Manuel Blasco Garzón

Sevilla
Díaz Pérez, Eva

EL HIJO MALDITO DE SEVILLA

El abogado sevillano murió en Buenos Aires en 1954 sin poder regresar a España. Quien fue ministro durante la Segunda República -de Comunicaciones y Marina Mercante y Justicia- escribió un libro en el destierro que le sirvió como ejercicio de sanación: ‘Evocaciones andaluzas’. En su exilio argentino, Blasco Garzón fue cónsul general de España, tras la guerra, representante del gobierno republicano en el exilio. Su fotografía ha quedado inmortalizada en una instantánea célebre: la de la Generación del 27. Él aparece en el centro, ya que por entonces era presidente del Ateneo de Sevilla, institución que organizó los actos de homenaje a Góngora con aquel irrepetible grupo que convirtió a Sevilla en capital poética de España.

Por culpa de las trampas de la memoria, la calle Lagar -en su lejana Sevilla- se le aparecía de repente al doblar cualquier esquina de Buenos Aires. Qué traicioneros los recuerdos, que le hacían perderse en el mapa de las ciudades argentinas. Al subir por la Avenida de Mayo le parecía en realidad pasear por la calle Sierpes y en Corrientes se sentía como en la calle Betis. El lunfardo de barrios como Boeda o La Boca le sugería el eco del arrabal de Triana. Y al oír esa música prostibularia de acordeones desdentados y amarillentos que llamaban tango recordaba los cuplés de la Gran Vía madrileña. Aquel exiliado confundía las ciudades por culpa de una memoria que había perdido todas las brújulas a fuerza de tanto recordar. Su cita con la nostalgia sucedía todas las tardes ante un papel, único refugio en medio de tanta desolación. Manuel Blasco Garzón, el abogado desterrado, que había sido ministro durante la Segunda República, escribía para no borrarse. Tituló ese libro de recuerdos, de descarado ejercicio de exorcismo por tanta melancolía, Evocaciones andaluzas: «La forja de estas páginas se debió, exclusivamente, a mi deseo de tener todas las semanas una hora abierta para esta oración, en recuerdo de la patria ausente».

Manuel Blasco Garzón se agarraba a la memoria para no perderse. Buscó con desesperación los lazos que le unían con la ciudad perdida. Así fue como consiguió aquella fotografía. La foto en la que había quedado inmortalizada la Generación del 27, la imagen que aparecía en los manuales de literatura como el momento en el que el grupo poético clave de una época se reúne un lejano mes de diciembre en Sevilla. Blasco Garzón es el personaje que se encuentra en el centro de la fotografía por ser el presidente del Ateneo de Sevilla, entidad que organizó los actos y que invitó a Sevilla a los poetas emergentes que también fueron agasajados por Ignacio Sánchez Mejías, el torero ilustrado de una ciudad que jamás volvió a ser la misma. Blasco Garzón contemplaba aquella fotografía todas las tardes. Era como un trozo congelado de la ciudad. Allí estaban los poetas que el tiempo iba agrandando. Pensaba que el destino había sido dispar, pero siempre desgraciado para estos poetas que en esa Sevilla lejana no podían sospechar lo que el destino les tenía preparado. Miraba a Lorca, asesinado tan pronto y de forma tan cruel; a Alberti, perdido en el exilio, como Bergamín o Chabás; y los otros poetas, hundidos en exilios interiores, pero resistiendo en la España franquista, unos con más dignidad ética que otros. Y, sobre todo, observaba el rostro de su amigo: el médico José María Romero Martínez, quien realmente se había implicado en aquel encuentro con los jóvenes poetas. En el Ateneo pocos comprendieron aquella invitación a esos poetas modernos que no dudaban en organizar transgresoras bromas contra instituciones como la Academia de la Lengua o incluso reírse y embromar con los popes de la literatura oficial.

Incomprendido viaje

Su amigo Romero Martínez tuvo que rendir cuentas de los gastos de aquel viaje incomprendido para ciertos sectores de la rancia mentalidad sevillana. Pero lo peor vendría después. Romero Martínez, aquel médico humanista, sería asesinado en los primeros días de la Guerra Civil en Sevilla dentro de la represión derechista iniciada por Queipo de Llano. Blasco Garzón sobrevivió por no estar en Sevilla en el momento de la rebelión militar. Se encontraba en Madrid ejerciendo como ministro de Justicia. En octubre de 1936, su amigo el también sevillano y ministro Diego Martínez Barrio lo destina como cónsul general de España en Buenos Aires. Luego será nombrado representante del gobierno en el exilio en Argentina. Ya está lejos de España, cuyo hundimiento contempla desde la distancia sin saber que nunca podrá regresar.

