Un obrero socialista
Francisco García Muriel tuvo una vida corta y además no fue afortunada. Nació en el seno de una familia jornalera y desde su infancia conoció la escasez y los problemas derivados de la pobreza. Cuando fue mayor se esforzó por encontrar un lugar digno en este mundo y por ello se tuvo que poner frente a los que no estaban dispuestos a dejar que nadie abandonara el puesto que ellos le habían adjudicado. Pronto fue consciente de las muchas injusticias sociales que había en este mundo y por ello se comprometió con la defensa de los más débiles. La guerra civil le empujó hacia el camino que el destino ya le tenía trazado y acabó sufriendo los horrores de los nazis en los campos de exterminio. Pero aunque todos conocemos las atrocidades cometidas contra el pueblo judío aún hay muchos que desconocen que muchos españoles y también varias personas de Carcabuey sufrieron los mismos horrores.
Es el caso de Francisco García, que luchó en dos guerras -la Guerra Civil, primero, y la II Guerra Mundial, después- que no ganó nada en ninguna y que, además, ha sido castigado con la ausencia del debido reconocimiento por su sacrificio. Hoy todos defendemos las ideas por las que él siempre luchó y no debemos olvidar que muchos como él sacrificaron su vida por ello. Su mujer, Matilde Caballero, murió en el año 1988 sin saber si su marido estaba vivo o muerto. Y sus cuatro hijos nada supieron de él hasta el año 2007. En ese año, el historiador Benito Bermejo fue quien les hizo saber que su padre había muerto en el año 1944.
Nació en Carcabuey el 18 de noviembre de 1898, era hijo de Amador García Luque y de María del Carmen Muriel Salcedo y nieto, por línea paterna, de Francisco García Colorada y, por línea materna, de Pablo Muriel López. Y su infancia transcurrió en una de las casas de la calle San Marcos.
Su padre, al igual que la mayoría de la gente humilde de Carcabuey, era de los obreros que tenían que salir a la plaza en busca del jornal que casi nunca encontraban. Conoció desde pequeño las estrecheces y las necesidades de los que tenían menos y quiso cambiar su destino. No quería depender de los caprichos de los “señoritos”, por ello cargaba pescado en un borrico que tenía y ofrecía la mercancía por los cortijos, entonces abarrotados de gente alejada de los mercados. Como no había dinero aceptaba a cambio huevos y gallinas que después ofrecía, y muchas malvendía, en las casas del pueblo. Pero todo era preferible antes que ser humillado por quienes abusaban de su poder y su dinero.
No aceptó la realidad que le tocó vivir. No quiso resignarse y se hizo de izquierdas porque así defendía sus más profundas convicciones: la igualdad, la libertad y el derecho a la propiedad de la tierra. Fue socialista, seguidor de las ideas de Pablo Iglesias y estaba convencido de que “los pobres no comerían hasta el día que los socialistas llegaran al poder”, la frase que más repetía y que no olvidan sus más directos familiares.
Aunque no era lo habitual entre la gente de su condición, sabía leer y escribía bien. Sin embargo, no había ido a la escuela porque desde pequeño cuidó pavos y cochinos, y recogía aceitunas para ayudar a la familia. Aprendió lo elemental gracias a uno de aquellos maestros que daba clases por la noche y que supo despertar su gran inteligencia. En su casa parece que había algunos libros, algo que no era normal en unas viviendas desprovistas de lo esencial. Sus hijos recuerdan con pena que algunas de aquellas publicaciones hubo que quemarlas para evitar problemas.
Siempre fue una persona solidaria y que ayudaba a los demás. A los obreros que sabían menos que él les hacia las cuentas de los jornales y les escribía las cartas para las novias y los hijos. Era también un buen orador y daba mítines en el pueblo. No lo hacía desde los balcones del Ayuntamiento ni desde las nobles tribunas, sino desde cualquiera de las sillas o mesas que había en el Centro Obrero. Es posible que tuviera alguna responsabilidad en las organizaciones obreras locales, pues en su casa tenía la relación de todos los que cotizaban al partido y al sindicato.
El 24 de abril de 1926, cuanto tenía 27 años, se casó con Matilde Caballero Rojas, hija de Francisco Caballero Marín y de Gertrudis Rojas Caracuel, y se fueron a vivir a la calle San Isidro. Pronto la familia comenzó a crecer y en poco tiempo nacieron sus cuatro hijos: Amador, Joaquín, Carmen y Rosario.
Nada sabemos sobre su actividad durante los años de la II República pero muy probablemente participó activamente en los numerosos conflictos obreros que hubo y, sin duda, estuvo entre los que reivindicaron trabajo y mejores salarios para todos.
