Manuel Chaves Nogales

Sevilla

EL ESPAÑOL QUE NARRÓ LA AGONÍA DE FRANCIA

Sevilla, 1897-Londres, 1944

Hay olvidos incomprensibles, como el de la obra de Manuel Chaves Nogales, el escritor y periodista sevillano que vivió la caída y ocupación nazi de París y que murió por una peritonitis en un Londres asediado por las bombas alemanas. Chaves Nogales es el ejemplo perfecto y trágico del exiliado español. Su obra sorprende ahora en estos últimos años de rescate por su clarividencia, a pesar de haber sido escrito en medio de todos los conflictos terribles que le tocó vivir. Escribió el libro de relatos A sangre y fuego, sobre la Guerra Civil, y reflexionó sobre los errores de la democracia ante los totalitarismos en La agonía de Francia. Ambos libros deberían ser imprescindibles para comprender cómo es posible defender la democracia hasta sus últimas consecuencias.

Era el mes de junio de 1940 y una niebla sucia y tibia alfombraba París. Desde su casa del barrio de Montrouge, aquel periodista español se había asombrado con la claudicación infame de la ciudad que había sido el centro del mundo. Manuel Chaves Nogales describió la agonía de Francia, la rendición disimulada a los nazis con la pantomima de Pétain y su arsmiticio. París era ahora una ciudad abierta al capricho de Hitler, una ciudad vencida sin haber luchado. Se había entregado el cadáver de la democracia al más terrible de los totalitarismos.

Manuel Chaves Nogales es uno de esos personajes convertidos en héroes, un heterodoxo por culpa de la lucidez, otro exiliado andaluz que yace en una tumba lejana, presentándose todas las noches ante muertos que no conoce. «Ser liberal en España es ser exiliado en potencia», había escrito Larra –otro periodista– un siglo antes, anunciando el inevitable destino de estos hombres que prefieren pensar por sí mismos.

El periodista sevillano describió la ocupación de Francia por los nazis, uno de los episodios más increíbles de la trágica crónica de la Segunda Guerra Mundial. Chaves Nogales lo narró en un libro excepcional, La agonía de Francia, publicado por la Diputación de Sevilla junto a su Obra Periodística, en edición de María Isabel Cintas Guillén.

Si por algo habría que caracterizar su obra, es por su capacidad reflexiva, por el análisis distanciado de los acontecimientos, a pesar de la cercanía con la que escribe y del servilismo del periodismo que se hace con el vértigo del tiempo. Ya lo demostró con su obra narrativa A sangre y fuego (Espasa, 2001), un libro de relatos que es probablemente uno de los libros más acertados sobre la Guerra Civil, aunque Chaves lo escribiera en 1937, sin que ni siquiera supiera cómo había de terminar el conflicto.

La agonía de Francia es una obra –en este caso un ensayo– que también se escribe sin que se conozca el desenlace del conflicto. Es más, muere en el año 1944, un año antes de la caída de Berlín y la derrota de Hitler. Se podría decir que el escritor andaluz poseía una lucidez que convierte sus obras en proféticas.

No hay más que repasar sus crónicas sobre los regímenes fascistas para el periódico Ahora en 1933. La advertencia sobre el peligro del totalitarismo –ascenso del nazismo alemán, del fascismo italiano y del estalinismo soviético– se plasma en una serie en la que incluye fotografías de lugares que más tarde se convertirían en campos de exterminio.

Chaves Nogales fue un eterno exiliado. Primero abandonó su ciudad natal cuando se dio cuenta de que los ambientes provincianos podían ahogarlo. Antes dejó un memorable ensayo sobre Sevilla, La Ciudad.

Ya en Madrid trabajó en Ahora, Estampa y mantuvo colaboraciones en La Nación de Buenos Aires. Pero el periodismo de Chaves Nogales siempre trascendió de la pequeña muerte diaria de los periódicos. Así, publica su serie de entrevistas a personajes de la revolución rusa en el exilio –Lo que queda del imperio de los zares (1931)– o el curioso libro El maestro Juan Martínez que estaba allí, sobre un flamenco que conoció en Montmartre y al que había sorprendido la revolución bolchevique mientras bailaba en los cafés rusos. Tampoco hay que olvidar que es el autor de la excepcional biografía Juan Belmonte, matador de toros.

Cuando estalla la Guerra Civil, el periodista sale de España en noviembre de 1936 y se instala en París. Desde allí escribe una serie sobre la guerra española para publicaciones francesas. Durante el tiempo que permanece en París, su casa se convierte en lugar de encuentro de los refugiados españoles, huidos de la España de Franco.

