EL SANTO LAICO EXPULSADO
El político republicano, que llegó a ser ministro de Justicia y de Instrucción Pública, nació en la localidad malagueña de Ronda en 1879. Vivió en Cádiz, Córdoba, Madrid y Granada, donde conoció a la familia Lorca, cuya amistad mantendría toda la vida, incluso en el exilio en Nueva York, donde finalmente murió en 1949. Fernando de los Ríos fue nombrado embajador del gobierno republicano y su casa se convirtió en asilo de la nostalgia en pleno Manhattan para toda la colonia de desterrados. El político socialista fue autor de obras como ‘Mi viaje a la Rusia sovietista’, ‘El sentido humanista del socialismo’, ‘Escuela y despensa’ o ‘Religión y Estado en la España del siglo XVI’
Aquella mañana el cielo estaba nublado y hacía frío. Fernando de los Ríos se levantó y se asomó a la ventana de su piso del 448 de Riverside Drive, la gran avenida a lo largo del Hudson, ese apartamento que era como una isla andaluza en medio de Manhattan. Por un momento, ni siquiera recordó en qué año estaba ni qué había ocurrido. ¿Habría empezado a perder la memoria? Lo único que se le ocurrió fue dirigirse al espejo que había junto a sus retratos de los tiempos felices de ministro de la República. Pero ni siquiera atendió a las fotografías, al álbum de instantáneas que le habría permitido recordar quién era ese hombre que caminaba lentamente hacia su muerte, a su fin, a su propio olvido.
Lo que vio le sorprendió. Contemplaba a un anciano, una figura derrotada sin ganas de seguir en el mundo. ¿Cómo podía haber llegado a aquel estado? De pronto sonrió, con una de esas muecas amargas en las que asoma la risa, aunque por dentro esté el secreto pliegue de la amargura. Fernando de los Ríos había recordado la crónica escrita por un diputado socialista, también exiliado como él. ¿Cómo se llamaba? Sí, Juan Simeón Vidarte, que era extremeño. Y era curioso cómo de forma sorprendente volvía a recordar con precisión el oceáno amargo de su pasado. Vidarte había dicho que él, don Fernando de los Ríos era como un personaje del Greco. La memoria, caprichosa, rescató la frase palabra por palabra: «Pulcro, elegante, con aspecto severo y digno, afilada y negra barba, parecía una figura desprendida del entierro del Conde de Orgaz». De los Ríos se observó en el espejo: ¿Qué quedaba de su barba negrísima y de aquel hombre elegante y pulcro? Ahora era un viejo triste que sólo se reía a veces…
Estampas
Si Fernando de los Ríos hubiera seguido evocando su vida por episodios o retazos o estampas fugaces en aquella habitación de Manhattan, habría aparecido el lugar en el que comienza esta historia: el número 2 de la calle de los Remedios en Ronda. De su niñez malagueña recuerda algunas veces determinados momentos, como las escenas en la que unos viejos se arrancan por cantes flamencos. Carmen de Zulueta, la hija del político republicano Luis de Zulueta, escribió en su libro de evocaciones de exiliada, Compañeros de paseo, una escena curiosa sucedida en Bogotá, donde residió algún tiempo, con motivo de una visita de don Fernando de los Ríos, que había viajado a Colombia para impartir una conferencia. Parece que salieron a tomar el aire después de cenar en una agradable velada. «Don Fernando se lanzaba por peteneras o cantaba el tanguillo del cocinero mientras paseábamos. En el silencio del barrio de Teusaquillo, salían algunas voces por las ventanas oscuras que nos pedían que nos callásemos. Callábamos o hablábamos ‘pasito’, como se dice en Colombia. Don Fernando nos explicaba los estilos del flamenco y del cante jondo».
Desde luego, es un insólito recuerdo de Fernando de los Ríos. La misma Carmen de Zulueta presenta otra estampa del ex ministro republicano al rememorar los llamados domingos de don Fernando, esas veladas que se organizaban en la casa de los Ríos, con Gloria Giner, su esposa, la sobrina carnal de Francisco Giner de los Ríos con la que se había casado en 1912; su hija Laura de los Ríos y su marido, Francisco García Lorca. «La casa se abría todos los domingos, no había que recibir invitación, era una open house, una casa abierta a todos los amigos españoles desterrados y a los hispanoamericanos simpatizantes con la derrotada República. Don Fernando seguía siendo el embajador de la República, no en su palacete de Washington, sino en su piso en Riverside Drive».
Efectivamente, el político socialista había sido nombrado embajador y, más tarde, ocupó un simbólico cargo en ese gobierno republicano del exilio, el gobierno peregrino y errante que hacía política de ficción y nostalgia mientras esperaba que la comunidad internacional expulsara a Franco del poder.