De Carcabuey a Francia
Una noche del año 1936, cuando estaban todos en su casa cenando, oyó voces sospechosas en la calle y con buen criterio decidió salir corriendo. Se fue al patio y salió huyendo hacia el Calvario donde las encinas y la oscuridad fueron sus aliadas. No se equivocó, la Guardia Civil le buscaba a él y a otros “cabecillas” de los obreros locales que vivían en la misma calle. Algunos fueron detenidos pero la mayoría escapó y acabaron reunidos en la sierra de La Luca, lugar en el que decidieron que debían dirigirse hacia la zona en la que se encontraban las tropas republicanas. Iniciaron la marcha y al cabo de unos 50 kms. llegaron a la Zona Roja.
A partir de ese momento, decidieron pocas cosas porque fueron los acontecimientos los que se impusieron. La República no fue quien inició la guerra, lo hicieron quienes se levantaron en armas contra ella, los que apoyaron a los rebeldes y los que se pusieron frente al orden legalmente constituido. Pero eso al poco tiempo no importaba, ya que lo verdaderamente relevante fue salvar la propia vida.
Nadie ha sabido decirnos donde estuvo durante los años de la guerra, pero es posible que estuviera en algunas de las batallas más decisivas. Alcanzó el grado de Sargento de Infantería, tal como consta en el Diario Oficial del Ministerio de Defensa Nacional (nº 168, 7/07/1938). Suponemos que estuvo en la batalla que se libro junto al río Ebro, ya que después formó parte de los contingentes que desde Cataluña pasaron a Francia. En este país estuvo varios años hasta que el destino le llevó a los campos de concentración nazi.
Mientras tanto, su mujer en el pueblo sobrevivía como podía, pues fue muy difícil sacar adelante a sus hijos sin ayuda de nadie. Trabajó muy duramente pero no pudo lograr todos sus objetivos. Desde las cuatro de la mañana y hasta las ocho y media limpiaba en el café La Almeja. A las nueve se iba al campo para ganar un jornal recogiendo aceitunas. Otras veces segaba o arrancaba los garbanzos y casi siempre limpiaba en las pocas casas de quienes podían pagar esos menesteres. Por la noche guisaba y hacía las tareas del hogar, y al día siguiente volvía a empezar. A pesar de ello, ganaba tan poco que no le quedó más remedio que pedir la colaboración de la familia. Los hijos mayores se fueron a vivir con personas de confianza y ella se quedó con la más pequeña; cuando limpiaba en las casas se la llevaba y a la hora de la comida, por vergüenza y lástima, le daban de comer.
No sabemos cuantas cartas le escribió Francisco García a su familia, lo que es seguro es que sólo recibieron dos. La primera llegó un día que su hija Rosario estaba sola en casa y que al ver que era de su padre, salió corriendo para llevársela a su madre que estaba sembrando garbanzos en el conocido como Pecho Malagón. Allí le leyeron la carta porque ella no sabía y así supo que su marido estaba vivo, que le mandaba algún dinero y que le pedía que se reunieran con él en Francia. La alegría fue inmensa pero Matilde no pudo complacerle, pues no sólo le faltaban los medios necesarios, también la decisión y la valentía. Prefirió ir a Priego para hacerse una foto con sus hijos, remitírsela con todo el cariño del mundo y hacerle saber que esperaría su regreso.
Pasaron los años sin noticias suyas, pero un día llegó la segunda carta. Esta vez supieron que no se encontraba bien de salud, tenía molestias en el estómago y quizá tendría que operarse. Fueron las últimas noticias, desde entonces, ni su esposa ni sus hijos supieron nada más de él. Un cura amigo de la familia escribió varias cartas a personas de influencia para saber su destino y algún familiar también lo intentó, pero la respuesta siempre señalaba que se encontraba en “paradero desconocido”.
Contra Franco y contra Hitler
En febrero de 1939, tras la caída de Barcelona, cientos de miles de soldados republicanos españoles (alrededor de 275.000) atravesaron los Pirineos y se introdujeron en territorio francés para salvar la vida. Cuando llegaron los primeros la acogida fue fácil, pero cuando el número se hizo cuantioso, la actitud cambió. Faltaron los alimentos y no había trabajo, por ello, algunos volvieron a España aunque la mayoría se quedó para no exponerse a los riesgos de una represión segura. Al final, un decreto-ley publicado en el mes de abril de 1939 fijó las obligaciones de estos refugiados y estipuló que debían realizar prestaciones de servicios para el Estado.
