[node:field_nombre] Alberti Rafael

El Puerto de Santa María
Cádiz

Desde que el poeta gaditano salió de España tras la Guerra Civil son muchos los lugares que le sirvieron como residencia. Son las casas del exilio, esas residencias de paso que apenas tienen muebles porque detrás de la puerta se esconde la maleta siempre a punto para el regreso. Rafael Alberti y María Teresa León dejaron un país interrumpido que quisieron continuar en el refugio de sus casas de desterrados, casas que se convirtieron en altares del exilio, en lugares de peregrinaje para más de una generación desencantada. La casa de Neruda en París, la finca argentina de El Totoral, la uruguaya La Gallarda, las casas romanas de las calles Monserrato y Garibaldi son algunas de estas estaciones de paso en las que el poeta fue escribiendo su obra y su vida.

Las residencias del peregrino

¿Cómo serán los sueños de un exiliado? ¿En qué casa creerá que sueña? Puede que piense que sueña en la cama de su infancia, bajo la almohada de una ciudad bombardeada, en el catre de un campo de concentración o sobre una colcha en el otro lado del mundo. ¿Dónde creería estar Rafael Alberti al despertar cada mañana? Entre la vigilia y el sueño todas las camas son iguales, todas las casas son iguales, todas las patrias son la misma.

En esa vida interrumpida que es la vida de un desterrado, la del gaditano Rafael Alberti tiene un carácter aún más caprichoso, más agitado, más convulso. ¿Cuántas casas habitó Alberti? ¿Las recordaría en el último momento de su vida, quizás en un postrero segundo de lucidez en medio de su ya evidente desmemoria?
El itinerario biográfico de Alberti se sucede por diversos países y casas en las que de alguna forma intentó continuar la vida interrumpida, la suya y la de España. No hay más que recordar cómo eran las visitas que hacían a su casa de Roma –la de la calle Montserrato 20 y, más tarde, Garibaldi 88– casi en peregrinaje los antifascistas españoles que vivían ‘enterrados’ en España, como decía Celaya. Aquellas visitas al santón del exilio habían terminado por convertir la casa de Alberti y María Teresa León en un templo donde parecía hallarse la España que no pudo ser. Los libros, los cuadros, los objetos que conformaban aquella casa eran como una cartografía de la España perdida.

Cuando Alberti baja del avión el 27 de abril de 1977 regresaba a una España que había quedado congelada en el tiempo. ¿Reanudaban su marcha los relojes del exilio o ya era tarde para recuperar lo perdido? Al descender de la escalerilla del avión, Alberti traía un memorial de recuerdos que había guardado en todas esas casas del exilio:del Totoral a Vía Garibaldi. ¿Reconocería en qué casa despertó el 28 de abril del año I de su regreso?

En todas las historias de estos expulsados, todo comienza cuando en realidad acaba de terminar todo, es decir, al concluir la Guerra Civil. Es entonces cuando Rafael y María Teresa parten a París. La primera residencia del exilio será la casa que Pablo Neruda y Delia del Carril tenían en el Muelle del Reloj, en el Quai de L’Horloge.

Admirando «las peniches, esas casas fluviales que resbalaban por el río», la pareja trabajará de marzo de 1939 a febrero de 1940 en la locución de Radio París-Mondiale. Es la etapa que titula como su reveladora obra Vida bilingüe de un refugiado español en Francia o el tiempo en el que recuerda su infancia que vuelca en las emocionadas páginas de sus memorias La arboleda perdida, que comienza a escribir en París. Y anota en Versos sueltos de cada día: «Café de Flore. Aquí/conocí yo a Picasso. Y conocí/ a Braque, a Lawrence y,/ cerca, en Les Deux Magots,/ a André Breton,/ ya sin Dalí./ Ahora, yo solo, aquí,/ con 83 años, en París./ ¡Oh, L’École de Paris!».

Pero París pronto quedará atrás. En 1940, Rafael y María Teresa parten desde Marsella a Buenos Aires a bordo del trasantlántico Mendoza. Al año siguiente, nacerá su única hija Aitana. Alberti va dejando el rastro de su dispersa biografía en sus memorias:«Cuando vivía desterrado en el hemisferio austral tenía cambiadas las estaciones. En mi pequeña casa de madera –que llamé La arboleda perdida–, en los bosques de Castelar, sentía que el 21 de marzo entraba el otoño, el mismo día que aquí señalaba el inicio de la primavera».

Itinerarios

El mundo porteño queda asimilado en la obra albertiana como demuestra en el libro de 1951 Buenos Aires en tinta china, ilustrado por Attilio Rossi, un itinerario lúdico de los recorridos del poeta, de la calle Juramento al barrio de Belgrano pasando por la plaza del Miserere.

También las cartografías australes quedaron en la obra de María Teresa León, Memoria de la melancolía. La escritora recordaba la vista desde su balcón de la calle de Las Heras, lleno de flores, el río al fondo, las vías del tren y «esa lluvia que parecía iba a destruirlo todo, y únicamente nos lavaba los ojos, los tejados y hacía florecer ¡tan preciosos! los jacarandás y los palos borrachos».

