Vélez-Málaga 1904 – Madrid 1991
Fuente: Fundación María Zambrano
1904
Nace el 22 de abril en Vélez-Málaga (Málaga), hija de D. Blas José Zambrano García de Carabante y Dª. Araceli Alarcón Delgado, naturales, él de Segura de León (Badajoz) y ella de Bentarique (Almería). Ambos son maestros en la Escuela Graduada de Vélez de la que el padre es el regente.
D. Blas Zambrano, años antes, había fundado y dirigido un periódico titulado X, de tendencia anarquista, aunque con repulsa de toda violencia. Muy pronto, D. Blas evolucionará hacia tendencias socialistas.
1907
Pasando una temporada en Bélmez de la Moraleda (Jaén) con su abuelo materno -cultivador de uvas, comerciante con Inglaterra, especulador de minas, y arruinado al fin-, María Zambrano sufre un colapso de varias horas durante las que llegaron a tenerla por muerta.
1908
Aún convaleciente es trasladada a Madrid (calle de la Redondilla nº 8) donde su padre ejerce durante un curso como profesos de Gramática española. Comienza a asistir a la escuela, cerca de la Plaza de Oriente.
1909
Traslado familiar a Segovia, donde su padre toma posesión de la cátedra de Gramática Castellana en la Escuela Normal. D. Blas Zambrano paulatinamente se convierte en el eje de los movimientos más vivos y progresistas de esa ciudad sumida en la inercia. Con el tiempo será gran amigo de Antonio Machado, y, posteriormente, del escultor E. Barral, quien le esculpirá un busto al que llamó, por su porte romano, «el arquitecto del acueducto». Funda la revista Castilla (1917) y el periódico Segovia (1919). Ingresó en la Agrupación Socialista Obrera de la que será durante algún tiempo presidente. Participó, con A. Machado, en la fundación de la Universidad Popular.
1911
El 21 de abril nace la hermana de María, Araceli.
1913-1921
María Zambrano comienza el Bachillerato. Sólo ella y otra muchacha, asisten a las clases entre jovencitos. En estos años se va fraguando el que Zambrano confesará como el más grande amor de su vida: su primo Miguel Pizarro, junto al que realizará un intenso acercamiento a la literatura. De la biblioteca paterna son las primeras lecturas de Unamuno, Ganivet y, en general, de la llamada Generación del 98: Azorín, Baroja, Ramiro de Maeztu. En 1914 Zambrano publica su primer artículo sobre los problemas de Europa y la paz en la revista de antiguos alumnos del Instituto San Isidro.
1921
Inicia sus estudios oficiales de Filosofía como alumna libre en la Universidad Central de Madrid. Su salud es precaria. En estos primeros años veinte conoce en Segovia a León Felipe, y, a través de su primo Pizarro, a Federico García Lorca. Oye hablar por primera vez de una joven, Rosa Chacel, que dicta alguna conferencia sobre Nietzsche en el Ateneo de Madrid.
1923
Casi con seguridad fue este año -durante el verano, en las playas de Estoril (Portugal)- en el que D. Blas Zambrano zanjó por «incestuosos» los vehementes amores de los primos Miguel Pizarro y María Zambrano, lo cual le llevaría a él a abandonar España y a ella a recontar una y otra vez la impotencia y dolor que le causó aquella prohibición.
1924
Nuevo traslado familiar a Madrid, adonde Zambrano vuelve con la licenciatura a medias. Es un caso insólito: una señorita española estudiando Filosofía. Vive en el centro de Madrid hasta 1929 en la Plaza de los Carros y desde esa fecha y hasta 1936 en la Plaza del Conde de Barajas.
1924-1927
Completa sus estudios de Filosofía asistiendo a las clases de Ortega y Gasset, J.M. García Morente, Julián Besteiro y a las primeras de Zubiri con quien mantiene entonces una gran amistad y quien prestó siempre ayuda a Zambrano en sus inicios filosóficos. Forma parte de la tertulia de la Revista de Occidente y es acaso su elemento más singular. Comienza a asumir un papel de mediadora entre Ortega y escritores más jóvenes, como Sánchez Barbudo o J. A. Maravall.
1928
Participa muy activamente en las actividades de la Federación Universitaria Española (FUE). Desde ella promueve —junto E. González López y J. López Rey— el encuentro con intelectuales y políticos «maduros». Se entrevista personalmente con Valle-Inclán y con Azaña. La noche del 23 de junio, en el merendero madrileño «La Bombilla», tiene lugar el encuentro conjunto de estudiantes —María Zambrano, Fe Sanz, Aurora Riaño, Antolín Casares, Domingo Díaz Ambrona, Emilio González López, Antonio Riaño, Francisco Giral, Salvador Téllez, Pablo de la Fuente y José López Rey— con Luís Jiménez de Asúa, José Giral, Sánchez Román, Gregorio Marañón, Ramón del Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Gómez de Baquero, Salmerón, Azaña e Indalecio Prieto. A raíz de ese encuentro, fundan la Liga de Educación Social (LES), de evidente resonancia de la Liga de Educación Política que Ortega fundara en 1914.
Varios periódicos les ceden a estos jóvenes columnas semanales como La Nau de Barcelona, La Libertad de Badajoz, El Norte de Castilla de Valladolid, La Libertad y El Liberal de Madrid. En estos dos madrileños escribirá María Zambrano, sobre todo en el último, en la columna «Mujeres», de la sección dedicada a la juventud «Aire libre», donde publica una serie de doce artículos de temática esencialmente político-social y en algunos defendiendo un feminismo integrador. Estos artículos tienen una clara tendencia «neorromántica» y «rehumanizadora», acordes con, y aún algunos antecedentes de, las tesis de J. Díaz Fernández, quien en 1930 las recogerá en su libro El Nuevo Romanticismo. Asimismo, muestran ya un sentido social renovador del liberalismo. Además de ellos, su más importante artículo aparece en el número 4 (julio-agosto) del machadiano El Manantial de Segovia: «Ciudad Ausente», prefigurador tanto de su soñada ciudad de la libertad como de la propia razón poética.
Comienza a dar clases de filosofía a alumnos de bachillerato en el Instituto Escuela.
Interviene en diversos actos públicos propagandísticos de la LES. En uno de ellos —en el Ateneo de Valladolid, del que da cuenta El Norte de Castilla del 14 de diciembre— tiene un desfallecimiento. Su cuñado, el médico Carlos Díez, le diagnostica su enfermedad: tuberculosis.
1929
Primera pausa vital y escrituraria: hasta la primavera, guarda reposo en su casa de la plaza del Conde de Barajas y, durante el verano, en una quinta de la Ciudad Lineal. Pero, como atestigua Los estudiantes frente a la dictadura, de J. López Rey, aun desde su retiro sigue colaborando con la FUE en la elaboración de manifiestos y cartas (como la escrita a Unamuno durante la semana santa). Es el momento —desde el 7 de marzo y la crispación producida por el artículo 53 de la Reforma Universitaria— en que la agitación estudiantil comienza a ser un factor decisivo de acoso a la Dictadura. Zambrano vuelve a pisar la calle y se encuentra viviendo en aquel «tiempo feliz», lleno de promesas, de inocente espontaneidad, y abierto al futuro. Es en el otoño cuando comienza a escribir su primer libro, Horizontes del liberalismo, a la vez que se reintegra a las actividades cívicas y agitadoras de la FUE. De estos momentos data su amistad con Jiménez de Asúa y F. de los Ríos.
1930
Vive con moderado entusiasmo la caída —el 20 de enero— del dictador. No puede caber ya duda de que una carta suya, de 11 de febrero, a Ortega —en la que critica duramente su artículo «Organización de la decencia nacional» y, además de pronunciarse con firmeza a favor de la República, reta a su maestro a situarse a la altura de los tiempos, diciéndole que la monarquía ha de ser destruida— incide claramente en la toma de postura de aquél frente a la monarquía, y en la misma, y tardía, expresión que ello encuentra en el célebre «Error Berenguer» (El Sol, 15 de noviembre) y su colofón, «Delenda est monarchia». Colabora estrechamente con el grupo de Nueva España —en especial con A. Espina y J. Díaz Fernández—, que con su progresismo y humanismo socialista es el mejor representante de la esperanza que subyace en lo que sus mismos integrantes denominaron «el espíritu de 1930», acorde con el «aquel tiempo feliz» con que a él se refiere Zambrano. En este semanario publica cinco artículos «Del movimiento universitario»; «Síntomas»; «Síntomas. Acción directa de la juventud»; «La función política de la universidad» y «Esquema de fuerzas» (éste ya en febrero de 1931).
Con el comienzo del curso escolar, retoma sus clases en el Instituto Escuela.
En Septiembre había aparecido su primer libro, Horizontes del liberalismo, que propugna una profunda renovación cultural, social y política, asumiendo sin ambages una socialización económica. Recibe excelentes críticas, entre las que destacan las que le hicieran el discípulo de su padre, Blas Manzano, y de Machado, Pablo Andrés de Cobos, en El Socialista, y del mismo J. Díaz Fernández en Nueva España. Su actividad pro-republicana es manifiesta durante todo el año, y se acrecienta en los meses finales. En Delirio y destino ha dejado sendos homenajes tanto al silencio que recorrió Madrid los días 12 y 13 de diciembre, con motivo del alzamiento republicano en Jaca, como a su propia generación, que en estos momentos levantaba a pulso la misma trágica esperanza que enseguida les anegó.
1931
En el comienzo del curso 1930-1931 es nombrada, también, profesora auxiliar de metafísica en la Universidad Central. J. Caro Baroja ha recordado cómo ya ese año la tuvo de profesora en el Instituto Escuela: «Tenía un gran encanto, sobre todo su maravillosa voz». También imparte clases en la Residencia para Señoritas. De entonces la recuerda, así mismo, Francisco Giner de los Ríos, quien yendo a buscar a una de sus alumnas a la salida de clase, se encontraba que «me conmovía y me inquietaba mucho más su joven profesora de filosofía». También la recuerda, de entonces, en alguna de las tertulias madrileñas, en Recoletos o «La Ballena Alegre». Es el momento en que Zambrano comienza su nunca terminada tesis doctoral —de la que únicamente ha quedado un artículo, «La salvación del individuo en Spinoza», de 1936.
