Después de tantos años aún sigo recordando todo lo que ocurrió en 1936, fecha de la sublevación contra la República. Yo tenía entonces diez años y, a pesar de ello, sigo recordando la tragedia que siguió para mi familia, igual que para tantas otras.
Mi padre, José Villa Abadía, era un obrero con alguna cultura por haber estudiado los primeros años de su adolescencia. Él seguía con mucho interés todo lo que decía Julián Besteiro, tenía el carnet del Partido Socialista y animaba a todos los obreros a defender sus derechos. Nunca tuvo ningún cargo de responsabilidad, tan solo perteneció a una comisión cuyo fin era evitar que hubiera represalias contra algunos terratenientes presos por parte de algunos exaltados, como sucedió en otros pueblos. Sin embargo, cuando el pueblo fue tomado por los nacionales emprendieron una represión terrible deteniendo a todos, aun sin haber tenido cargos de responsabilidad y tan sólo por ser republicano o simpatizante.
Mi padre tenía la conciencia firme de ser inocente, por eso no salió de Bienvenida. Prefirió quedarse junto a su familia. Ésta fue su equivocación, confiar en la conciencia de quien no tenía más que odio mortal a todo el que fuera de izquierdas, entre ellos mi padre, que enseguida fue detenido, siempre con el terror de ser fusilado cualquier noche en algunos de los grupos que se llevaban en camiones a los cementerios de los pueblos próximos para ser asesinados.
Esto se repitió durante meses. A mi padre lo encarcelaron en tres o cuatro ocasiones haciéndole pagar multas, siempre bajo la amenaza de que, si los que habían huido y estaban en la sierra oponían resistencia o colocaban algún artefacto a la guardia civil, tomarían represalias contra ellos. Pero cuando ya todo parecía que había pasado y el pueblo se encontraba tranquilo se empezó a correr el rumor de que iban a hacer una “segunda limpieza” y así fue.
El 15 de agosto de 1938 yo tenía 12 años y como era día de fiesta me arreglé para encontrarme con las amigas en la ermita. Me fui dejando a mis padres arreglando las paredes del patio de la pequeña casa que habían comprado a plazos. Al llegar a casa de mi amiga su madre nos dijo que tuviéramos cuidado con la guardia civil, porque estaba haciendo detenciones. Yo seguí con ellas pero no muy tranquila y mucho menos cuando al regresar nos cruzamos con una camioneta de la que procedían sollozos y que se dirigía al cementerio.
En ese momento decidí marchar a casa. Al llegar encontré a mi madre llorando con mi hermana, seis años más pequeña que yo. Me dijo que se habían llevado a mi padre a la cárcel y corrí a buscar a mi tía para que pidiera ayuda a unos primos de mi padre que, por ser de derechas y ricos, tenían influencia, pero en esta ocasión no quisieron hacer nada. Dijeron que eran órdenes que venían de fuera.
En el Ayuntamiento nos informaron de que los llevaban a Badajoz para tomarles declaración. Lo creímos y le llevamos ropa limpia y nueva. Durante todo aquel tiempo escuchábamos detonaciones que nosotros, al ser fiestas, pensábamos que eran cohetes, pero la realidad era que estaban fusilando a las personas que habían traído de los pueblos de alrededor. Poco después alguien nos informó de que no los iban a trasladar a Badajoz esa misma noche, puesto que el capitán que estaba al mando se encontraba indispuesto. Por esto se lo llevaron a la noche siguiente según nos dijeron en Usagre, donde los mataron con otro grupo de Fuente de Cantos.
Por estar mi casa muy cerca del Ayuntamiento, donde estaba la cárcel, nosotras vimos partir el camión donde los llevaban. El marido de otra hermana de mi madre, que también iba en el camión pero al que pusieron en libertad por tener quien intercediera por él, nos contó posteriormente que mi padre al ver a mi madre llorando se despidió diciendo “adiós para siempre”. A él no lo habían engañado, sabía muy bien donde lo llevaban.
A la mañana siguiente nos dijeron la verdad. Mi madre quiso recoger el cuerpo pero no se lo permitieron. Lógicamente nos quedamos desamparados, pasamos muchos años de dificultades y mi madre tuvo que deshacerse de la casa para sobrevivir. Como no tenían suficiente con habernos quitado a mi padre, tuvieron el cinismo de ir a pedirnos una multa atrasada. Naturalmente mi madre los echó, diciéndoles más de lo permitido, más de lo que entonces se podía decir.