Burgos. Antonio José, pavana triste por un genio musical fusilado por Franco

Antonio José, pavana triste por un genio musical fusilado por Franco

24.02.2018/ por César-Javier Palacios

El documental ‘Antonio José. Pavana triste’ trata de recuperar la memoria de un genio musical, el burgalés Antonio José, fusilado por los franquistas en octubre de 1936. En el momento de ser asesinado en el monte de Estépar, a 25 kilómetros de Burgos, tenía 33 años y había compuesto más de 150 obras, entre ellas el ‘Himno a Castilla’. Así se lo agradecieron los ‘defensores’ de España y del orden.

Es la encina más triste de Burgos en el lugar más triste, olvidado, degradado, arruinado y despreciado de Burgos. Hace 80 años también lo era, cuando un militar desayunó fuerte, se trasegó un último orujo en la cantina del cuartel, atusó el fino bigotillo, subió al coche y le dijo al conductor: “Vamos allá”. Salieron del Penal hacia la carretera de León para no tener que pasar por Burgos, llegaron hasta Quintanilla de las Carretas y desde allí se desviaron hacia Estépar. Pasado el pueblecito de Villagutiérrez, el camino asciende por una cuesta hasta alcanzar un pequeño monte de encinas y robles quejigos en medio del páramo. Justo ahí el vehículo se desvió a mano derecha, hacia un arenal en el borde del bosquete. Un sitio bien comunicado, alejado de pueblos y de miradas curiosas, a 25 kilómetros de la ciudad, aislado y en un terreno fácil de excavar. “¡Cojonudo!”, exclama el felón. “Este sitio nos viene perfecto para fusilar a los rojos”. Montó en la parte trasera del coche y se volvió a la capital tarareando alegre el Cara al sol.

Un lugar perfecto para asesinar vilmente a 400 civiles y enterrarlos en anónimas fosas comunes entre agosto y octubre de 1936. El compositor de la generación del 27 Antonio José Martínez Palacios y su hermano mayor, Julio, periodista y maestro, fueron dos de ellos. También el padre del escritor Francisco Ayala. Les acompañaron en tan triste final políticos, afiliados a partidos de izquierdas, republicanos, educadores y gente de la cultura. Sus verdugos fueron militares, guardias civiles y falangistas con experiencia en el uso de las armas y determinación criminal que garantizara no dejar escapar vivo a nadie, todos reclutados como voluntarios a mayor gloria del alzamiento. Tampoco demasiado valientes. Siempre era mejor ejecutar civiles inocentes que luchar en el frente.

Bajo toneladas de olvido

En el tronco de la triste encina burgalesa pueden verse aún hoy las marcas de los proyectiles asesinos, heridas en la negruzca corteza que a pesar del tiempo transcurrido se niegan a cicatrizar, como tampoco cicatriza el dolor de los familiares de estos desaparecidos. Y de quienes se sienten huérfanos con la pérdida de personas tan valiosas que sin duda habrían ayudado a construir un mundo mejor.

Bajo el árbol la tierra aparece removida. Gracias a una campaña de mecenazgo impulsada por la Coordinadora por la Recuperación de la Memoria Histórica de Burgos, hace tres años se exhumaron de allí los restos de 96 inocentes sin nombre, a la espera de futuras identificaciones genéticas. Sus restos descansan ahora en un mausoleo levantado en el cementerio de Estépar, adonde fueron llevados por voluntarios en una silenciosa marcha en octubre de 2017.

“No abrimos heridas, sino que las cerramos”, ha asegurado Lourdes Sastre, la presidenta de la Coordinadora por la Recuperación de la Memoria Histórica de Burgos. Un libro, recientemente publicado por el centro autogestionado de creación contemporánea Espacio Tangente, recoge las biografías de algunos de estos represaliados que murieron dos veces, la primera al ser fusilados, la segunda al ser enterrado su recuerdo bajo un miedo y olvido que todavía hoy cae como una losa fría sobre ellos. Porque hay más cadáveres, muchos más, desparramados por el pequeño monte.

Pero la inquina y la incuria hacen muy difícil la localización de otras fosas en un lugar donde la vergüenza se ha ocultado bajo cientos de toneladas de escombros. Las últimas y más dolorosas se están depositando ahora mismo. Pertenecen a las obras de construcción del AVE. A pesar de la millonaria inversión, el nuevo trazado ferroviario no solo se ha llevado por delante parte del encinar sino que ha abierto pistas y arrojado montañas de tierra sobre los lugares donde podrían estar esos enterramientos. “Da la impresión de que todavía hoy quieran evitar que las familias recuperen los cuerpos de sus seres queridos”, se lamenta Enrique del Rivero.

