Cáceres. «No perdono la muerte de mi padre, pero a mis hijos no les he transmitido rencor»

Daniel Mostajo, de 84 años, fue testigo de la represión franquista

EL PERIÓDICO EXTREMADURA | R. S. R. | CÁCERES | 6-8-2017

Recuerda que con siete años tenía que pedir a comida a los vecinos del pueblo (en aquel momento de un millar de habitantes) porque el hambre apretaba con demasiada violencia y no tenía nada que llevarse a la boca. Ni él ni sus tres hermanos. «Que te dé de comer La Pasionaria», le contestaban. Y él volvía a casa sin nada y le preguntaba a sus abuelos -con los que vivía en ese momento- quién era esa persona que le nombraban en la calle. Es uno de los recuerdos más duros que guarda de una infancia de guerra, huida, posguerra y represión franquista que le dejó una herida en el alma que sabe que nunca va a cerrar y que siempre duele porque cada vez que habla de ella no puede reprimir las lágrimas. Pero al menos ahora tiene un lugar adónde acudir para llorar la memoria de su padre y los documentos oficiales en los que puede leer qué pasó y eliminar así los rumores que corrieron por el pueblo. Daniel Mostajo Fernández, 84 años, natural de Valdelacasa de Tajo (en la provincia cacereña, ahora unos 400 habitantes) es hijo de Daniel Mostajo Ordaz, uno de los extremeños que fueron fusilados en la cárcel de Cáceres. Ocurrió el 24 de marzo de 1942. Antes, entre otros destinos, había pasado por un campo de concentración de Zamora. «Yo lo que recuerdo es que mis hermanos y yo teníamos que pedir, que mi padre nunca estaba con nosotros y que hubo un tiempo en que a mi madre también se la llevaron a la cárcel. A mí con siete años me llamaban rojo en el pueblo», se lamenta. «Y cuando ya empiezas a entender, a ser consciente, tienes que guardar silencio, porque sabes que hasta las paredes oyen lo que dices. Hasta que no murió Franco no pudimos hablar del dolor que todos teníamos, y eso también fue muy cruel».

Hace una década aproximadamente logró confirmar que los restos de su padre están en la fosa común del cementerio de Cáceres. Desde entonces acude puntualmente todos los años a visitarlo. Un viaje que le reconforta. Y hace unos meses, gracias a la ayuda de la Asociación Memorial Campo de Concentración de Castuera (Amecadec), logró hacerse con el parte oficial en el que se especifica el motivo de su condena. «Fue por ir en contra del movimiento nacional. Lo que se dijo entonces en el pueblo es que había participado en el asesinato de una persona, pero yo sabía que eso era una mentira».

Haber podido acceder a información de su padre, tenerla entre sus manos, poder visitar el lugar dónde está enterrado, al fin y al cabo, saber qué pasó con él, le ha permitido llenar (aunque nunca es del todo) un vacío que siempre ha llevado dentro. «Te aporta tranquilidad», asegura.

Emigrante

Daniel Mostajo Fernández emigró a Madrid (donde reside actualmente) con 19 años en busca de trabajo «porque en el pueblo solo había miseria». Allí estuvo muchos años en la construcción y luego se empleó como conductor de tranvía. Se casó y tuvo tres hijos, a los que siempre quiso contarles qué ocurrió con el abuelo para que la historia no se olvide. «Yo no perdono a quienes mataron a mi padre, pero nunca he querido transmitirle a mis hijos rencor, porque eso no es bueno», asegura.

El año pasado fue la última vez que volvió a su pueblo de vacaciones. Allí conserva todavía muy buenos amigos. «También hay algunos a los que le pasó lo mismo que a mí, pero es que ni siquiera quieren hablar de su propia historia porque siguen teniendo miedo».

Por eso ve tan urgente una ley de memoria histórica que permita y facilite que otras personas puedan, como él, acceder a la información que necesitan. «Es la manera de hacer justicia y calmar un sentimiento de rabia que tienes dentro. Porque hay que tener respeto a los muertos, más que a los vivos, porque los muertos ya no se pueden defender».

El mayor de sus hijos, que también se llama Daniel, explica que él y sus hermanos lo que han intentado siempre es ayudarle a encontrar toda la información de su padre «para llenarle una parte de la vida que tenía vacía, para quitarle ese malestar de no saber dónde estaba». «Solamente hemos querido complacerle», subraya.

Y apostilla: «Es muy importante que se defienda y recupere nuestra memoria histórica. Porque pasan los años y esto se va a distorsionar. No entiendo cómo puede haber gente que esté en contra de una ley que sólo pretende ayudar en ese sentimiento tan obvio como es encontrar tranquilidad».

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