Ante la convocatoria de elecciones municipales, participará en múltiples mítines de la coalición republicano-socialista por diversos pueblos y ciudades (Toledo, La Solana, Manzanares, El Toboso, Córdoba, Trujillo, Villanueva de la Jara, Medina del Campo, Madrigal de las Altas Torres, Palencia, Vitoria, Huesca, Teruel). Aquél 14 de Abril —en compañía de R. Santeiro, Juan Panero, A. Serrano Plaja, Sánchez Barbudo, J. A. Maravall y Enrique Ramos— asiste a la Puerta del Sol a la proclamación de la II República española. Ella ha recordado este momento en varios artículos y pasajes de su obra: «Fue tan hermoso como inesperado, salió el día en estado naciente […] todo fue muy sencillo: Miguel Maura avanzó con la bandera republicana en los brazos […]. La desplegó y dijo simplemente: Queda proclamada la República. Fue un momento de puro éxtasis.
Horas después, con su padre, su hermana y el marido de ésta, y entre los «hombres pequeñitos, españoles, indígenas», vio a uno de ellos con abierta camisa blanca y brazos abiertos, gritando vivas a la República, y no era sino un «fragmento real de los fusilamientos pintados por Goya».
Para poder seguir estudiando filosofía, rechaza la oferta que le hace Jiménez de Asúa de presentar por el PSOE su candidatura, en la segunda vuelta, a las Cortes.
1932
Es la encrucijada. Posiblemente éste sea uno de los años más críticos, por confuso y contradictorio, de su vida. En lo que la política será el factor decisivo. Es la segunda pausa en el péndulo vital y filosófico de Zambrano. Aunque sustituye a Zubiri —realizando estudios en Alemania— como profesora de metafísica en la Universidad Central, y se vincula más que nunca a Ortega, apenas escribe, su salud vuelve a ser muy delicada, y su estado de ánimo, a mitad del año —conforme se aprecia en la carta que le dirige entonces, llena de fervor, al maestro— es de angustia, por ella misma y por su generación, a la que ve hermética, desorientada, en pleno «delirio» —que como temática es la primera vez que aparece en letra de Zambrano— y sumida en la desconfianza; la perspectiva de una España según sus grandes expectativas, se pierde; y con ella la fe y la solidaridad; no hay sino repliegue y desbandada.
Y es éste el momento de su más grave error político —según ella misma—: la constitución y firma del Manifiesto del Frente Español (FE) (Luz, 7 de marzo) —alentadas en la sombra por Ortega y en la que se expresa su incitación a un «Partido Nacional»— junto a un grupo de jóvenes universitarios, constituido por A. Riaño, J. A. Maravall, S. Lissarrague, J. Santeiro, E. García del Moral y A. Vázquez—. Incluso intentó sumarse J. A. Primo de Rivera, pero lo impidió, personal y contundentemente, la propia Zambrano. Pero el vínculo directo con Ortega es el diputado por la «Agrupación al servicio de la Republica» A. García Valdecasa y, tras él, A. Garrigues, quienes, sin firmar el manifiesto, constituían, junto a Maravall y a María Zambrano, los elementos más destacados de éste FE. Zambrano se apercibe enseguida del cariz casi fascista que este movimiento adquiere, y, según ella misma, «como tenía poder para ello», lo disolvió. Aún veremos repercusiones de este evento, muy peligrosas para Zambrano en el año 1936. En todo caso, lo que ella no pudo impedir fue que la misma Falange usara las siglas —FE— y aun, inicialmente completos los estatutos de esta orteguiana empresa.
Consta también, este año, Zambrano entra en contacto con la tertulia «Pombo», en torno a Gómez de la Serna, y visita, de cuando en cuando, con su mejor amiga de entonces, la pintora Maruja Mallo, y otros jóvenes, «La Granja del Henar», donde oficia Don Ramón del Valle-Inclán. Allí conoce al que enseguida —y para siempre— será uno de sus grandes amigos, Rafael Dieste. Con él, y con A. Serrano Plaja, E. de Azcoaga y A. Sánchez Barbudo, colabora en la creación de Hoja Literaria, que dirigirán los tres últimos. Se trata del primer intento de lo que acabará siendo uno de los grupos intelectuales españoles de mayor altura, y que cuajará en Hora de España, tras el segundo y breve intento con el Buque Rojo, ya en diciembre de 1936. En Hoja Literaria, en su número I (enero), publicará uno de los pocos escritos de este año: «De nuevo, el mundo», fiel reflejo aún de las esperanzas, cívicas y filosóficas, que verá enredarse a lo largo de todo este confuso año. Triunfará, sin embargo, la filosofía: «Podría ser feliz, sin embargo […] —le dice a Ortega en la mencionada carta—. Leo filosofía, única cosa que no me extraña, con una inmensa alegría, porque ella me da una salida luminosa al mundo, porque la amo como a aquello que durante mucho tiempo nos ha esperado perdonándonos todas las más aparentes que efectivas traiciones.
1933
Pago de deuda —si la hubo— por su asunto FE. Retorno vibrante y prolífico a la escritura. Reencuentro, ahora sí, con el mundo, con la tarea española, y, en general, con el «otro». Salida de la confusión, del hermetismo y de la angustia. Este año significa el punto de inflexión decisivo tanto para su definitiva conversión en escritora de un singular filosofar, para con su compromiso político con la democracia y la libertad.
Participa, junto con R. Dieste, en algunas «Misiones Pedagógicas» (en Huesca y Cáceres). Por carta a aquél, sabemos que su vida no es feliz, trabajando como contratada en el Ministerio de Estado; pero también que el núcleo más decisivo de su pensar ha aparecido ya: llevar la razón, y con ella a los propios Descartes y Husserl, al «humus» de la tierra.
Publica, entre febrero y junio, nueve artículos, desde «El Otro de Unamuno» y «Falla y su Retablo» —en los que ya se inicia su filosofía trágica—, varias reseñas, entre las que destacan las dedicadas al libro de Hoffman Descartes y a las Obras de Ortega (1914-1932), pasando por su primer escrito sobre Nietzsche, en una dura crítica a Lou Andreas-Salomé y su libro sobre aquél hasta el mejor de todos, «Nostalgia de la tierra», donde el pensar la pintura contemporánea la lleva a un planteamiento global de crítica cultural de la pérdida de la «tierra» de la modernidad europea. Este pensamiento de la crisis hace aflorar la filosofía original de Zambrano.
A su vez, se mueve entre cuatro círculos intelectuales, en torno a las respectivas revistas que los aglutinan: el orteguiano de Revista de Occidente, el más juvenil de Hoja Literaria, el personalista cristiano de Cruz y Raya —apoyando a otro de sus más grandes amigos, Bergamín—, y el más neutral de Cuatro Vientos, donde entabla una más directa relación con Lorca, Dámaso Alonso, Guillén, Fernández Almagro, Claudio de la Torre y el propio Juan Ramón Jiménez. Muy sola, sin embargo, se encuentra en su «descubrimiento» de Galdós, del que, según R. Gullón fue pionera.
De su estado anímico, al acabar el año, el mejor testimonio es su escrito «De una correspondencia»: el ir contra viento, la vuelta a los elementos, la dialéctica Afuera-Adentro, expresan una profunda fortificación, un temple interior que acepta el reto de la desolación, de la pérdida de la tierra, de la gravedad misma del pensamiento, condenado siempre a volverse a la retaguardia. A cierta retaguardia siente Zambrano haber de retirarse, como tantos otros intelectuales de izquierda, ante el triunfo electoral de las derechas el 19 de noviembre.
1934
Comienza la nueva filosofía. La lógica del sentir, enunciada al fin de este año como «saber del alma», aparece ya como nuevo camino —un nuevo método— que se bifurca del orteguismo, ridiculizándolo críticamente. En sus doce artículos de este año, la progresión hacia aquel saber es nítida. Y transparente va siendo también su postura política, expresada en sus críticas al fascismo, tanto en artículos como en intervenciones públicas, tal la habida con motivo de la Conferencia Universitaria Franco-Española, realizada, en abril, en Madrid. En ella se dio cita un amplio espectro ideológico, desde los marxistas a los tradicionalistas, pasando por el «neutral» Zubiri, mientras que Zambrano, desde una posición muy crítica con el liberalismo, y mucho más para con el fascismo, analizó el problema de la relación entre el individuo y el estado, suscitando ya la necesidad de una nueva teoría del hombre, que comienza a desarrollar en sus escritos de este año y hallará su culminación en los de la guerra civil.
Desde mayo vuelve a ocuparse —como había hecho ya en 1928, en El Liberal y en Libertad— de la sección dedicada a la «mujer» por el semanario Diablo Mundo que dirige Corpus Barga. Como sucede con un gran sector de los jóvenes intelectuales, el gobierno de coalición derechista, el acrecentamiento de las tensiones sociales, las sucesivas huelgas de CNT y UGT que culminan con la revolución de Asturias, en octubre, y su contundente represión por el Ejército, no hace sino radicalizar su pensamiento y acercarla —sin militar en ningún partido— a posturas políticas de izquierda, y a comenzar un diálogo, que no hará sino acrecentarse hasta 1939, con el Partido comunista, del que van formando parte, como afiliados o como «compañeros de viaje», numerosos amigos suyos.
En general, tales radicalización y diálogo van conduciendo su escritura a la ya nunca abandonada impávida errancia por las pasiones y los más íntimos y humillados movimientos anímicos. Mientras Ortega, Unamuno, Pérez de Ayala, Marañón y tantos otros de las generaciones del 98 y del 14 pierden la palabra o se hermetizan, o definitivamente (queda por oír la última paradoja y el grito heroico final de Unamuno el 12 de octubre de 1936, en el Paraninfo de Salamanca) se confunden y confunden a otros, comienzan, por el contrario, a ganar la palabra, a aflorar, aclarándose en el momento en que deciden su destino de perdedores (lo que, como en toda tragedia, aún no saben), María Zambrano y sus jóvenes amigos intelectuales, o los que seguirán in crescendo fieles a sí mismos y a una coherente idea de España, como son casos paradigmáticos el propio Blas Zambrano y su gran amigo, Antonio Machado.
