Manuela Díaz Cabeza

Villanueva de Córdoba
Córdoba
Mariño, Henrique

La Parrillera no fue la única guerrillera cordobesa, pero haber sobrevivido a las torturas y a la cárcel la convirtieron en memoria viva del maquis andaluz. Su biografía engrandeció su figura, aunque los hitos fueran luctuosos: la pérdida de su padre en la cárcel de Valencia; la muerte de su marido a manos de la Guardia Civil; el fusilamiento de su hermano; su propia condena a pena capital, conmutada por treinta años de cárcel; y la pérdida de dos hijos, un bebé nacido en el monte y otro de diecisiete años cuando estaba entre rejas…

A Manuela Díaz Cabezas (Villanueva de Córdoba, 1920-2006) el apodo le venía de familia, unos humildes jornaleros oriundos de un pueblo donde el PCE había echado hondas raíces durante la Segunda República. “No eran políticamente muy destacados, pero tenían conciencia de clase. Gente de izquierdas relacionada con militantes comunistas, aunque ella nunca tuvo el carné”, explica el historiador Francisco Moreno Gómez, quien en 1987 la rescató del olvido en su libro Córdoba en la posguerra (la represión y la guerrilla, 1939-1950), editado por Francisco Baena.

En su pueblo se había creado el Batallón Bautista Garcés, que participó en la batalla de Pozoblanco y en la del Ebro. “Estaba formado por la flor y nata del obrerismo de Villanueva de Córdoba, a la que se sumaron comunistas de otras localidades, quienes destacaron por su espíritu luchador”, añade el autor de La resistencia armada contra Franco (Crítica), donde vuelve a abordar la figura de la Parrillera y de la Tercera Agrupación de Córdoba, gestada en otoño de 1944 y oficializada durante una asamblea en 1945.

Su jefe militar era Dionisio Tellado, apodado Mario de la Rosa o Ángel, y su jefe político, Julián Caballero Vacas, fundador del PCE y alcalde de Villanueva de Córdoba con el Frente Popular. Este último, como señalaba el estudioso Antonio Gutiérrez López en la revista Ámbitos, prefirió huir ante el avance de los rebeldes cuando la guerra civil todavía no había llegado a su fin. Caballero organizó una de las partidas pioneras en la lucha antifranquista, a la que se unieron vecinos como Basilio Villarreal, Panza, o Josefa López Garrido, la Mojea, otra relevante guerrillera.

Dionisio Tellado llegó como enviado del partido para organizar la guerrilla, aunque debido a sus ausencias el dirigente de facto pasaría a ser Julián Caballero”, explica Moreno, quien los califica como líderes muy señalados y de vanguardia. La labor de proselitismo a cargo de Tellado se centraría sobre todo en los jóvenes de izquierdas, pues algunos preferían echarse al monte antes que hacer el servicio militar en el Ejército nacional, que iba tomando las localidades del norte de la provincia. A ellos se les sumarían, sobre todo a partir de 1946, enlaces que habían sido descubiertos o que lo temían, como apunta Gutiérrez en el artículo La 3ª Agrupación guerrillera de Córdoba contra el régimen franquista (1939-1947).

En este contexto se une al maquis Miguel López Cabezas, conocido como Moraño o el Parrillero, apodo que lo emparenta con Manuela no tanto por ser su pareja como por ser su hermanastro por parte de madre. Detenido y liberado tras la victoria rebelde en 1939, antes de que lo arrestasen por segunda vez ya se había dado a la fuga. Ella, entonces, comenzó a ejercer de enlace, pero fue encarcelada once meses por haber presuntamente cometido un hurto. Aunque en el juicio sería absuelta, nunca escucharía la sentencia, pues las palizas y la persecución motivaron que se integrase en el maquis a finales de marzo de 1943 junto a su hermano Alfonso, un albañil que se negó a incorporarse a las filas franquistas y sufrir los rigores de los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores.

