Christian Espinoza Parra. «MADRES PARALELAS: ALMODÓVAR Y LA MEMORIA HISTÓRICA»

«MADRES PARALELAS: ALMODÓVAR Y LA MEMORIA HISTÓRICA»

Christian Espinoza Parra

26.02.2022

loscronistas.net

Comunicador, asesor de proyectos académicos y narrativos y crítico de cine del diario digital Nuevo Tiempo, en la sección Eriales perdidos. Es codirector de la mesa central de loscronistas.net y conductor del programa dominical de streaming por SRRadio, en el que conversa con las voces más potentes de la literatura y el cine ecuatoriano.

 

La más reciente película de Pedro Almodóvar, Madres paralelas (2022), tiene dos historias y dos comienzos; la segunda historia—la de Janis y Ana, que se conocen a poco de parir en una habitación de hospital y acaban formando un vínculo a través de su maternidad— se sobrepone a la primera —la del intento de Janis por exhumar los cadáveres de su pueblo de una fosa común hecha durante los años de la Guerra Civil—; pero hacia final las dos historias, en realidad, son una: la memoria es un cuerpo que se quiere abrazar. Y el paralelismo es claro en la medida en que la maternidad ideal, como el derecho a recordar, puede resultar un sacrificio. El resultado de la cinta es que tanto las diferentes formas de maternidad abordadas son a su vez las distintas formas de abordar la memoria histórica de un país. Sin embargo, Almodóvar es claro en su discurso: hay demasiadas ausencias todavía mudas; la Historia se hace desde los cuerpos; la memoria se reconstruye desde los huesos de los desaparecidos.

«Hay que mirar al futuro, lo otro solo sirve para abrir viejas heridas», le dice Ana a Janis. En ese sentido, la cinta interpela nuestra incapacidad para hacer de un pasado común como nación un puente entre el presente y el futuro. Una oportunidad para que países como el nuestro que no solo tiene la memoria mutilada, esquizofrénica y muchas veces hasta cobarde, sino que además enfrenta desgracias sucesivas, interminables —femicidios, corrupción, desastres naturales, inseguridad desbocada—, pueda al fin, en palabras de Iván Ulchur-Rota, tener su luto y velar a sus muertos. Las viejas heridas, íntimas y colectivas, debemos exponerlas bajo la luz terrible del medio día, no solo para sanar sino, además, para que podamos aprender a vivir con las cicatrices de la Historia.

Por momentos pedagógica e incluso cerca del panfleto —basta con recordar cuando Janis le dice a Ana que ya debe aprender en qué país vive, antes de soltarle las cifras de los desaparecidos sepultados en fosas comunes durante la Guerra Civil—, la cinta no pierde su vigor, debido al exceso almodovariano, cuya irrealidad de la puesta en escena — en la medida en que no corresponde a la realidad objetiva— con sus colores saturados y su iluminación plana que exalta tonalidades y perfila personajes, dándoles un aura de irrealidad, permite paradójicamente la verosimilitud del melodrama, como si se tratara de un sueño, en el cual comprendemos que la ficción puede echar luz sobre las tinieblas del mundo. La razón es muy simple: mientras el artista más desacredita e irrespeta la realidad la hace más visible. La forma nos acaba zambullendo al fondo, al punto de origen. En esta cinta, Almodóvar nos coloca a los espectadores en la misma fosa de los desaparecidos. Lo que hace de su discurso profundamente político también una advertencia de cara a un futuro que podría estar lleno de sombras si no hacemos de la memoria un derecho inalienable.

Entonces quizá, como en esta cinta, todos tenemos dos historias y dos comienzos que, en realidad, son el anverso y el reverso de una misma moneda: existimos cuando empezamos a recordar. Al final, el amor que profesamos como un dogma hacia alguien, ¿no está hecho de retazos arbitrarios de la memoria?

«Madres paralelas: Almodóvar y la memoria histórica», por Christian Espinoza Parra