Otra residencia de la pareja fue El Totoral, la quinta de la localidad cordobesa. Allí, Alberti confiesa que escogió el árbol más alto y grabó con un cuchillo:«Alameda Antonio Machado». Era su particular homenaje al poeta sevillano cuyo nombre, evidentemente, no llevaría ninguna calle, plaza o alameda de la España franquista.

De esa época porteña es el libro Baladas y canciones del Paraná (1954) donde escribe uno de sus más celebrados y sentidos poemas sobre el desgarro del exiliado:«Hoy las nubes me trajeron,/ volando, el mapa de España. (…) Yo, a caballo, por su sombra/ busqué mi pueblo y mi casa».

Otra residencia en el destierro fue La Gallarda, su casa uruguaya de Punta del Este, que compraron con el dinero del guión cinematográfico de La dama duende. En aquella época, Alberti pintaba muebles, armarios, paredes, cajas, espejos y hasta puertas, como hizo con la de La Gallarda, en la que daba la bienvenida a sus amigos.

La última etapa del exilio sucede en Roma, adonde se trasladan en 1963. Su primera residencia es en la calle Monserrato 20, el mismo barrio donde en el siglo XVI Francisco Delicado situó la casa de su lozana andaluza. También había sido barrio de judíos expulsados de España en la época del papa Alejandro VI, del hereje Giordano Bruno y el poeta popular Gioachino Belli: escenografía ‘maldita’ e ideal para un exiliado.

La Roma de Alberti no tiene nada que ver con la ciudad monumental. Es una ciudad de tejados sucios, de gatos, esquinas meadas, charcos, ropa colgada de los balcones, una Roma cotidiana y desaliñada.

En esa ciudad es donde escribe uno de sus mejores sonetos, Lo que dejé por ti, incluido en su imprescindible Roma, peligro para caminantes: «Dejé por ti mis bosques, mi perdida/ arboleda, mis perros desvelados,/ mis capitales años desterrados/ hasta casi el invierno de la vida.// Dejé un temblor, dejé una sacudida,/ un resplandor de fuegos no apagados,/ dejé mi sombra en los desesperados/ ojos sangrantes de la despedida.// Dejé palomas tristes junto al río,/ caballos sobre el sol de las arenas,/ dejé de oler el mar, dejé de verte.// Dejé por ti todo lo que era mío./ Dame tú, Roma, a cambio de mis penas/ tanto como dejé para tenerte».

De Vía Monserrato a Vía Garibaldi

En el prefacio a la edición italiana de Roma, pericolo per i viandanti, Alberti describió cómo era su casa de Monserrato y aquel barrio. «Comencé a recorrer a todas las horas el barrio, que tenía las calles tan estrechas como las de una Toledo menos secreta, más vital y laboriosa. Gatos, grietas, basuras, paños tendidos, artesanos de las más variadas profesiones, el jaleo maravilloso de Campo de’ Fiori, con su Giordano Bruno como un fúnebre paraguas sobre el mar de verduras, pescados y zapatos… (…)Y fue entonces cuando en una noche de prolijas meadas y maullidos fui a topar de repente, no con la sombra de Gioachino Belli, sino con el mismo poeta en persona, ya que su presencia era real, verídica, en todo lo que veía y oía».

También María Teresa León escribió sus impresiones de aquella casa de Memoria de la melancolía. La casa de la calle de Monserrato era la «casa de la amistad»:«Llaman a la puerta de esta casa nuestra de Roma personas que son como sueños que regresan. ¿Tú? Y nos quedamos entrecortados porque es como si mirásemos detenido el reloj del tiempo, nuestro propio reloj. Llaman a nuestra casa muchos seres que son como reflejos, como luces. Los vemos por vez primera, pero son ya conocidos nuestros, gentes de España, y entonces nos quedamos sujetos a sus ojos para descubrir en ellos lo que pasó con aquella fuente o con la placita o con la fachada plateresca de la iglesia o si está en pie la tapia que no se acababa nunca o el árbol donde apoyábamos la espalda o aquella calle ancha y pinturera por donde se paseaban los coches, los toreros, las muchachas en flor, los maestros de la política, del arte, de la ciencia para luego entrar en los cafés a pontificar».

No fue menos el tránsito en la casa trasteverina de la calle Garibaldi 88, lugar que, además de los españoles fascinados por la pareja de exiliados, visitaban Fellini, Gassman o Pasolini y que tenía una curiosa extensión en las mesas de las tratorías cercanas, como L’Antica Pesa.

En febrero de 1977, Alberti asiste a una recepción de los reyes en la Embajada de España. Ya ha muerto Franco e incluso, a fines del año anterior, ha podido ver cómo se estrenaba en España El adefesio. Está cercano el regreso. Alberti hace cola detrás de unas monjas y le entrega al rey un documento firmado por los exiliados en el que se pide la amnistía para los presos políticos. «Luego, salí de la embajada por una puerta interior, creo que de la cocina, sin quedarme para asistir a la fiesta».

(Publicado en EL MUNDO el 16 de Octubre de 2006)
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