La Carolina (Jaén), 1913 – Madrid, 1994.
Hay una España olvidada doblemente: la del exilio. Una auténtica galería de fantasmas que grita desde sus tumbas lejanas, en sus libros de memorias perdidas, en sus retratos cubiertos de polvo en los desvanes del recuerdo. Entre los capítulos que restan para que la recuperación de la memoria histórica sea completa, espera su turno el de la España peregrina. En esa otra España perdida –y apenas rescatada por la democracia tras el silencio obligado por la dictadura franquista– hay muchos andaluces que protagonizaron esta gran batalla épica. Uno de ellos fue el escritor Manuel Andújar, que residió en México, donde fundó la mítica revista “Las Españas”, y que regresó a España para volver a ser protagonista de su Historia.
EL DESTERRADO QUE REGRESÓ
En el número 34-A de la avenida Yucatán hay una luz encendida. Es muy tarde y apenas se oye más que el bullicio apagado de los últimos borrachos en una pulquería cercana. En su habitación, el escritor Manuel Andújar acaba de concluir un episodio de la novela que le obsesiona desde hace tiempo. Ya sabe que se titulará El vencido y que es la segunda entrega de lo que pretende ser una trilogía que le sabe a exorcismo de una pesadilla, al relato del superviviente de una tragedia colectiva.
El vencido transcurre en un pueblo minero del Sur de España demasiado parecido a La Carolina. Manuel Andújar deambula en esta noche de destierro mexicano por el pueblo de su infancia. Y piensa que es extraño escribir desde el otro lado del mundo.
Manuel Andújar (La Carolina, Jaén, 1913-Madrid, 1994) es uno de esos escritores injustamente olvidados, triste destino de buena parte de la generación que tuvo que abandonar España después de la derrota del ejército republicano en la Guerra Civil. Ese olvido hace que la literatura española contemporánea pasee mutilada y coja por los manuales. Y la ausencia de reediciones de la obra literaria del exilio español –perdida en las librerías de viejo– arrebata ese legado a las nuevas generaciones.
La historia de Manuel Andújar tiene ese inevitable lado épico que tienen todas las biografías de los exiliados españoles. Tras la guerra, parte hacia Francia donde sufre el horror de los campos de concentración habilitados por Francia para “acoger” a los refugiados españoles. Fue la patética respuesta que el país que había sido ejemplo y símbolo de la democracia ofreció a la moribunda República española.
Andújar padeció en el campo de Saint Cyprien un infierno similar al que se vivió en Argèles-sur-Mer, Gurs, Septfrand, o Barcarés. Fruto de estas vivencias son las crónicas-testimonio de Saint Cyprien, plage, campo de concentración (1942).
En la advertencia preliminar, Andújar confiesa que se publican rigurosamente como fueron escritas allí, «con las rodillas por pupitre». El escritor narra las escenas estremecedoras de un tiempo imposible, estampas dramáticas con «cieno, piojos, hambre y pura miseria». «Lo que vi en el campo de concentración era esa terrible situación que pone de manifiesto lo más noble y lo más íntimo de la condición humana. Allí no hay teatro. Hay que defecar en la playa. Había gente con colitis, sarna, etc. Pero a pesar de tantas calamidades, había ejemplos de generosidad, como esas gentes que lo que recibían de afuera lo repartían con los de su barracón. El campo de concentración es una escuela de tal crudeza que resulta imborrable. Yo, por un instinto vital, procuré no quedarme quieto ni tranquilo. Iba de un campo a otro, tenía preparada una charla sobre Antonio Machado, que no llegué a dar porque me trasladaron a México», reveló en una interesante entrevista realizada por Gerardo Piña-Rosales en el libro Narrativa breve de Manuel Andújar.
El ‘Sinaia’
Andújar embarca hacia México en uno de los míticos barcos del exilio:_el Sinaia. Él mismo ha relatado algunos momentos vividos en aquella embarcación que huye de una Europa en guerra. «Hay un momento en la travesía del Sinaia –en mi libro de poemas, La propia imagen, he intentado reflejar eso– en que don Antonio Gozaya, al llegar al Peñón de Gibraltar y ver la última tierra de España, subido en el puesto de mando del capitán, dirigió una alocución. Es imposible olvidar esas experiencias».
Muchos de los que compartieron aquella expedición –Pedro Garfias, Juan Rejano– hacen un retrato similar, casi legendario del viaje. Hicieron suya la frase del escritor y embajador socialista Luis Araquistáin: «Somos una admirable Numancia errante que prefiere morir gradualmente a darse por vencida».
Andújar fue uno de los animadores del Sinaia. Mientras los hermanos Mayo fotografiaban a aquellos errantes, Garfias escribía los amargos poemas del destierro y el historiador Ramón Iglesia intentaba captar ondas de radio para hacer un boletín informativo, Andújar componía en ciclostil un periódico.
En el libro colectivo El exilio español de 1939 (Taurus), fundamental en la bibliografía del exilio, y dirigido por José Luis Abellán en 1977, Andújar comienza su estudio dedicado a las revistas: «De Sète a Veracruz, el Sinaia, un viejo barco matalón, transportó –avanzado mayo, al 13 de junio de 1939– a más de 1.600 republicanos españoles».
Ya establecido en México, trabaja como gerente de la librería Juárez para después pasar al Fondo de Cultura Económica. Pero, sobre todo, se dedica a escribir una más que notable obra literaria.
Habría que destacar su ciclo narrativo Lares y penares, que inicia con Cristal herido, donde relata el ambiente de la Segunda República que vivió en su juventud.
