Juan Espada Jiménez

Aguilar de la Frontera
Córdoba

Se nos fue. El día 1 de septiembre de este año 2007 falleció Juan Espada Jiménez “Berengena”, una de las últimas personas que conservaban aún la “memoria viva” de uno de los episodios más ocultos de nuestro pasado más reciente: la guerra civil.

Sus siempre valiosos y significativos testimonios activados como consecuencia de sus emociones nos han permitido a lo largo de los últimos años canalizar la ingente información de que disponía en sus recuerdos y en su memoria para ponerla al servicio de la investigación y recuperación de una parte muy importante de la memoria histórica de este su pueblo, Aguilar de la Frontera.

Sus recuerdos de hazañas guerreras, su tiempo de libertad y explosión juvenil, de vertiginoso resplandor en medio de una gran oscuridad, nos quedarán siempre presentes a través de su testimonio oral.

Nos legó a todos el patrimonio de una vida dedicada a la lealtad y a la honradez, a la sencillez y a la libertad. Toda su vida siempre mantuvo la convicción de que la libertad no fue generosamente concedida, sino conquistada con el sacrificio y las vidas de muchas personas. Con su muerte, hemos perdido a un gran ser humano y a un buen amigo.

Esta es la historia de una vida vivida en un tiempo no tan lejano, que nos muestra una imagen nueva, inesperada y atroz, de un tiempo concreto, donde el dolor, el miedo y la muerte pasearon sus dominios con una frialdad, una crueldad y una perfección inimaginables. Es el testimonio que hoy permanece.

Juan Espada vivió de cerca, siendo muy joven, las consecuencias del conflicto bélico entre 1936/1939. Conflicto que transformó en un enorme rompecabezas su vida y la de cientos de aguilarenses, que sin desearlo se vieron abocados a empuñar el fusil para defenderse del golpe de estado perpetrado en contra de la II Republica el día 18 de Julio de 1936.

Nacido en Aguilar de la Frontera, el día 7 de mayo del año 1919. Con 17 años de edad, y temiendo por su vida Juan Espada sale rápidamente de Aguilar con dirección a Espejo (a mediados de agosto del 36), población situada a 20 kilómetros de Aguilar y que recibió en gran medida a un enorme contingente de refugiados. Llegaban exhaustos, sin agua y sin provisiones, generalmente a pie o en bestias de carga, tras haber vivido la odisea de una escapada peligrosa de sus poblaciones de origen a través de los campos y de los caminos.

Siendo atacado Espejo a comienzos de Septiembre por las tropas nacionales se dirige a Castro del Río, acompañado de otros paisanos de Aguilar, que como él precipitaron su huida para salvar la vida, entre ellos Miguel Jiménez León “Pintamonas”. De nuevo se ven obligados a huir de Castro del Río, que es tomada por los rebeldes en el mes de septiembre del 36 y de nuevo se ven forzados a huir continuamente, con el grueso de otros evacuados civiles de poblaciones como Montilla y Bujalance, ello motivó que casi todos ellos se desplazan a la vecina ciudad de Jaén.

Durante el éxodo, se ven obligados a albergarse en los lugares más insospechados, almacenes de trigo, casillas y molinos abandonados. Muchos de ellos en su huida dejaron atrás esposas e hijos en las haciendas, siendo objeto éstos de las represalias de los elementos sublevados, no contentos con las explicaciones que recibían al no encontrar a sus respectivos esposos y padres.

Ya en Jaén, Juan Espada por cuestión de edad no consigue enrolarse en el ejército republicano. Sin embargo, esto no es motivo para que empuñando las armas logre participar en varios hechos bélicos en las provincias de Jaén y Granada. De Jaén parte para Andújar logrando esta vez sí ingresar en el Regimiento de Ingenieros Zapadores Minadores, siendo posteriormente desplazado a los Escoriales de la Virgen de la Cabeza (Mayo de 1937) en Andujar (Jaén) y Tocón de Cantos (Granada). Finalmente logra alistarse como soldado en la 76 Brigada en los frentes de Alcalá la Real, (Jaén) donde por primera vez entra en combate directo contra la Bandera del tercio de López Tienda en el cerro de la Camuña:

“Cerca del lugar había un cortijo donde encontramos un día a un sargento y un soldado del ejercito nacional. Los soldados del pelotón que estaban a mis ordenes quisieron dispararles, pero yo los detuve y les dije que al que desertaba había que dejarlo escapar”

Tras el descalabro de la 73 Brigada de choque en Teruel, Juan Espada se incorpora de forma voluntaria a esta unidad (finales de 1937), lo que le hizo participar a lo largo de la guerra civil en las durísimas batallas de Teruel. En diciembre de 1937, el ejército nacional se prepara para el asalto final a Madrid. El mando republicano decide lanzar una ofensiva de distracción y obligar a luchar al ejército nacional en un terreno no elegido por ellos. El 15 de diciembre de 1937, las tropas republicanas lanzan el primer ataque de una batalla que se prolongara hasta el 22 de febrero de 1938. Las condiciones del combate fueron extremas. Temperaturas de hasta 18º bajo cero en un terreno árido y poco dado a fortificaciones.

