Burgos. El falso complot para matar a Franco que ni los jueces franquistas creyeron.

La investigación policial arrancó por un ‘soplo’ de un peluquero en 1938 e implicó a un centenar de personas, aunque todas fueron absueltas en 1941

Alba Camazón / 23 de noviembre de 2021 22:27h

Burgos, 1938. La confidencia de un peluquero desató la paranoia de un complot para matar a Francisco Franco y al ‘cuñadísimo’ del dictador y ministro del Interior, Ramón Serrano Suñer. Una rocambolesca confabulación que ni siquiera los jueces franquistas creyeron y que se saldó con cien detenidos pero ninguna condena en 1941. El libro Los sumarios del miedo. Consejo de Guerra del complot del Cementerio Viejo (Fragua, 2021) saca a la luz esta supuesta conjura que nunca se demostró, cómo fue el proceso judicial y las consecuencias que tuvo para estas personas, marcadas durante décadas.

Los periodistas y profesores colaboradores de la Universidad de Burgos, Miguel Ángel Moreno Gallo y José María Chomón Serna, y de la Universidad de Extremadura, Clara Sanz Hernando, han rastreado durante años qué pasó con esas personas que tuvieron que demostrar su inocencia en una época en la que un comentario podía dar lugar a una condena.

Un espía austríaco, Herbert Heide, capitaneó una investigación del Servicio de Información de la Policía Militar (SIPM) con un puñado de agentes que se infiltraron en varios grupos ‘sospechosos’ en bares, tabernas, cafeterías, pensiones, hoteles y tiendas de las clases populares, incluso en los cuarteles militares de Burgos, una ciudad en la que el golpe de estado triunfó el mismo 18 de julio de 1936. Heide infiltró incluso a unos jóvenes con carnets falsos del Partido Comunista para conocer los supuestos atentados. “Fue la paranoia de un grupo de los servicios secretos de Franco. Todo era un invento de unos extremistas ideológicos sobre personas normales, que ni siquiera estaban especialmente significadas políticamente”, apunta José María Chomón Serna.

Una de las principales líneas de investigación apuntaban a reuniones clandestinas en el viejo cementerio de Burgos, que llevaba 30 años abandonado y que se encontraba en los alrededores del Palacio de la Isla, donde entonces residían Francisco Franco y su mano derecha. Muy lejos de esa teoría, los tres investigadores deducen que en estos lugares se celebraban fiestas o encuentros sexuales.

Seguimiento a 86 ‘rojos’

Durante tres meses peinaron la ciudad, en la que vivían unas 55.000 personas. Se hizo un seguimiento exhaustivo a 142 burgaleses: 86 ‘rojos’, 40 afines al régimen y otros 16 cuya adscripción ideológica no se detalla. “Hicieron un barrido de toda la ciudad, en algunas zonas, sobre todo las zonas más populares, espiaban piso por piso”, explica el autor que ha liderado y coordinado la investigación, Miguel Ángel Moreno Gallo. Así fue el caso ‘Benlo’, que recibía su nombre por la primera sílaba del nombre y la segunda del apellido de la persona que inició esta caza de brujas con su ‘soplo’.

A lo largo de la investigación las contradicciones se suceden entre personas afines al régimen (curas o militares, por ejemplo) y cualquiera puede ser objeto de espionaje, hasta un jefe local de la falange o el alcalde de Villadiego. En su delirio, Heide pide incluso que se contrate a un vidente capaz de leer la mente de los ‘rojos’. Una petición que fue rechazada por sus superiores. El libro recopila las historias de estas personas, muchas de las cuales no se conocían. “Es un mosaico de vidas paralelas de gente que no tenía relación entre sí”, añade Moreno Gallo. La investigación de los servicios secretos franquistas sale de Burgos y abarca provincias como Valladolid, Bilbao, Zaragoza, Santander, Irún o Donostia.

Un fotógrafo, un cartero, un soldado, un alférez de la Guardia Civil, un conductor de camionetas, unas mujeres que eran amigas de las hijas de un diputado socialista… Poco importaba a la hora de investigar sus idas y venidas e incluso sus conversaciones al más estilo Gestapo. “Fue una infamia absoluta, cómo gente con una vida normal se vio involucrada en un presunto complot”, agrega Sanz Hernando. Alguno de los franquistas infiltrados llegó a proponer el mismo asesinato de Franco para intentar agitar las aguas. Entre los acusados había quien recibió condena por oír al espía y no denunciarle por incitar al magnicidio.

Un centenar de personas fueron detenidas por la policía militar en 1938, aunque finalmente fueron procesadas 49. Solo a 15 de ellas se les abrió Consejo de Guerra en 1941, aunque ninguno de los investigados resultó condenado por Auxilio a la Rebelión Militar, aunque se les condenó por otros delitos. A pesar de que no pudieron demostrar su culpabilidad ni la planificación del magnicidio, los supuestos implicados sufrieron acoso, persecución, años de cárcel y, en muchos casos, fueron sometidos a nuevos Consejos de Guerra acusados por las diferentes variantes del delito de Rebelión Militar –adhesión, auxilio y excitación–.

Un soplo sin credibilidad

Los autores destacan el papel que jugó Carlos Quintana Palacios como abogado defensor durante los juicios. Quintana Palacios, lejos de ser un ‘rojo’, fue poco después alcalde de la capital burgalesa (1945-1949). “Estos son los hechos relatados de una manera escueta, pues prescindo de todos aquellos que figuraban en un proceso célebre instruido por un supuesto complot, hechos que no han sido tenidos en cuenta por cuanto todos los procesados en aquel asunto y que pasaban de los ciento fueron absueltos”, zanjaba Quintana Palacios en su defensa a Ramón Tapia Aguilera y Ángel Canteli Iglesias, un alférez de infantería y un paisano.

Otras fuerzas policiales, especialmente la local, no le dieron “ninguna credibilidad” ni al soplo del peluquero ni al resto de la investigación, pero el austríaco mantuvo el pulso. “Burgos fue sometida a un control completamente asfixiante”, apunta Chomón Serna.

Los sumarios del miedo es el tercer libro que estos periodistas escriben en relación al complot después de El complot del cementerio viejo (Editorial Dossoles, 2018) y El GES, a la sombra de la Gestapo (Atrio, 2019).