El crítico Santos Sanz Villanueva afirma que este ambicioso ciclo es «una interpretación novelada de la España del siglo XX». Y es que desde la lejanía del exilio, Manuel Andújar se dedicó a literaturizar sus recuerdos para explicar la Historia de la que había sido arrojado.
La trilogía Vísperas la inicia con Llanura (1947), una historia que se desarrolla en un ambiente rural manchego habitado por caciques y labriegos. En El vencido (1949) recuerda su pueblo natal de La Carolina para contar la historia de un pueblo minero. En la última entrega, El destino de Lázaro (1959), el escenario escogido es el mar y el puerto malagueños, un territorio que conocía bien porque había vivido allí en sus años de estudiante.
Su fundamental Historias de una historia, en la que vuelve sobre el tema de la Guerra Civil, la escribe en México entre 1964 y 1966. Sin embargo, es curioso que el tema mexicano apenas es abordado literariamente por el escritor andaluz. Su obsesión sigue siendo España, por lo que Andújar sufre el doble silencio padecido por tantos republicanos exiliados: al lector mexicano le interesaba poco aquella lejana guerra y sus recuerdos y al lector español ni siquiera llegaban sus libros por culpa de la censura franquista. ¿Para quién escribían los exiliados?
Esa es la razón por la que Andújar decide regresar a España en 1967 para comenzar a trabajar en Alianza Editorial. Pero sigue reflexionando sobre el destierro. En Para la próxima figura de barro (1959) se refiere al drama del exiliado: «Siempre con sus historias de grandezas, devorados por la nostalgia de los rincones en que nacieron». En el relato La mujer de Fabián (1970), reflexiona sobre el trauma del desterrado cuando regresa a su patria, evidente confesión autobiográfica.
Destino
Como escribió Max Aub en La gallina ciega, diario amargo en el que relata su visita a España tras décadas de exilio mexicano: «España se metió en un túnel hace treinta años y salió a otro paisaje». Y eso es lo que halló Andújar.
«A mí me criticaron que volviera. Yo respeto los sentimientos e intereses de los exiliados que tienen allí familia, yo también la tengo, pero me desgajé. Yo quería volver a España. Me di cuenta de que pasaba el tiempo y de que habían surgido en España nuevas generaciones moldeadas evidentemente por el franquismo. Éste es un pueblo que hay que inventarlo».
Las dos últimas novelas de Manuel Andújar se publicaron en 1984, La voz y la sangre y Cita de fantasmas. Poco antes de morir preparaba una memoria del exilio a modo de testimonio. Murió el 14 de abril –qué ironía– de 1994 en una residencia de ancianos de San Lorenzo del Escorial. Desde aquel lejano año de 1967 en el que regresó a España quiso rebelarse contra el destino de tumbas lejanas de todos los exiliados. O como escribió María Teresa León_en su Memoria de la melancolía: «Estoy harta de no saber dónde morirme». Él yace en el cementerio de la Almudena.
APOYO: OCTUBRE, 1946: “LAS ESPAÑAS” EN TINTA MORADA
Fue en México donde se desarrolló la mayor parte de la vida literaria de Manuel Andújar. En 1944, publica sus primeros cuentos, Partiendo de la angustia, donde confesó haber descargado la impresión que México, tierra extraña, patria prestada, le producía.
Esa obsesión por convertir la literatura en un sano ejercicio de exorcismo es lo que le lleva a fundar junto a José Ramón Arana una de las más importantes revistas del exilio literario español, Las Españas. Él mismo relataba cómo fue aquella aventura editorial en la que colaboraron otros ilustres escritores arrancados de España como José Bergamín, José M. Gallegos Rocafull, Benjamín Jarnés, José Moreno Villa, Juan David García Bacca, Juan Rejano o José Renau, que dibujó el título Las Españas/Revista Literaria –ideado por Andújar– en tinta morada como cabecera en octubre de 1946, en una época en la que los exiliados aún pensaban que regresarían pronto a España tras la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial.
Fue en «una imprenta vejancona» donde se editó aquella revista. «¡Ni soñar en los Talleres Gráficos de la Nación! y que para inri se rotulaba El Libro Perfecto, allá por la Colonia de los Doctores de la capital mexicana», cuenta el propio Andújar en El exilio español de 1939. «A efectos postales y legales, la revista quedó domiciliada en mi piso añoso de la avenida Yucatán, 34-A», añade. Aquellos pisos pequeños e improvisados de los exiliados republicanos, donde no se compraban muebles porque la maleta estaba siempre detrás de la puerta para el regreso a España, fue donde se fraguaron estas aventuras literarias. Igual que ocurría en el piso Euclides, número 5, de Max Aub, sede de sus proyectos literarios Sala de Espera o Los Sesenta.
Manuel Andújar regresó a España porque comprendió que la única forma de que no se olvidara su historia –colectiva– era escribirla y escribirla desde aquí. En el libro El exilio español de 1939 recordaba con pasión y rabia el papel de los desterrados españoles en la Historia: «Las legendarias hazañas bélicas, la convulsa geografía de los combates –Narvik, Tobruk, estepas y ciudades rusas, Indochina, resistencia francesa, los primeros tanques de Leclerc, tripulados por españoles en la liberación de París– unidas están, para siempre, en la Historia, al denodado esfuerzo de los hombres de la España liberal, la expatriada. Su aportación también a raudales –cenizas, cadáveres, indelebles torturas– en los campos de concentración y exterminio nazis».
(Publicado en: El Mundo. Andalucía, 18 de Septiembre de 2006)