Según consta en su partida de nacimiento, Juan Manuel García Martínez, El Chato de Malcocinado, nació en el domicilio familiar de la calle Pilar de la localidad pacense de Malcocinado a las diez de la mañana del día 30 de marzo de 1909. Segundo hijo varón del jornalero Joaquín García Arguijo y de su esposa, Brígida Martínez Sillero, era nieto por línea paterna de Manuel García Muñoz y de Dolores Arguijo Romero, en tanto que por línea materna lo era de Francisco Martínez Carrión y Carmen Sillero Blanco.
A muy temprana edad, como muchos niños de su condición social y época, tuvo que ponerse a trabajar de pastor para ayudar a la economía familiar. Tras el advenimiento de la Segunda República, cuando aún era conocido en su pueblo como El Chato de Joaquinillo, un apodo que no se ajustaba a la realidad física de su naturaleza, antes bien, le fue adjudicado por todo lo contrario, es decir, por tener un apéndice nasal mayor de lo común, se afilió a la recién creada organización local del sindicato anarquista de la CNT.
Al igual que sus hermanos Joaquín, Francisco y José Luis, nada más producirse el golpe militar de los generales fascistas en julio de 1936 se puso a las órdenes del recién creado Comité de Defensa de la República de la localidad. Por diversos informes sabemos que formó parte de un grupo de milicianos a quienes el Comité encargó la requisa de alimentos y armas en las fincas del término. A finales de septiembre, días antes de la ocupación de Malcocinado por las tropas franquistas, abandonó el pueblo para incorporarse a las milicias republicanas que se estaban organizando en la vecina localidad de Castuera.
En la primavera de 1937, tras la creación y puesta en marcha por parte del Gobierno republicano del XIV Cuerpo de Guerrilleros, más conocidos en el imaginario popular por el sobrenombre de «Hijos de la Noche», se incorporaría al mismo. Finalizada la guerra fue hecho prisionero en el norte de la provincia de Córdoba e internado en el Campo de Concentración de La Granjuela, en Valsequillo, donde permaneció interno hasta mediados de octubre de 1939 cuando fue liberado y pasaportado para su pueblo. Durante aquellos meses de reclusión compartió cautiverio con José Martín Campos, El Tripas, y Lorenzo García Romero, El Chato del Cerro, junto a quienes años después compartiría la lucha en la sierra.
Parecer ser que a su llegada a Malcocinado no fue molestado más de la cuenta por las nuevas autoridades franquistas del pueblo. Meses más tarde, una noche de mediados de junio de 1940, la vida se le torció de manera definitiva al ser detenido en una taberna por varios falangistas acusado de proferir, en estado de embriaguez, «que había que fusilar a todos los fascistas del pueblo».
Torturado y amenazado de muerte por sus captores, a finales de ese mismo mes se fugó del depósito carcelario de la localidad donde se hallaba recluido merced a la ayuda que le proporcionaron varios paisanos, quienes al descubrirse su participación en la fuga fueron «purgados con aceite de ricino», no llegando la cosa a más por ser dos de ellos miembros del Somatén local. A partir de entonces y hasta su muerte en 1944 Manuel García Martínez se convertirá, bajo el apodo de Chato de Malcocinado, en uno de los principales referentes de la actividad guerrillera antifranquista que tuvo lugar en los territorios limítrofes de las provincias de Badajoz, Sevilla y Córdoba en los años inmediatos a la finalización de la guerra civil española.
Apoyándose en una amplia red de enlaces para las cuestiones de avituallamiento, información y suministro, logró sobrevivir durante cuatro años al permanente acoso de las fuerzas del régimen franquista. Años en los que su leyenda no haría sino crecer entre los habitantes del triángulo geográfico que conforman las comarcas serranas del norte de Sevilla y Córdoba y la campiña sur de Badajoz.
La cuenta atrás de su declive comenzó la primavera de 1944. En ello tuvo mucho que ver la llegada a las sierras del norte de Sevilla como jefe del Servicio de Persecución de Huidos del capitán de la Guardia Civil Ramón Jiménez Martínez, quien, de acuerdo con sus respectivos colegas de Badajoz y Córdoba, organizó, apoyándose en varias contrapartidas, la persecución del grupo en base a los métodos que ya le habían dado fama a lo largo de su carrera, esto es, una represión feroz contra familiares y vecinos de los pueblos de donde eran originarios los guerrilleros así como de los enlaces y habitantes de los campos donde la guerrilla actuaba.
