Juan y Manuel González León

Montilla
Córdoba

DOS HERMANOS EN UN CAMPO NAZI

En los febrero de 1939, la caída de Cataluña en manos de las tropas franquistas originó la trágica desbandada de unos 500.000 civiles y militares que atravesaron la frontera con Francia. El país vecino no los trató de forma acogedora. Desarmados y vigilados por gendarmes y tropas coloniales, fueron hacinados en campos de concentración (Argelès-sur-Mer, Saint Cipryen, Barcarès, etc.) situados en las playas o en recintos improvisados, sin lugares de cobijo y rodeados de alambradas. Las pésimas condiciones de alimentación e higiene y la propaganda de agentes franquistas originaron la vuelta a España o la salida hacia otros países de aproximadamente la mitad de ellos. En el verano de 1939 se calcula que quedaban en Francia unos 200.000 refugiados.

Ante la inminencia de la II Guerra Mundial, el Gobierno francés ofreció a los antiguos combatientes republicanos enrolarse en la Legión extranjera, en Batallones de Marcha (tropas auxiliares del ejército galo) o en las Compañías de Trabajadores Extranjeros –unidades militarizadas de unos 250 hombres mandadas por oficiales franceses– en las que se debían encuadrar obligatoriamente todos los varones de entre 20 y 48 años. Las compañías acogieron a unos 80.000 españoles, de los que 12.000 quedaron situados en la zona de la línea Maginot, en la frontera con Alemania, que pronto se convertiría en frente de guerra.

En mayo de 1940, el ejército alemán penetró en Francia y miles de exiliados republicanos cayeron prisioneros de los nazis. Se les encerró en recintos provisionales y, tras largas marchas a pie o en distintos medios de transporte, fueron destinados a los Stalag (campos de prisioneros de guerra) situados por toda Alemania, bajo el control de la Gestapo (policía militar). A partir de este momento se les consideró un grupo diferenciado (rotspanien o rojos españoles) de los prisioneros de guerra franceses. Desde agosto de 1940 estos españoles serían custodiados por tropas de las SS (policía del partido nazi) y conducidos a campos de concentración. El 16 de septiembre de 1940, Ramón Serrano Suñer –ministro de la Gobernación, presidente de la Junta Política de Falange y cuñado de Franco– visitó Alemania (con posterioridad haría otras tres visitas, ya como ministro de Asuntos Exteriores) y se entrevistó con el ministro de Interior y con Hitler, lo que le permitió conocer de primera mano el destino de los prisioneros republicanos. El saludo de Serrano Suñer a los dirigentes nazis comenzó con estas palabras: “La España falangista de Franco trae al Führer del pueblo alemán su cariño y amistad y su lealtad de ayer, de hoy y de siempre”. El 23 de octubre fue el propio Franco quien conversó con Hitler en Hendaya. Con esta política germanófila, que se mantendría durante casi toda la II Guerra Mundial, las autoridades españolas no realizaron gestiones para que a los reclusos se les diera el status de prisioneros de guerra o se les pudiera repatriar, lo que condenó a una muerte segura a miles de ellos.

La mayoría de los españoles que sufrieron los campos nazis acabaron en Mauthausen, un centro de exterminio situado al sur de Austria custodiado por unos 10.000 efectivos de la SS. En el campo se mezclaban internos de todas las nacionalidades de Europa. Había presos comunes alemanes y austriacos, prisioneros de guerra españoles y soviéticos a los que no había respetado dicha condición según la Convención de Ginebra, homosexuales, resistentes antifascistas de diversos países (franceses, polacos, yugoslavos, checos, españoles enrolados en la resistencia francesa), Testigos de Jehová y en determinados momentos albergó a un abultado número de presos raciales (judíos y gitanos alemanes, holandeses y húngaros) a los que asesinaron con gran rapidez.

Se calcula que entre 1938 y 1945 pasaron por Mauthausen unos 200.000 presos, de los que fallecieron alrededor de la mitad. Los internos morían en las cámaras de gas, en furgones equipados para gasearlos o en el centro de eutanasia de Hartheim; aunque también eran corrientes los experimentos médicos con los reos, las ejecuciones, el uso de perros para despedazar a los reclusos y los asesinatos por inyección letal y por la aplicación de duchas frías en invierno. Las condiciones de vida a las que se sometía a los presos, con una alimentación insuficiente para un trabajo agotador en las canteras, fomentaban las enfermedades y una mortandad masiva. El suicidio por ahorcamiento o arrojándose a las alambradas eléctricas se convirtió así en la única salida para muchos.

