Francisco Rodríguez Ortiz era natural y vecino de Granja de Torrehermosa (Badajoz), donde es detenido el 6 de septiembre de 1939 y permanece en prisión hasta su ejecución un año y casi cinco meses después, el 24 de enero de 1941.
El 11 de septiembre presta declaración, por primera vez, en Azuaga. Es encausado por «rebelión militar» (Causa 865) en Consejo de Guerra Permanente (sumarísimo de urgencia) celebrado en Mérida el 14 de octubre de 1940, cuyo juez instructor fue Miguel Domenech Guerrero.
Era bracero y no sabía leer ni escribir. Estaba casado con Josefa Santiago, con quien tuvo cuatro hijos: Carmen, Celestino, Pepita y Francisco.
Al parecer, Francisco había huido del pueblo y, según su propia declaración, sirvió en zona roja en la Compañía de Carretera nº 63. Al terminar la guerra y, como tantos inocentes e ingenuos, sin nada que temer, vuelve a su pueblo. La excusa para su detención es una denuncia de asesinato a Máximo Spínola formulada por Pedro Spínola Cárdena.
Él declara que «no ha intervenido en nada, nada más que en saqueo de la escopeta y no habiendo intervenido en ninguna cosa. Que lo único que hizo es hacer guardia en la Cruz Roja, de día, pues la noche la pasaba en casa porque su mujer estaba dada a luz».
Poco se sabe de su vida, aunque hay dos hechos documentados que rebelan, seguramente, la personalidad de un hombre bueno y querido por sus amigos y su familia. Y debía ser inteligente porque promueve su defensa y lucha por su vida con los pocos medios a su alcance: el testimonio de sus amigos y una carta dictada por él donde pide clemencia a sus despiadados verdugos. Ya él en su declaración de inocencia añade que «pueden garantizar su conducta en esta localidad don Rafael Gahete de la Torre (médico con quien había prestado servicios en el hospital de la Cruz Roja) y Antonio Santiago (El Esquilao)».
Y son esos dos amigos más Juan Sánchez Núñez, los que avalan en su pueblo a Francisco Rodríguez y aportan una declaración escrita y fechada el 14 de agosto de 1940 en la que hacen constar «que conocemos a nuestro convecino Francisco Rodríguez Ortiz, mayor de edad, casado y le acreditamos de buena conducta no conociéndole intervención delictiva durante el dominio de los rojos en este pueblo». El alcalde Manuel Ramírez Seco «garantiza» al final de la declaración a las personas que han firmado el escrito como de derechas y afectas al glorioso movimiento nacional. En un mundo de miedo y delaciones, es de valorar este testimonio de sus amigos para intentar salvarlo, porque todos sabían ya a esas alturas que era arriesgado defender a un rojo.
Por otra parte, tres días después de celebrarse el Consejo de Guerra, el 17 de octubre de 1940, Francisco Rodríguez dirige una estremecedora solicitud de clemencia al auditor de guerra de Mérida. Ya debe ser consciente de su cercano final, aunque todavía no se haya dictado sentencia porque el fiscal había pedido para él la pena de muerte por rebelión militar y el abogado defensor, con la afirmación de que «los hechos no están suficientemente probados», había pedido la pena de doce años y un día de prisión. La carta, firmada con la huella de su dedo, dice:
Francisco Rodríguez Ortiz, viudo, natural y vecino de Granja de Torrehermosa ante V.S.I. con la mayor consideración y respeto
Expone que habiendo sido juzgado en consejo sumarísimo el catorce del mes en curso y habiendo pedido el Sr. Fiscal para el dicente la última pena, teniendo en cuenta las acusaciones a todas luces falsas que de mi expediente se desprenden puesto que el denunciante D. Pedro Espínola Cardona también natural y vecino de Granja se encontraba ausente de dicho pueblo en los días que concurrieron los hechos que a mí, de una forma tan caprichosa, este señor me atribuye puesto que, Ilmo. Señor, yo ni siquiera tuve conocimiento hasta el día que comparecí ante el Señor Juez de hechos semejantes.
Pruebas puedo exponer a V.S.I. la de los Señores Médicos D. Rafael Gaete y D. Juan Merino, señores con quien estuve prestando mis servicios en el Hospital todo el tiempo hasta la evacuación del tan repetido pueblo.
Con todas las razones expuestas y para poder esclarecer con nueva información los hechos que de una forma personal se me imputan, es por lo que espero de V.S.I. conceda nueva revisión de mi expediente haciendo con esto uno de los mayores actos de justicia puesto que sólo pido resplandezca la verdad en este mi caso, salvándome a la vez de la degradante muerte a que hoy por petición, como antes digo, por el Sr. Fiscal estoy propuesto.
Suplicándole una vez más ser atendido en nombre de mis cuatro hijos, los cuales de una forma tan injusta quedarían sin amparo.
Viva, V.S.I. muchos años en bien de España y de su justicia.
Mérida, 18 de octubre 1940.
Para los militares franquistas no sirvieron de nada ni los avales ni la solicitud de clemencia, ni la certeza de dejar huérfanos de padre y madre a los cuatro hijos de Francisco, cuya madre, Josefa, había muerto unos meses antes de su ejecución. Se dictó sentencia el 21 de enero de 1941 y tres días después, el 24 de enero, a las 7 horas, es ejecutado.
Seguramente el hijo más pequeño de Francisco y el que llevaba su nombre, sufrió siendo tan pequeñito todas las consecuencias de la orfandad absoluta, el hambre y el desamparo, que no pudo sobrevivir y murió con muy pocos años.
Los otros tres hijos lograron salir adelante y hoy, sus nietos Manolo y Miguel Ángel, hijos de Carmen, la mayor de los hijos de Francisco, honran la memoria de su abuelo y defienden los valores por los que, tan cruelmente, perdió la vida.