Dichos métodos comenzarían pronto a dar frutos. El 4 de marzo fue detenido uno de sus enlaces de confianza, el arriero de Malcocinado Natalio Hernández, Charrito. Tres días después la guerrilla del Chato era detectada y tiroteada por fuerzas de la Guardia Civil en el lugar conocido como La Velilla del término de Alanís, siendo abatidos aquel día dos miembros del grupo: uno de ellos identificado como José Pajuelo Cabeza, natural de Llerena y un segundo, sin identificar. Ese mismo mes son detenidos quince vecinos de las localidades de Guadalcanal (7), Ahillones (2) y Malcocinado (6), entre ellas la enlace Isabel Suárez, La Pitina, en tanto que como siniestra señal de advertencia una pareja de guardias civiles da muerte en el camino que va de Azuaga a Malcocinado al labrador Tomás Hidalgo Domínguez.
El 11 de abril, en terrenos inmediatos a la Ermita de La Encarnación de Guadalcanal, tiene lugar un nuevo enfrentamiento entre la guerrilla del Chato y una patrulla de guardias civiles perteneciente al Destacamento Móvil de «La Burbana» en el que resulta herido de gravedad uno de los guardias. En el transcurso de los dos días siguientes serían detenidos otros veintiséis vecinos (catorce mujeres y doce hombres) de las localidades de Malcocinado (24) y Azuaga (2).
Días más tarde, tratando de poner tierra por medio, la guerrilla abandona sus bases en la Sierra de San Miguel y cruza las lindes de la provincia de Córdoba internándose en el término municipal de Fuenteovejuna. La madrugada del día 24 son detectados cerca de un arroyo próximo a la aldea de La Posadilla, donde los emboscan y tirotean, cayendo muertos dos de los componentes más veteranos del grupo: Manuel Gallego Vizuete, el Cristo, y Daniel Sánchez Díaz, Baldomero el de La Caseta. Ese mismo día son detenidos otros cuatro vecinos de Malcocinado y cinco de Bienvenida. Como colofón del operativo represivo el último día de abril sería detenido otro de los guerrilleros más curtidos y avezados de la partida, Francisco Carrizosa Rodríguez, Quilino, quien sería fusilado en Azuaga el 17 de agosto de ese mismo año.
Mientras los guerrilleros se dispersan y pegan al terreno tratando de escapar al acoso de las fuerzas del régimen, estas no permanecen inactivas y continúan sus tareas represivas. En mayo son detenidas otras 19 personas: ocho en Malcocinado, once en Azuaga, donde además es ejecutado extrajudicialmente otro vecino y una más en Guadalcanal. Detenciones que no cesan en junio y julio, meses en que son detenidos otras 26: nueve en Malcocinado, cinco en Guadalcanal y doce en Azuaga, en cuyo término es abatido el 17 de julio el guerrillero Victoriano Vera Márquez. Tan sólo cuatro días más tarde, la madrugada del 24, serían abatidos en Azuaga otros dos componentes del grupo: Aureliano Díaz, Cantares, y José Sánchez, Calderón, a quienes la Guardia Civil, tras recibir un chivatazo, tendió una emboscada a la salida del pueblo donde ambos habían pasado la noche visitando a sus familias. El cerco sobre El Chato y los miembros del grupo que aún quedaban vivos se estrechaba por días.
A primeros de agosto las cosas para El Chato y su gente se complican de forma exponencial con la entrega y presentación en el cuartel de Cazalla de la Sierra de los guerrilleros Francisco Moruno, Chocolate, y Manuel Vizuete, Barcinato, quienes a partir de ese momento comienzan a colaborar con los hombres del capitán Ramón Jiménez, quedando incorporados a la Contrapartida del Cabo Ruano. Apenas dos semanas más tarde el cerco sobre los últimos componentes del grupo se cierra.
El desenlace final tuvo lugar la mañana del 16 de agosto de 1944, cuando la patrulla que mandaba el sargento Anselmo Zarco localizó en las inmediaciones del arroyo de La Catedral, en terrenos de la sierra del Alta, justo en la linde de los términos municipales de Navas de la Concepción (Sevilla) y Hornachuelos (Córdoba), a un grupo de cinco guerrilleros en el que iban El Chato, Paco, Emilín, Azulito y Nicolás Prieto Gala. Por el relato de este último tras su detención a finales de ese mismo año sabemos que, tras unas horas de durísimo enfrentamiento entre guerrilleros y guardias civiles, en el transcurso del cual se intercambiaron numerosos disparos y se hizo uso abundante de bombas de manos, fueron abatidos Manuel García Martínez, El Chato de Malcocinado, Jesús Suárez González, Azulito y su pariente Emilio Suárez Galván, Emilín, en tanto que Nicolás Prieto Gala lograba escapar del cerco siguiendo el curso del arroyo.[1]
Los cuerpos de los guerrilleros muertos serían enterrados aquella misma tarde sin que llegara a practicársele la autopsia en la Fosa Común nº 1 del cementerio de Hornachuelos (Córdoba). En su testifical ante el juez militar que instruyó el correspondiente Sumario, realizada a finales de agosto de ese mismo año, tanto el sargento Zarco como los guardias Bermejo y Nievas, declararon que los cadáveres fueron reconocidos en el lugar por el vecino de Malcocinado Silverio Martínez Castillo, enviado a tales efectos por la alcaldía de dicho pueblo. Sin embargo nada de eso fue verdad. Por un documento presente en el referido Sumario ―el «salvoconducto» escrito y firmado por el alcalde de Malcocinado en la fecha (José Antonio Carrizosa) para que el tal Silverio viajase hasta Hornachuelos a reconocer los cadáveres de los muertos― venimos a saber que dicha persona no llegó al lugar hasta el día 19, tres días después de que los cuerpos hubieran sido enterrados, por lo que es imposible que pudiera identificarlos.