Sobrevive a la batalla de Teruel y recala en Córdoba de nuevo a mediados de 1938, concretamente en Pozoblanco, donde toma parte en los combates de Sierra Trapera, término municipal de Valsequillo (Córdoba), donde las tropas republicanas opusieron una dura resistencia al avance del ejército franquista en el cerro Mano de Hierro. En esta ofensiva, murieron más de 6000 republicanos y después de la misma la resistencia republicana en el norte de Córdoba fue mínima

“En Sierra Trapera estuvimos 7 días cercados, solo teníamos para comer hierbas. Al séptimo día un comandante asturiano al mando nos dijo: “Camaradas queréis morir de hambre o preferís hacerlo en combate”. Decidimos luchar. Todos nuestros efectivos fueron divididos en tres grupos estando al mando de cada uno un teniente. En el curso de la refriega hieren al teniente de mi grupo por lo que tuvimos que evacuarlo un cabo y yo a un puesto de socorro cercano donde encontramos a otro teniente al mando el cual nos dice que no puede hacer nada, no puede trasladarlo… estoy aquí solo para evacuar a los míos. En esos instantes amartillé el fusil y conmine al teniente que finalmente cedió a evacuarlo al puesto de socorro de Valsequillo. […] Una noche estando de enlace tuve que cruzar el río en siete ocasiones […] Nos encontramos por el camino un caballo muerto por una explosión, cortamos un trozo del animal y asándolo como pudimos en unas cenizas nos lo comimos para aplacar el hambre de tantos días.”

De aquí, nuevamente es movilizado y trasladado a Ajofrín en Toledo (finales de 1938, comienzos de 1939), localidad situada muy próxima al río Tajo, límite en la zona de los dos bandos en lucha donde le sorprende el final de la Guerra Civil.

Durante la llamada “ofensiva final”, desarrollada sobre todo en marzo de 1939, la máxima fue la del descontrol total. La retaguardia franquista era “una enorme prisión”. España entera era un campo de concentración. Las carreteras de la España republicana, sin mandos ni orden, se llenaron así de soldados y mandos, de civiles y militares, unos regresando hacia sus casas, otros yendo al encuentro de las tropas franquistas, otros dirigiéndose a los puertos de mar todavía no ocupados por las tropas victoriosas, que el 26 de marzo iniciaron la conquista definitiva de pueblos y ciudades. Sin oposición ninguna, los franquistas tomaron en masa las unidades republicanas. Madrid, Jaén, Ciudad Real, Toledo, estaban en manos de Franco.

Es posteriormente trasladado a Ciudad Real, concretamente a Piedrabuena donde su unidad tiene órdenes de entregar las armas. En Ciudad Real, es detenido y encerrado en la plaza de toros durante cierto tiempo hasta que fue trasladado posteriormente al campo de concentración de La Puebla.

Internamiento, castigo, trabajo forzoso, enfermedad, tortura y muerte era el precio que los prisioneros entregaron a los “salvadores de España”. Ser prisionero era estar condenado al hambre, al frío del invierno y al calor del verano, a las palizas, a la sed, al miedo al aval y a la delación. Era estar condenado a la miseria física y moral. Todos los prisioneros debían hacer frente a una vida de privaciones, falta de libertad, enfermedades, piojos, frío, interrogatorios y crueldades.

Más de medio millón de republicanos pasaron por los campos de concentración, auténticos laboratorios de la nueva España en los que las autoridades sublevadas sometían a los presos a procesos de clasificación y reeducación política, recatolización, depuración, humillación y finalmente de utilización en trabajos forzados.

Liberado posteriormente, pues pudo obtener un pasaporte o salvoconducto para volver a Aguilar, emprende el regreso hacia Córdoba en un tren de ganado, el cual abandona a la altura del puente de hierro, al enterarse de que lo están buscando y que la guardia civil de Aguilar esta deteniendo a todos los que regresan del frente.

Logra por fin llegar a casa, donde le esperan sus padres después de más de tres años sin tener noticias suyas. Voluntariamente se presenta en el cuartel de la guardia civil. Es obligado a presentarse en el mismo cada 15 días quedando al poco tiempo eximido de esta obligación con la condición de no salir de Aguilar ni de su término:

”Vengo a declarar, que soy del ejercito republicano.”

En marzo de 1940, lo movilizan con el ejército franquista, donde estuvo 42 meses (tres años y medio). Es continuamente trasladado. Primero recala en Madrid, de aquí lo llevan a un pueblo de Barcelona, seguidamente a Xerta en Tarragona, donde ingresa en el 18 Batallón disciplinario de trabajadores (aquí pasó 11 meses y 16 días).