La primera expedición de españoles, compuesta por 392 hombres, recaló en Mauthausen el 6 de agosto de 1940 y la mayoría ya estaba allí antes del verano de 1941, aunque hasta el año 1945 se produjeron sucesivas reincorporaciones. Al llegar, se les colocaba un triángulo azul (de apátrida o emigrante) con una S de spanier. Dos de cada tres presos españoles que acabaron en Mautahusen murieron antes de la liberación del campo por las tropas aliadas. Según las cifras de que disponemos, elaboradas por los presos republicanos supervivientes, en Mauthausen se exterminó a 4.781 españoles, de los que sólo 348 fallecieron en el campo central, 3.893 en el campo anejo de Gusen (situado a 5 kilómetros) y 441 gaseados en el castillo de Hartheim. De todos ellos, 223 procedían de la provincia de Córdoba, y 2 (Juan y Manuel González León) habían nacido en Lucena, aunque sus padres habían emigrado a Montilla cuando los hermanos eran aún niños.

En Montilla, Juan González León se convirtió en secretario de las Juventudes Socialistas en 1931 y con posterioridad en presidente de la Sociedad de Obreros y Empleados Municipales. Tras la toma de la localidad por los derechistas el 18 de julio de 1936, para salvar su vida huyó de Montilla con su mujer, Dolores Merino Navarro, y sus cinco hijos. Atravesó distintos pueblos de la provincia de Córdoba y Jaén, y recaló en Valdepeñas (Ciudad Real), donde se alistó en el batallón de Félix Torres. Combatió en el frente de Valdemoro (Madrid), y tras la caída de Barcelona cruzó los Pirineos. En Francia, después de sufrir los campos de concentración, lo destinaron a una compañía de trabajadores españoles en la línea defensiva Maginot. Tras la ocupación nazi, lo internaron en el stalag XI B, situado en Fallingbostel (actual estado federal de la Baja Sajonia), donde le adjudicaron el número de prisionero 87.747. Llegó a Mauthausen el 27 de enero de 1941 junto a otros 1.505 prisioneros republicanos españoles, entre ellos Francesc Boix, el fotógrafo catalán que testificó contra varios jerarcas nazis en el proceso de Nuremberg. Ese mismo día comenzó el traslado de prisioneros españoles de Mauthausen a Gusen, adonde Juan González llegó el 17 de febrero, con el número de prisionero 10.126. Allí murió, en la cámara de gas, el 11 de enero de 1942. Había cumplido los 42 años 5 días antes.

La odisea de su hermano Manuel, de ideología comunista, fue muy similar. Vivía en la sierra de Montilla, donde trabajaba de carbonero. Unos falangistas llegaron a su casa en los primeros días de la guerra y, como él no se encontraba allí, amenazaron de muerte a su mujer. Esa noche, la familia entera, con hermanos y sobrinos, huyó a lomos de tres bestias y se cobijó durante la guerra en Úbeda (Jaén). Mientras, Manuel González León alcanzó el grado de capitán en el ejército republicano. La información que años después le facilitó la Cruz Roja a su viuda, Encarnación Polonio, sobre su espeluznante destino resultó similar a la que ofrecieron de su hermano, asesinado cuarenta y siete días después. Estuvo en el Stalag 140 con el número de prisionero 7.875. Lo trasladaron al campo de Mauthausen el 22 de julio de 1941, el mismo mes en que salieron de España los primeros contingentes de la División Azul para apoyar al ejército alemán en suelo soviético. Llegó al campo de Gusen el 20 de octubre de 1941, junto con una expedición de cerca de 2.000 españoles que fueron eliminados con gran rapidez, al igual que miles de soldados soviéticos a los que tampoco se les dio el status de prisioneros de guerra. Es probable, aunque no seguro, que en los pocos días de vida que le quedaban coincidiera allí con su hermano Juan, que había llegado al campo en febrero. A Manuel González lo mataron el día 25 de noviembre de 1941. Le faltaban 5 días para cumplir 32 años.

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