En tal tesitura publica la joven pensadora los 4 artículos que —sin demérito de los ocho anteriores— significan el arranque de su filosofía: en la primavera, el desolado y radical «Límite de la nada»; en el verano, el ya «musical» «Por qué se escribe» —donde la dialógica de Zambrano, entre la soledad y el corro de los otros, aparece en toda su firmeza—; en el otoño, el fenomenológico «Ante la Introducción a la teoría de la ciencia de Fichte»; y al fin, en el invierno, el proyecto entero de su filosofar, en «Hacia un saber sobre el alma», que le costó la reprimenda del maestro (con razón, pues había roto el cordón umbilical con él), quien la llamó a su despacho, la recibió de pie y le dijo: «no ha llegado usted aquí (señalándose) y ya quiere irse lejos». Y sin embargo, con este artículo sobre el ordo amoris de Max Scheler no había hecho sino ser fiel a sí misma, y al orden y conexión en que veía estaba su pensar con la dinámica de su propio pueblo, por lo que había de salir de la retaguardia y dar la voz, la palabra y el rostro. Y arrostrar aquella aurora tan amenazada.
1935
Se ha ido haciendo ya costumbre para un grupo de estos jóvenes intelectuales —Bergamín, Sánchez Barbudo, Serrano Plaja, Dieste, Maruja Mallo, R. Gaya, I, Manuel Gil, S. Lissarrague, R. Gullón, Rosa Chacel y los más jóvenes, J. A. Maravall y E. de Azcoaga—, y ocasionalmente también Neruda, L. Rosales, Lorca o L. Cernuda, ir a tomar el té a casa de María Zambrano en la plaza del Conde de Barajas, los domingos por la tarde. Cela ha recordado cómo allí conoció a Miguel Hernández. Éste y Zambrano se hicieron entonces grandes amigos y juntos se iban, calle Segovia abajo, a sentarse junto al Manzanares, donde se cuentan sus respectivas penas de amor. El poeta de Orihuela dedicó a Zambrano su poema «Casa amarilla».
Con Miguel Hernández, Juan y Leopoldo Panero, Luis Rosales, R. García Tuñón, L. Felipe Vivanco, J. F. Montesinos, A. Serrano Plaja, Neruda, Delia del Carril, Bergamín, Gerardo Diego, aparece Zambrano en la foto del banquete en homenaje a V. Aleixandre, sentada entre P. Salinas y Díez Canedo. Es una de las pocas jóvenes mujeres que —como R. Chacel, M. Mallo o Mª Teresa León— figuran por derecho propio en los círculos intelectuales (masculinos): Revista de Occidente, Cruz y Raya, «Pombo».
Es ya sintomático el que en este año sólo aparezca un artículo suyo en Revista de Occidente —«Un libro de ética. (Sobre Ética general de R. del Prado)»— y que todos los conocidos versen sobre ética, crítica de libros políticos y balance político de la situación universitaria, como «El año universitario», que apareció en El Almanaque Literario 1935 que conmemoraba los centenarios de Lope de Vega y del romanticismo español, con diversos apartados dedicados al año poético, novelístico, científico, etc.; y en el que se dan cita también J.F. Montesinos, Díez Canedo, B. G. Candamo, Lorca, Camón Aznar, A. Espina, F. Vera y E. Oliver. Pero más que un año de escritura, lo es de reflexión y diálogo político y de amplias lecturas: de él datan los encuentros decisivos con las obras de Dostoievski, Kafka, Proust y el desconocido en España (entonces y ahora) León Bloy, cuyas novelas, Le desesperée (1886), La femme pauvre (1897), ensayos, Les dernières colonnes de l’église (1903), y sus Diarios —Le mendiant ingrat; Le pelegrin de l’absolue y La porte des humbles—, de 1892 a 1917, causarán en Zambrano un efecto tan duradero como el de su vida entera. Es también un año de intensas lecturas filosóficas: de un lado, descartes, Husserl, Kant, Fichte y Hegel; de otro, el pitagorismo, Platón, Plotino, los santos Padres y la gnosis; en el centro, Spinoza, sobre quien prosigue su inacabada tesis.
1936
A comienzos de año está enfrascada en Spinoza, sobre el que publica, en marzo, lo único que se conoce de su tesis: «La salvación del individuo en Spinosa». Ese mismo mes aparece, en El Sol, su «Ortega y Gasset universitario», nuevo bienintencionado intento de situar al maestro a la altura de la historia y de lo que Zambrano considera es el destino de aquél y su «figura». Ofreciendo el que cree sea el verdadero rostro del maestro, en realidad es ella misma quien da la cara. Vuelve a participar en mítines a favor del Frente Popular, al par que escribe otro de los artículos decisivos de esta época: «Desde entonces», que publica en primavera, en Noroeste de Zaragoza, y donde retoma la serie iniciada con «De nuevo, el mundo», y proseguida en «Nostalgia de la tierra» y «Límite de la nada».
El 18 de julio se suma al Manifiesto fundacional de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura (AIDC), en cuya redacción participa, y que aparece encabezado por Alfonso Rodríguez Aldave —enseguida su esposo— y en el figuran, entre otros muchos, sus más allegados, como L. Cernuda, M. Altolaguirre, Concha Albornoz, R. Chacel y su marido Timoteo Pérez Rubio, R. Dieste, Sánchez Barbudo, Serrano Plaja, J. Chabás, Bergamín o el filósofo E. Imaz. Había que estar con el pueblo, comprometerse íntegramente con él. El pueblo, puesto en armas; «Puesto en pie», escribirá inmediatamente Zambrano, en su artículo de Septiembre, «La libertad del intelectual», cuyos acentos, ideas y ardor resuenan todavía en Viento del Pueblo (1937), de Miguel Hernández: «Nuestro cimiento será siempre el mismo: la tierra. Nuestro destino es parar en las manos del pueblo».
Incardinada de lleno en las actividades de la AIDC, Zambrano tendrá, de inmediato, problemas en y desde esa Alianza. En: se la denuncia como fascista por haber participado en el FE. Ella misma provoca un «juicio», en el que comparece ante los aliancistas. Bergamín y Alberti zanjan la cuestión. Desde: en Asamblea de la Alianza del 30 de julio se ofrece a conseguir la firma de Ortega —en ese instante recluido, enfermo, en la Residencia de Estudiantes— para un manifiesto, muy mesurado, de apoyo a la República que habían ya firmado Machado, Menéndez Pidal, Marañón, Pérez de Ayala, Gustavo Pittaluga, Teófilo Hernando, Juan Ramón Jiménez, Juan de la Encina, Gonzalo R. Lafora, Pío del Río Ortega y Antonio Marichalar. Al frente de una comisión de aliancistas, Zambrano consigue convencer a Ortega de que lo firme también. No logra, en cambio, persuadirle para que hable a favor de la República en Radio América. Un año después, Ortega escribirá en su artículo profranquista «En cuanto al pacifismo» —incluido después en «Epílogo para ingleses» de La rebelión de las masas—: «Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligaban, bajo las más graves amenazas, a escritores y profesores, a firmar manifiestos, a hablar por radio, etc., cómodamente sentados en sus despachos, exentos de toda presión».
1937
El 14 de septiembre de 1937 María Zambrano se casa con Alfonso Rodríguez Aldave en el juzgado del Distrito de La Latina, y dado que su marido acaba de ser nombrado secretario de la embajada española en Santiago de Chile, partirán hacia allí a primeros de octubre. Durante el viaje —en el barco frutero Santa Rita, que recala en varios puertos, atraviesa el canal de Panamá y bordea Ecuador y Perú hasta Valparaíso, desde donde viajan en tren hasta Santiago—, en la parada que realizan en La Habana, conoce, un día de octubre, al que será su más grande amigo: José Lezama Lima. En Santiago trabaja activamente por la causa republicana. Escribe Los intelectuales en el drama de España; envía a Hora de España su artículo «El español y su tradición»; publica en Argentina, en Pan, algunos artículos sacados de aquel libro, y probablemente también la «Carta al Doctor Marañón», en él incluida; y prepara la Antología de Lorca y el Romancero de la guerra civil española, ambas publicadas, como aquel libro, en la editorial santiagueña Panorama.
La angustia por estar lejos de España en aquellos momentos impele a Zambrano a volver a ella. Llegan el 19 de junio, el mismo día que cayó Bilbao; en el momento en que comienzan a acelerarse las salidas de tantos intelectuales republicanos. Su marido se incorpora al frente, y ella se integra a Hora de España, pasando a formar parte de su Consejo de Redacción. Vive en la valenciana Plaza de Castelar. Recuerda Francisco Giner haberla visto con frecuencia en el café Ideal, recién llegada de Chile. Participa en el II Congreso internacional de escritores para la defensa de la cultura, del 4 al 17 de julio, colaborando en la ponencia colectiva de los miembros de Hora de España. Durante este congreso conoce a Octavio Paz y a los cubanos Juan Marinello, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier; pero, sobre todo, le impresionan César Vallejo y la gran pensadora francesa, a la que admirará toda su vida, Simone Weil, vestida entonces de miliciana. Entabla gran amistad con Emilio Prados.
Publica, en la valenciana Tierra Firma, un memorándum de las actividades culturales realizadas por la Alianza de intelectuales antifascistas, desde julio de 1936 a julio de 1937; y en Hora de España van apareciendo «Españoles fuera de España» —su más ardorosa muestra de patriotismo republicano—, «La reforma del entendimiento español», «Dos conferencias en la Casa de la Cultura» (de J. Marinello y N. Guillén) y, ya en diciembre, la recensión del libro de A. Machado La guerra, en que se enuncia, por primera vez, la «razón poética».
Es nombrada consejero de Propaganda y consejero nacional de la Infancia Evacuada. Participa en la reapertura de la Casa de la Cultura en Valencia —12 de agosto— y en sus actividades. Así, colabora en la gestión de la revista Madrid. Cuadernos de la Casa de la Cultura que dirigen Díez Canedo, a quien habrá de sustituir en el tercer número de la revista al marchar aquél a México. El 16 de noviembre le escribe una larga carta a R. Dieste en la que le expresa que la guerra de invasión sobre España, «la guerra de nuestra independencia me ha convertido, quiero decir que me sumergió absolutamente en lo español»; a más de señalarle algunas diferencias con él y manifestarle el cierto dilema en que ella se ve entre estoicismo y cristianismo, poniendo, nuevamente, de manifiesto su soledad y constatando la dispersión de los intelectuales.
