José María Tubino Montesinos nació el día 7 de septiembre del año 1872, a las dos de la madrugada en la localidad de San Roque (Cádiz). Era hijo de José María Tubito González y de Adelaida Montesinos y García.
Venido al mundo en un familia acomodada de la época, poco se sabe de su infancia y de sus años juveniles. Su padre fue alcalde de San Roque, como queda documentado en la inauguración de la estación de ferrocarril de dicha ciudad, acaecida el 6 de octubre de 1890.
Estudia en Sevilla donde obtiene el título de Bachiller. Contrae matrimonio pocos años después de iniciada la veintena con su prima segunda, hija de Francisco María Tubino y Oliva, Carmen Tubino Nájera, natural de Madrid. El matrimonio establece su residencia habitual en la ciudad de Sevilla, donde José María trabaja como director del periódico “La Andalucía”. De este matrimonio nacerían algunos años más tarde y en esa misma ciudad sus tres primeros hijos. La primera de ellas será su hija Adelaida Tubino y Tubino, que nacería el día 3 de septiembre del año 1896; dos años más tarde, el día 1 de abril de 1898, nacería Carmen Tubino y Tubino, el día 18 de mayo del año 1900 nacerá su tercera hija María Josefa Tubino y Tubino, quien fallecería poco después, y el día 18 de enero del año 1902 nacería su primer hijo varón, José Tubino y Tubino, quien desafortunadamente moriría tan solo dos días mas tarde.
Durante esta etapa de su vida en la capital andaluza y compaginando, durante poco tiempo, la dirección del periódico “La Andalucía” (los últimos ejemplares que se conocen de este diario datan de finales de 1898), José María Tubino y Montesinos participará abiertamente en política. Entre los años 1899 y 1901 formará parte como concejal de la administración local del Ayuntamiento de Sevilla, presidido por Fernando de Checa Sánchez.
Su esposa, Carmen Tubino Nájera, fallecerá el día 8 de abril de 1910 en Sevilla, quedando José María viudo y con dos hijas, Adela y Carmen. Durante los dos años siguientes viajó por motivos profesionales y les enviaba a sus hijas cartas describiendo los paisajes y lugares que recorría.
En 1913 se traslada a Villafranca de Córdoba para llevar la dirección de una fábrica aceitera llamada “Las Mercedes”, siendo su primera experiencia en este trabajo que ya nunca dejaría. José María Tubino Montesinos conoce en esta localidad una joven muy guapa de la que se enamoraría y con la que contrae matrimonio, en segundas nupcias, el 3 de julio de 1914: Luisa Casasolariega de Tienda, natural de Villafranca de Córdoba e hija de Rafael Casasolariega Rodriguez y Catalina de Tienda y Calero. De este segundo matrimonio nacería su último hijo, José María Tubino Casasolariega, el día 3 de septiembre del año 1915, en la localidad de Villafranca de Córdoba, donde la familia Tubino había trasladado su residencia –vivían en la propia fábrica– desde que contrajeran matrimonio. Una curiosidad digna de destacar de José María es que al poco de llegar a esta localidad, en la portada de una finca cercana al pueblo llamada “Los Mugrones”, seguramente del mismo propietario que Las Mercedes, sembró dos eucaliptos, uno por cada hija, que en la actualidad se conservan, enormes, imponentes, centenarios testigos de su memoria.
El 27 de noviembre de 1.916 realizó un viaje a Aguilar de la Frontera para hacer una visita de tipo profesional a la fábrica “Las Puentes”. A su paso por Córdoba, mientras esperaba en la estación el trasbordo de tren, conoció a D. Florentino Sotomayor Moreno, quien le fue presentado por un amigo común.
Un año después, el 19 de octubre de 1917, José María Tubino era portador de una tarjeta de recomendación del presbítero de Villafranca de Córdoba, D. Acisclo Carmona López, recomendándolo a su amigo Sr. Luis (quizá se refiera a Ruiz de Castañeda) al haber sido contratado como nuevo administrador apoderado de D. Florentino Sotomayor. Se establece con su familia en la fábrica aceitera “Las Puentes” de Aguilar de la Frontera y comienza a trabajar en el proyecto de creación de una industria aceitera modélica de ámbito internacional.
Ese proyecto culminaría siendo una realidad, apenas dos años más tarde. En una finca olivarera adquirida por Florentino Sotomayor, “Las Puentes”, que contaba con más de nueve mil olivos, se inauguraría en el año 1919 la fábrica “Exportadora Sotomayor, S. A.”, dedicada a la fabricación, venta y exportación de aceites de oliva, jabones, aceituna de mesa, cereales y legumbres y al frente de la cual se encontraba José María Tubino Montesinos como administrador-apoderado de la misma.
