Cómo Oviedo fue punto de fuga de nazis

Dos investigadores aseguran que la red de ayuda de Clara Stauffer usó desde 1945 la ciudad para esconder a los prófugos alemanes en España

Guillermo Guiter / 22/06/2020 /lavozdeasturias.es

Oviedo, 1945. Franco ganó la guerra, pero Alemania la acaba de perder. Una activista nazi, miembro destacado de la Sección Femenina, usa la recién estrenada sede de esta organización falangista en la calle del Sol, a pocos pasos del ayuntamiento ovetense, para esconder a prófugos de la justicia aliada y ayudarlos a huir a Sudamérica. Cuenta, nada menos, con el poderoso apoyo de su amiga Pilar Primo de Rivera, líder de la Sección Femenina y hermana del fusilado fundador de la Falange, José Antonio.

¿Quién fue esa mujer que organizó una tupida red de ayuda a huidos nazis desde España? La intensa actividad de Clara Stauffer Loewe (Madrid, 1904-1984), conocida como Clarita, no pasó inadvertida para los servicios secretos británicos y americanos, que llegaron a reclamarla (sin éxito, naturalmente) al gobierno de Franco por el valioso auxilio que prestaba a los criminales de guerra. 

La vida de Stauffer está bien documentada en algunos aspectos, incluso en sus actividades ilegales pero toleradas por el régimen. Otros, como un presunto matrimonio fallido, siguen siendo inciertos. Clarita fue una niña nacida en el ambiente privilegiado de la burguesía madrileña, hija de un maestro cervecero, Konrad Stauffer, que ayudó a levantar en España la fábrica Mahou, y de Julia Loewe, de la familia creadora de la famosa marca de moda. El matrimonio Stauffer-Loewe tuvo tres hijos.

Era muy diestra en su vida social. Simpática, buena nadadora y esquiadora, como narran las crónicas un tanto cursis del diario ABC, su juventud parece despreocupada y ajena a la tremenda agitación política de los años 20 y 30. Pero no es así. Había sido educada en Alemania y se hizo admiradora feroz (hasta la muerte, literalmente), de Hitler y Mussolini. En ese ambiente conoció a los Primo de Rivera y su sintonía ideológica le une a Pilar de inmediato.

Parece inevitable que la hiperactiva Clarita Stauffer se uniera al gran proyecto falangista para captar a las mujeres, la Sección Femenina, donde ella aparece ya durante la Guerra Civil como responsable de Prensa y Propaganda. Pero será en la posguerra mundial donde desplegará de vedad sus dotes personales y su indudable inteligencia, aunque aplicados a un fin más siniestro.

Tras la destrucción del Reich, amparada en el caos, comienza la desbandada nazi a través de lo que los aliados llaman «ratlines» (líneas de ratas), una de ellas a través de Italia, que cobija y tralada a genocidas como Eichmann y Mengele. Otra, la que Stauffer crea en España.

La conexión asturiana

Al menos dos fuentes señalan que la pronazi (no consta a los historiadores que fuera militante del partido, aunque es muy probable) tenía vínculos con Asturias: Guy Walters en Hunting Evil (Cazando el mal, 2009) y David Messenger en La caza de nazis en la España de Franco (2014). A su vez,  Messenger cita como fuente el Memorandum Titus, un informe de Earle Titus, miembro del servicio de inteligencia norteamericano precursor de la CIA (la OSS) destacado en España. Es el origen de la información, pero es muy fiable, puesto que Titus indagó con mucho tesón los vínculos de algunos elementos franquistas con los nazis huidos.

Así pues, llegamos quizá al lugar y los motivos por los que Clarita operaba en Oviedo. En principio, la vinculación de la Sección Femenina con la ciudad era importante. No en vano se trataba del hogar de la mujer de Francisco Franco, Carmen Polo, además de la ciudad donde  estos se casaron. Pocos años después del fin de la Guerra Civil, la Falange se hizo con el llamado palacio de Inclán Leyguarda, más bien un caserón destartalado. Está ubicado en el centro de Oviedo, en la calle del Sol. Sigue perteneciendo al Estado; fue consejería de Cultura y actualmente es jefatura de Telecomunicaciones.   

En el Oviedo en reconstrucción de 1945, el palacio comienza a funcionar como delegación provincial de la Sección Femenina (SF). Imparte sobre todo cursos de formación para mujeres y también da albergue en régimen de internado a las que acuden de fuera de la ciudad. Es aquí donde con mucha probabilidad se produce la confusión con la palabra «pensión», que no consta como tal, en ningún documento, vinculada a la SF.

 La preponderancia del caserón de la calle del Sol era tanta que en 1949 se llegó a celebrar en Oviedo el Consejo Nacional de la SF, con la asistencia de Pilar Primo de Rivera. Por tanto, lo más seguro es que fuera en este lugar donde Clarita Stauffer alojó a las mujeres de los jefes nazis que alude Walters (mientras los hombres, si venían con ellas, dormirían en algún otro lugar vinculado a la Falange, tal vez sus locales de la calle San Vicente o domicilios privados).

