UN POETA EN EL OTRO LADO DEL MUNDO
Antes de la Guerra Civil, la vida del poeta cordobés era amable, sencilla, feliz. Pero el huracán de la Historia lo azota hasta el otro lado del mundo. Sufre en el campo de concentración francés de Argelés-sur-Mer hasta embarcar en el mítico buque Sinaia camino del puerto mexicano de Veracruz. Es en ese momento cuando comienza su verdadera vida. Lo demás será sólo memoria, retazos biográficos que son un recuerdo tan vago como doloroso. Juan Rejano formará parte de importantes revistas del exilio como Romance, de la que fue director. Y en México será donde cumpla con su destino de poeta. Rejano padecerá toda su vida del mal de la nostalgia. Por eso, cuando muere Franco prepara las maletas para el regreso. El destino le tenía preparado otro golpe antes de pisar su tierra:la muerte.
«Dicen que al morir le hallaron España en el pecho». Juan Rejano escribió este verso una tarde en la que le pesaba demasiado el mal de la nostalgia, esa enfermedad que ataca el alma de los desterrados. Lo escribió en su casa de la calle Mazatlán en México D.F., en la mesa de camilla donde escribía, justo debajo de un mapa de España, la patria perdida. Rejano miró aquella geografía, que sólo permanecía en su memoria, y escribió este verso, casi un epitafio.
El caso de Juan Rejano es uno más de esos episodios de azar trágico que se repiten en las biografías de los exiliados. Obsesionado con la idea del regreso, y ya muerto Franco, el poeta prepara su vuelta, pero antes de partir decide operarse de una dolencia crónica en el Hospital General de México. Nunca saldrá de la habitación del hospital. Morirá el 4 de julio de 1976, sin poder regresar a su añorada España. Sus restos reposan en el jardín-cementerio que el gobierno mexicano dispuso para los españoles exiliados, ese mismo lugar al que había acudido a despedir a sus amigos poetas: Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, León Felipe, Pedro Garfias. El exilio español descansa en un jardín con tierra prestada.
Juan Rejano (Puente Genil, Córdoba, 1902-México, 1976) sale de España tras la Guerra Civil camino de Francia por Port Bou. Será uno de esos españoles recibidos por la Francia democrática en el campo de refugiados de Argelés-sur-Mer. Pero la pesadilla terminará pronto. En mayo de 1939 parte en el buque Sinaia camino de México en una expedición que habría de convertirse en el viaje simbólico de aquella generación perdida. Así describió Rejano años más tarde sus sentimientos de pérdida al alejarse de España: «Yo recuerdo aquel día en que, camino ya de América después de la tragedia, vi por última vez desde las aguas del Estrecho las tierras de España, mis tierras andaluzas, morenas y radiantes, regazo de mi infancia olivarera y cereal venidas hasta los litorales como para decirme adiós y entregarme una larga mirada».
El 13 de junio de 1939, el Sinaia entraba en el Puerto de Veracruz en México. Aquel viejo barco había alojado en un viaje histórico a otros exiliados como Manuel Andújar, Benjamín Jarnés, Pedro Garfias, Ramón Iglesias, Adolfo Sánchez Vázquez, Amparo Aliaga y hasta los intérpretes de la Agrupación Musical Española del Maestro Oropesa, que interpretaron conciertos en medio de un océano extraño.
A pesar de que Juan Rejano es uno de los ejemplos más notables de cómo los exiliados españoles se integraron en la patria de acogida, durante toda su vida sintió el desgarro de su identidad. Lo revela otro de sus versos: «¿Cuál de las dos es la opuesta,/ la orilla que estás pisando/ o la orilla con que sueñas?».
El poeta cordobés forma parte del brillante grupo de intelectuales republicanos que se integra en México y que traslada costumbres tan españolas como las tertulias de café. Son las estampas, algo tragicómicas, de los exiliados llenando los cafés, apurando las horas en interminables tertulias, gritando y discutiendo sobre el pasado aún no superado, recordando con amargura la tierra perdida, la vida que pudieron haber tenido, pero que les arrebató la guerra.
El escritor Andrés Henestrosa escribió un artículo en Cuadernos Americanos donde describía la colonia que formaron los españoles transterrados: «Nosotros bautizamos la colonia con el nombre de Nueva España, y otros con el de Nueva Iberia. En la calle de Mariscal vivieron Prados, Florentino M. Torner, Lorenzo Varela, Rejano. Más allacito, en la propia calle de Mariscal, vivía el pintor Antonio Rodríguez Luna; a la vuelta, en Edison, León Felipe y Pedro Garfias». Pasarían los años y este vecindario pintoresco tendría su epílogo inevitable en el jardín-cementerio donde aquellos exiliados quizás sigan recordando en las larguísimas noches de los muertos la tierra que no volvieron a pisar.
