(Málaga, 1900-Londres, 1965)
EL HUMOR DE UN HUÉSPED DE LA NIEBLA
Se consideraba el «tío inglés» de los exiliados porque fue uno de los últimos refugiados republicanos que permaneció en Inglaterra, tierra de acogida que para algunos sólo fue lugar de paso antes de establecerse en México. El escritor malagueño, que noveló la Guerra Civil en Valencia –la que fuera capital provisional del Gobierno republicano durante el conflicto–, se exilió en Londres y luchó durante décadas contra la nostalgia. Se llamaba a sí mismo el «huésped de la niebla», evocando el verso becqueriano, e intentando no recordar el sol de España, lo que más añoró en su destierro. De Salazar Chapela queda una novela que recrea el ambiente de los exiliados españoles en Inglaterra, Perico en Londres, donde plantea en clave los nombres de muchos de sus compañeros de viaje.
Corre el verano de 1961 en San Sebastián. Durante dos días, un tipo con aspecto de boxeador triste, quizás noqueado por la vida, ha esperado en el interior de su coche. Ha llegado a España desde Londres y aún guarda el escalofrío, de miedo y de emoción, que le recorrió la médula al atravesar la frontera. Nadie lo sabe, pero es un escritor español, uno de esos personajes malditos que se exiliaron después de la Guerra Civil y que cargan sobre sus espaldas el peso negro de la nostalgia. Este escritor a quien nadie reconoce a esas alturas –la desmemoria franquista hace bien su trabajo- lleva aún colgando de sus bolsillos la niebla de su patria prestada. Ahora sólo piensa en este sol español que apenas recordaba. Esteban Salazar Chapela, el “huésped de la niebla”, el último exiliado español en Inglaterra, espera y espera mientras susurra para sus adentros: “Han transcurrido 24 años, 6 meses y 4 días de ausencia”.
Esteban Salazar Chapela , viajó a España poco antes de su muerte. Tenía la curiosidad del desterrado que quiere comprobar cuál es la vida que se ha perdido, toparse quizás con quien hubiera sido si el viento atroz de la guerra no lo hubiera expulsado del que tendría que haber sido su destino. Sin embargo, tras este breve paseo por España, el escritor malagueño regresa a Inglaterra totalmente decepcionado por el ambiente franquista. En el fondo, tal vez se autoconvence para no sufrir del mal de la nostalgia. Así escribe a su amigo el escritor Max Aub, otro expulsado: “Es mejor estar exiliado en México o en Londres que estar enterrado en Madrid”.
El retrato que Salazar Chapela hace de la España de Franco está impregnado de amargura, pero también de humor, ese rasgo clave de la obra literaria del escritor malagueño. En otra carta al escritor argentino, describe esa grotesca España: “No se publica nada, como no sean jaculatorias al Caudillo, a Carlos V, a Felipe II. Tres años de fascismo de este orden y España será un verdadero tonticomio. (…) Aquello es oír a Alemania e Italia con música de la Compañía de Jesús. Una bestialidad, un asco, una pena”.
Salazar Chapela había nacido en el número 61 de la malagueña calle Ollerías. En los años veinte, participó junto a Altolaguirre, Prados, Souvirón e Hinojosa en las revistas literarias fraguadas en la feliz Málaga de los tiempos de la vanguardia. Luego, marchará a Madrid donde comienza a colaborar en Revista de Occidente, La Gaceta Literaria y El Sol hasta formar parte de la Compañía Ibero-Americana de Publicaciones (CIAP).
El escritor malagueño forma parte de aquel Madrid de tertulias y versos que habría de acabar con la Guerra Civil. Participó en las tertulias de Ortega y Gasset, en la de la Granja del Henar, en la de Pombo y hasta crea una propia en el café Lyon los sábados por la tarde en la que se reúne con Francisco Ayala, Antonio Espina –autor, precisamente, del curioso ensayo Las tertulias de Madrid-, César M. Arconada, Antonio de Obregón, Juan Rejano y los músicos Gustavo Pittaluga y Rodolfo Halffter, quien le dedicó una pieza de sus Dos sonatas de El Escorial.
Sin embargo, ese ambiente de camaradería literaria desaparecería con la guerra. Salazar Chapela se traslada con el gobierno republicano a Valencia, convertida en capital provisional de la España leal. En aquella Valencia será el título con el que el escritor novele años más tarde y ya en el exilio inglés el recuerdo de aquella experiencia.
Este libro, reeditado en 2001 por Renacimiento dentro de la colección Biblioteca del Exilio, recrea casi a modo de memorias noveladas el clima de aquella ciudad feliz en medio de la guerra, como apunta Francisca Montiel Rayo, principal especialista en Salazar Chapela, en el acertado estudio introductorio de esta obra recuperada. El escritor malagueño supo reflejar el ocio y despreocupación que se vivió en Valencia durante algún tiempo y que contrastaba con el horror sufrido en otras ciudades, en especial en la asediada Madrid.
El escritor malagueño relata En aquella Valencia (1963) su propia experiencia desalentadora cuando, como el protagonista novelesco, es destinado a la Subsecretaría de Propaganda. No falta en este jugoso libro el tono crítico al gobierno republicano desvelando algunas de las causas de la derrota.
