Ciudad Real. Los rostros que Franco intentó borrar

«El duelo revelado», libro del antropólogo y fotógrafo ciudadreleño Jorge Moreno, analiza más de 6.500 fotografías de víctimas del franquismo

ABC/ Mariano Cebrián / ToledoActualizado: / 24/03/2019 19:24h

«Quien quiera acercarse a lo que es su pasado sepultado tiene que comportarse como un hombre que excava». Con esta frase del filósofo alemán Walter Benjamin comienza Jorge Moreno Andrés (Abenójar, Ciudad Real, 1981) su libro «El duelo revelado» (CSIC), un trabajo antropológico sobre la vida social de las fotografías familiares de las víctimas del franquismo.

Esa es la frase que este antropólogo y fotógrafo ciudadrealeño tiene como lema y casi como declaración de intenciones, ya que es así cómo actuado para investigar esta otra vida que las familias dieron, a través de sus fotografías, a los represaliados por la dictadura franquista, tanto los asesinados como los presos y los exiliados, siendo cada uno de estos casos los tres bloques que conforman el libro.

Para ello, el autor de este trabajo ha analizado unas 1.500 fotografías de archivos familiares, pero en el libro sólo aparecen unas 150, un 10% del total. Pero, luego, de archivos oficiales ha estudiado unas 5.000 imágenes provenientes de archivos militares, del Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, archivos provinciales, de México y de Nueva York.

A pesar de viajar por varios lugares de España y del mundo, Jorge Moreno Andrés volvió para comenzar su investigación a su localidad natal, Abenójar, donde se crió, pero de la que desconocía las historias que escondían muchos de sus vecinos más mayores. «Esto tiene una explicación antropológica», explica, ya que es algo que se define como «trabajo en casa». Para un antropólogo es importante decir desde dónde habla y, por ello, el libro empieza con una introducción en la que cuenta cómo ha cambiado su pueblo.

«Volver al pueblo, comenzar allí un estudio sobre la violencia política de la posguerra, supuso en realidad una especie de viaje exótico al interior de casas de vecinos que nunca había visitado (…). Fue emocionante descubrir que el hombre que te vendía chucherías era hijo de uno de los alcaldes represaliados en Abenójar», cuenta este joven antropólogo, quien llegó a descubrir incluso historias desconocidas de la historia de sus abuelos y de su familia.

Aparte de recopilar todo ese material fotográfico guardado desde hace tanto tiempo, desde el final de la guerra civil española hasta la actualidad, en su trabajo el autor pretende dar una explicación de por qué todas estas imágenes han comenzado a aparecer y difundirse en los inicios de la democracia y a raíz de la apertura de fosas de los asesinados por el franquismo. Así, explica que al principio, en los años 40 del pasado siglo, justo después del conflicto, cuando se produjo un gran número de asesinatos políticos por parte de la dictadura, cuyos cadáveres no aparecen, lo que hicieron muchas de las familias de las víctimas es ir a buscar las fotografías de sus parientes asesinados.

Moreno Andrés recuerda, por ejemplo, que cuando asesinaron a Alfonso Capilla, un vecino de la localidad ciudadrealeña de Chillón, lo que hizo su hermano no es ir a buscar el cuerpo, sino su otro cuerpo, el fotográfico. Por eso, acudió a la mina en la que trabajaba para pedir su carné de trabajador y obtener su fotografía. De ahí, se la llevó a su casa y, según indica, «la sensación que tiene la familia, con esa imagen delante, es como si hubiera llegado el cuerpo de su pariente fallecido».

Anselmo Capilla, el hijo de Alfonso, relata que ocultaban la imagen a los más pequeños de la casa, como si de un cadáver se tratara. «Ante la falta de un cuerpo físico, ya que muchas de esas personas fueron asesinadas y enterradas en fosas o arrojadas a cunetas, sus familias, como en un ritual funerario en el que se le amortaja y se le ponen las mejores ropas para dignificarlo y colocarlo socialmente en su sitio, que debería ser un cementerio, realizan los mismos cuidados sobre el único recuerdo que tienen de ellos, que son sus fotografías», afirma el autor de «El duelo revelado».

De hecho, los familiares acudieron a estudios de fotografía para arreglar esas imágenes, las ampliaron y les hicieron un duelo, en este caso privado, dentro de las casas, donde desde entonces lucen enmarcadas y colgadas de las paredes de salones y alcobas. En su opinión, «se esfuerzan mucho en dar un lugar a esa persona que el régimen franquista pretende negarle, pero yo, a lo largo de los siete años de mi investigación, he podido comprobar que todos esos desaparecidos tienen un rostro».

Viaje por salones y alcobas

De este modo, el libro invita a los lectores a realizar un viaje por los salones, las alcobas, los desvanes y otros rincones de las viviendas donde los familiares de los represaliados conservan todo ese material fotográfico. Debido al miedo a las represalias de las autoridades franquistas, mucha gente ha llevado durante 40 años las fotografías de sus seres queridos en el bolsillo, las han tenido guardadas en cajas o incluso algunos las escondieron en grietas de las paredes, como hizo la madre de Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.

Además, según señala Moreno Andrés, todos los cuidados dispensados a las fotografías durante estas décadas han correspondido, en la mayoría de los casos, a las mujeres -viudas, hijas, hermanas, tías o sobrinas-, que como guardianas de ese legado, transmitían esa tarea de una generación a otra. Un caso que ejemplifica esto claramente es el de María Paula y Julia Capilla, que durante años han guardado las fotos de su tío asesinado, Pablo Madrid, una de ellas en el interior de una biblia.

También son las mujeres, sobre todo las viudas, las que, por miedo a que sus descendientes quedaran marcados de por vida por ser hijos o familiares de un rojo -como se llamaba a todos ellos-, las que silenciaban cualquier ápice de recuerdo de esas personas, incluidas las fotografías. De hecho, muchas de las frases que expresaban esas mujeres son las que se reflejan en el libro: «Al que quiera saber, mentiras a él», «no hay nada mejor que lo que no se dice» y «no hay mejor imagen que la que no se muestra».

Llama también la atención el caso de José Antonio López Tercero -recuerda Moreno Andrés- uno de los exiliados que se marchó a México en 1939, después de salir de España y pasar por dos campos de concentración en Francia, desde donde partió, en el puerto de Marsella rumbo a Veracruz viajando en el Sinaia, uno de los barcos famosos por el traslado de expatriados españoles. En una de las fotografías que analizó el antropólogo, sorprende que este exiliado mandara una fotografía a su familia desde Xochimilco, un lugar famoso por su lago y por sus canales cerca de Ciudad de México con un gran atractivo turístico, donde él se retrató como uno más de los que visitaba este paraje y se la mandó a su familia para hacerles saber que estaba vivo. De este modo, José Antonio pretendía salvar el control del correo de las autoridades franquistas.

«Guardando esas fotografías de sus familiares muertos durante la represión franquista, lo que hacen estas familias no es sólo guardar sino aguardar a que, por fin, 80 años después de su muerte y tras cuarenta años de democracia, los restos de sus seres queridos sean sacados de las fosas a las que fueron arrojados y puedan ser enterrados dignamente en algún lugar donde poder colocar todas esas imágenes que han conservado durante tanto tiempo. Este proceso debería ser el habitual, es decir, el de pasar del duelo privado al duelo público», afirma el autor de «El duelo revelado», quien destaca el poder de las fotografías. Y es que, como se suele decir algunas veces, una imagen vale más que mil palabras.

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