El inicio de la II Guerra Mundial y la previsible invasión de Francia hicieron que la atención se dirigiera hacia ellos, pues eran los que habían luchado contra Franco y contra los alemanes que le habían ayudado. Ahora tenían la oportunidad de colaborar en la defensa de Francia, el país que les había acogido. A los españoles se les ofrecieron diversas opciones. Unos 50.000 fueron adscritos a las Compañías de Trabajadores, generalmente empleados en la construcción de fortificaciones, carreteras, puentes, presas, fábricas de carbón y talas de árboles. Mandados por oficiales franceses y suboficiales españoles, alrededor de 12.000 de ellos fueron enviados al Norte para reforzar las defensas francesas en la línea Maginot, y unos 30.000 a la zona comprendida entre esa línea y el Loira. Otros 5.000 se encuadraron en los Batallones de Marcha. En los campos de internamiento sólo quedaron los hombres mayores, los enfermos y los mutilados, el resto contribuyó a la defensa de Francia y tuvieron el honor de ser los primeros en resistir a la presión del ejército nazi y los primeros en entrar en Paris. En efecto, fueron los hombres de La Nueve, una compañía de veteranos españoles de la Guerra Civil, los que formaron la avanzadilla de la Segunda División francesa que entró en París al anochecer del 24 de agosto de 1944.
En mayo y junio de 1940 las defensas francesas fueron arrolladas por la maquinaria del III Reich. La Wehrmacht desbordó a la resistencia a partir de la batalla de Sedán en el mes de mayo de 1940. Los alemanes hicieron un gran número de prisioneros entre los que había muchos españoles. Unos 40.000 fueron llevados a las Compañías de Trabajo de Alemania e incorporados forzosamente a sus batallones de trabajo. Otros fueron internados en campos de trabajo de la zona ocupada como Calais, Brest, Cherburgo, Rochela o Burdeos. Y otros fueron conducidos a campos de concentración como Dachau, Buchenwald o Mauthausen. Los alemanes se negaron a reconocerles a estos españoles su condición de militares y fueron deportados como “prisioneros políticos”.
El 6 de agosto de 1940 llegó a Mauthausen el primer grupo de republicanos españoles y, hasta el año 1942, este fue el destino principal del colectivo. Fueron enviados alrededor de 7.200 españoles. A partir de 1942, y durante los años 1943 y 1944, otros 1.090 españoles fueron enviados a diferentes campos de concentración: Dachau, Buchenwald y Flossenbürg. La mayoría de las personas de este segundo grupo estaban en territorio francés y sufrieron represión por las fuerzas alemanas ocupantes o por la policía del régimen de Vichy.
En el estudio de Benito Bermejo y Sandra Checa (Libro Memorial. Españoles deportados a los campos nazis (1940-1945), han sido identificadas más de 8.700 personas de las que conocieron el cautiverio en los campos de concentración nazi entre 1940 y 1945, y de esa cifra total casi el 60 % murieron. La mortalidad fue especialmente elevada en el colectivo de españoles de Mauthausen, lugar en el que murió cerca del 80%. Esta elevada cifra de muertes explica las condiciones en las que malvivieron estos españoles, pues eran campos de exterminio donde los hombres que había valían mientras tenían fuerzas para trabajar, después morían o eran gaseados.
Dos carcabulenses en los campos de concentración
Entre los republicanos que huyeron a Francia tras la guerra civil, al menos, hubo dos personas internadas en los campos de concentración nazis que eran naturales de Carcabuey. Uno de ellos fue hecho prisionero durante la primera etapa, razón por la que acabó en el campo de Mauthausen, lugar en el que era muy difícil sobrevivir. En este caso, sabemos que tuvo suerte, porque no murió y fue liberado en el año 1945. El otro republicano de Carcabuey fue Francisco García que se encontraba en el sur de Francia en el mes de marzo del año 1944 cuando fue hecho prisionero. Fue trasladado a varios campos hasta llegar al de Herbruck, lugar en el que murió en el mes de diciembre de ese mismo año.
Juan González Rojas, fue el primero de ellos, pero tenemos muy poca información sobre su vida. Nació en Carcabuey en diciembre de 1912 y fue apresado en Fallingbostel, una ciudad alemana próxima a Holanda, desde la que defendía el territorio ocupado por el ejército francés. Fue hecho prisionero por la Wermacht alemana en el año 1940 y el 9 de septiembre de ese mismo año fue deportado al campo de Mauthausen y posteriormente trasladado a Gusen el 24 de enero de 1941.
