Luis Cernuda

Sevilla

Sevilla, 1902-México D.F. 1963

EL SUEÑO DEL ANDALUZ ERRANTE

La vida del poeta sevillano es un itinerario por lugares acaso sólo brevemente felices. Cernuda sale de España tras la Guerra Civil y no vuelve a pisar un país ingrato al que apenas echa de menos en su exilio. Es sólo una apariencia. Los textos elegíacos del poeta sobre su ciudad natal y los jirones de la España perdida en sus poemarios desvelan una amarga nostalgia que da hermosos frutos literarios. Inglaterra, Escocia, Estados Unidos, Cuba y México son los países que atraviesa el escritor en busca de la felicidad. Sólo la encuentra a ratos vagos e imprecisos con la visión de los jardines, un recuerdo de su infancia en algún lugar perdido del mundo, la calidez de la lengua, el intercambio epistolar con viejos amigos o en un rato de juegos con los nietos de Concha Méndez y Altolaguirre.

Vagabundo, solitario, eterno inconformista, extranjero de todas partes, desencantado, alma inquieta, un raro que camina por las calles de Coyoacán, pasea por patios en los que siente el estremecimiento del recuerdo. Se detiene y piensa lo que podría llegar a ser un verso: «¿No es el aire de allá?». Pobre Andalucía cernudiana, errante e imaginaria tierra que sólo existe en sus sueños.

En el número 11 de la calle Tres Cruces, Coyoacán, de México D.F., existe uno de esos puntos estratégicos y simbólicos en el mapa de los exilios, porque allí muere Luis Cernuda, en la habitación de la casa de Concha Méndez, otra poeta desterrada.

En este día cualquiera del exilio cernudiano –concretamente el 21 de septiembre de 1953– el poeta ha vuelto a descubrirse paseando por su infancia. Y escribe unos versos que incluirá en Con las horas contadas: «Aires claros, nopal y palma / En los alrededores, saben, / Si no igual, casi igual a como / La tierra tuya aquella antes».

Pero, ¿cuándo comienza el exilio de Luis Cernuda? Probablemente desde su infancia sevillana de niño solitario cargado de lucidez, desde ese preciso momento en el que descubre la mirada del poeta.

Sale el poeta de Sevilla en 1928 con cierto rencor hacia la ciudad-madastra, sentimiento que cambiará con el tiempo, como demuestra cuando en Escocia se agarre a ese sueño dentro de otro sueño lejanísimo que es la infancia, el territorio literario de Ocnos.

El joven escritor se convierte en uno de los poetas claves de la Generación del 27. En la Segunda República formará parte del hermoso proyecto de las Misiones Pedagógicas compartiendo itinerarios con Ramón Gaya, Val del Omar o María Zambrano, entre otros.

La guerra

Pero llega la guerra que destrozó todos los sueños. Al principio, Cernuda se compromete combatiendo en el batallón Alpino con un libro de poemas de Hölderlin en el bolsillo. Pero será en Valencia cuando comiencen sus dudas sobre la fragilidad de las ideologías. Las acusaciones lanzadas por los comunistas contra sus amigos Concha de Albornoz y Víctor Cortezo precipitan la inevitable salida de Cernuda de una España en la que ya no cree.

Sin embargo, de esa etapa de la Valencia en guerra quedan episodios curiosos y relativamente desconocidos de Cernuda. En aquella ciudad asediada, pero convertida en un islario feliz y confiado, el poeta escribe dos relatos, Sombras en el salón y En la costa de antiniebla. Como señaló Gil de Biedma «escribir en Valencia y en 1937 un cuento de miedo, al modo clásico del siglo XIX, a propósito de una remota atrocidad nacionalista durante la guerra civil –que se imagina concluida hace quince años con la victoria de los republicanos– supone una capacidad de distanciación bastante insólita».

En aquella Valencia, como el título de la novela de Esteban Salazar Chapela, quedaron los amigos y los viejos sueños. También hermosos y estremecedores momentos como su interpretación de Don Pedro en la representación de la Mariana Pineda de Lorca que dirigió Manuel Altolaguirre.

Cernuda abandona España sin saber que nunca volverá a pisarla. Sale hacia Inglaterra para una gira de conferencias organizada por su amigo Stanley Richard. La huella del exilio, de la soledad, del miedo, todo queda reflejado en la poesía de Cernuda. Para rastrear en su memoria sólo hay que leer sus poemas. En Guerra y paz, vemos al poeta atravesar la frontera en Port Bou: «Atrás quedaba tu tierra sangrante y en ruinas. (…) Y sin volver los ojos ni presentir el futuro, saliste al mundo extraño desde tu tierra en secreto ya extraña?».

En esta Inglaterra que sentirá hostil desde el principio, Cernuda se describe quizás en un verso: «Un hombre gris avanza por la calle de niebla; / No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío». Pero también la experiencia anglosajona serviría para determinar el perfil del errabundo: «Mi sur nativo necesitaba del norte, para completarme».

Cernuda, a pesar de su soledad buscada y gozada, disfrutó de la compañía de amigos como Rafael Martínez Nadal, Alberto Jiménez Fraud o Gregorio Prieto, con quien residió como paying guest en su casa de Londres de la calle Hyde Park Gate desde la que contemplaba una hermosa vista del parque.