Situada estratégicamente entre los límites geográficos de las localidades de Aguilar de la Frontera y Montilla, muy cercana al cauce del río Cabra y en el trazado de la carretera nacional que unía las capitales de Córdoba y Málaga, así como a la línea del ferrocarril, la fábrica aceitera de “Las Puentes” llegaría en muy pocos años, sin duda alguna, a ser calificada por la prensa escrita de la época como “la más importante de cuantas en España se dedican a la elaboración de aceite”.
Su construcción fue encargada a una empresa cordobesa, también pionera en el sector de la fundición, “La Cordobesa”, bajo la dirección de Diego León Álvarez, al cual muy pronto uniría con José María Tubino una gran amistad. La fábrica fue equipada con los mejores avances tecnológicos de la época, para el pesado y envasado del aceite, siendo éste exportado principalmente a América.
Pero, sin duda alguna, lo que llegaría a caracterizar hasta el extremo de lo inverosímil a la fábrica aceitera de “Las Puentes”, en unos tiempos convulsos e irrefrenables en las relaciones laborales mantenidas entre obreros y patronos, serían precisamente las buenas condiciones de trabajo y estabilidad que en la misma disfrutaban los obreros que trabajaban en la fábrica bajo la dirección de José María Tubino, hasta el punto de no protagonizar jamás ningún altercado, huelga o manifestación de protesta en contra de las condiciones laborales en las cuales desarrollaban su actividad diaria. Tanto fue así que incluso en la prensa de la época, esta característica, a decir verdad poco usual en esos años y en esta localidad, era destacada con estas palabras: “…la fraternidad, entre patronos y obreros, conforta el ánimo el espíritu que se observa entre jefes y operarios. En una fortificadora democracia conviven los honrados trabajadores de “Las Puentes”. La siniestra mueca de Caín, afortunadamente no asomó por aquel delicioso paraje, en que grandes y chicos, modestos y poderosos, todos trabajan por el esplendor del negocio, poniendo en él, unos los privilegios de su talento, las fuerzas de sus brazos otros, impulsados por el respeto mutuo. Todos son uno, jefes y subordinados y todos unidos, no tienen otro fin que trabajar para el engrandecimiento de la fábrica. Debieran de servir de ejemplo en estos tiempos de egoísmo y tiranías”.
Junto a la fábrica se encontraban las viviendas ocupadas por los obreros (casi trescientas personas trabajaban en “Las Puentes”) y sus familias. Y junto a éstas un magnífico campo de fútbol, donde se celebraban encuentros deportivos de una sociedad deportiva compuesta por obreros y patronos y presidida por Luis Ruiz de Castañeda.
José María Tubino, al igual que sus obreros, vivía con toda su familia también en las dependencias habilitadas para tal efecto en la fábrica y decían de él que …era un caballero muy culto, atento y perfeccionista. Estas características personales, unidas a su afán desmesurado de justicia y equidad, hicieron que en torno a él y a su gestión en la fábrica de “Las Puentes” se construyesen unas condiciones laborales basadas en el respeto mutuo y en la no explotación de los obreros por los patronos. Algo que como ya he dicho anteriormente no era muy usual ni en la localidad, ni en la época.
“…la maquinaria, última palabra de la técnica en aceites, obra de la Fundición “La Cordobesa”. La lavadera, el termo-batidor, la remoledora de orujos, las magníficas bodegas con sus tanques de vidrio, sistema Borsarí, con cabida para cerca de treinta mil arrobas y los depósitos de chapa, que admiten unas veinte mil arrobas de caldo; las autobalanzas, maravilla de precisión mecánica construidas por obreros de la Maestranza de Sevilla. Los lavabos y dormitorios de los operarios, el magnifico patio, el comedor de los trabajadores. La residencia de los señores Sotomayor, en la que todos los muebles están hechos de la alameda de los árboles de la finca y por carpinteros de la fábrica. En la finca se producen nueve clases de aceitunas distintas, en sus más de nueve mil olivos. Pero si por algo se distingue la fábrica de “Las Puentes”, es por el trato afectuoso que se les concede a sus más de doscientos obreros”.
En octubre de 1922, la fábrica de “Las Puentes”, como espaldarazo a su modelo de gestión económica y de personal, recibiría la visita del Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Tomás Montejo y Rica, junto al senador Conde Jiménez, el gobernador civil Grande Baudesson y el alcalde de Córdoba Barros Rejano, entre otras significativas autoridades. Todos ellos serán recibidos por el Consejo de Administración de “Las Puentes” compuesto por las siguientes personas: Presidente, Florentino Sotomayor Moreno; vocales, Bartolomé Valenzuela y Eduardo Sotomayor; gerente, Luis Ruiz de Castañeda y director, José María Tubino Montesinos.