1938
Interviene en numerosos actos públicos de afirmación republicana, tanto en Valencia como en Barcelona donde se traslada a vivir con sus padres y hermana Araceli a comienzos de año (número 600 de la entonces avenida 14 de Abril). A la vez que prosigue en todas sus anteriores actividades, colabora con La Vanguardia —«La nueva moral», 27 de enero, y «El materialismo español», 5 de febrero— y con la Revista de las Españas (julio, número 162, dedicado a la hermandad con Chile) —«Tierra de Arauco»—. Imparte un curso en la Universidad de Barcelona, en el que ocupan un lugar destacado el estoicismo, el pitagorismo y Plotino. Retoma la lectura de Heidegger, y de ahí, probablemente, que ahora escriba el escueto «Antonio Machado y Unamuno, precursores de Heidegger». Consta que es también ahora cuando hace una pormenorizada lectura de El concepto de la angustia, de Kierkegaard. Es relevante la réplica que le hace a E. Mounier en «Un testimonio para Esprit» (junio), en defensa del ministro español en La Haya, Semprún y Carro, y, en definitiva, constatando su fidelidad al gobierno republicano y como «un acto de fe en la dignidad y la libertad ultrajadas del pueblo español».
Junto a éste van apareciendo sus artículos mayores de la guerra; entre los que destacan «Un camino español: Séneca o la resignación» y «Misericordia»; los cuales hallan respectivamente, sus correlatos en sendas cartas: la citada a Dieste, y la durísima y beligerante que escribe a R. Chacel (entonces en París), el 26 de junio en Barcelona, bajo las bombas, y hablándole de los unamunianos y orteguianos errores que ella, Chacel, sigue, y de los «traidores» como Giménez Caballero, y de cuantos han hollado «la sagrada independencia de la patria». Carta esta en la que, además de «Misericordia», aparecen varios de sus proyectos filosóficos, como el de Filosofía y poesía, y un libro sobre una serie de españoles, con Séneca a la cabeza, que se convertirá en Pensamiento y poesía en la vida española y toda la serie de escritos sobre España. Y a pesar del radical asentimiento que Zambrano muestra en esta carta a la política y a las consignas oficiales, su libertad de acción y de pensamiento —la soledad y no vinculación a partido político alguno se patentizan expresamente también en esta carta— son menoscabadas en algún momento, como en la concesión del Premio Nacional de Poesía para 1938 de cuyo jurado formó parte, junto a Díez Canedo y Josep Renau: tras gran competencia entre Prados, Garfias, Serrano Plaja y Gil-Albert, se le otorgó a éste por Son nombres ignorados; fallado el premio, el siempre intervencionista Wenceslao Roces, subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública, anula la decisión y otorga el premio a P. Garfias. No era nuevo: ya, al comienzo de la andadura de Hora de España, había obligado a suprimir de la «Elegía a García Lorca», de Cernuda, la estrofa referida a la homosexualidad de aquél. Nada de ello obsta para que Zambrano —como Machado, Tomás Navarro Tomás o Victorio Macho, quienes acabarían defendiendo a Roces— prosiga mediando entre enfrentados sectores de intelectuales y políticos. «¡Todos unidos para salvar a España, traicionada e invadida, pero imperecedera y segura de victoria!», finalizaba el «Manifiesto de los intelectuales de España por la victoria del pueblo» que publicó La Vanguardia el 1 de marzo de este año, y en cuya redacción participó Zambrano, firmándolo, al igual que su padre, Don Blas, junto a un numeroso grupo de profesores, escritores, artistas, médicos, ingenieros y juristas. Con escritores y artistas se encuentra en el barcelonés Salón Rosa, donde, según recuerda F. Giner, «si María estaba […] todo lo presidía su gracia natural, aquella como presencia de una ternura que con su chispa aventajaba al sitio —sin que ella se perdiera— de la inteligencia viva, también presente». Hubo de ser a mediados del año cuando A. Machado vio por última vez a su querido amigo, Blas Zambrano: «Vi a Don Blas por última vez en Barcelona —escribe el último Mairena póstumo— acompañado de su hija, esta María Zambrano que tanto y tan justamente admiramos todos. Pláceme recordarle así, ¡tan bien acompañado! Encontré a don Blas algo envejecido». El 22 de noviembre, Machado, que le escribe a María agradeciéndole el artículo sobre su libro La guerra («En él ha vertido usted —le dice— la cornucopia de su indulgencia y su bondad; pero como posee usted, además, mucho talento, su crítica casi parece justa»), todavía le pregunta por «mi querido amigo don Blas», y le cuenta su sueño del «arquitecto del acueducto», que no es otro que el propio Don Blas. Pero éste había muerto ya el 29 de octubre. A su muerte dedicará Machado uno de sus más hermosos artículos, y el último, de su Mairena póstumo, en el número XXIII de Hora de España. El mismo en el que también iban dos artículos de María: «Las ediciones del Ejército del Este» y «Pablo Neruda o el amor a la materia», donde todavía las palabras resisten y alientan.
Pero la guerra ya está perdida. En noviembre Zambrano se suma a los que acuden a despedir a los brigadistas internacionales. El 23 de diciembre 25 divisiones del ejército «nacional» inician la ofensiva de Cataluña.
1939
Ya hay que irse. Les echan de España. El 25 de enero, el mismo día en que capitula Barcelona, del número 600 de la Avenida 14 de abril salen Doña Araceli Alarcón, sus hijas, Araceli y María, dos niños, sus primos José y Rafael Tomero, Rosa, la criada, y «Mickey», el perro de los niños. les está esperando el gran coche negro, propiedad de Manuel Núñez, el último director general de Seguridad de la República; auto que unas semanas antes había abierto el gran cortejo que seguía la furgoneta fúnebre con el cuerpo de don Blas Zambrano, camino del cementerio de las Corts. Ahora, camino del exilio: Figueras, La Junquera, Le Perthus. Antes de llegar a la Junquera, el coche va muy despacio entre la inmensa muchedumbre que huye atemorizada, y ven a don Antonio Machado caminando casi inválido y sostenido por su madre. Ante su negativa a la invitación a subirse al coche María Zambrano baja de él y llega andando a la frontera con el poeta. En Le Perthus permanecen casi todo el día en un café hasta que consiguen albergue en el hotel Du Tourisme, en Salses. A los pocos días, María se reúne allí con su marido, y juntos parten a París, desde donde van a México; mientras, su madre y Araceli se quedan en Francia, donde les espera el calvario a que los nazis someterán a Araceli, tras la prisión en Paría de Manuel Núñez, finalmente extraditado por presiones de Serrano Suñer, y fusilado en Madrid.
El viaje a México lo ha relatado Zambrano en Delirio y destino: «Era como sentirse en vías de nacer a través de aquella agonía inédita». Tras una breve estancia en Nueva York, se dirigen a La Habana, donde María puede dar unas conferencias que les alivian la penuria en que están. Enseguida parten a México, reencontrándose con otros eminentes exiliados que han ido llegando, desde 1938, invitados por la Casa de España: Recasens Sitges, León Felipe, Moreno Villa, Ots Capdequí, Díez Canedo, Gutierrez Abascal, G. R. Lafora, Bal y Gay. Poco antes que ella han llegado A. Salazar, A. Medinaveitia, Blas Cabrera, P. Carrasco Garrorena, P. Bosch Gimpera, A. Trías, W. López Alba, y sus dos grandes amigos E. Prados y R. Dieste. Aún irían sumándose a la Casa de España, al par que Zambrano, otras muchas relevantes personalidades de las letras y las ciencias españolas; creándose, así, una compleja estructura de doce miembros de pleno derecho, quince residentes (entre los que se encontraban también Bergamín, B. Jarnés, J. Carner y el filósofo J. Xirau), más múltiples invitados y becarios, algunos comisionados especiales, así como otros miembros honorarios. En esta eximia Casa conoce a sus patronos, Cosío Villegas y Alfonso Reyes, con quien, desde entonces, le unirá una gran amistad. Ante tan eminente público, pronuncia Zambrano las tres conferencias sobre «Pensamiento y poesía en la vida española»: «Todos —y Alfonso Reyes el que más— quedamos fascinados —dirá F. Giner de la llegada de Zambrano a la Casa de España— […]. Como estuvimos fascinados unos días después en el Palacio de las Bellas Artes cuando María Zambrano dio sus memorables tres conferencias antes de marcharse para Michoacán». Octavio Paz recensionaba estas conferencias en el número 4 de Taller: «María Zambrano ha dado tres magníficas conferencias. El pensamiento […] es singularmente nuestro siendo tan suyo. Anuncia en toda su apasionada riqueza un estado de espíritu que es ya el de muchos. Nostalgia de un orden humano, búsqueda y profecía de un logos lleno de gracia y verdad. Y esta angustia alcanza en María un tenso, hondo equilibrio».
La resonancia de estas conferencias no hace sino amplificarse con su inmediata publicación en libro: Pensamiento y poesía en la vida española. Su influencia es tan grande en el grupo poético de Taller: J. Alvarado, L. Zea, A. Quintero Álvarez. De entre los españoles fueron menos los que se ocuparon de unas y otro: F. Giner, E. Imaz o Moreno Villa. Sin embrago, Zambrano no puede quedarse como residente en la Casa de España y es comisionada, de modo permanente en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia. Algunos testigos del momento han adivinado espurios motivos en tal remisión, y que, en todo caso, sus colegas no le dieron su verdadero sitio entre ellos. Curioso es que Gaos no la mencione ni una vez en sus Confesiones profesionales. En Morelia, el día 1 de abril, Zambrano comienza sus clases de Historia de la Filosofía explicando el concepto de libertad en Grecia, mientras en Madrid «desfilaban los gritos de la bárbara victoria», escribirá Zambrano en Violetas y volcanes, ya en 1989. Ahí recordará la Universidad de Morelia: «Una Universidad que tenía, como toda la ciudad, el color de Salamanca, dorada. se alzaban las inmensas buganvillas, que yo nunca había visto tan inmensas […]. Comencé a dar mi clase en medio de ese silencio, en ese que tiene el indito, y lo digo con todo cariño, en ese silencio del indito mexicano. Y cómo me escucharon, cómo me arroparon. Su silencio fue para mí como un encaje, como una envoltura o una mantilla de esas que les ponen a los niños que tiemblan. Porque yo temblaba por todo y me quitaron el temblar».