Finalmente, Salazar Chapela será trasladado como secretario de primera en el Consulado Español de Glasgow (Escocia). Es el comienzo de un largo exilio donde tendrá que compaginar sus colaboraciones periodísticas con la docencia en Cambridge como lector de español, puesto que luego ocuparía Luis Cernuda. Finalmente se establecerá en Londres como ocurrió con otros miembros del desaparecido cuerpo diplomático de la República. La mayoría de estos ya desesperanzados exiliados partirán hacia Hispanoamérica. Sin embargo, Salazar Chapela será uno de los pocos que decida permanecer en Inglaterra junto a otros ilustres como Alberto Jiménez Fraud, Arturo Barea, Manuel Chaves Nogales o Rafael Martínez Nadal.
Desde el principio, Salazar Chapela formó parte de ese círculo español en Londres que se reunía una vez a la semana en el restaurante Madrid y del que parte la idea de fundar el llamado Hogar Español, centro impulsado por el presidente del Gobierno republicano en el exilio, el doctor Juan Negrín.
Los refugiados españoles padecieron la Segunda Guerra Mundial en aquel Londres asediado por los bombardeos nazis. Incluso Salazar Chapela padeció uno cuando se encontraba ingresado en un hospital tras una operación de litiasis renal. Según recuerda Francisco Ayala en sus memorias Recuerdos y Olvidos: “En las Islas Británicas pasó la Segunda Guerra Mundial con peripecias pintorescas y terribles que, contadas por él, adquirían el relieve de una gran plasticidad”.
Poco antes de terminar la guerra, en enero de 1944, los exiliados crean el Instituto Español, que desaparecería en 1950. Cuando el ambiente español en Londres casi no existía por la partida a Hispanoamérica de la mayoría o la muerte del resto, Salazar Chapela sorprende con una novela en la que describe ese mundo también perdido, Perico en Londres (1947).
Perico en Londres es la crónica del exilio republicano en Gran Bretaña, una novela cuya idea surge en 1939, cuando Salazar Chapela descubre en la biblioteca del Museo Británico varias publicaciones de emigrados españoles que se habían refugiado en Inglaterra desde otras épocas. Es así como el escritor entronca el episodio de los exiliados republicanos con el de los heterodoxos del siglo XVI, los enciclopedistas, ilustrados, afrancesados o liberales que ha marcado la triste Historia de España, es decir, de Antonio del Corro, Blanco White o Alcalá Galiano hasta el propio Salazar Chapela.
Esta novela-ensayo es, en realidad, una amable idealización del ambiente del exilio, pero constituye un interesante documento para reconstruir aquel ambiente y la idea profunda que embargaba a aquellos desterrados, el dolor por la pérdida de España. En un fragmento de Perico en Londres, el protagonista se pregunta en una especie de diálogo interior: “¿Quién soy yo? (…). Un español. ¿Qué hago yo aquí, en esta isla felpuda, bajo este cielo generalmente perla? Algo parecido a esperar. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no estoy en el paseo de la Castellana, en la Rambla de las flores o en el parque de María Luisa? Porque si aparecieras por uno de esos parajes, te matarían”.
EL TÍO DE LONDRES QUE ALMORZABA EN ‘LA BRETAGNE’
El sol y la lengua embargaron a Salazar Chapela de melancolía sus años ingleses. En el revelador ensayo Narrativa española fuera de España, de J.R. Marra-López, se recoge una carta del escritor fechada en Londres en 1960 en la que evoca a su querida Málaga: “En efecto, vi la luz (y qué luz) en Málaga. Todos mis antepasados –hasta mediados del siglo XVIII- vienen de allí, no obstante el vasquismo y navarrismo de mis apellidos. Los sitios que usted menciona –hotel Miramar, paseo de Reding, casa Félix Sáenz- me echan aquello encima. Es algo más extraño y más fuerte que un nuevo recuerdo”.
Sin embargo, a pesar de la distancia, consiguió recrear en Londres cierta idea de España, una especie de refugio de sol y acento español. En Recuerdos y Olvidos, Ayala recuerda cómo el malagueño conseguía que “el ambiente de Londres podía ser tan suave, agradable y acogedor”. Y Max Aub evocó en sus Diarios la emoción con que Salazar Chapela le mostró durante su primer viaje a Londres la sala de pintura española de la National Gallery, donde se encuentra La Venus del espejo, de Velázquez. En ese trozo de España había volcado el escritor sus dormidas memorias españolas.
Salazar Chapela se convirtió en el secreto ‘embajador’ español en Londres cada vez que algún exiliado visitaba Inglaterra. Recibía en La Bretagne, un restaurante “íntimo como un teatrillo”, que se encontraba en South Kensington. Al no haber tenido descedencia, se consideraba como “el tío de Londres”, una especie de pariente lejano de los transterrados en América y de sus familias, según explica Francia Montiel Rayo, del Grupo de Estudios Literarios del Exilio (GEXEL), de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Salazar Chapela se sintió muy unido a los escritores que se encontraban fuera de España y con los que mantenía una importante correspondencia. Sabían de la necesidad de entreleerse, como afirmaba el también exiliado Segundo Serrano Poncela, mientras siguieran alejados de sus lectores naturales.
El escritor malagueño murió un día de febrero de 1965 a causa de una septicemia postoperatoria. Rafael Martínez Nadal escribió en Ínsula un emotivo recuerdo de su amigo: “Lo veré siempre (…) en el rincón de La Bretagne, ladeando irónicamente la cabeza y agitando el curvo dedo índice como si horadara en el aire la agudeza del decir”.