Por sus magnificas instalaciones, pasarían a lo largo de los sucesivos años en que la fábrica mantuvo su hegemonía económica y empresarial (siempre bajo la dirección de José María Tubino Montesinos) personajes como el doctor Gregorio Marañón, el filósofo y ensayista Ortega y Gasset y el catedrático de física y química Rafael Vázquez Aroca, entre otros miembros de la nobleza española, ministros, personalidades políticas españolas y extranjeras, quedando todos ellos admirados al ver en Las Puentes, unidas, la singularidad y la ejemplaridad industrial y empresarial.
El doctor Zafra, escribirá en el libro de visitas de la fábrica en el mes de diciembre de 1920: “…al llegar a “Las Puentes”, no sólo admiro lo que para España, significa este hermoso movimiento industrial; hay algo más que emociona mi alma y es que el trabajo, debido a la iniciativa de don José María Tubino, ha podido convertirse en taller de educación social mediante la implantación de nuevas costumbres que hacen la vida más humana, única forma de conseguir el máximum de producción con el mínimun de esfuerzo”.
En unos tiempos de convulsión social y diferencias encarnizadas entre patronos y obreros, llama la atención de cualquier visitante a la fábrica el clima y ambiente de compañerismo existente entre la dirección de la misma y los obreros. El ingeniero Gaspar Gómez Salas, escribiría el día 31 de diciembre de 1920: “…si como ingeniero no puedo menos de admirar las excelentes condiciones industriales de la fábrica “Las Puentes”, hay otra nota más simpática aún que me dejó encantado en mi visita, y es la cariñosa confraternidad que observé entre el director gerente D. Luís Ruíz de Castañeda y el administrador-jefe D. José M. Tubino con los obreros de la fábrica, que como patriota me complazco en felicitar efusivamente”.
El día 22 de febrero de 1922, un universitario que se encuentra, en una larga estancia de cuatro meses, haciendo su tesis doctoral en la fábrica, escribe “…en estos tiempos de luchas sociales y de envidias de clases no tiene parangón la labor del presidente y del director de la fábrica de “Las Puentes”. Basta con ver los dormitorios sanos y los lavabos higiénicos, las cocinas y hasta el campo de foot-ball, para comprender que estos señores están decididos a dar lecciones de socialismo a sus compañeros y a las clases populares. De forma reciproca, la veneración que tienen los obreros hacia sus jefes demuestra que aquéllos, a su vez, han sabido entender la exquisitez en el trato”.
El doctor Gregorio Marañón, a su vez, escribirá en el mes de enero de 1931 “…tienen el aceite, maravilloso, en casa; el vino y el sol, a la puerta: cerca, para pronto, un buen gobierno; no necesitamos más para ser felices”.
José María Tubino dedicó todos los esfuerzos profesionales al progreso de la fábrica y el sector productivo en el que operaba la misma. Su vida transcurrió entre el trabajo diario y su familia a la que dedicaba mucho de su tiempo libre. Era una persona simpática y amable, pero a la vez cumplidor y exigente.
No era usual en la época que un hombre se encargara de los cuidados de su hijo de dos años, pero se conserva una carta que escribió a su mujer, ausente por viajar a Villafranca, en la que le cuenta en un gracioso párrafo: “…El niño, divinamente: sólo se echó a llorar un poquillo llamándote a la 1 ½ de la madrugada, que se despertó porque tenía una pulga que le hizo unas cuantas ronchas en la espalda. Le hablé, se durmió y despertamos esta mañana a las 8”.
El reconocimiento nacional e internacional (la fábrica mantenía relaciones comerciales en Italia, Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Uruguay y entre su personal se contaba un técnico alemán, Hans Masnís ) pronto llegaría, al igual que los galardones y premios recibidos, destacando entre todos ellos el obtenido en la asistencia a la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929), donde la fábrica obtuvo un premio importante, un reloj de oro, tipo bolsillo, con cadena, con las iniciales de Sus Majestades los Reyes de España. D. Florentino Sotomayor se lo ofreció a José Mª Tubino diciéndole: “Pepe, éste para ti, que te lo has ganado”.