Los jardines serán la salvación del Cernuda del destierro. Lo serán en su etapa anglosajona –incluidos los años norteamericanos– y en la época mexicana, con el pequeño jardín de la casa de Concha Méndez como refugio en medio del corazón salvaje de las ciudades.

Cuando se hospeda en Cambridge, en el Emmanuel College, se fijará con atención en un platanero en la zona conocida como Fellow’s Garden. Ese árbol, aún hoy conocido como «el árbol de Cernuda», inspira el poema El árbol del libro Vivir sin estar viviendo y, en realidad, tendrá la misma fuerza que su añorado magnolio sevillano.

En los años ingleses, Cernuda trabajará en el Cranleigh School, en el condado de Surrey; en el Departamento de Español de la Universidad de Glasgow –la odiada Ciudad Caledonia–; será lector en la Universidad de Cambridge y en el Instituto Español en Londres, organización republicana que pretendía contrarrestar la idea de España difundida por el franquismo.

En esta etapa inglesa termina Las nubes, casi entera la colección Como quien espera el alba y los poemas en prosa de Ocnos, esa Sevilla del recuerdo recreada y exorcizada desde la distancia.

En Estados Unidos

Dejará Inglaterra tras el ofrecimiento de su amiga Concha de Albornoz para dar clases en el Mount Holyoke College de Nueva Inglaterra, en Massachusetts. Corre el año 1947 y, como resumen de sus años ingleses, dirá: «Miro para atrás y sólo veo un largo bostezo gris».

Son años intensos y muy esperanzadores. Viaja a Boston, se reúne con Salinas y Guillén, da clases en el Middlebury College en Vermont y sigue escribiendo. Pero Cernuda añora a sus amigos de la patria perdida y, sobre todo, su lengua. Recorre varias veces a México para darse cuenta de que ahí está su destino. ¿Quizás su última morada? Los años mexicanos están llenos de soledades, desengaños, pasiones, encuentros con viejos amigos, desilusiones. La vida…

Pero en estos años finales, cuando el poeta cree perder el ritmo de la Historia al pensar que sólo le resta el olvido que nutre todos los exilios, surge la esperanza. Luis Cernuda se convierte en un autor leído ávidamente por los jóvenes poetas españoles –los que formarán la generación de los cincuenta–. Recibe discretos homenajes en España a través de las páginas casi siempre clandestinas de las revistas literarias, como ocurre con Cántico o La caña gris. El destino está cumplido.

Y él escribirá en su poema Vieja ribera el resumen estremecedor del epílogo del desterrado. «No haremos otra cosa que apuñalar la vida, / Sonreír ciegamente a la derrota, / Mientras los años, muertos como un muerto, / Abren su tumba de estrellas apagadas». La suya está en el panteón Jardín del cementerio de México. Epitafio: «Luis Cernuda Bidou, poeta. Sevilla, 1902. México, 1963).

EL ÚNICO REFUGIO DEL EXILIADO: LA LENGUA

«Sentí cómo sin interrupción continuaba mi vida en ella por el mundo exterior, ya que por el interior no había dejado de sonar en mí todos aquellos años», escribió Cernuda en Variaciones sobre tema mexicano (1952), donde recoge sus impresiones sobre la tierra en la que encontraría asiento después de una vida errante e insatisfecha.

Cuando llega a México, se da cuenta de dónde está su verdadera patria: en la lengua. Tras los años anglosajones, el poeta redescubre su idioma, paladea el español, encuentra sus secretos guardados en un cofre, en lo más hondo de su memoria.

Variaciones sobre tema mexicano es un libro-tributo al país en el que probablemente fue más feliz. De 1942 era su poema Quetzalcóatl, en el que ya reflexionaba sobre la idea de México, pero no será hasta muchos años más tarde cuando perciba dónde está su lugar en la tierra.

Cuando aún da clases en Mount Holyoke viaja con cierta frecuencia a México. Además de reencontrarse con viejos amigos españoles, se enamora de un joven culturista mexicano llamado Salvador Alighieri, que inspira Poemas para un cuerpo. Es inevitable que volver a México se convierta en una obsesión.

«El sentimiento de ser un extraño, que durante tiempo atrás te perseguía por los lugares donde viviste, allí callaba, al final dormido. Estabas en tu sitio, o en un sitio que podía ser tuyo; con todo o casi todo concordabas, y las cosas, aire, luz, paisaje, criaturas, eran amigas. Igual que si una losa te hubieran quitado de encima, vivía como un resucitado», escribirá en Variaciones sobre tema mexicano.

La estancia en México sólo se alterará con alguna estancia en Los Ángeles y San Francisco, para impartir cursos, y en Cuba. De su viaje a La Habana hay una semblanza de José Rodríguez Feo: «Cuando recorríamos las calles de La habana Vieja, le parecía que estaba en Andalucía por la forma de caminar y hablar de los cubanos».

Pero será la casa de Concha Méndez su hogar definitivo. El jardín de la casa y los nietos de la poeta llenan de felicidad los últimos años de Cernuda, aunque a veces asome el recuerdo amargo del destierro como demuestra en Un español habla de su tierra: «Ellos, los vencedores / caines sempiternos, / de todo me arrancaron. / Me dejan el destierro. (…) Amargos son los días / de la vida viviendo / sólo una larga espera / a fuerza de recuerdos. // Un día, tú ya libre / de la mentira de ellos, / me buscarás. Entonces / ¿qué ha de decir un muerto?».

(Publicado en El Mundo el 18-12-2006)

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