En Morelia publica «Nietzsche o la soledad enamorada», en junio. Y el día 16 de ese mes finaliza «San Juan de la Cruz (De la noche obscura a la más clara mística)», que se publicará en diciembre en Sur, de Buenos Aires. Es ya el momento del «agua», de la disolución de todo rencor, en el mismo proseguido fracaso; del agua y de la visibilidad, de la transparencia. María Zambrano me dictó en el, al fin fracasado, dada su ya muy mala salud, intento de hacer un discurso enteramente nuevo para la recepción del premio Cervantes, en 1989, pero del que han quedado, aún así, unos bellísimos fragmentos: «Y hay lugares del mundo hispánico donde esta visibilidad se hace resplandeciente; y así en Michoacán, donde se me dio a conocer la experiencia de la unidad perfecta de la forma que hasta alcanzan los ínferos reales del habla. Aquella lluvia angelical tan fina que me indicaba a mí y a mis pacientes alumnos que eran las cuatro de la tarde […]. Allí en Morelia, cuyo camino yo no había buscado sino que el camino mismo me llevó a ella […]. Fui sustraída a la violencia y me encontré en esa paz que se destaca con especial fuerza y delicadeza en aquella ciudad […]. la revelación de un logos indeleble y secreto, misterioso e invencible de las letras hispánicas, aún por lograrse, recorriendo todas ellas como una música sin par que se da en múltiples lados y se hace notar que todavía no se ha acabado […] de lograr enteramente».
Allí, y así, mientras —ironizaba Zambrano— es ella la facultad entera de Filosofía, impartiendo 5 ó 6 materias diferentes, finaliza Filosofía y poesía —el libro de temática general, gemelo de Pensamiento y poesía en la vida española— que editará Publicaciones de la Universidad Michoacana. También allí escribe otros dos artículos que, significando la síntesis de su larga e intensa andadura entre 1928 y 1939, inician, junto a esos dos libros, una nueva etapa de su pensamiento —que bien podemos denominar, simbólicamente, del «aguallama», por la misma simbología que, de este 1939 a 1945, la va a presidir—: «Poesía y filosofía» y «Descartes y Husserl». Pero, su camino no se detenía en aquella hermosa ciudad, donde vio crecer y firmó su propia paz, respondió a la llamada de las «islas» y del que sería su gran amigo y par: Lezama Lima. El día 1 de enero de 1940, María Zambrano está ya en La Habana.
1940
El día primero del año María Zambrano y su esposo están nuevamente en La Habana, donde ella dará clases en la Universidad y en el Instituto de Altos Estudios e Investigaciones Científicas. Allí encuentra un recinto (su «Cuba Secreta») amistoso cuyos polos fueron Lezama Lima y (en el más puro amor) el doctor Pittaluga, amigo de Ortega y a quien ya conocía desde Madrid. Desde Cuba, Zambrano se traslada con frecuencia a Puerto Rico, donde intermitentemente, hasta 1943, pronunciará cursos, seminarios y conferencias en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de San Juan, así como en la Asociación de Mujeres Graduadas. Y «La agonía de Europa» (publicada en la revista Sur) es para Zambrano su propia agonía ante las de su madre (muy enferma) y su hermana Araceli, ambas en el París invadido por los nazis. Para Araceli comienza el calvario que la va a llevar a las puertas de la locura, acosada por la Gestapo, dado que conoce a uno de los personajes más perseguidos por el franquismo (y en concreto por Serrano Suñer), Manuel Núñez.
1941
La reflexión sobre España se ha ido expandiendo hacia la tragedia que vive Europa. Y el análisis de «La violencia europea» (Sur), se va a adentrar en las propias raíces de la esperanza que aquellas agonía y violencia deja entrever. Se dará ya el típico movimiento del péndulo filosófico zambraniano: es el ir desde la destrucción y la oscuridad al íntimo punto de la luz que ellos celan. Para llegar a él, y como Zambrano considera que sucede con toda clarificación vital humana, ha de mediar una íntima profesión. Así recorre ella los caminos de los géneros confesionales occidentales, desde San Agustín: La confesión como género literario y como método («Luminar») precede a «La esperanza europea» (Sur, ya en 1942) que es la primera de las indagaciones de Zambrano guiada explícitamente por una antigua intuición (que poco antes ha manifestado, aunque no toda su complejidad, en «El freudismo, testimonio del hombre actual»): la primera «represión» real del hombre es la de la esperanza y la del tiempo.
Se trata de la oclusión de los cauces de apertura de los múltiples tiempos que hay que liberar, única forma para que aquella esperanza se manifieste con plenitud y sosiego, más allá de sus trágicas máscaras de crimen y desesperanza.
1942
Continúa sus clases y conferencias en La Habana. En 1943 se va a vivir a San Juan de Puerto Rico, nombrada profesora de la Universidad de Río Piedras. Cada vez más el pensamiento de Zambrano se ve imantado hacia la consideración de las raíces de la violencia europea y las conexiones que haya entre ésta y sus formas de pensamiento, así como las escisiones que en ella se producen entre el «sistema» (filosófico) y el «poema». Todo ello pone en cuestión la misma idea de la libertad tal como eclosiona desde el idealismo alemán del siglo XVIII (Kant, Fichte, Shelling y Hegel). Todas sus clases y conferencias de esta época son la patentización de estos tres problemas. Y siempre con la mirada puesta en los dos polos que Zambrano considera son históricamente los gérmenes de una posible «razón mediadora» entre la violencia del pensamiento y los anhelos olvidados (por reprimidos) de la vida: el estoicismo y el pitagorismo, del que Zambrano encuentra es una continuación el neoplatonismo y, por modo singularmente atrayente para ella, el de Plotino. Asimismo profundiza considerablemente algunas tesis del «personalismo» y establece un diálogo muy crítico con el existencialismo.
1943-1945
Además de sus cursos en Puerto Rico y La Habana, en ésta Zambrano pronuncia algunas conferencias en la Asamblea de Profesores de Universidad en el exilio. De estos años procede el afianzamiento de su amistad con profesores españoles como García Bacca o Ferrater Mora. Y es en 1944 cuando hay que fechar con exactitud (entre mayo, en que publica «La destrucción de las formas» y el 7 de noviembre, cuando escribe carta a R. Dieste y se explaya al respecto) la nítida visión de lo que ha de ser la «razón poética». En aquella carta escribe: «Hace ya años, en la guerra, sentí que no eran “nuevos principios” ni “una Reforma de la Razón” como Ortega había postulado en sus últimos cursos, lo que ha de salvarnos, sino algo que sea razón, pero más ancho, algo que se deslice también por los interiores, como una gota de aceite que apacigua y suaviza, una gota de felicidad. Razón poética…es lo que vengo buscando. Y ella no es como la otra, tiene, ha de tener muchas formas, será la misma en géneros diferentes». Y en esta razón se dan cita Empédocles («hay que repartir bien el logos por las entrañas»), Plotino, y de forma particular, pero clarísima, Spinoza y Nietzsche: «(…) Por la alegría inmensa, por la beatitud que da e sacarse algo de dentro, de muy adentro, el volver a ser niño escribiendo» —escribe Zambrano también en aquella carta—. A su vez, en estos años da un largo curso en La Habana sobre «El nacimiento y desarrollo de la Libertad, de Descartes a Hegel»
Agosto de 1946
Viaja de La Habana a París —esperando visado y billete durante un mes en Nueva York— .ante la comunicación de la grave enfermedad de su madre. Cuando llegue, el día 6 de septiembre, ya estará enterrada. Y encontró a una Araceli que acababa de vivir una pesadilla (tras las torturas que le infligieran los nazis, la extradición de su marido desde la cárcel de La Cité a España, donde fue fusilado). Y esta penosa situación será la razón de que María Zambrano no abandone ya apenas un momento a Araceli hasta la muerte de ésta. En Delirio y destino (pág. 246) llegó a escribir: «ellas dos hacían una sola alma en pena».
1946-1948
Ambas hermanas permanecen estos años en París, gracias a la generosidad y protección de algunos amigos: del matrimonio griego Cervos, del que el marido fue un acaudalado banquero y experto encargado por Picasso para autentificar sus cuadros. María inició con Picasso cierta amistad que no tendría continuidad. Vivieron también en casa del escritor francés J. Charles Fal (Chaussèe de la Muette, 8 bis) y con Octavio Paz y Elenita, su mujer entonces, en la Embajada mexicana en París. Conoció entonces Zambrano a lo más florido de la intelectualidad francesa: Malraux, Sartre, Simone de Beauvoir; pero con quienes realmente estableció una profunda amistad fue con el poeta Renè Char y con Albert Camús. Éste, el día que murió (1960) en accidente de automóvil, llevaba en el coche la traducción francesa para Gallimard de El hombre y lo divino. Y a más de las amistades con Juan Soriano, Bergamín o Ángel Alonso, ambas hermanas gozan de la del pintor inglés Timothy Osborne quien, hasta la muerte de María será su gran protector económico.
1948
María Zambrano se separa de su marido Alfonso Rodríguez Aldave. Existe constancia de que Zambrano estuvo en La Habana en algunos momentos durante este año.
1949
Nuevamente María Zambrano, ahora acompañada por Araceli, se establece en Ciudad de México, en cuya Universidad le es ofrecida la cátedra de Metafísica que ha dejado vacante García Bacca. Habiendo aceptado inicialmente, renuncia a ella para trasladarse de nuevo a La Habana.
1949-1953
Acaso hayan sido estos años los definitivos en cuanto a la maduración de su pensamiento. Conferencias, clases, incluso particulares, publicación de numerosos artículos, son las actividades que sustentan de forma precaria a las dos hermanas. Ante la convocatoria de un premio literario por el Institut Européen Universitaire de la Culture, para una novela o biografía, María Zambrano escribe y envía en menos de cuatro semanas Delirio y destino. Aunque este premio recayó en Vintila Oria, Gabriel Marcel, miembro del jurado —del que era presidente Salvador de Madariaga—, expresó su disentimiento y las razones por las que creía fuese el merecedor del galardón el libro de Zambrano. Obtuvo una mención de honor y se recomendó su publicación a la Guide du Livre. Zambrano, de hecho, no quiso publicarlo hasta su vuelta a España.