La asistencia a pruebas de molinos aceiteros innovadores para la época, su nombramiento para jurado de la Exposición Regional de Aceites de la Cámara Oficial de Industria y Comercio de Córdoba como representante de Aguilar de la Frontera, y otros asuntos relacionados siempre con su trabajo, constituirían para José María Tubino, parte de la actividad profesional a la que él tan exigentemente se prestaba. A estas mismas actividades, las cuales realizaba como parte de una estrategia personal de novedoso y revolucionario marketing industrial, acompañaron otras actividades sociales, entre las que sin duda alguna hemos de resaltar como principales e importantes, además de familiares, la boda de su hija Adela Tubino Tubino con Juan Luque Bonilla en 1930 y la muerte de su jefe y amigo D. Florentino Sotomayor Moreno, ocurrida el día 6 de abril de 1934.
El primero de estos acontecimientos, la boda de su hija, tuvo lugar el día 20 de septiembre de 1930, y la firma de esponsales se celebró en las mismas instalaciones de la fábrica de “Las Puentes”. El acto religioso, curiosamente y por petición de la novia, fue oficiado por un párroco de Montilla, Rafael Castaño Cañete, párroco de San Francisco Solano, firmando como testigos el director del Banco Español de Crédito, Rafael Pedraza Cobos y Gabriel Varo Maldonado.
El fallecimiento de su buen amigo, D. Florentino Sotomayor Moreno, significaría un duro, un tremendo golpe sentimental y emocional para José María Tubino, al cual unía una gran y sincera amistad, hasta el punto de ser considerado casi como de la familia y contar siempre con él incluso en delicados asuntos familiares. Sin duda alguna su muerte marcaría un antes y un después en la vida de José María. Tras su muerte, sus herederos, algunos años mas tarde, venderían la fábrica “Las Puentes” a D. Rafael Salgado Cuesta, dueño de la empresa exportadora de aceites Salgado S.A.
Inmerso plenamente en su trabajo y dedicado por completo a su familia, José María Tubino Montesinos contemplará, desde la distancia que le ofrece su abandono voluntario de la política activa, los nuevos cambios políticos y sociales sucedidos a comienzos de la década de los años treinta.
Los acontecimientos que se sucederán durante todo el período republicano, sin duda alguna constituirán para José María y para su proyecto empresarial todo un reto, para seguir impulsando ese socialismo empresarial en el cual creía y del que será un férreo defensor. Su alejamiento con las posturas empresariales ancestrales y arcaicas, basadas en la explotación y en la injusticia del hombre por el hombre, si cabe se acrecentará mucho más durante los cinco años en los que la mayoría del país sueña con cambios modélicos y ejemplares en las relaciones laborales y políticas de las clases sociales más desfavorecidas.
Este posicionamiento personal es la clave para poder entender la relación inexistente con personajes de la política local y comarcal durante los años en los que José María Tubino dirige la fábrica de “Las Puentes”. Durante los mismos llama enormemente la atención que no exista presencia institucional, ni empresarial, ni tan siquiera a titulo personal de ninguna de las personas que ostentaban cargos públicos y manejaban las riendas de la política local en Aguilar de la Frontera, en ninguno de los muchos actos públicos organizados y celebrados en la fábrica de “Las Puentes”.
El golpe de estado perpetrado el día 18 de julio de 1936 contra el gobierno constitucional de la II República, libremente elegido en las urnas, sorprendería a José María Tubino en la fábrica de “Las Puentes”. Tras el comienzo de la represión, apenas tres o cuatro días más tarde, y sabiendo todos en la localidad que estaban buscando, deteniendo y asesinando a todas aquellas personas que habían tenido vinculación y militancia política en partidos políticos y organizaciones obreras, él se mantuvo firme en su puesto de trabajo al que se debía desde su llegada a Aguilar de la Frontera. José María nada tenía que temer, pues nada había hecho, siempre lo dijo así. Pudo huir de haber sido de otra forma, pues tenía un coche en propiedad, un Peerless americano (además de poder haber utilizado alguno de los muchos vehículos existentes en la flota de la fábrica), que pudo haber utilizado para buscar el refugio y la protección de personas influyentes que lo protegieran. Pero no fue así.
“jamás perdió su orgullo, era un hombre integro y valiente”.
José María Tubino Montesinos, sería detenido en su casa, en su vivienda, en la fábrica de “Las Puentes”. La detención la práctico la guardia civil por una denuncia. Hay quien dice que le denunció algún rico de la zona, debido a la animadversión que le tenían por el buen trato y deferencia hacia todos sus trabajadores. Hay quien dice que le denunciaron porque en la fábrica existían dos teléfonos y le acusaron de manejos con esa doble línea. Hay quien dice que en los sótanos de las bodegas de la fábrica tenía un arsenal de armas. Hay quien dice que fue denunciado por una persona influyente de Aguilar, por dar cobijo y esconder a alguien a quien la guardia civil buscaba. Hay quien dice que le denunciaron porque tenía una emisora de radio clandestina. Pero la versión que cobra más fuerza y que siempre su viuda sostuvo como la más probable de todas fue la denuncia y delación de una persona conocida, de quien José María, con su bondad natural, honradez y simpatía nunca pudo imaginar que labrara su desgracia personal y la de su familia.
