Antonio Castro Lobato

Sevilla
Sevilla
Castro Ramos, Carmen

Mi familia paterna llegó de El Arahal a Sevilla a mediados de los años 30 y allí vivían de una tienda-bar y las tierras que mi abuela había heredado. Eran ocho hermanos (dos varones y seis mujeres). El mayor era mi padre, José Castro Montero, y emigró al arruinarse la familia y a continuación lo hizo el resto.

Entre los trabajos que tuvo, uno de ellos fue en el puerto y allí fue donde contactó con el P.C.E. Cuando llegaron sus familiares se establecieron en la calle Enladrillada, en la llamada «la casa de los muertos», justo al lado de los Jardines del Moro.

Entre mi abuelo y mi padre se había producido un desencuentro en el pueblo y al llegar a Sevilla su padre le propuso colaborar en el PC., como una forma de volver a encontrarse los dos. Las hermanas montaron un taller de camisería en la casa, que por la noche se convertía en dormitorio.

Mi abuelo, Antonio Castro Lobato, empezó a colaborar en una célula que se reunía en la plaza de los Carros y cuya finalidad era falsificar la documentación necesaria para quitar de Sevilla a las personas que estaban perseguidas. Un día a primeros de septiembre del 36 hubo una redada y los detuvieron a todos. Estuvieron torturándolos varios días para que facilitaran la lista de los nombres que estaban gestionando, se entiende que alguien habría dicho que él la tenía, cosa que era cierta.

Una noche de presentaron en la casa familiar y entró la policía diciendo que en la calle habían dejado a mi abuelo y si no les entregaban la lista, lo mataban allí mismo. Cuando le detuvieron, mi abuela le dio la lista a una aprendiza del taller para que se la entregara a mi padre que estaba escondido en su casa. Así que mi abuela que no sabía si ayudar a su marido o a su hijo, al final optó por mandar delante a una hija para que avisara a mi padre antes que llegara la policía a donde estaba la lista.

Mi padre ya no estaba allí y a lista la habían guardado en una puerta rota. El dueño de la casa le entregó la lista a la policía y se defendió de ella pegándole a su mujer y a su hija y recriminándolas por esconder algo sin que él lo supiera y que ellas no sabían lo que contenía. No les pasó nada porque en cuanto tuvieron la lista en su poder se fueron corriendo.

Al día siguiente cuando fueron a llevarle la comida y la ropa a la cárcel les dijeron que no estaba allí, y eso fue lo último que se supo de él. Todo el mundo dedujo que en esos días fusilaban en las tapias del cementerio y así lo han creído siempre.

Hace dos meses que el ayuntamiento de Sevilla ha publicado un libro de memorias del cementerio en el que se daba entrada a todos los fusilados y fallecidos por otras causas. Como sabíamos el día que el sargento de la Guardia Civil, un tal Galíndez se lo había llevado de la cárcel junto a dos presos más, en la relación de ese día está mi abuelo en la fosa Monumento, donde siempre le habíamos puesto flores el 14 de abril, por supuesto sin saber que estaba allí.

Mi padre tuvo una condena a muerte por cogerle con dinero de la Republica para entregárselo a los guerrilleros de la Pata del Caballo (Huelva). Eran 30.000 pesetas de la época, las mismas que la policía se quedó y no apareció en el juicio. Por supuesto mi padre tampoco dijo nada. Parte de los que habían apresado con él eran militares de la República y el mismo día que Franco recibió a sus familias, ya los habían fusilado sin juicio. Sin embargo, a mi padre una vez que lo condenaron, mi abuela pidió clemencia a Franco y le quitó la pena de muerte después de llevarse seis meses incomunicados en capilla esperando que cualquier noche lo sacaran. Siempre cuenta que todas las mañanas cuando amanecía llamaba a Juanito de la CNT, que estaba en las mismas circunstancias que él, y se preguntaban a voces si todavía continuaban vivos. También tuvieron los dos la fortaleza de leer los Episodios Nacionales, 44 libros, de Benito Pérez Galdós.

Así fue como mi padre pasó de un martirio al otro que era estar en la cárcel, que era de una dureza extrema, los presos se morían de hambre y enfermedades que no les curaban. Un grupo de presos se organizaron y reunían los canastos, (que así llamaban a la comida que podían llevarlos) para poder repartirlo entre ellos y así podían atender a personas que no tenían quien les llevara nada, entre ellos Antonio del Amo, un director de cine.

Toda la familia pasó por la cárcel, menos mi abuela. Mis tías todo lo que cogían era para llevar comida a la cárcel y ayudar a vender papeletas para el Socorro Rojo, además de ellas también estaban sus novios.

En la cárcel formaron un equipo de fútbol y el efecto fue el contrario de lo que querían, pues todos los días faltaba alguien que habían sacado la noche antes para fusilarlo, pero ellos continuaban con el futbol para demostrar que estaban fuertes así fue como mi padre se hizo fan del Sevilla CF, que fue el único equipo que les regaló balones.

La represión continuó muchos años en forma de no dar trabajo a los que habían estado en la cárcel, exigirnos ir a misa porque sabían que mi padre no quería, o no darnos en la Parroquia del Cerro la leche en polvo de los americanos que repartían entre algunas familias.

Por todo ello, debemos pedir todos: MEMORIA, JUSTICIA Y REPARACIÓN.