El mismo año de la fundación de la SF en Oviedo, la formación de Primo de Rivera también abre el colegio mayor femenino Santa Catalina en la calle Campomanes, 9. Tras una serie de pleitos con los propietarios de la finca, se acabó instalando en el Sanatorio Laredo de la avenida de Galicia, un chalet ubicado frente al sanatorio Miñor que ya no existe. También es posible que las nazis fueran alojadas en este lugar, pero resulta menos probable puesto que habrían llamado más la atención al ser un internado para chicas muy jóvenes, mientras que el de la calle del Sol era más para mujeres adultas. Además, David Messenger añade que Stauffer usaba su zona privada en un local de la Sección Femenina, lo que descartaría el colegio mayor.

¿Iban o venían?

Sea como fuere, acudían a Oviedo como punto de llegada de partida o de salida; sobre esto no hablan los historiadores. Pude ser que vinieran desde Alemania vía Francia e hicieran una parada en Asturias o también es posible que se tratara de una vía de salida desde España, a través del puerto de Gijón, a los barcos cuyo destino era sobre todo Argentina. Allí, como es sabido, Stauffer envió a numerosos nazis que vivieron cómodamente bajo el amparo de Perón.

La huella de Skorzeny

También parece claro que fue amiga personal de Léon Degrelle y del mítico Otto Skorzeny, a los que ayudó al principio, cuando llegaron a España, Degrelle en 1945 y Skorzeny en 1948, y que más tarde apoyaron (moral o materialmente) a su vez la llamada Hilfsverein (asociación de ayuda) de Stauffer. José María Irujo en La lista negra, los espías nazis protegidos por Franco asegura que el sobrino de Clarita, Enrique Mahou, le contó que ella tenía en su casa de la calle Galileo «centenares de botas, pantalones, camisas y abrigos de hombre para los refugiados nazis de su organización». La red presuntamente benéfica formaba parte desde 1939 de la Nationalsozialistische Volkswohlfahrt (NSV) o protección social nacionalsocialista, la única agencia asistencial autorizada en la Alemania Nazi.

 La frenética actividad de Clarita fue denunciada en 1945 por un conocido y muy influyente periodista británico, Denis Sefton Delmer. El artículo de Delmer, que destapaba los verdaderos objetivos de la activista, generó una gran polvareda diplomática. Hacia 1947, el Consejo de Control Aliado reclamó al ministerio de Exteriores español que dirigía Alberto Martín-Artajo que extraditara a 104 nazis residentes en España, entre ellos Clara Stauffer, que vivía en el número 14 de la calle Galileo de Madrid. Así se confirma también en documentos recientemente desclasificados por la CIA.

Desde luego, Franco se negó y Clarita siguió con sus tareas, aunque ya resultaba incómoda al régimen debido a la presión diplomática de posguerra. Contaba con la ayuda de una bien situada burguesía alemana, alentada o al  menos bien tolerada por el dictador, entre cuyos miembros estaban Herbert Hellman, director de AEG, o el padre Boos, rector de la comunidad católica alemana en Madrid y Barcelona, según cuenta David Messenger.

Para este historiador, el inicio de la fuga de los nazis más prominentes o buscados hacia paraísos latinoamericanos se debió, precisamente, a que no se sentían del todo seguros en España. Algunos de ellos incluso habían sido internados en cárceles españolas de las que Stauffer intentó con denuedo (y a menudo consiguió) sacar.

Messenger se pregunta: «¿Qué significaban las actividades de una persona como Stauffer para Estados Unidos y el Reino Unido en 1947 o 1948, cuando la falta de apoyo de España a las repatriaciones suponía claramente el fracaso inevitable de aquella política? Earle Titus afirmaba a principios de 1948 que las actividades de Stauffer estaban tan bien organizadas que el Gobierno español debía de estar haciendo algo más que solo tolerarlas: ‘En todo este asunto hay demasiado humo como para que no haya fuego en alguna parte’, señaló Titus».

Aunque en la práctica era «imposible» devolver a los exnazis a la Alemania ocupada, concluye el historiador, «los aliados seguían temiendo que pudieran influir en las políticas de España o en el gobierno argentino. En Londres, un miembro del Foreign Office hacía un comentario a propósito de Stauffer cuando escribía: ‘los alemanes en España son tan peligrosos para nosotros como lo eran los rusos, y creo que incluso los estadounidenses no tienen más remedio que admitirlo». De hecho, las posteriores dictaduras argentinas contenían algo más que un potente tufo a nazismo.

Por eso, Titus exigió medidas contra Stauffer, pero nunca llegaron. «En última instancia, Titus y Smith, que habían dedicado tantas energías a la campaña de repatriaciones, estaban librando una batalla perdida. A finales de 1948, sobre todo a partir de que España y los aliados llegaran a un acuerdo sobre el patrimonio alemán en España, las repatriaciones pasaron a ser un recuerdo que se desvanecía poco a poco».

Así que Clarita ganó. Siguió un tiempo indeterminado cobijando y ayudando a los nazis, que pudo haber rescatado a centenares, según deja entrever el testimonio de su sobrino. Si se casó y fue estafada por un expiloto de la Luftwaffe que conoció al visitar la cárcel de Nanclares, parece más propio de una novela que de la realidad. Lo cierto es que Clara Stauffer Loewe no tuvo hijos y vivió plácidamente en Madrid para ver morir a Franco y nacer la democracia, hasta que murió con ochenta años, en 1984.

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