Fueron a por él y lo encontraron en su casa, en sus ocupaciones diarias, junto a su familia, su mujer e hijos, que pudieron ver como lo detenían. Bajó de sus habitaciones cuando lo llamaron, con calma, con entereza. Al ver lo que estaba ocurriendo y ante la mirada atónita de su hijo, le dijo: “…hijo mío, si algún día te detienen y te llevan, que sea como a mí, por no haber hecho nada”. Tras estas palabras intentó encender un cigarrillo y uno de los guardias civiles le dijo: “quítate ese cigarro de la boca o te lo arranco de una hostia”.
Sacado a la puerta de su casa, fue inmediatamente maniatado a una cuerda de presos que esperaban fuera, vigilados por la guardia civil. Pudo, sin embargo, despedirse brevemente de otro buen amigo y trabajador de la fábrica, Paniagua, a quien le dijo “…a seguir siendo buenos”.
La guardia civil requisó un camión para trasladar a los detenidos al cuartelillo y a uno de los conductores de la fábrica, al chófer personal de José María Tubino, su chófer y amigo Luis Almeda, nombrado siempre por él como “Luis el chófer” y conocido en el pueblo como “Luis el de los Puentes”, para que condujera el camión que sería utilizado a partir de ese mismo día en otros muchos macabros viajes.
José María Tubino Montesinos fue ingresado en la cárcel municipal, en el cuartelillo existente en la calle Pescadería, donde permaneció junto a otras personas detenidas varios días, en los que la familia pudieron llevarle algo de comida y a duras penas interesarse por su situación.
La madrugada del día 16 de agosto, José María sería sacado del cuartelillo, junto a otras seis personas más (entre los que se encontraban los hermanos Modesto y José Carmona Padilla a/ “Los Cerotes” y asesinado en las tapias exteriores del cementerio de Aguilar de la Frontera.
Su destino se cruzaría ese mismo día con el de otras diez personas más, trasladadas en un camión desde las localidades de Montemayor y Fernán Nuñéz. Todos serían asesinados. Diez y siete personas. Dos de ellas mujeres y una de ellas embarazada de cuatro meses. Crueldades de la vida, curiosamente serían asesinados en las inmediaciones de la fábrica de “Las Puentes”, en la curva de las salinas, entres los puentes que dan nombre a la misma: el puente de la vía férrea y el de la antigua carretera nacional sobre el río Cabra, en la entrada de la población de Aguilar.
Tras perpetrar el asesinato, sus cuerpos fueron trasladados al interior del cementerio Municipal de Aguilar de la Frontera (casi con toda seguridad en el camión requisado por la guardia civil, propiedad de la fábrica de “Las Puentes”). Sus cuerpos, sus frágiles cuerpos, serían arrojados para ocultar los asesinatos al interior de la fosa de mampuesto familiar número 19, en la zona 3, del cuartel número 1. En esa misma fosa fueron arrojados también los cuerpos de las siete personas sacadas esa misma madrugada del cuartelillo.
A su yerno, Juan Luque Bonilla, le dijeron esa misma mañana, en tono de humor, cuando fue a llevarle el desayuno al cuartelillo: “Tu suegro ya está en Las Puentes, no tienes que traerle más de comer”. Dicen que Juan montó en cólera y estrelló en el suelo el tazón de leche mientras les imprecaba, pero le amenazaron con hacerle lo mismo que a él si no se iba. Cuando volvió y contó lo sucedido, la familia, sumida en e dolor, comprendió que jamás volvería a ver a José María.
