron el Ramón Méndez y el Varilla, los cuales llegaron hasta el comedor, se sentaron y entablaron conversación, después de pedir unas copas. Al rato volvieron a llamar a la puerta, que de nuevo abrió la dueña, y entró Miguel Guillén, quien también se sentó. Pasado otro buen rato, otra vez se sintieron golpes en la puerta, ahora dados con violencia, y por eso la dueña de la casa no abrió, sino que se asomó por la mirilla y les dijo a los que llamaban que perdonasen, pero que no les podía abrir porque adentro había una reunión. Continuaron los golpes cada vez más fuertes y se oyeron voces de quienes los daban, que decían: “¡Somos autoridades, hay que abrir la puerta por la fuerza!”. Ante el escándalo, la dueña subió a las habitaciones altas de la casa y seguramente se encerró en la suya. Lo cierto era que un momento después entró en el comedor Enrique Cascajosa acompañado de dos individuos; y entonces ella se metió en su habitación, contigua al comedor, cuya puerta dejó entreabierta para poder ver y oír lo que ocurría en esta última dependencia. Así, escuchó cómo Cascajosa decía, dirigiéndose a Méndez: “Yo soy autoridad”; a lo que el falangista contestó: “¿Usted autoridad”; replicándole el primero: “Yo soy autoridad con más cojones que usted”. Luego oyó decir a Méndez: “Suéltame, que te voy a dar un tirito”; a lo que Cascajosa respondió: “Si tú tienes eso, tírame”. E inmediatamente a continuación de pronunciada esta frase oyó unos disparos, cuyo número no sabía precisar.

José Buzón, que era pariente por parte de su madre de Enrique Cascajosa, le explicó al alférez Alonso que a las diez y media de la mañana del día anterior se encontró con Ramón Méndez en la calle Palomo y éste le propuso ir a dar una vuelta. Estuvieron tomando copas en varios establecimientos y sobre las dos de la tarde, invitado por Méndez, subieron ambos a la casa de la Portuguesa, donde la dueña les abrió la puerta y, tras sentarse ellos en el comedor, les sirvió dos copas de aguardiente. Al rato llegó un paisano conocido por el Viudo, y aproximadamente a las cuatro volvieron a llamar a puerta, un poco fuerte. La dueña acudió a la llamada, observó por la mirilla de la puerta e indicó a los que estaban fuera que se fuesen a dar una vuelta ya que las mujeres estaban “ocupadas con unos muchachitos”. Se repitieron entonces las llamadas, aunque de forma más violenta y acompañadas de voces que decían que abrieran a la autoridad; y, como nadie de la casa se atrevía a abrir la puerta, lo hizo Méndez. Quien, al entrar Cascajosa y dos hombres más, le preguntó al primero: “Enrique, ¿usted es la autoridad?”. A lo que éste contestó: “Yo soy la autoridad, tengo más cojones que tú, me cago en tus muertos y en la Falange”. Méndez le replicó: “Hombre, Enrique, respéteme usted”. Entonces, Cascajosa cogió a Méndez por la garganta, los dos empezaron a forcejear y de pronto, a este último, “le vio la pistola en la mano”. Méndez disparó un tiro contra su contrincante e inmediatamente él, José Buzón, salió corriendo en dirección a las escaleras para meterse en alguna de las habitaciones altas de la casa. Y mientras huía oyó “dos o tres disparos más”.

El mismo día 8 de octubre, la muerte de Enrique Cascajosa se inscribió en el Registro Civil de Osuna ante el juez municipal, José Calle López, y el secretario, Adelardo del Castillo Hernández, quienes hicieron constar en la inscripción que el fallecimiento ocurrió a las 17 horas del día anterior como consecuencia de heridas producidas por arma de fuego. También se le dio sepultura al cadáver: en un nicho de la calle San Francisco de Paula, en el patio segundo del cementerio municipal. Mientras que el falangista Méndez fue procesado por homicidio atenuado por una posible embriaguez propia y provocación de la “parte contraria”; siendo recluido en la cárcel de la cuesta de San Antón.

A la viuda Dolores Montero le entregaron al día siguiente los efectos encontrados en el cadáver de su esposo. Que eran: una cartera usada de piel conteniendo dos facturas de la fábrica de harina de Francisco Fernández Alcázar, un recibo de la Hermandad de Nuestra Madre de las Angustias, una cédula de notificación del Ayuntamiento, una nota de liquidación de harinas, un oficio del servicio Agronómico de Sevilla, un recibo talonario de la Dirección General de Ganadería y dos cédulas personales extendidas a favor del matrimonio; cinco billetes del Banco de España por valor de 25 pesetas cada uno; tres monedas de 5 pesetas y 65 céntimos en moneda de cobre; un encendedor automático; una petaca para el tabaco; un librito de papel de fumar Bambú, y un pañuelo de bolsillo.