El prestigio de Zambrano en La Habana era grande. Desde Lezama Lima a Cintio Vitier, Eliseo Diego o el músico Julián Orbón, han manifestado que verdaderamente la que constelaba al más importante grupo de poetas, novelistas e intelectuales cubanos, era ella. A propósito de la antología de 10 poetas cubanos recopilada en 1948 por Cintio Vitier, Zambrano escribió «Cuba Secreta», artículo que supondría un hito para todos los intelectuales.
1953
Araceli y María Zambrano abandonan Cuba —a la que ya volverá sola María, y por un período muy breve en 1954—. Se instalan en Roma. Primero en un apartamento de la Piazza del Popolo y en los primeros años 60 en la del Flaminio.
Elena Croce, Elemire Zolla, Victoria Guerrini (Cristina Campo, literariamente) son sus mejores amigos italianos. Y entre los españoles Ramón Gaya, Diego de Mesa, Enrique de Rivas, Rafael Alberti, Jorge Guillén. Solían reunirse en el café Rosati, donde también se daban cita otros muchos intelectuales italianos, como el círculo de Alberto Moravia y su esposa, Elsa Morante. «Nos movíamos muy bien —ha recordado Ramón Gaya -por estos lugares: el Café Greco, Piazza de España, Via del Babuino, la Fruteria, la Trattoria (…) pero donde quizá he visto a María, no más feliz, ni más triste, si no más… plena, más completa, ha sido en la Via Apia. A María le gustaba, sobre todo, llegar hasta un relieve muy perdido, muy gastado; de la tumba romana (…)».
1955
Fallece José Ortega y Gasset y su discípula publica en la revista Ínsula (n.º 119) su necrológica («D. José»). En Roma, conoce Zambrano también a otros intelectuales españoles: algunos jóvenes literatos como Alfredo Castellón, y al poeta y traductor Tomás Segovia, a Alfonso Roig y Agustín Andreu, curiosos representantes y herederos de la Iglesia católica, de esa que Zambrano llama «religión de la luz». Entabla amistad también con Carlos Barral y Alfonso Costafreda, pero sobre todo con Jaime Gil de Biedma, quien en Compañeros de viaje (1958) le dedica su poema: «Piazza del Popolo (habla María Zambrano)». «Cuando iba Jaime Gil de Biedma a Roma», ha escrito Zambrano14, «solíamos pasear por la Via Appia, donde todavía tengo un amante que me espera (…) Mi enamorado (…) sigue allí, es una estatua… Allí, en Roma, entre la Piazza del Popolo, la Via Appia, el Rosati, en el lugar donde están apretados los cipreses, donde las almas te hablan, allí está el recuerdo de mi hermana Araceli y de Diego de Mesa y de Jaime Gil de Biedma».
Además de dirigir la sección de literatura española en la revista Botteghe oscure, trabaja incansablemente en dos grandes investigaciones: las referidas a «Filosofía y Cristianismo» y «Los sueños, el tiempo y el pensar». De los restos del naufragio —afirmará ella— de la primer surge El hombre y lo divino. Los avatares de los diversos enfoques fragmentarios de la segunda, conducirán a una serie de publicaciones: las tres versiones que hace de Los sueños y el tiempo, para sendas revistas Diógenes, de Buenos Aires y París (1957) y la traducción al italiano en 1960. Así mismo, envía al Congreso de Rougemont (1954) «El sueño creador», que en forma ampliada publicará en 1955. Todos los escritos de Zambrano desde 1953 a 1965 (…) configuran —en una multiplicidad de temas y singulares visiones— una continuada y coherente reflexión sobre el nacimiento de la forma a través de los sueños y de los tiempos, acerca del «sueño creador» que consuma y consume las discontinuidades del tiempo de la vigilia y le hace entrar en el «ancho presente» donde la vida humana se hace posible y comienza a renacer. Y durante toda esta «etapa» de Zambrano, los motivos históricos, éticos y políticos se imbrican de forma renovada con la reflexión sobre la conciencia, la constitución del individuo y la persona, y los ya casi místicos vuelos que va adquiriendo el pensar de Zambrano. Así, Persona y democracia (1959), La tumba de Antígona (1967), establecen una peculiar relación entre la «historia trágica» (la realmente habida) y la posibilidad de una «Historia ética», que es, para ella, el único punto de fuga salvador del persistente «exilio» en que habita la tierra el ser humano. «La carta sobre el exilio» (1961) aparece así como uno de sus escritos más clarificadores para comprender desde qué perspectiva histórica está Zambrano creando su «razón poética».
Pero estos puntos de luz proceden de una gran penuria vital. Y aun de infiernos, en calificación de la propia Zambrano, en carta a Lezama Lima de 1956. Araceli pasa gravísimas y sucesivas tromboflebitis entre 1957 y 1958. «Y lo más terrible: la situación económica», escribe Zambrano en una carta a su tía Asunción, el 31 de Agosto de ese año. «Pues yo tenía un poco de dinero de mi libro de Puerto Rico pero se gastó en poco más de un mes. Y luego… he tenido que escribir cartas y más cartas pidiendo dinero; he tenido que pedirlo prestado a los amigos de aquí, he tenido que mandar de prisa y corriendo trabajos míos a revistas para que me los paguen (…) Lástima que no tengamos una casa, siquiera una habitación para ofrecérosla. Tenemos dos divanes que ni sé cómo han resistido (…)». Pero los días romanos, además de por los amigos presentes, están acompañados por los ausentes. Existe de esta época una abundante correspondencia, entre muchos otros, con Lezama Lima, Emilio Prados, L. Cernuda, Bergamín (desde enero de 1954 a octubre de 1963 éste escribe a Zambrano, al menos, 14 cartas). Todas desde el más luminoso goce (no exento de venenosos venablos a diestro y siniestro) por encontrarse de nuevo en Madrid. Y en el balanceo desde el eufórico «venid pronto» al cauteloso «todavía no», el pájaro pinto siembra en María Zambrano la necesidad del «porque debes venir un día. Debes venir. Sufrirás más si no lo haces. Pero todavía espera un poco más» —le escribe el 5 de octubre de 1963.
Agosto de 1964
Araceli y María Zambrano se ven literalmente expulsadas de Roma. Fueron denunciadas por un vecino fascista, por causa de los múltiples gatos que tenían en su piso de Lungotevere Flaminio. Recibiendo la policia una orden de expulsión para dejar Italia en doce horas. A través de E. Croce y del propio hijo de Saragat accedieron a éste, entonces Presidente de la República, quien hubo de interrumpir un Consejo de Ministros para poder cancelar el susodicho mandato de expulsión. Pero en septiembre las dos hermanas, acompañadas de su primo Rafael Tomero, abandonan Roma para irse a una casa de la montaña del Jura, en La Pièce. Rafael Alberti ha relatado la escena de la salida de Roma: «(…) María iniciaba la partida hacia el pequeño caserío francés de La Pièce, en la frontera suiza, con toda su corte felina acuestas maullando desde el interior de mínimas jaulas».
1964-1971
El 14 de septiembre de 1964 legan a la casa de La Pièce. «Parece un convento abandonado» —dijo María Zambrano al verlo— «pero tiene gracia». Aquilino Duque, Ángel Valente y los primos Rafael y Mariano Tomero fueron los más significativos valedores de las hermanas en aquella soledad. Y aquí María Zambrano trabajará y escribirá más que nunca. Amplía El sueño creador, publica España, sueño y verdad, y finaliza La tumba de Antígona. En 1967 aparece «La palabra y el silencio», artículo clave hacia los Claros del bosque, pero también son de esta época múltiples trabajos que figurarán luego De la aurora, Los bienaventurados, Notas de un método y Los sueños y el tiempo. A más de ello existen aún numerosos inéditos de esa época.
Y, aunque mínimamente, algo resuena en España de esta «rara» escritora. A través de la revista Ínsula, desde los primeros años 50. Ahora, Los cuadernos del Norte, Papeles de Son Armadans y Triunfo, de cuando en cuando, publican algún artículo suyo. A su vez, J. L. L. Aranguren publica en la Revista de Occidente (febrero de 1966) «Los sueños de María Zambrano» y enseguida aparece en Ínsula (septiembre) el artículo de J. A. Valente «María Zambrano y el sueño creador». En 1967, J. L. Abellán le dedica un estudio en Filosofía española en América (1936-1966). Desde 1970 las hermanas tienen proyectado el irse a vivir en Torre del Greco, a la Villa Leopardi (llamada la «Ginestra» porque allí escribió el poeta este poema, sobre las faldas del Vesubio. A través de Elena Croce, la Villa le fue ofrecida a María Zambrano por el Comité Italiano para la Conservación de Monumentos. Lo impide la salud de Araceli que es progresivamente precaria. A pesar de la resistencia de María a internarla en una clínica, a finales de 1971 ha de acceder a llevarla a la de Belair donde conoce al gran psiquiatra español Ajuriaguerra. El día 20 de febrero de 1972 Araceli fallece como consecuencia de una aguda troboflebitis. Pocos días antes de morir parece haberle dicho a su hermana: «María, desenróscate, que te prendes a mi como una serpiente. ¡Déjame morir!».
1972
Tras la muerte de Araceli, María Zambrano permanece cuatro meses en La Pièce. En el otoño realiza un viaje breve a Grecia como Timothy Osborne y su esposa Nancy, visitando Atenas, Delfos, Eleusis y Sounion.
1973
Todo este año vive nuevamente en Roma (trasladándose con frecuencia a La Pièce), en un hermoso ático de la Piazza dei Fiori que le proporciona su «hermano» Timothy Osborne. Vive voluntariamente aislada, retirada y sin un solo gato. «La Máscara de Agamenón» o «El vaso de Atenas», testimonian ambos tanto aquel viaje a Grecia como el poso que le dejó la muerte de su hermana; el mismo que le hará escribir, ya para Claros del bosque, «La entrega indescifrable».
1974-1978
Vuelve a residir en La Pièce. Siempre acompañada por algunos íntimos amigos y sus primos Rafael y Mariano Tomero, María Zambrano lleva una vida de máxima concentración. Surge Claros del bosque, en cuya ordenación le ayudó J. A. Valente y que fue mecanografiando Joaquina Aguilar. Pero antes da a publicar el que acaso sea el escrito más clarificador de la «vía» que Zambrano viene recorriendo: «El camino recibido».