La certeza del asesinato y su incansable búsqueda por recuperar el cuerpo de su esposo, llevó a su familia a indagar y contactar con uno de los empleados del cementerio, que durante esos días realizaban la labor de camilleros, trasladando los cuerpos sin vida de las personas que llegaban en el camión, asesinadas, de las puertas del cementerio al interior del mismo, para ser arrojados a las distintas fosas comunes que habilitaron para ocultar sus cuerpos… ocultar sus vidas… perpetrar la última fase de su desaparición física. Esta persona informa a la familia que el cuerpo de José María Tubino había sido separado del resto de cuerpos y enterrado en una sepultura familiar, individualmente, solo. La familia, tras las gestiones realizadas y pasados los años, en los comienzos de la década de los años cuarenta, pudo identificar el lugar donde debería encontrarse el cuerpo de José María, con una sencilla y humilde lápida, con ayuda de buenas amistades en el pueblo y la colaboración del marido de Adela Tubino, Juan Luque Bonilla. Ese sencillo gesto, realizado por su hijo, conferiría a José María el honor de ser el segundo represaliado en Aguilar de la Frontera, cuya familia podía disfrutar de una identificación personal en su sepultura “individual”.
Días después de su asesinato, su hijo José María Tubino Casasolariera sería llamado a filas por el Ejercito Nacional, en el que combatió durante toda la guerra civil. Tras su vuelta, concluida la contienda, continuaría trabajando y viviendo en la fábrica, con su madre, su hermana Carmen, su mujer, Manuela López Rivas y el hijo de ambos, José Luis Tubino López. No disfrutó mucho de su nuevo estado porque enviudó y posteriormente contrajo una grave enfermedad, seguramente como consecuencia de la guerra, que le dejaría secuelas de por vida (le llevaron a una temprana muerte a los 59 años). Recuperado y reintegrado a la normalidad, casó en segundas nupcias con Mercedes Solís Casasolariega en 1944, naciendo de esta unión dos hijos: Mercedes y Rafael Ángel. La familia siguió viviendo en “Las Puentes” hasta 1946 en que se trasladó definitivamente a Villafranca de Córdoba, con su madre, su mujer e hijos, donde establecieron su domicilio particular durante toda su vida.
“a mi abuela ni siquiera le quedó una mísera pensión para subsistir. En pocos días perdió a su marido y casi a su hijo (mi padre), que, ironías de la vida, lo reclutó el bando golpista (autodenominado nacional), para combatir al lado de los que le habían asesinado a su padre. Mi abuela pasó en pocos días de ser la señora de D. José María Tubino Montesinos, director apoderado de la empresa aceitera “Las Puentes S.A.”, a ser una viuda del silencio, la viuda de un republicano, de un masón. Encima de que la dejaron viuda, tuvo que llevar sobre sus hombros la “vergüenza” de ser la viuda de un “rojo”. Esa fue precisamente la estrategia de los asesinos, quitar de en medio a los que pensaban de otra manera, asesinándolos, y además haciendo desaparecer su rastro, como si no hubiesen existido jamás. Pero eso tampoco lo consiguieron. Mi abuela, que fue una mujer valiente, nunca ocultó ser la viuda de Tubino, de lo que se sintió siempre muy orgullosa. Pero había también en ella un fondo de tristeza que la hacía exclamar frecuentemente, con voz emocionada y segura: “malditas guerras…”, “malditos asesinos…” y con gran valentía comenzaba a enumerar desde “el Caudillo”, hasta el último de los que la perjudicaron”.
La familia habría de esperar diez años para obtener un documento oficial que acreditase la muerte de José María Tubino. Su partida de defunción se practicó fuera de plazo legal, el día veinte y dos de mayo de mil novecientos cuarenta y seis. Y en ella aparece un eufemismo que literalmente dice: “falleció en esta ciudad a consecuencia de los sucesos a que dieron lugar con motivo del Movimiento Nacional”.
Sus hijas Adela Tubino Tubino y Carmen Tubino Tubino permacerán ya siempre en Aguilar de la Frontera. Jamás olvidarán a su querido padre. Carmen vivirá soltera en la casa de su hermana Adela, hasta su muerte, acaecida el día 26 de julio de 1968. Antes de morir, Carmen Tubino traslada un último deseo, una última petición a su hermana Adela. “…quiero que mi cuerpo descanse junto al de nuestro padre”. Tras su muerte este deseo no pudo llevarse a cabo, las condiciones políticas de esa época eran aún inapropiadas para poder realizarlo y fue inhumada en una propiedad familiar. Pero Adela nunca olvidó el último deseo de su hermana y once años más tarde pudo por fin verlo realizado. El día 21 de agosto de mil novecientos setenta y nueve (en plena transición, recién estrenada nuestra actual democracia) los restos de Carmen Tubino Tubino fueron exhumados, trasladados e inhumados en el panteón familiar donde descansaba el cuerpo de su padre José María Tubino Montesinos, para estar eternamente junto a él, dando cumplimiento a su último deseo.