“Manuela, a pesar de ser analfabeta, tenía unos grandes valores, como apoyar a los suyos y defender la ideología por la que luchaban. Pese a su juventud, colaboró llevando de noche información y víveres a los escapados, por lo que se vio acosada por la Guardia Civil, que la interrogó y la maltrató. Sin embargo, a pesar de las represalias, nunca delató a nadie”, recuerda Mar Téllez, expresidenta del Foro Ciudadano para la Recuperación de la Memoria Histórica de Andalucía.

Había dejado con su madre a sus dos hijos, Juanito y Adela (de cinco y diez años), pero una vez en la sierra parió a un bebé, Miguelito. “Cuando se quedó embarazada, se dio cuenta de que sería evidente que seguía viendo a su pareja y de que no soportaría los interrogatorios, de ahí que decidiese unirse a los maquis”, añade la productora del mediometraje La Parrillera, una maquis por amor, cuyo título según ella es una licencia, pues su huida fue motivada por las represalias. “Se echó al monte por amor a sus hijos, a su marido y a quienes luchaban por unas ideas”, matiza Téllez, quien destaca su espíritu de rebeldía.

Si las condiciones del parto en la sierra habían sido extremas, criar al recién nacido era inviable. “Y la cama era monte y una manta en el suelo”, relataba Manuela a la periodista Rosa Luque en una entrevista publicada en el diario Córdoba en 2001. “Pasé muchos sustos, por eso me eché al monte. Si no, hubiera seguido roja toda la puta vida; pero en mi casa. Porque yo no he hecho nada malo. La culpa de mi historia la tuvieron ellos”, añadía la guerrillera, cuya charla fue recogida por Antonio Ramos Espejo en su libro Andaluzas, protagonistas a su pesar (Fundación Centro de Estudios Andaluces).

A comienzos de 1944, tuvieron que dejar a la criatura en un cortijo, aunque luego fue llevada a un destacamento de la Guardia Civil y, finalmente, al hospital de Villanueva, donde fallecería meses después. Coincidió con su integración temporal en la partida de Julián Caballero, quien había acogido a desplazados de otras localidades cuando ejercía de alcalde en Villanueva. Luego fue comisario político y, tras romperse el frente de Pozoblanco, huyó a la sierra. En 1947 fue asesinado a tiros en una emboscada en Umbría de la Huesa (Villaviciosa de Córdoba) junto a otros cuatro guerrilleros, entre ellos María Josefa López.

“Los cadáveres de mi abuelo y de la Mojea fueron expuestos en la plaza del pueblo. Mi padre [Ernesto] era un niño, pero siempre recordó las heridas de bala y que, una vez muertos, fueron golpeados y arrastrados por los campos hasta allí”, afirma Julián Caballero Aperador, nieto del jefe de la Tercera Agrupación Guerrillera y actual responsable de finanzas del PCE cordobés. “Fue una vida muy difícil. Se movían de noche y se escondían de día. La guerrilla pudo aguantar tanto gracias a la ayuda de los enlaces y de las familias de los cortijos con conciencia política”, añade Caballero Aperador.

Sin embargo, todo su esfuerzo fue en vano. “Esperaban en la sierra que en Europa hubiera un vuelco contra el fascismo y que llegaran refuerzos y armas. No perdieron la esperanza de derrocar al régimen y estaban organizados para retomar la situación anterior a la guerra, pero pasó lo que pasó”, se lamenta el nieto de Julián, una queja compartida por Rafael Guerrero. “Fueron unos resistentes y unos héroes, aunque el franquismo los calificó de bandoleros, una lectura que lamentablemente todavía perdura en algunos círculos, cuando deberían ser homenajeados”, cree el director y presentador del programa La Memoria en Canal Sur Radio.