Gobierno de refugiados

Francia era para los refugiados el último baluarte de la democracia ante la barbarie del totalitarismo. Pero a esas alturas, sólo hallaban una Francia que se había suicidado. «Se encontraban con un nazismo vergonzante, larvado, con el cadáver maquillado de una República Democrática en cuyas entrañas podridas germinaba la gusanera del totalitarismo». Para los españoles la decepción era doblemente trágica. «Era la segunda patria que perdíamos».

La agonía de Francia es un libro valiente y estremecedor. «Entre las cláusulas del deshonroso armisticio aceptado por Pétain hay una que basta y sobra para deshonrar a un Estado, la cláusula en que el gobierno francés se compromete a entregar a Hitler a los refugiados alemanes anti-hitlerianos. La entrega al verdugo de esos hombres que habían tenido fe en Francia será una de las mayores vergüenzas de la historia».

El libro es una excepcional crónica de intrahistoria del conflicto, también del lado tragicómico como las insólitas estampas del «grotesco» ejército francés vuelto de espaldas a la guerra a causa de la drôle de guerre o guerra boba, de broma, esa extraña estrategia de esperar la ofensiva alemana tras la línea Maginot. Así, describe con humor la ridícula escena de un ejército que parecía actuar con una guerra de retraso. «Se daba a los reservistas de 40 años las mismas guerreras azul-horizonte que se habían quitado en 1918 y como no podían meter en ellas su voluminoso abdomen de hombres maduros andaban desabrochados. Los jefes resolvieron incautarse de las existencias de varios almacenes de ropas y vistieron a sus hombres con unos grotescos pantalones civiles a rayas que denominaron pantalón Dadalier».

Ese París que ni siquiera había encontrado una canción de guerra que sustituyese a La hija de Madelon, célebre en la Primera Guerra Mundial, vive otra escena lamentable con la llegada de los nazis. El gobierno había abandonado la capital, de forma que en el ministerio en el que se encontraba adscrito Chaves Nogales ya no quedaban más que unos cuantos colaboradores extranjeros. «Hubo un momento en el que pensamos reunirnos en el desierto despacho del ministro y constituir un gobierno de refugiados».

La descripción del periodista sobre ese París agonizando bajo las botas nazis es escalofriante. «París, ya casi desierto, había tomado un aire siniestro. (…) Tenía una luz cernida de Apocalipsis, una atmósfera cargada y espesa en la que las gentes se movían como espectros».

Chaves Nogales marchará a su segundo exilio, en Londres. Allí dirigió The Atlantic Pacific Press Agency, escribió en el Evening Standar y en los servicios extranjeros de la BBC. Muere en mayo de 1944, antes de terminar la guerra y cuando Londres se estremece bajo los bombardeos nazis. En España, el gobierno de Franco lo condena a través del Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo. La profesora María Isabel Cintas explica la razón de su olvido: «Mientras que en España su obra era desconocida, algunas universidades estadounidenses tenían sus escritos como textos para el aprendizaje del español. Creo que aquí se olvidaron de él por su ecuanimidad, por su lucha por la cordura y el huir de extremismos ideológicos de todo signo».

LA TERCERA ESPAÑA QUE NO PUDO SER

Sin duda, uno de los episodios que confirman el carácter razonador de Chaves Nogales fue su participación en la Guerra Civil. El periodista ejemplifica a la perfección esa llamada tercera España que no tuvo lugar en el conflicto, que quedó eclipsada y enterrada por los extremismos ideológicos de los militares fascistas y de las izquierdas radicales.

En el memorable prólogo de A sangre y fuego –uno de los textos más lúcidos escritos durante y sobre la Guerra Civil–, Chaves Nogales cuenta cómo el 26 de julio de 1936, tras la sublevación militar, el Consejo Obrero de los sindicatos de trabajadores se incautan del periódico Ahora y designan a Chaves como director.

«Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético. Me puse entonces al servicio de los obreros como antes lo había estado a las órdenes del capitalista, es decir, siendo leal con ellos y conmigo mismo. (…) Me convertí en el camarada director».

El “camarada director” se mantiene en el puesto hasta noviembre de 1936, momento en el que marcha a Francia, consciente de que es la hora de su exilio. «Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid, como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas».

Y añade: «De mi pequeña experiencia personal puedo decir que un hombre como yo por insignificante que fuese habían contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros».

Manuel Chaves Nogales fue un demócrata hasta sus últimas consecuencias. Lo revela en su libro La agonía de Francia: «Hasta ahora no se ha encontrado un sistema de gobierno más perfecto que el de una asamblea deliberante ni hay otro régimen de selección mejor que el de la libre concurrencia. Es decir, el liberalismo, la democracia. Francia estaba condenada a perecer desde que, sugestionada por la fuerza terrible del adversario comenzó a renegar de esta verdad que había sido la razón de su grandeza. Esto es lo categórico. Todo lo demás es anécdota».

(Publicado en: El Mundo. Andalucía, 25 de Septiembre de 2006)

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