El subcampo de Gusen estaba situado a sólo cinco kilómetros de Mauthausen y, generalmente, era el destino final de los prisioneros. Era la muerte segura y de hecho allí murieron casi todos los deportados españoles. A lo largo de 1941 fueron enviados 4.000 españoles y sólo en el mes de noviembre de ese año murieron 900. Unos murieron por agotamiento en el trabajo y otros fueron asesinados con gas, con éste método murieron unos 500 españoles. Por tanto, no parece exagerado hablar de exterminio de republicanos españoles en este campo si atendemos al período 1940-1942 que es cuando se produjeron la mayoría de las 5.000 muertes de españoles.
Juan González Rojas no murió en este horroroso campo de concentración, sino que tuvo la suerte de ser liberado el 5 de mayo de 1945 cuando las tropas aliadas llegaron a este lugar. Sin embargo, no tuvo la misma suerte Francisco García Muriel, que formó parte del segundo grupo de deportados, aquel en el que se incluyeron los prisioneros capturados entre 1942 y 1944.
En el informe elaborado por la Intendencia de la Policía Francesa de Burdeos correspondiente al 10 de junio de 1944 se dice que Francisco García Muriel fue detenido por la Brigada Regional encargada de la represión de los grupos de resistencia. En el atestado o parte realizado se indica que residía en el Boulevard Antoine Gautier, nº 8 de Burdeos, que su estado era casado y que tenía cuatro hijos. Por la dirección de referencia que se indica sabemos que ese lugar coincidía con el centro de reunión de los guerrilleros españoles de la resistencia y que posiblemente había muchas personas vinculadas con el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC).
Desde el lugar que fue detenido probablemente fue enviado a otra cárcel francesa desde la que fue trasladado a los campos de concentración alemanes. El 7 de julio de 1944 llegó al campo de Dachau, donde estuvo poco tiempo, ya que entre el 25 y 27 de agosto fue trasladado al campo de Hersbruck dependiente del campo de concentración de Flossenbürg, lugar en el que murió el día 27 de noviembre del mismo año. La causa oficial de su muerte fue la disentería y fue incinerado en el crematorio de Nuremberg.
El campo de Dachau estaba situado en la región de Baviera (Sur de Alemania) al igual que el de Flossenburg, creado en 1938 y que funcionó hasta 1945. Por el campo central y sus cerca de 100 subcampos pasaron en torno a 100.000 presos, de los cuales unos 30.000 fueron asesinados. Uno de esos subcampos fue Hersbruck. Los aproximadamente 10.000 presos del campo, principalmente presos políticos o judíos, trabajaron en los túneles conocidos como Doggerstollen.
Un injustificado olvido
Muchos de los familiares de los españoles que murieron en los campos de concentración nazis no conocieron el sufrimiento que padecieron y, en bastantes casos, jamás pensaron que la causa de la falta de noticias fuera esa. Realmente tuvieron hasta peor suerte que los judíos, pues éstos pudieron exigir cuentas a la Historia y los españoles no lo han hecho.
Durante los 40 años de dictadura franquista, los deportados fueron ignorados y menospreciados. Figuraban como rojos o anarquistas y nadie se atrevía a hablar de ellos: eran enemigos, traidores o gentes de mala condición que vivían con otros hijos imaginarios en el extranjero. Pero la realidad fue muy diferente porque fueron perdedores siempre y víctimas de unos y de otros. Casi todos murieron en los campos de concentración y los que no lo hicieron nunca superaron un drama tan tremendo.
La memoria de Francisco García Muriel también ha sido deliberadamente ocultada por el franquismo y su recuerdo vergonzosamente escamoteado por la democracia. Luchó contra el fascismo de Franco y el nazismo de Hitler y fue siempre un defensor de los valores que ahora todos propugnamos. Su mayor delito fue defender lo mismo cuatro décadas antes que nosotros, por ello, es hora ya de hacer justicia a este paisano nuestro y concederle, al menos, el consuelo de un merecido recuerdo.
NOTA DE AGRADECIMIENTO
Carmen Roldán García, nieta de Francisco García Muriel, está haciendo un gran esfuerzo para hacer justicia a la memoria de su abuelo y le agradezco toda la información que me ha proporcionado para realizar este artículo. Ese agradecimiento lo hago extensivo a Benito Bermejo y a Sandra Checa por la realización del Libro Memorial. Españoles deportados a los campos nazis (1940-1945). Ministerio de Cultura, Madrid (2006) y especial consideración merece el interés que Benito Bermejo ha tenido por el protagonista de este drama injustamente olvidado.