Rejano desvela en otro texto el periodo de asimilación al nuevo lugar: «La primera vez que vi la luna en México, sentí una angustia cósmica. En Europa, yo estaba acostumbrado a ver crecer y amenguar la luna, de costado a costado. Aquí amengua y crece, de abajo arriba. Y, aunque la explicación del fenómeno es, de tan simple, infantil, yo me sentí cogido, casi mortalmente, por aquellos pálidos cuernos, que de manera tan inesperada cambiaban de posición… ¡Ay, avieso toro celeste! Aquella noche fue para mí la primera y más auténtica sensación americana».
Además de su labor como poeta, Juan Rejano destacará como periodista. En 1947, fue director de la Revista Mexicana de Cultura, suplemento dominical de El Nacional; colabora en publicaciones emblemáticas del exilio español como Las Españas y Ultramar. Además, en 1944, refunda con Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, José Moreno Vila, Francisco Giner de los Ríos y Luis Cernuda la segunda etapa de la revista malagueña Litoral en la que se había fraguado la Generación del 27, un grupo a esas alturas lleno de fantasmas y de ausentes.
Sin embargo, su trabajo más conocido fue como director de la revista Romance, donde solía escribir la sección «Espejo de las horas». Romance fue una de las publicaciones más importantes del exilio español. Formaban su redacción José Herrera Petere, Adolfo Sánchez Vázquez, Lorenzo Varela, Antonio Sánchez Barbudo o Miguel Prieto.
Sería en México donde Rejano cumpliría con su destino de poeta. Allí publica sus más importantes obras: El oscuro límite (1948), Constelación menor (1950), Fidelidad del sueño (1943) o La esfinge mestiza. Crónica menor de México (1944). Precisamente, a este último libro pertenece este pasaje en el que confiesa su admiración por la tierra de acogida: «Qué fascinante me pareció este pueblo con su pasado indígena, tamizado de criollismo y de virreyes despóticos que al final se habían encamado con indias y mulatas. Esta raza cruzada de sangre dulce y vísceras saladas. Zambo, mestizo, cambujo, mulato, albarrasado, barsiño y así hasta ese batido de genes burlescos como era el torna atrás, tente en el aire, ahí te estás, coyote, albino, castizo o tercerón».
Es notable la evolución poética del escritor cordobés a causa del rumbo trágico que toma su vida. Sus poemas del exilio poco tienen que ver con los escritos antes del horror. Sus versos de tradición andaluza, con un punto de costumbrismo, se transformarán en piezas de gran calidad estética en las que incorpora la guerra y el exilio como tema literario. «Canté el dolor de España/ perdida. ¿Cuánto otoño/ hace ya? Ciego, errante, como el rey/ en jirones, sentía crecer la noche». Esa última noche que llegó un 4 de julio de 1976. Tan lejos de España…
LOS PAPELES DEL EXILIADO
No hay nada más desolador que toparse con los papeles de un exiliado. La vida truncada se dibuja en documentos, cartas, quizás memorias, diarios, notas de deseos incumplidos. Los papeles de Juan Rejano se exhibieron en una exposición organizada por la Diputación de Córdoba con motivo de su centenario en 2002. Paseando los ojos asombrados por aquellas vitrinas se podía rastrear en la geografía del exilio: viejas fotografías, recuerdos de los amigos muertos, intercambios epistolares, recortes de prensa, la máquina de escribir, su carnet de prensa.
También estaban, como huellas terribles, otros papeles. En un papel amarillento está escrito el aviso de evacuación para viajar en el vapor Sinaia. Con qué angustia y emoción lo guardaría Rejano pensando que llegaba la salvación, la esperanza y, también, el destierro. A su lado, otros papeles: el certificado de vacunación expedido por el doctor Armendares, fechado en Veracruz el 13 de junio de 1939; la admisión como asilado político o la solicitud de naturalización en México.
Entre sus tarjetas, hay algunas fotografías de sus viajes a la Alemania del Este, a Checoslovaquia o China como miembro del Comité Central del PCE. Son los años de la decepción, la época en que se derrumba el mito de Stalin y de la ideología por la que había luchado. Sin embargo, Rejano siempre fue fiel a las directrices del partido, razón de muchos conflictos con otros camaradas que sí se atrevieron a denunciar los crímenes del estalinismo y de la invasión soviética de Checoslovaquia. Jorge Semprún lo ridiculizó en su novela Autobiografía de Federico Sánchez.
En el inventario de sus papeles aparecen otros documentos llenos de recuerdos, de tardes que pasaron y que sólo quedan en la memoria de los muertos. Allí permanece su tarjeta de socio de la Casa de la Cultura en México o el anuncio de una velada literaria dedicada a Neruda el sábado 20 de marzo de 1948.
En un artículo titulado Nochevieja y publicado en El Nacional, el poeta hace confesión de la que fue quizás su verdadera patria, el recuerdo, la memoria: «El hombre (…) vive del pasado (…) no es hombre hasta que tiene pasado, hasta que alcanza la vida del recuerdo y tiene memoria de algo propio, de alguna experiencia gozosa o amarga. (…) Yo prefiero recordar, soñar, para no ver cómo se me va la vida, y no el tiempo. Allá por los años en que yo era niño».