Desde ese año, 1979, hasta el mes de agosto del año 2007, todo permaneció así, inalterable. Ese mismo mes descubrí, casi por casualidad, el panteón donde se identificaba la sepultura de José María Tubino Montesinos. Curiosamente, aunque nadie visitaba la tumba con asiduidad, las flores que tenía, cada cierto tiempo eran cambiadas y repuestas por otras nuevas. Desde ese mismo día comenzó una búsqueda de información acerca del enterramiento y la urgente localización de familiares y descendientes de José María. Esa búsqueda duró tres años. Tres años de indagar en el pasado, de preguntas sin respuestas, de búsqueda de algún testimonio (que apareció en el mes de junio de 2010 y me puso sobre la pista correcta). Tres años de búsqueda de familiares, que nos llevó a seguir la pista de posibles descendientes de José María Tubino en San Roque (Cádiz), en Madrid, en Villafranca de los Barros (Badajoz) en Villafranca de Córdoba y en Córdoba.
Cuando AREMEHISA (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Aguilar de la Frontera (Córdoba)) comenzó la I Fase de la exhumación de las fosas de la Guerra Civil del Cementerio Municipal de Aguilar de la Frontera, ya tenia constancia documental de que el enterramiento de José María era una fosa común utilizada en agosto de 1936, para ocultar un numero indeterminado de cuerpos de personas asesinadas en las misma. Curiosamente se solicitó al Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera la autorización administrativa para poder exhumar ese emplazamiento, pero el Ayuntamiento la denegó, a pesar de no contar con expediente alguno de propiedad.
Por fin, tras años de intensa búsqueda, el día 4 de junio pude encontrar a una mujer, amiga íntima de Carmen Tubino, que era la que cambiaba las flores de su tumba, y su testimonio me hizo comenzar a trabajar en otras pistas. El día 23 de junio pude cruzar un correo electrónico con uno de los dos únicos nietos, vivos actualmente, de José María Tubino Montesinos, su nieto Rafael Ángel Tubino Solís, a quien siempre estaré eternamente agradecido por su amabilidad, su humanidad tan a flor de piel que transmite inmediatamente confianza y por su enorme compromiso y comprensión. Tras una larga charla telefónica el día 26 de junio en la que fue informado de todos los hallazgos e información relativos al enterramiento de su abuelo, el día 5 de julio del 2010, Rafael Ángel visitó el cementerio de Aguilar de la Frontera. Con lagrimas en los ojos y el llanto emocionado contenido, firmó las correspondientes autorizaciones para la inmediata búsqueda, exhumación e identificación de su abuelo. Y la fosa número 18 por fin pudo ser abierta el día 7 de julio del 2010. Habían transcurrido casi 74 años. Un día más tarde aparecerían los primeros cuerpos.
Su tía Carmen Tubino estaba allí. Su último deseo se convirtió en la llave que descifró el entramado creado para ocultar los cuerpos de las personas fusiladas en Aguilar de la Frontera. Debajo de ella, la sospecha dejó paso a la evidencia. La fosa número 18 formaba parte de una completa y macabra combinación numérica de tumbas, perfectamente planificadas para albergar y ocultar durante más de 70 años el horror y el dolor no amortajado. La fosa número 18 contenía en su interior un total de 10 hombres (entre ellos el alcalde socialista de Aguilar de la Frontera en 1936 José María León Jiménez) y una mujer de 24 años de edad, Carmen Sillero Veira a/ “Carmela la gallega”, mujer del socialista Rafael Romero Leiva a/ “el carcelero” e hija del guardia civil de Aguilar de la Frontera Francisco Sillero Leiva.
Las primeras apreciaciones técnicas nos devolvían una verdad aplastante. La tierra nos devolvía su memoria, revelándonos que entre los diez hombres arrojados a la fosa número 18 no se encontraba el cuerpo de José María Tubino Montesinos, al no encontrarse entre ellos ningún varón con edad similar a los 63 años que José María tenía el año de su asesinato, por lo que se puede asegurar que la familia fue engañada (se han constatado al menos otros dos casos similares) por la persona que aseguró que habían dado sepultura a su cuerpo en ese emplazamiento y además solo.
¿Es posible mayor crueldad? Para la dictadura la guerra civil aún no había terminado en la década de los años cuarenta. Y solo el odio y la sinrazón les pudo llevar a tomar decisiones de esa índole, engañando a la viuda y a sus hijos… la misma imagen misma del dolor, que solo pretendían recuperar su cuerpo y darle una digna sepultura. Solo pensarlo hoy después de tantos años, de tanto sufrimiento, de tanto dolor… solo pensarlo me llena de indignación.