Blasco Garzón muere en el exilio argentino un día de noviembre de 1954. Quizás contemplando aquella fotografía de los tiempos felices. Pero retrocedamos. Aún se encuentra lúcido y guarda un rato de felicidad todos los días gracias a su libro Evocaciones andaluzas. «Tienen estas páginas un valor, en medio de sus defectos. Este valor radica en su pura y sentida emoción, emoción española, emoción andaluza, auténtica emoción por la patria lejana y en desgracia. Dictándolas, escribiéndolas, me he sentido positivamente cónsul de España en la República Argentina. Era y es éste, mi más grato consulado». Este libro es casi una autobiografía desde lo más hondo del alma, unas memorias, un juicio ante sí mismo, una confesión. «Cuando en mis soledades hondas, me pregunto a mí mismo qué he hecho por mi país, suelo encontrar una respuesta fácil, mirando a estos papeles en los que he puesto tanda devoción y tanto amor. Entonces me digo a mí mismo: he hecho esto, hablar a todos de mi tierra y de sus glorias, de su grandeza y de sus virtudes, de su arte y de sus costumbres y lo he hecho con una devoción tan pura y tan íntima que por nadie podrá ser rebasada en honestidad y calor espiritual».

En la distancia también mantendrá una relación epistolar con Diego Martínez Barrio, también perdido en el viento del exilio. Desde muy jóvenes habían sido amigos y tenían una biografía política similar. Blasco Garzón pasó de la izquierda liberal dinástica al republicanismo. Fue, como Martínez Barrio, concejal y diputado. Con la República, ambos se convierten en ministros y eran masones. El rescate de las cartas permite adivinar el peso del pasado para estos personajes destrozados por la Historia. Blasco Garzón escribe a su amigo: «Mi estado de salud es por otra parte delicado (…) son los años, los acontecimientos pasados y la dureza moral de la separación de todo lo que amé tan hondamente. Llevar con dignidad el trance es lo único que me preocupa. Por lo demás, aquí recluido en casa, todavía trabajo y ayudo a la causa común. Y seguiré haciéndolo hasta el momento final». Y lo hizo hasta el final. En los últimos momentos, atravesaban veloces los recuerdos infantiles. Ya había dejado de confundir las calles de Buenos Aires, porque apenas salía de casa. Estaba a solas con su infancia y rememoraba las aulas del Colegio de los Escolapios y aquella calle Lagar, que reconocía a la perfección en esa patria viscosa de la memoria.

El periodista Carlos Esplá le dedicó una semblanza a su muerte, un texto que sirve para todos estos personajes del exilio: «¿Cuál fue el delito de esos hombres para morir proscritos? ¿Qué crimen cometieron? ¿Por qué, al cabo de más de quince años de terminada la guerra en España, siguen llenándose de desterrados los cementerios del mundo?».

MASÓN, ROTARIO, REPUBLICANO Y COFRADE

Pocos personajes se habrán integrado con su ciudad como Manuel Blasco Garzón. Además de presidente del Ateneo, en sus años más gloriosos, fue director de la Real Academia de Buenas Letras, presidente del Colegio de Abogados, del Aeroclub de Andalucía y del Club Rotario de Sevilla, además de pertenecer a la Sociedad Económica de Amigos del País y ser un reconocido cofrade. Y algo más, entre 1923 y 1926 fue presidente del Sevilla F.C., como Sánchez Mejías lo sería del Betis. Qué personajes presidían aquellos equipos y cómo ha cambiado todo.

Blasco Garzón fue concejal y primer teniente de alcalde del Ayuntamiento y como abogado se comprometió con los obreros llegando a defenderlos ante los tribunales. Ayudó a la sociedad de cigarreras Nicot o a Saturnino Barneto y a otros dirigentes y militantes del PCE o de la CNT. Eso fue lo que no le perdonaron. La reaccionaria sociedad sevillana jamás entendió a determinada burguesía intelectual de izquierdas. Esta fue la razón de que Blasco Garzón fuera expulsado del Ateneo, al que pertenecía desde 1906. Como Ángel Ossorio y Martínez Barrio, Blasco Garzón fue expulsado «teniendo en cuenta la actuación política de los mencionados señores manifiestamente en contra de la causa de España», según afirmaba el documento redactado por los ateneístas que respaldaban «el movimiento salvador de España».

El diario carlista La Unión fue uno de los que inició una durísima campaña contra Blasco Garzón. El historiador Juan Ortiz Villalba, coordinador del Aula para la Memoria Histórica que impulsa el Ayuntamiento, ha recordado en su libro Sevilla 1936. Del golpe militar a la Guerra Civil, a este personaje de la misma forma que el también historiador Francisco Morales Padrón en su obra Manuel Blasco Garzón. Un sevillano del exilio. Ortiz Villalba recupera algunos de los textos publicados por La Unión, como este soneto cruel titulado El Manzanillo: «Por la vana ambición de una cartera./ Tú, el burgués y cofrade sevillano/ Pudiste, sin rubor, ir de la mano/ Con la sucia canalla ‘populera’// Aquiescente adjetivo de la fiera,/ A sus designios te allanaste ufano,/ Y tu toga ofrecístele, villano,/ Como ofrece su cuerpo la ramera// Mas poco viviréis, que os acompaña/ Esa tu negra sombra disolvente,/ Que donde vas concita el cataclismo…// ¡Y en un cercano despertar de España,/ Caerá, hecho trizas, vuestro inmundo Frente,/ Bajo la santa furia del fascismo!».

(Publicado en El Mundo de Andalucía el 25 de junio de 2007)
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