“Sólo se comían nabos hervidos en agua.”

La terminación de la guerra llevó consigo la reorganización y control exhaustivo de unidades disciplinarias (campos de concentración, batallones de trabajo, batallones de soldados trabajadores y hospitales de prisioneros). Esas unidades, que habían surgido paralelamente al avance del ejército sublevado, se apoyan en la amplia red de cárceles, prisiones civiles, prisiones, presidios y prisiones militares, para el cumplimiento de condenas y aprovechamiento de la fuerza de trabajo en obras civiles y militares. Comenzaron funcionar desde agosto de 1937, para agrupar el ellos a prisioneros desafectos y encartados y permanecieron activos hasta mediados de diciembre de 1943.

De nuevo es trasladado a Recajo en Logroño, donde permaneció varios meses. De aquí ingresa en el regimiento de armas de ingenieros-pontoneros con guarnición en Zaragoza.

Desde Zaragoza, nuevamente lo trasladan a Madrid, y desde aquí otra vez mas es enviado al cuartel Sánchez Aguilera del Ferrol en La Coruña, donde es licenciado, regresando por fin a Aguilar de la Frontera a finales del año 1943.

Sin ningún lugar a dudas, Juan Espada tuvo una vida llena de peligros y malos tragos. Pero ninguno tan amargo y duro como el que tuvo que soportar al recibir la noticia de la muerte de su hermano Miguel Espada Jiménez, alistado en el Quinto Regimiento a los ordenes de Enrique Líster, donde alcanzó el grado de sargento. Falleció en la batalla de Brunete a consecuencia de la explosión de una granada.

“Mi hermano Miguel, los primeros días de la guerra cuando la guardia civil se fue del pueblo, se apodero del caballo del teniente y con otros fue al campo a alertar a los allí refugiados para decirles que el pueblo estaba libre. A los pocos días se fue a Puente Genil, donde participa en los combates de finales de julio; logra escapar por el río, volviendo a Aguilar, donde lo detuvieron y le dieron una paliza que casi lo matan”

Con la llegada de la democracia, Juan Espada Jiménez recibió el reconocimiento público de la Junta de Andalucía, reconocimiento a toda una vida dedicada a la defensa de las libertades y a la creencia de su sueño de igualdad y justicia.

Días antes de su fallecimiento, el día 4 de agosto de este mismo año, Juan Espada pudo por fin ver cumplido otro de sus sueños en vida. Participó en el acto público de homenaje a los republicanos desparecidos en la guerra civil en Aguilar de la Frontera, muchos de ellos camaradas suyos, viejos conocidos y amigos.

Juan Espada, con lagrimas en los ojos, con las lagrimas retenidas en el tiempo, con las lagrimas de un hombre de 87 años, destapó el velo del silencio y del olvido, de la injusticia y de la barbarie, dejando ver tras de él los nombres de todos los aguilarenses represaliados por su defensa del régimen republicano en la guerra civil y la posguerra.

Con su marcha, todos perdemos parte del valiosísimo patrimonio de la memoria viva de Aguilar de la Frontera. Memoria viva que nos esta permitiendo a través de sus valiosos testimonios poder recomponer y reconstruir nuestra Memoria Histórica. Juan Espada, ya no esta entre nosotros, pero nos queda de él su recuerdo y la memoria de su lucha, de su resistencia y de su sufrimiento. Creemos que es un legado importante, un tesoro que cuidar y que engrandecer. Compartimos con el su tiempo, sus sueños y la esperanza de un mundo mejor, de una sociedad diferente. Para ello trabajamos, sin desmayo, para conseguir definitivamente la VERDAD, REPARACION Y JUSTICIA, en la acepción más completa y profunda que estas palabras puedan tener.

A través de este testimonio, nos hemos propuesto desde estas páginas rendir homenaje, con solemnidad y reconocimiento a Juan Espada Jiménez que entregó su vida a la causa de la libertad y la justicia durante la Guerra Civil Española y la dictadura franquista. Juan Espada formó parte del grupo de personas que desempeñaron un papel primordial en aquellos oscuros años, y a los AREMEHISA (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Aguilar de la Frontera), pretende homenajear, así como divulgar y dar a conocer su ejemplo de generosidad y entrega.

Que las nuevas generaciones conozcan a las personas que mantuvieron viva la llama de la libertad, la democracia y la justicia, entregando a cambio los mejores años de su vida, sin pedir nada a cambio.

Que el testimonio vivo de su tenaz lucha en la defensa de la convivencia de los hombres y mujeres libres quede para siempre en el recuerdo de todos, como símbolo de dignidad y memoria.

Juan Espada ha sido siempre un ejemplo de dignidad y valentía. Nuestra más sincera e infinita gratitud. Descanse en paz.

Fuente: Información recopilada del testimonio oral de Juan Espada Jiménez a Diego Igeño Luque