Y en un curioso movimiento de hacer renacer lo más valioso de la tradición española y de sus maestros y contemporáneos, va publicando sus más decisivos puntos de vista sobre: Machado y M. de Molinos (1975), García Lorca (1976), la Generación del 27 y E. Prados (1977), Miguel Hernández y Cernuda (1978), Pablo Iglesias, Bergamín, Miró (1979) y no deja de parecerme que Claros del bosque es la manera en que Zambrano pone en «obra» al propio San Juan de la Cruz. Zambrano allí, está manifestando, ya en una forma muy depurada, la filosófica y vital «autofagia» que ella declaró (en «San Juan de la Cruz de la noche oscura a la más clara mística»), había realizado el santo. Por ello, un escrito breve muy iluminador de esta frase es «El horizonte y la destrucción» (1975). No creo pueda comprenderse Claros del bosque sin tener en cuenta la conversión que en este libro se hace del «horizonte filosófico» (regido por la metáfora de la pura «visibilidad») en el «centro» de una razón poética (regida ya por una luz que es la sonorización de Apolo) Zambrano regresa del sentido al puro sonido. También el castellano gana con ello.
1975
Lezama Lima le dedica su poema «María Zambrano» (recogido en Fragmentos a su imán): « María se nos ha hecho tan transparente / que la vemos al mismo / en Suiza, en Roma o en La Habana (…).
1977
Fallece aquel su gran amigo, y Zambrano escribe su «Lezama Lima: Hombre verdadero». El deterioro de su salud física es constante. Pero lo más penoso para ella es la progresiva pérdida de la vista. Cada vez le es más costoso leer y escribir. No obstante, va componiendo algunos fragmentos de De la aurora: «Los mares», «Tal como un péndulo».
1978
Se traslada a Ferney-Voltaire a un piso moderno, muy cerca del Chateau de Voltaire. Proliferan sus males y los de su primo y atento cuidador Mariano que ha de ser ingresado en Ginebra con una perforación de estómago. No obstante, sigue trabajando intensamente en la elaboración de lo que luego serán Notas de un método. Le escribirá el 2 de julio al poeta Edison Simons: «Son elocuentes los signos de que publicar es una transgresión para algunas personas entres las que me cuento (…) quemar todos mis papeles, irme a un verdadero desierto (…), no lo se. Y si creyendo saberlo, no encuentro modo, fuerza, capacidad ni quien me lleve —esto último sobre todo—, será mi destino, mi sentencia, quedarme en el confín». Las obras de Zambrano van adquiriendo un tono secreto, desde el que, como de puntillas, se hacen múltiples exégesis filosófico-poéticas de la gran tradición. Cierta «alquimia» filosófica va empapando todos sus escritos.
1979
El declive físico es inexorable. Pero ello no la rinde. El 12 de agosto escribe a Edison Simons: «Estoy incapaz de todo o casi todo. Necesito adentrarme en alguna secreta fuente de agua pura y vivificante, en silencio, con el pensamiento, eso sí, de los amigos que quiero hondamente. No me siento sola. Edi, no estamos solos». Y es precisamente ahora cuando, en la distancia, establece una gran amistad con María Luisa Lezama. Y siguen persistentes los recuerdos de su «Isla secreta» y los contactos epistolares y personales con ella: Cintio Vitier, Carlos Franqui, e incluso con algunos «foráneos» a quienes como «Cortázar», los conoció en ella.
1980
Se traslada a Ginebra (Avenue de Secheron, 3). Allí todo pudiera ser más fácil. Rafael y Mariano Tomero, Orlando Blanco, Paloma Prados, Emma García y su esposo el profesor Luis López Molina, los médicos R. Pascual y el llamado (por María) «ogro» Zrumba, Carmen Petere, a más de Americo Ferrari, Chimo Verdú, o el propio Valente, «cuidan» de una María Zambrano cada vez más frágil y necesitada de todas las ayudas. Hay dos escritos publicados este año que acaso sean los mejores testimonios de su estado anímico: «No la llaméis, no la llaméis que no viene» (a la muerte, se entiende), y «La Noche del sentido -la aurora de la palabra es la noche del sentido». A su vez, su fidelidad personal y literaria a sus amigos se pone de nuevo en obra: «La mirada originaria en la obra de J. A. Valente» o «En la distancia (sobre José Herrera Petere)».
A propuesta de la colonia asturiana de Ginebra es nombrada hija adoptiva del Principado de Asturias. Es el primer reconocimiento oficial de Zambrano en España.
Y tras una Conferencia de J. A. Valente en el Colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid, se escucha allí la voz de María Zambrano, grabada en cinta por aquél, recorriendo «Algunos lugares de la palabra» (textos de Claros del bosque). Es la primera vez, desde 1939, en que se oye en España, en público, su voz.
1981
Desde la que comienza a ser la un tanto insostenible existencia de Zambrano en Ginebra, se abren algunos espacios de luz. Y, a su vez, los ecos de su voz comienzan a obtener en España ya más amplias resonancias. Le es concedido el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. El 13 de junio Zambrano aparece por partida doble ante la opinión pública española: el suplemento cultural «Sábado literario» del diario Pueblo le dedica íntegramente sus páginas. A las 10 de la noche, en Radio Nacional, se ofrece una larga entrevista con ella del poeta J. M. Ullán, en la que se le oyó decir «Es que es terrible volver al cabo de tanto tiempo. Yo siento la llamada. Yo quiero ir. Pero lo que no quiero es tirarme por la ventana. hay algo que todavía se resiste (…). Que sea lo que Dios quiera». En seguida Cuadernos del Norte le dedica un número especial (n.º 8, agosto). El ayuntamiento de su pueblo, Vélez-Málaga, la nombra hija predilecta.
1982
Desde el comienzo del curso 1981-1982, un Instituto de bachillerato de Leganés lleva el nombre de María Zambrano. El «Aula de Filosofía» de Sevilla celebra unas jornadas en su homenaje. En Madrid (Colegio Mayor San Juan Evangelista) se celebra, en mayo, un ciclo de conferencias sobre su pensamiento. Escribe a Jesús Moreno Sanz el 7 de mayo: «(…) fatigadísima; pero contenta, a punto de que aparezca la felicidad subsistente». Y el 18 de marzo: «¡Que maravilla la conversación de ayer tarde! Sentí la luz de Madrid. Pero el punto oscuro de la llama que espero se convierta, se disuelva». Finalmente el 2 de mayo: «Guárdame el secreto: es lo que más me mueve a ir, a dar alguna clase de filosofía27, a morir, a irme muriendo así. Si encontrara lo paralelo indispensable en el vivir. A saber: una familia que me cuide (…) ¡Si Dios quisiera! Sola no puedo vivir en una casa (…)».
Ese año aparece en la Universidad de Málaga el libro María Zambrano o la metafísica recuperada, coordinado por Juan Fernando Ortega Muñoz, y en el que también participan José Luis López Aranguren, J. A. Valente, Alain Guy, A. Doblas Bravo y Pere Gimferrer. A su vez, la Junta de Gobierno de aquella Universidad acuerda el nombramiento de María Zambrano como Doctora «Honoris Causa».
1983
La salud de María Zambrano está muy quebrantada. Pero la decisión de volver está tomando fuerza. El lugar inicialmente elegido fue el convento de las Madres Agustinas de Valdepeñas (acaso considerara era su desierto, o su confín). A finales de junio (del 24 al 5 de julio) tuvo lugar el primer seminario sobre el pensamiento de María Zambrano. A ese seminario acudió la madre Clara, fundadora y Superiora de aquel convento, quien entablo una inmediata y singular amistad con María Zambrano. Cuando todo estaba preparado para que viniese a Valdepeñas, Zambrano cayó muy enferma. Los médicos que la atienden en Ginebra prácticamente la declaran deshauciada «por acabamiento natural de la vida». Acuciada por la artrosis, sin visión por cataratas en ambos ojos, y sufriendo una fuerte anemia, es internada en una clínica ginebrina.
1984
Sorprendentemente Zambrano se recupera. En el mes de junio es operada de cataratas por el doctor Chanson (al que Zambrano dirá: «Sólo un doctor de la canción puede devolver la luz») en la clínica ginebrina de Beaulieu. El 24 de junio Jesús Moreno Sanz se desplaza a Ginebra a petición de Zambrano, con el fin de preparar los pormenores de su vuelta. Se ensaya una segunda tentativa. A Galapagar, a 33 km. de Madrid, que , a la postre, se mostraría también inviable. Y a la tercera… finalmente se apalabró un grande y luminoso piso muy cercano del Retiro: Antonio Maura 14, 4º B. Las iniciales desconfianzas de los dueños quedaron resueltas al saber que la inquilina sería María Zambrano. Eran parientes de Ortega.
El día 18 de noviembre Jesús Moreno Sanz fue a buscar a María Zambrano a Ginebra y el día 20, pisa de nuevo suelo español en Barajas. Por deseo expreso suyo únicamente tenía un receptor oficial, el hijo de su amigo Pedro Salinas, Jaime, entonces Director General del Libro. En el aeropuerto estaban esperándola también algunos de sus amigos y familiares: Julia Castillo y Javier Ruiz, Aurelio Torrente, Pepe Tomero y señora.
En diciembre María Zambrano comenzó, ayudada por quien esto escribe, a ordenar y elaborar sus notas y escritos para De la aurora. A su vez, Fernando Muñoz inició con ella una revisión completa de El sueño creador.
Durante este año, en muy pocas ocasiones Zambrano salió a Madrid: algunos paseos al Retiro, un recital de Amancio Prada y un concierto en el Teatro Real. Fueron llegando numerosos amigos a su casa: Soledad Ortega, J. M. Ullán, Enrique Azcoaga, Alfredo Castellón, cesar Antonio Molina, J. L. L. Aranguren, y muchos otros a los que conoce personalmente entonces o en los años sucesivos, como Isabel García Lorca, Clara Janés, Jesús Aguado, Juan Carlos Marsé. Y siempre que estuvieron en Madrid la visitaron Octavio paz, Eliseo Diego, Gastón Baquero, García Bacca, R. Martínez Nadal, y, hasta poco antes de su muerte, Jaime Valle-Inclán. Y desde Málaga, Juan Fernando Ortega Muñoz y en Vélez-Málaga su alcalde, Juan Gámez, iniciaron un eficaz proceso de acercamiento y muy concretas gestiones para facilitarle el regreso al pueblo, y en cualquier caso la vida en Madrid. Desde el primer día Mari Paz es su asistenta y la médico Olga Fano se convierte en su médico de cabecera.