En enero de 1945, Fernando de los Ríos había sido nombrado en México –esa patria del destierro– ministro de Estado del gobierno republicano en el exilio, bajo la presidencia de José Giral, cuando aún había esperanzas de liberar España tras la inminente victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de que el sueño del regreso iba esfumándose, el ‘embajador’ Fernando de los Ríos recibía a aquella España expulsada que recaló en Nueva York y que convertía los domingos neoyorquinos en una jornada de gula y charlas españolas: «Todos hablaban con acento de Graná y la amplia comida del mediodía, que nada tenía que ver con el americano lunch, nos trajo a la memoria hogares de tíos y parientes españoles, de nuestro Madrid perdido. A don Fernando le gustaba hablar; no era charlar, sino hablar en serio, como en una clase, y era muy interesante oírle en su estilo barroco de largos párrafos y metáforas cultas; hablar de política y especialmente de España, nuestra patria querida y perdida», apunta Carmen de Zulueta en sus reveladoras memorias.
Geografía andaluza
En el exilio, Fernando de los Ríos no olvidó sus primeros años en Ronda. Tampoco Cádiz y Córdoba, donde transcurre su infancia y adolescencia. De Cádiz le quedará un recuerdo especial: los paseos que realiza con el anarquista Fermín Salvoechea.
Y, por supuesto, jamás podrá olvidar Granada, donde ejercerá desde 1912 como catedrático de Derecho Político. En Granada, permanecerá hasta 1930, en una casa del Paseo del Salón, recibiendo la visita de personajes como Manuel de Falla, Melchor Fernández Almagro o Federico García Lorca y también sufriendo el odio de la reaccionaria derecha granadina.
Madrid será su otra gran ciudad, la ciudad donde estudió Derecho y se desarrolló su carrera política desde que se afilia al PSOE en 1919 y hasta que se convierte con la llegada de la Segunda República en ministro de Justicia y más tarde de Instrucción Pública.
Pero toda esa geografía de ciudades amadas desaparecerá con la guerra. Fernando de los Ríos sale de España y se instala en Estados Unidos donde en 1939 se integra como profesor en la New School for Social Research de Nueva York. Aquel centro, creado por Alvin Johnson –un granjero de Nebraska convertido en economista–, sirvió como refugio de muchos economistas alemanes perseguidos por los nazis. Aquel centro se llamó The University in Exile, refugio de quien fue uno de los más brillantes oradores españoles.
EL DISCURSO DE UN CATÓLICO ‘ERASMISTA’
La carrera política de Fernando de los Ríos durante la Segunda República se considera una de las más brillantes. El político malagueño realizó reformas en materia penitenciaria, en política judicial, legislativa y en reformas educativas o en la división entre Iglesia y Estado, clave del odio que provocó en los sectores más conservadores.
Es recordado su discurso del 8 de octubre de 1931 sobre la aconfesionalidad del Estado y en el que propuso la elaboración de una norma de respeto en cuestiones como el enterramiento, protocolo controlado por la Iglesia. A pesar de lo espinoso del asunto en un país que seguía anclado en el siglo XIX, De los Ríos pidió a los diputados un deseo: «Seamos sentidos, no resentidos». Y seguidamente se dirigió a los diputados católicos: «Somos los hijos de los erasmistas, somos los hijos espirituales de aquellos cuya conciencia disidente individual fue estrangulada durante siglos. Venimos aquí, pues –no os extrañéis–, con una flecha clavada en el fondo del alma, y esa flecha es el rencor que ha suscitado la Iglesia, por haber vivido, durante siglos, confundida con la Monarquía y haciéndonos constantemente objeto de las más hondas vejaciones: no ha respetado ni nuestras personas ni nuestro honor; nada, absolutamente nada ha respetado; incluso en la hora suprema del dolor, en el momento de la muerte nos ha separado de nuestros padres». De los Ríos recibió una gran ovación. Fue proclamado el santo laico, pero también se convirtió en blanco de la ira reaccionaria.
Su amigo Federico García Lorca lo esperaba en una cervecería cercana, que se encontraba cerca del Congreso, según relata Gregorio Cámara Villar en el libro Los parlamentarios andaluces en la II República. Lorca improvisó una coplilla: «¡Viva Fernando, viva Fernando!/ Fernando de los Ríos,/ barbas de santo./ Besteiro es elegante,/ Pero no tanto./ ¡Viva Fernando, viva Fernando!/ Fernando el eremita,/ barbas de santo».
Para más inri, Fernando de los Ríos fue autor de un decreto que otorgaba la nacionalidad española a los judíos sefarditas que habían sido expulsados de España en 1492, otros desterrados que lo precedieron en el tiempo.
Sin embargo, cuando intentó entrar en Estados Unidos y las autoridades le preguntaron de qué religión era, él contestó: «Soy católico erasmista». De los Ríos murió en 1949 en Nueva York, aunque sus restos –que descansan en el cementerio civil de La Almudena– se trasladaron a España en 1980.