Triste documental

Junto con Gregorio Méndez, Sergi Gras y Luis Mena, Del Rivero forma parte del equipo promotor del documental Antonio José. Pavana triste, estrenado en enero. Su realización les ha llevado casi dos años y cuenta con el patrocinio de más de 200 mecenas e instituciones locales burgalesas como Ayuntamiento, Diputación y Fundación Caja de Burgos. Un trabajo que pretende aunar rigurosidad y emoción, como confiesa su director, Gregorio Méndez. “Consideramos fundamental ser fieles a los datos históricos, pero sin emoción una película como ésta carecería de corazón”. Y lo tiene. Mucho. Hasta las lágrimas. “Se te puede encoger el alma”, reconoce Méndez. En su opinión, ya de experto, con la prematura muerte de Antonio José “hemos perdido a un auténtico genio musical”.

El largometraje se construye con más de una docena de piezas musicales unidas a los testimonios de su familia y a las declaraciones de expertos en la materia. Recupera los recuerdos de sus sobrinas Ana María Martínez y Valentina Vallejo, que une a las opiniones del compositor Alejandro Yagüe, de los críticos Andrés Ruiz Tarazona y Gonzalo Pérez Trascasa, y de los directores de orquesta Javier Castro y Jörg Birhance.

Un trabajo más que desinteresado, pues a pesar de los mecenas ha costado un dinero personal a sus promotores que lo dan por bien empleado si al final ayuda a dar a conocer el legado artístico del olvidado compositor burgalés.

Una de las últimas fotografías que le tomaron a Antonio José. Puede datarse a finales de junio o principios de julio de 1936, en algún paraje de la burgalesa comarca del Arlanza, y nos muestra a una persona feliz y satisfecha de estar almorzando junto a sus amigos en plena naturaleza. Foto: Archivo Municipal de Burgos.

Una de las últimas fotografías que le tomaron a Antonio José sirve como cartel del documental. Puede datarse a finales de junio o principios de julio de 1936, en algún paraje de la burgalesa comarca del Arlanza, y nos muestra a una persona feliz y satisfecha de estar almorzando junto a sus amigos en plena naturaleza. Foto: Archivo Municipal de Burgos.

El músico de la Generación del 27

Antonio José (1902-1936) fue un destacado compositor, músico y folclorista burgalés, miembro de la conocida como Generación del 27. Con el poeta Federico García Lorca le unía una amistad afianzada por su común interés por el folklore. Trágicamente, también acabará compartiendo con el poeta su mismo y triste final.

En el momento de ser asesinado en el monte de Estépar tenía 33 años y había compuesto más de 150 obras, entre ellas el Himno a Castilla. Maurice Ravel llegó a decir de él: “Antonio José llegará a ser el gran músico español de nuestro siglo”. No pudo ser. El odio criminal lo impidió.

El escritor burgalés Óscar Esquivias incorporó como personaje a Antonio José en su famosa novela Inquietud en el Paraíso (Ediciones del Viento, 2005). Apasionado melómano, de él ha dicho que “nadie sabe a dónde habría llegado su talento, qué clase de compositor habría llegado a ser, si habría perseverado en el folclorismo de ciertas obras o se habría decantado por el estilo más vanguardista que anuncia en otras”.

A su muerte dejó sin terminar la orquestación de una ópera inspirada en el Quijote titulada El mozo de mulas. Gracias a la labor de Alejandro Yagüe, compositor recientemente fallecido que terminó de orquestar las escenas inconclusas, finalmente ha podido ser estrenada en Burgos el pasado 12 de noviembre de 2017, con 81 años de doloroso retraso.

Durante el franquismo la figura de Antonio José y su obra cayeron en un vergonzante olvido, aún no reparado a pesar de la extraordinaria calidad. Su Sonata para guitarra está considerada una de las tres más importantes del siglo XX, junto con la del sevillano Joaquín Turina y la del argentino Alberto Ginastera. El penúltimo movimiento se titula Pavana triste, recuerdo a la danza cortesana del siglo XVI. Un baile que el genial compositor imaginó tan desconsolado como hoy se siente su ausencia y se mueve doliente, empujada por el frío viento del páramo, la encina que cobija su cadáver.

Ingrato pago al artista

Aquella desapacible y lluviosa madrugada del jueves 8 de octubre de 1936, el maldito azar unió con áspero alambre las manos del compositor con las temblorosas de su entrañable amigo, el periodista Antonio Pardo Casas. Al subir a la camioneta de la muerte junto a otros 23 aterrorizados compañeros, aún tuvo el valor de recriminar con amargura a sus verdugos: “Así me paga Castilla lo que he hecho por ella”.

Asegura la tradición que momentos antes de que un balazo le reventara el corazón, su último grito desesperado fue “¡Viva la Música!”.

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