Si bien la identificación de los cadáveres de Emilín y Azulito no planteó problema ninguno estando incluso recogida en el Sumario la documentación que portaban en el momento de su muerte, por lo que se refiere al Chato de Malcocinado si hubo un claro intento por parte de las autoridades de ocultar su muerte. Así, para terminar de liar el asunto, a su regreso a Malcocinado, hicieron que Silverio Martínez firmase una declaración ante el comandante de Puesto donde aquel afirmaba que el tercer cuerpo enterrado en Hornachuelos correspondía a Lorenzo García Romero, El Chato del Cerro, por lo que se extendió el correspondiente Certificado de Defunción a nombre de este. Pero el Chato del Cerro no podía ser el muerto, pues sabemos a ciencia cierta que por aquellas fechas el susodicho estaba vivo y recuperándose de las heridas sufridas a primeros de agosto escondido en el domicilio de la familia Vera Cordo en Malcocinado. El mismo Chato del Cerro dejaría anotada en su «Cuaderno de Campaña» la fecha exacta de la muerte de su compañero y amigo Manuel García Martínez, al igual que hiciera con las de otros varios compañeros, entre ellos los dos guerrilleros muertos aquel día 16, Emilín y Azulito.
Conviene recordar también que por estos hechos el sargento Anselmo Zarco fue condecorado con la Cruz del Mérito Militar, recibiendo los guardias que le acompañaban sendas menciones y gratificaciones en sus respectivas hojas de servicios. Así mismo, cuando el titular del Juzgado Militar nº 4 de Sevilla, Fructuoso Delgado Hernández, envió el 19 de septiembre un exhorto al juez municipal de Hornachuelos, Constancio Fernández, ordenándole le remitiera las diligencias de la autopsia y enterramiento así como los certificados de defunción de los guerrilleros abatidos el día 16 recibirá como respuesta un oficio, fechado a 25 de septiembre, con el siguiente texto: En contestación a su oficio de 19 del actual, tengo el honor de contestar a V. S. que este Juzgado no tiene conocimiento de las diligencias a que hace referencia su referido oficio; y fundándose en orden de 14 de Septiembre de 1936, en la cual se dice que en la zona declarada de guerra se pueden enterrar a los individuos que hagan armas contra la fuerza pública y resulten muertos sin previo trámite de autopsia e inscripción en Registro Civil.
Además, cuando en un nuevo intento por averiguar los hechos el juez Fructuoso Delgado ordenó a la alcaldía de Malcocinado, mediante oficio fechado a finales de octubre de 1945, que Silverio Martínez se presentara en su despacho en Sevilla para prestar declaración sobre el asunto, le contestaron que el citado Silverio no podía desplazarse hasta la capital andaluza «por carecer de medios económicos y tener varios hijos pequeños a su cargo a los cuales debía cuidar».
Bibliografía y fuentes
· José Antonio Jiménez Cubero: ¡A vida o muerte! Guerrillas antifranquistas en las sierras del norte de Sevilla (1937-1951) Sevilla, 2015.
· José Antonio Jiménez Cubero: Juan Manuel García Martínez, El Chato de Malcocinado. Historia de una leyenda. (Inédito).
· Archivo del Tribunal Territorial Militar 2º de Sevilla. Causas 819 y 1214 de 1944 y 113 y 845 de 1945.
[1] Si bien en mi libro ¡A vida o muerte! Guerrillas antifranquistas en las sierras del norte de Sevilla! publicado el año 2015 apunté, siguiendo los datos publicados anteriormente por el historiador Francisco Moreno Gómez en su trabajo La resistencia armada contra Franco. Tragedia del maquis y la guerrilla, que el Chato fue abatido el día 25 de septiembre en el Chozo del Ventillo, en terrenos de la finca «La Chirivía Baja» del término de Alanís (Sevilla), los nuevos datos recogidos el pasado año 2017 en el Archivo del Tribunal Territorial Militar 2º de Sevilla (Causas 819/44 referente a los hechos del 16 de agosto; 1214/44 y 113/45 detención y procesamiento de Nicolás Prieto Gala y la 485/45 donde se halla el «Cuaderno de Campaña» del Chato del Cerro) avalan esta nueva versión del final del guerrillero Juan Manuel García Martínez, Chato de Malcocinado.