1985
La actividad intelectual de Zambrano es incansable. El 28 de febrero es nombrada hija predilecta de Andalucía. Prodiga moderadamente sus salidas: siempre al Retiro, al lado; alguna comida también en el cercano Hotel Ritz; al Instituto que lleva su nombre en Leganés; a la Academia de San Fernando; a «sus» barrios del Madrid de los Austrias y su casa de la Plaza del Conde de barajas. Reiteradamente fustra a voluntad su proyectada visita al también cercano Museo del Prado, por miedo a que ya no esté, o a que sus rincones preferidos -Velázquez, Zurbarán…- hayan sido retocados por una luz deslumbrante. Asimismo participará en un homenaje que en el Ateneo de Madrid se le tributa a Alfonso Reyes. Pasó sendas temporadas durante la Semana Santa y e verano en Galapagar en la casa que en el campo tienen algunos amigos suyos. A uno de éstos -el economista Carlos Manuel Fernández- le encargó enterrase allí, bajo un cedro, a sus dos gatas; primero, este mismo año, a «Tigra» (19 años) y el de 1987 a «Blanquita» (15 años). A finales de 1985 un amigo, amante de los gatos como ella, le regalo dos gatas grises, de un mes (Lucía y Pelusa) que estarían con Zambrano hasta su muerte.
1986
Como testimonia la multitud de artículos que Zambrano publica en este año, así como De la aurora y la reedición de El sueño creador, su actividad literaria no ha disminuido. Dado que la falta de visión le impide escribir por sí misma, siempre encontró alguna mano colaboradora dispuesta a ayudarle. A más de los dos mencionados, Elena Gómez (de la editorial Anthropos) colabora casi a diario con Zambrano en la ordenación y recopilación de artículos. Aparece Senderos que recoge varios escritos de Zambrano. Algunos de sus artículos son grabados en magnetofón por J. M. Ullán, quien el 11 de mayo publica una de las varias entrevistas que le hizo:
P.- ¿Desde este retiro te atreves a sospechar cómo está España?
R.- Me temo que no. Pero veo los informativos de televisión con cierta frecuencia y eso me quita la gana de vivir, no ya en España, ni en el mundo, sino en el universo. Es terrible lo feo que está el mundo. No hay un rostro de verdad, un rostro, puro o impuro, pero un rostro. El mundo está perdiendo figura, rostro, se está volviendo monstruoso. Y ahí, hasta San Juan de la Cruz viene en mi apoyo: «La dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura… “¿Cómo amar a un mundo que no tiene presencia ni figura? ¿Cómo hablar siquiera de él? Hay momentos en que se me aparece de inmediato la posibilidad de no volver a hablar nunca. Pero luego me acuerdo, y me río, de esas personas a las que les da por hablar de silencio y no acaban nunca (…) Sí, encuentro que el mundo se está vaciando de pensamiento. Es horrible (…) Tal vez lo que yo siento es que no hago aquí ná… Me acuerdo de un proverbio árabe que le gustaba citar a Ortega: “Bebe en el pozo y deja tu sitio a otro” (…)».
1987
María Zambrano, no obstante, persistía en el ser y seguía amando la vida. Siempre que no estuvo indispuesta -lo que a partir de ahora sucedió con harta frecuencia- la casa de María Zambrano podía convertirse en lo que ella misma quería: «El arca de Noé». Cabían las más variadas especies. De esta época, acaso fuese un día privilegiado para ella aquel de primavera que habló (largamente) en el Servicio de Publicaciones del MEC sobre Lezama Lima. Es entonces cuando comenzó a preparar la publicación de Notas de un método (ayudada por J. C. Marsé) y la reedición de Filosofía y Poesía, La agonía de Europa, La confesión y Persona y democracia. En ello, Rogelio Blanco, que se había encargado de gestionar sus publicaciones, tuvo una intervención crucial. Hubo de marcharse Mari Paz, sustituida por María Dolores. En seguida volvió Mariano, y vinieron también a vivir con ella su primo Isaías Tomero y Iovanna, su mujer, que hasta la muerte de Zambrano cuidaría de ella.
En su casa de Madrid es realizada la investidura del Doctorado Honoris Causa acordado en 1982 por la Universidad de Málaga, a la que acuden su rector y el principal promotor de esta concesión, el catedrático de Filosofía J. Fernando Ortega Muñoz. Se constituye en Vélez-Málaga la fundación que lleva su nombre, motivo por el cual tienen lugar sus primeras reuniones en su casa de Madrid. La intervención de la fundación será decisiva para lograr la definitiva tranquilidad en «lo paralelo e indispensable en el vivir», que gustaba decir a Zambrano, aunque desde su vuelta a Madrid no tenía ya agobio económico alguno: sus múltiples colaboraciones en prensa, las prontas publicaciones o reediciones de libros, una ayuda del Ministerio de Cultura (Dirección general del Libro) y algunos envíos del «hermano» Timothy Osborne, cooperaron en ello.
1988
Además de concluir Notas de un método, Zambrano escribe múltiples artículos, y sigue recibiendo a los amigos. Entre éstos, y a más de los mencionados, el pintor segoviano Jesús de la Torre y su esposa, quien le sirvió de enfermera en algunas ocasiones; Alfredo Castellón (con el que mantenía una gran amistad desde Roma) que durante estos y sucesivos años fue realizando los mejores documentales en vídeo existentes sobre María Zambrano.
Y aquellos como Edison Simos o Chimo Verdú que específicamente venían algunas temporadas a Madrid fundamentalmente para estar con María Zambrano. Y en el otoño le es concedido el Premio Cervantes por un jurado constituido por Jorge Semprún, Rafael Lapesa, Pablo Antonio Cuadra, Emilio Alarcos, Alfredo Bryce Echenique, Alfredo Conde, Monserrat Roig, Carlos Fuentes, Juan Manuel Velasco y José María Merino.
1989
Antes y después de la recepción del Premio. Antes el nerviosismo, la perplejidad, la agitación (entrevistas, visitas «oficiales»), el empeoramiento de su salud, y literalmente la mudez y la imposibilidad de escribir. De diciembre del año anterior a marzo de éste se ensayó con ella el copiarle un discurso para la recepción del premio. No pudo ser. Han quedado unas notas encantadas (y alguno de sus mejores «delirios») aunque no aptos para una recepción oficial. El discurso oficial lo constituye un collage de escritos de María Zambrano que sabia y piadosamente compuso un poeta amigo suyo, basándose esencialmente en el escrito de 1955, «Lo que le sucedió a Cervantes» haciéndolo preceder de unas palabras introductorias acordes con la escritura y el pensamiento de Zambrano. Ella quedó completamente apaciguada con esta solución.
Después de la entrega del Premio: pasado el vendaval, volvió la palabra y la capacidad de trabajo. Comenzó a revisar con Rosa Mascarell -desde hacía tiempo contratada como (eficaz) secretaria- los escritos que formarán en seguida el libro Los bienaventurados, y también las más de 600 páginas que constituían, desde Roma, su investigación sobre Los sueños y el tiempo. Y fue preparando con Amalia Iglesias la recopilación que es Algunos lugares de la pintura. Decidió, asimismo, dar a publicar Delirio y Destino.
En octubre, y en su casa de Antonio Maura, el rector de la Universidad Complutense de Madrid, Gustavo Villapalos, le entregó el original de su título académico en la Universidad Complutense.
1990
Sin poder ya sostenerse en pie, en una silla de ruedas, Zambrano se exasperaba por momentos, y en otros caía en oscuros letargos, sin apenas articular palabra. Por días también alcanzaba una calma lúcida y gozosa que le permitió dictar algunos artículos y recomponer otros inéditos de épocas anteriores. «El cine como sueño», «Jaime en Roma» (Gil de Biedma), «Una parábola árabe», «La recreación», «Una injusticia» (su última señal de admiración por J. Besteiro), e «Impávido entre las ruinas» (sobre Azaña). Su último artículo publicado fue «Peligros de la paz», en noviembre: ante el horror que ella sentía se estaba apoderando del mundo, ante los sucesos del Golfo Pérsico, es éste su último acto escrito de esperanza y lucidez. Se publicó Los bienaventurados, y dejó copiado (por Rosa Mascarell) Los sueños y el tiempo, que ya habría de publicarse póstumamente.
1991
Pocos días antes de que la llevaran, por primera vez, al Hospital de la Princesa, María Zambrano le dijo por teléfono a su amigo Edi Simons «Estamos en la noche de los tiempo, Edison Simons, hay que entrar en el cuerpo glorioso». Y colgó. A mediados de enero hubieron de llevarse al hospital a Mariano. María creyó que iba él a morir, y literalmente se descompuso. Hubo que ingresarla aquejada de una infección respiratoria severa que provocó la descompensación global. pero se recuperó lo suficiente para volver a casa. Se reprodujo la infección. Vuelta a «la Princesa», habitación compartida, noches delirantes. Pero se recuperaba. La tarde del 5 de febrero estuvo muy serenamente charlando con Javier Ruiz, recordando amigos y secreteándole sus amores más ciertos. A mediodía del 6, mientras intentaba comer, le comenzó, de nuevo el (final) ahogo. Unos instantes angustiosos. Pero, una eliminación por medios mecánicos del exceso de secreciones, hizo que lentamente el corazón de María Zambrano se detuviese sin perceptible agonía. Estaban con ella Fernando Muñoz, Rogelio Blanco, Jesús Moreno Sanz, Teresa García, Esther Blázquez, Antonio (hermano de su gran amigo Alfredo Castellón). Al día siguiente se su muerte, se la trasladó a su pueblo, Vélez-Málaga, donde yace, entre un naranjo y un limonero, en una casita -que ella quiso en vida se le construyera- en el cementerio local. En la lápida, por previsorio deseo suyo, está inscrita la leyenda del Cantar de los Cantares: Surge amica mia et veni. A su tumba acuden -quizás porque allí les echan de comer- decenas de gatos de todos los colores. Allí también han sido trasladados los restos mortales de su madre y su hermana Araceli.