José María Tubino Montesinos fue asesinado, como tantas otras personas inocentes, por las hordas de asesinos que, desinhibidos, exaltados y excitados por el poder que sobre la vida y la muerte les confirieron los famosos bandos de guerra publicados en los primeros días del alzamiento militar, convirtieron las noches y el alba de los días de aquel caluroso verano de 1936 en un aquelarre de sangre.
Asesinos, gente que mataba por el placer de matar, asesinos entregados con servil entusiasmo a la abyecta tarea de hacer desaparecer a sus vecinos y paisanos, por el solo hecho de no poder soportar que la localidad fuera gobernada por partidos y personas con proyectos y sueños de progreso, de justicia e igualación social, de convivencia y de un mejor reparto de lo mucho o lo poco que era necesario para no morir de hambre.
Arrojados a la gran fosa común de la ignominia española, abierta por la guerra y ampliada por la victoria. Una gran fosa común mandada excavar por una gran parte de la sociedad para albergar sin vida, sin nombre, los restos de las personas asesinadas, convirtiendo a este país en general y a esta localidad en particular en un campo sembrado de sepulturas secretas, sin permitir durante más de tres cuartos de siglo recobrar su nombre, recobrar su dignidad.
Para la familia de José María, su viuda, sus hijos/as, sus nietos/as, el tiempo detuvo su reloj vital un día 16 de agosto de 1936. Las circunstancias de su desaparición física significó, al igual que para otras muchas familias, no volver a verlo jamás, por lo que en su interior comenzaron a regañadientes a entender que ya nunca más se produciría un reencuentro. Pero a pesar de todo supieron apretar su corazón y mantener una dignidad ejemplar y nunca, nunca, pudieron entender ni aceptar el imposible atemperamiento de la memoria, la imposición social y la política del olvido, porque el derecho a la memoria no prescribe.
Hubo que recurrir a la mágica alquimia de la ciencia, la identificación genética por ADN, para poder identificar a José María Tubino Montesinos en la fosa número 19. Su hija, su querida hija Carmen Tubino, de nuevo volvió a prestar un impagable favor a esta causa. El ADN tomado de sus restos mortales coincidió totalmente con el extraído a su padre. Volvían a unirse después de la muerte, proclamando un mensaje: “la muerte nunca tiene la última palabra”. Y por fin pudimos tener acceso a la verdad de lo que hicieron las manos asesinas.
El día 13 de mayo de 2012 tuvimos la oportunidad de asistir al reencuentro de la memoria. A la negación del olvido. En la nave laboratorio, ubicada en el interior del cementerio local de Aguilar de la Frontera y ante numerosos representantes de la actual corporación municipal, encabezada por su alcalde Francisco Paniagua Molina, y concejales de los grupos políticos de UPOA, Izquierda Unida y Partido Andalucista, pudimos asistir al acto para rendir un último y sencillo homenaje que Aguilar de la Frontera tenía pendiente con su persona y conocer y trasladar el respeto y la consideración a su familia.
Posteriormente, los restos mortales de José María Tubino Montesinos y los de su hija Carmen Tubino Tubino fueron trasladados por la familia y miembros de AREMEHISA al Cementerio Municipal de Villafranca de Córdoba, donde se inhumaron a las doce y media de la mañana, junto a los de su viuda y madre política.
En el camino un tiempo para la reflexión y el recuerdo de muchas personas que no pudieron estar allí pero que han contribuido con su trabajo y pleno compromiso a que de nuevo se restituya la reparación de unos acontecimientos que jamás debieron de ocurrir. Y la reflexión profunda de saber que con este acto de justicia y reparación hoy volvemos a cerrar otra página de la historia de esta localidad, donde nos hemos atrevido a tomar decisiones que otros no se atreven todavía a tomar por miedo aún o recelos del pasado.
Una localidad, Aguilar, que cierra páginas hasta ahora desconocidas y lo hace de acuerdo con la normalidad que se supone ha de ser hoy enterrar de una vez a todos los muertos y “desaparecidos”, victimas de la represión del franquismo.
Sus frágiles cuerpos fueron inhumados en un espacio rodeado de muros de piedra, junto a los suyos, como siempre debió ser. He de decir que contemplando su inhumación los olores me han traído aromas del tiempo y el pasado lejos ya de un posible futuro de dolor, sin nadie a quien llorar ni enterrar.
Lo más indignante, lo que sigue aún doliéndome de aquella atroz injusticia, repudiada por el mundo entero, es que todavía, setenta y seis años después de aquellos asesinatos, seguimos con la asignatura pendiente de rehabilitar oficial y públicamente a José María Tubino Montesinos y a tantos hombres y mujeres condenados ilegalmente por la sin razón y la barbarie.