“Son unos grandes olvidados que sufrieron la persecución y las contrapartidas, por no hablar de las torturas a los que fueron sometidos para que delatasen a sus compañeros. La represión contra ellos fue, más que dura, terrible”, asegura Guerrero, quien insiste en que aguardaban ansiosos la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, que de poco les sirvió. “España para ellos era una cárcel, por lo que reconvirtieron sus aspiraciones democráticas en la supervivencia. Estaban totalmente acosados y tenían poca escapatoria. Algunos lograron huir a Francia, pero muchos fueron ejecutados”, rememora el periodista y doctor en Historia por la Universidad de Sevilla con la tesis Memoria histórica: una experiencia desde Andalucía.

Miguel López Cabezas corrió esa suerte a finales de febrero de 1944, cuando en busca de comida se topó en un cortijo de Fuencaliente (Ciudad Real) con un destacamento de la Guardia Civil. El Parrillero murió acribillado y su cadáver fue trasladado a su pueblo, donde fue expuesto en la plaza. El 16 de noviembre, su partida se separó de la de Julián Caballero por discrepancias y un día después el nuevo jefe del grupo, Inocencio Bernabé, Borrica, vio una luz en la noche y mató por error a un cazador de un disparo. Al mes siguiente, logró huir con destino a Francia durante un cerco de la Guardia Civil en el que fueron detenidos Manuela, su hermano Alfonso y el Lobito. Encarcelados en las prisiones madrileñas de Carabanchel y Las Ventas, pronto comparecerían ante un tribunal.

“Fue una farsa horrible, como todos los juicios del franquismo, porque no había ni testigos ni pruebas. Además, ella era ajena a todo eso, porque no mató a nadie, simplemente se fue con su marido para huir de las palizas”, razona Francisco Moreno Gómez, quien lo considera una “inculpación colectiva”. O sea, que pese a no haber cometido ningún delito de sangre terminarían pagando el crimen de otro: los últimos Parrilleros declararon que Inocencio disparó a aquel pastor que había salido a cazar de madrugada en una zona donde operaba el maquis. El análisis del sumario, a cargo del autor de La resistencia armada contra Franco, revela las acusaciones falsas y contradictorias de la Guardia Civil y de Falange —que aseguró que el Lobito había intervenido en asesinatos y que Manuela había hecho “vida marital con un hermano suyo”, en realidad un hermanastro criado en otra casa—.

Como no había pruebas de quién había matado al cazador, la sentencia del consejo de guerra atribuye el disparo a alguno de los tres e incluso a Miguel López Cabezas, fallecido en el momento de los hechos. Condenados a muerte, Alfonso y el Lobito fueron ejecutados en febrero de 1946, mientras que la Parrillera vio conmutada la pena por treinta años de prisión. “Madre, cuando reciba esta carta, yo no existiré”, le escribió su hermano a su madre antes de morir junto a otros condenados. “Entre ellos, tres pesos pesados de la resistencia y de la liberación de Francia: Antonio Medina, Manuel Castro y, sobre todo, el célebre Cristino García, condecorado con la Legión de Honor”, como dejó escrito Moreno en Manuela la Parrillera, una cordobesa en el maquis, publicado en 2012 en el Boletín Informativo de Villanueva de Córdoba.

Él fue quien la rescató del olvido en los años ochenta. Había pasado casi dos décadas encerrada en varias prisiones y, antes de salir en libertad, le informaron del fallecimiento de su hijo Juanito, a los diecisiete años, en un hospital. Ella no pisaría la calle hasta 1961, cumplidos los 41. Se le habían muerto dos hijos, su marido y su padre, preso en la cárcel de Valencia. “Me enteré de que en Villanueva vivía una superviviente de la sierra y la conocí a finales de los setenta. Me encontré a una mujer enérgica, con coraje y muy concienciada. Entonces, la saqué del anonimato en el libro Córdoba en la posguerra (la represión y la guerrilla, 1939-1950)“, recuerda Moreno, quien la acompañó a homenajes y puso el foco sobre una de las grandes ignoradas del maquis.