Remitidas las actuaciones practicadas por el instructor a la auditoría de guerra de Sevilla, y considerado por ésta que era la jurisdicción militar la competente para conocer de ellas por haberse cometido el delito “en acto de servicio o con ocasión de él”, Méndez Nozaleda fue juzgado por un Consejo de guerra ordinario que se celebró el día 13 de noviembre de 1936, por la mañana, en la sede de la Caja de recluta número 11 de Osuna, y cuya sentencia lo condenó a 17 años, 4 meses y 1 día de reclusión, como autor de un delito de homicidio, agravado por el hecho de vestir el uniforme de la Falange y portar el armamento “que usualmente se atribuye a los componentes de dichas Milicias”, en el momento de ocurrir los hechos. Al condenado se le impuso, además, la obligación de abonar 15.000 pesetas a los herederos de Enrique Cascajosa en concepto de indemnización.

Entre los miembros de ese Consejo se guerra se hallaban los capitanes de infantería de la propia Caja de recluta número 11: Pedro López Perea, que era además el comandante militar de Osuna, y Antonio Fernández Calvo, quien catorce días más tarde sería designado alcalde de la ciudad; así como también el capitán de artillería Manuel Rojas Feigenspan, de celebridad siniestra por su implicación en los fusilamientos de Casas Viejas, y que entonces estaba destinado en el regimiento de artillería ligera número 3, establecido en el cuartel Daoiz y Velarde de la carretera de Dos Hermanas.

Al acusado lo defendió el teniente de la guardia civil de Osuna Pedro García Escobar, algunos de cuyos argumentos de defensa fueron los siguientes:

…Mi defendido “es hijo de un incapacitado mental” y quizás por herencia directa puede que tenga alguna disposición psicopática que le haya inducido a hacer una vida poco ordenada y aficionarse a la bebida y los placeres sexuales… Estuvo procesado en octubre del año pasado por desacato a la autoridad “porque protestó del Sargento de la Guardia Municipal Joaquín de la Nozaleda González, individuo de la extrema izquierda” que lo detuvo arbitrariamente por cuestiones política, ya que mi patrocinado era hombre de significadas ideas derechistas, como lo demuestra el hecho de que al iniciarse “el actual movimiento militar patriótico” atendió a la conservación del orden y a la defensa nacional, y, “formando parte de la Columna del Comandante Don Luis Redondo, luchó en la conquista de los pueblo de El Saucejo, Algámitas y otros”, desde el día 4 de septiembre último hasta fin de dicho mes. Además, siendo falangista “tenía que ser bueno y patriota, porque Falange no puede admitir en su seno a individuos que no sean honorables y sientan verdadero amor a su patria”. Y si el informe del jefe de la guardia urbana no le es favorable se debe “sin duda a que dicho Señor desempeña tal cometido desde unos pocos días antes de ocurrir los hechos”, de manera que “no podía estar enterado, cosa que no tiene nada de particular, y tuvo que asesorarse por elementos extraños, quizás de la meretriz Isabel del Pozo Rodríguez, con quien mi defendido había tenido relaciones carnales, ya terminadas, y ella por despecho pudo informarle mal”… Mi patrocinado obró en legítima defensa por cuanto Enrique Cascajosa, quien sin duda fue a la casa de la Portuguesa “a buscar quimera” con él sabiendo que estaba allí, agredió a éste cogiéndolo por el cuello para estrangularlo… De Enrique Cascajosa se sabe públicamente, “y yo lo sé por los antecedentes de mi propio conocimiento”, que era hombre de significadas ideas izquierdistas, y que “a un hermano suyo le había sido aplicado pocos días antes el Bando de Guerra por su actuación en la política de izquierda, motivo por el cual sentía gran animadversión a los individuos de Falange y a todo cuanto representaba orden y autoridad”. Desde “la ejecución” de su hermano no podía ocultar el odio que sentía “hacia todos los elementos de orden”, lo que exteriorizaba “con sus miradas y gestos despectivos. Y no me explico cómo a él no le había sido aplicado también dicho Bando siendo de la misma condición que su hermano…”.

Fuentes

Archivo del Tribunal Militar Territorial Segundo: Causa nº 366/36: legajo 111-3261.
Archivo Municipal de Osuna: Libro 400.

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