Miguel Villarejo Arance

Bailén
Jaén

«El Perdiz», huido y topo de Bailén

Se llamaba Miguel Villarejo Arance, «Miguelico el Perdiz», cazador furtivo, miembro de la UGT de Bailén, su pueblo natal, y durante la guerra lo pusieron a vigilar camiones de transporte, para comerciar con Madrid. Llevaban aceite de Bailén y se traían patatas y otros alimentos. Esta fue su única actividad «revolucionaria». Al terminar la guerra se ocultó en una huerta, y pronto se enteró de que sus tres amigos, cazadores furtivos, que no habían hecho otra cosa que vigilar como él los camiones de transporte, habían sido fusilados. Decidió vender cara su vida y buscó refugio en las sierras que conocía palmo a palmo como cazador, sierra Morena y sierra Madrona. Puso su escondite en una cueva en los riscos inaccesibles de sierra Morena, en la llamada Huerta del Gato. Algunos amigos y enlaces le ayudaban, aunque él vivía de la caza. A través de enlaces comunicaba de vez en cuando con su esposa y familia de Bailén. Tenía entonces 38 años.

En el verano de 1939, el azar le puso a su lado un nuevo compañero, Esturnio Romero, comunista de Peñarroya (Córdoba), donde había sido del comité de guerra en 1936, y luego comisario, de 28 años, persona culta y vecino de Bailén, donde se había casado en guerra. Sus tíos habían sido los fundadores del partido comunista en Peñarroya en los años veinte. Iba desarmado y vagabundo por el monte, y desde entonces compartieron el mismo escondite y las tareas de la caza. En aquellos días de monotonía agobiante, Esturnio puso en marcha un programa de alfabetización de su compañero, al que enseñó a leer, a escribir y los rudimentos matemáticos. Expresión del hambre de cultura de la clase obrera de aquellos años.

Hacia un año después, se les sumó, para su desgracia, el tercer y último compañero, a finales de 1940 o comienzos de 1941. Se trataba de Isidoro Banderas, un joven de 22 años, un tanto irresponsable, familia de cazadores, de Baños de la Encina, que conocía el escondite de «Perdiz», porque actuaba de enlace. Tenía dos hermanas presas, a su hermano Ramón lo habían fusilado, y el padre había fallecido. Una de tantas familias humildes que, precisamente por serlo, habían recibido el peso de la represión. Isidoro tenía el mal hábito de robar corderos. Denunciado un día por un pastor, lo llevaron preso a Baños de la Encina, le dieron una de las palizas propias del momento y entonces se escapó en busca del refugio del «Perdiz».

Se hallaban cerca del pantano de La Lancha, por el Santuario de La Cabeza. Por allí tenían una huerta los tíos de Isidoro, a los que solía visitar, hasta que ocurrió lo previsible: lo descubrieron y lo detuvieron. No era persona de temperamento y al primer vergajazo dijo a sus apaleadores que, si no le pegaban, les decía dónde se escondía «El Perdiz». Era el mes de julio de 1941. Se concentraron fuerzas de Baños de la Encina, La Carolina, Bailén y demás contornos, hasta unos 50 guardias y otros tantos falangistas. Con Isidoro como guía, al amanecer del 29 de julio de 1941 empezaron a rodear la cueva; pero «El Perdiz» se hallaba fuera, revisando los cepos para los conejos, y pudo percatarse del movimiento de tropas. Corrió a la cueva, a avisar a Esturnio, que dormía. Cada uno corrió por un lado, y perdieron el contacto para siempre. «El Perdiz» huyó monte arriba, esquivando una lluvia de balas, y se puso a salvo. Sin embargo, los enlaces de por allí, que los conocía Isidoro, a consecuencia de sus delaciones, se los llevaron detenidos. También alcanzó el castigo a la esposa de «Perdiz», según su propio testimonio:

«[…] a mi mujer le sacaron la piel a tiras. La convirtieron en un saco de lástimas. A las tres de la mañana fueron a por ella y la tuvieron en las cárceles de La Carolina, Linares y Jaén. Padre perdió un olivar por intentar sacarla de la cárcel […] Mi mujer salió con todo el cuerpo negro por los golpes que recibió».

Esturnio Romero acabó detenido el 10 septiembre 1941, en una cueva, término de Baños de la Encina. Lo fusilaron en Jaén, el 10 diciembre 1942.

«El Perdiz», de nuevo en solitario, se ocultó en el lugar La Dehesilla, cerca de Andújar. Luego pasó a otros escondites. Sobrevivió a varias delaciones y a varias emboscadas, hasta que pasó el tiempo y la Guardia Civil se olvidó de él. Más de diez años entre sierra Morena y sierra Madrona, hasta que al comenzar la década de 1950, pasada ya la obsesión persecutoria, decidió volver al amparo de su familia y esconderse en su casa de Bailén, como un topo. Metido en agujeros, en buhardillas, en arcas, fue sobreviviendo, un tiempo en casa de la suegra, otro en una casa arrendada, hasta que pudieron tener casa propia que compraron sus hijos, dos de los cuales quedaron con secuelas psíquicas por todo lo sufrido después de la guerra. Por fin, en abril de 1969, a raíz del decreto franquista de exención de responsabilidades por la guerra, «El Perdiz» abandonó su vida de topo de 20 años, y salió a la luz y a la libertad. Muchos intentaron lo mismo, pero no lo consiguieron.

Fuente

Francisco Moreno Gómez: La resistencia armada contra Franco. Barcelona, Crítica, 2001.

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