“La molían a palos”

Aunque otras mujeres se integraron en la guerrilla, su caso no deja de ser singular, sobre todo por el sufrimiento vivido antes, durante y después de la sierra. “La cárcel y la muerte de su bebé, de su marido y de su hermano marcaron su vida”, asegura el experto en su figura, quien subraya que en Villanueva hubo otras cuatro o cinco —pertenecientes a Socorro Rojo Internacional y a la Asociación de Mujeres Antifascistas— que se echaron al monte tras la entrada las tropas franquistas. Al cabo de un par de semanas, María Muñoz, la Loba, o Isabel la Chata terminaron entregándose. “No soportaron ese género de vida. Cuando las detuvieron, los falangistas les gritaban: ¡Ya están aquí las queridas del alcalde! Para los franquistas, todo eran líos de faldas, hasta el punto de que a las maquis las llamaban mancebas“. La Mojea, en cambio, resistió en la sierra ocho años hasta que la mataron.

La Parrillera fue popular porque sobrevivió. No se echó al monte por amor, sino por las torturas, pues la molían a palos. Luego, en la cárcel se relacionó con grandes mujeres antifranquistas, como Tomasa Cuevas o Juana Doña. Y, una vez libre, pudo contar sus peripecias”, matiza Francisco Moreno, quien señala que aunque no tuvo el carné del PCE, se sentía de izquierdas y se consideraba comunista. “Al igual que su marido, porque en Villanueva eran simpatizantes o militantes del partido. La CNT no existía y el PSOE, poco representativo, no mandó a nadie a la sierra”.

Cuando Manuela comentaba que la Mojea era muy valiente, Mar Téllez le replicaba: “¿Acaso tú no lo has sido, con todo lo que pasaste?”. La miembro del Foro Ciudadano para la Recuperación de la Memoria Histórica de Andalucía define a las maquis como personas “de convicción firme y fuertes creencias en sus valores”, así como defensoras de la democracia y la libertad. “Sin embargo, perdieron la guerra dos veces: por ser republicanas y por ser mujeres, porque ellas fueron doblemente silenciadas y denostadas durante cuarenta años”.

Fuerte de carácter, amaba todo lo que significaba ser libre, afirma Téllez, quien subraya que muchas jóvenes dieron su vida en la retaguardia por sus ideas y las de los suyos. “En la contienda y en la posguerra hay muchas Manuelas, y ella las representa a todas. Una mujer solidaria, porque nunca delató a sus compañeros, y de espíritu libre, porque prefería las tareas del campo que servir en una casa. Decía que eso de trabajar para alguien entre cuatro paredes no iba con ella”, explica la productora de La Parrillera, una maquis por amor (Miguel Ángel Entrenas, 2009), quien cree que su cara y sus silencios expresaban las “barbaridades” que sufrió.

“La figura de Manuela se reivindica como una luchadora nata que tiene que sobreponerse a dos injusticias: la de la represión franquista y la de la adversidad histórica hacia la mujer. No es solo el hecho de ser maquis, sino también de ser una mujer maquis”, declaraba a la TVM de Córdoba su compañero Manuel Díaz Povedano, miembro del Foro, a propósito del citado mediometraje. “Había enlaces y cortijeras que se jugaban la vida, pero la Parrillera fue una de las guerrilleras con un papel muy activo, equiparable al de cualquier hombre”, señala Rafael Guerrero.

“Me ha gustado siempre sentirme libre, y ese sueño de libertad mereció la pena”, le dijo la Parrillera a Rosa Luque en la entrevista que le hizo en 2001. La periodista del diario Córdoba, entonces, le pregunta si había perdonado todo lo que ha pasado. “Perdonar, sí, pero olvidar jamás”, le contesta Manuela Díaz Cabezas. “Quizá esté muerta y me esté acordando de todo. Me siento estafada por la vida, no he tenido suerte en nada. Nací estrellá, qué se le va a hacer”.

Fuente: https://www.publico.es/politica/manuela-parrillera-maquis-guerrillera.html