Exposición “Todos (…) los nombres”. Panel 24. La Autarquía de la inteligencia

(…) La depuración fue algo más profundo y duradero que un reajuste meramente administrativo del profesorado. Llevó incorporada la represión política al objeto de enterrar un proyecto de cultura (…)

La Universidad de Sevilla no escapó al ejercicio de la violencia fundacional del régimen levantado por los golpistas. Su profesorado y personal administrativo fue expedientado, perseguido, desterrado, encarcelado o asesinado. El célebre grito de Millán Astray, «¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!», lejos de suponer una anécdota, adoptó una forma concreta, rotunda: la puesta en marcha de una deliberada política de depuración de docentes universitarios que apartó de las aulas a quienes se consideró máximos responsables de la corrupción de la juventud y del alma española.

Sevilla fue el punto de partida de lo que se aplicaría más adelante al resto de universidades. En septiembre de 1936 el nuevo rector nombrado por los golpistas, el catedrático de Química José Mariano Mota Salado, inició —conforme a consignas de la Junta de Defensa Nacional— la elaboración de informes de depuración sobre los miembros de los centros docentes adscritos al Distrito Universitario de Sevilla, que en esos años incluía a los de Córdoba, Cádiz, Huelva y Badajoz.

Profesorado, administrativos y alumnado fueron sometidos al examen, al juicio de su ideología, conducta política, patriotismo y moralidad. Los considerados «desafectos», o con indicios de ello, debían ser —textualmente— «removidos » o «eliminados».

Una tercera parte de los catedráticos universitarios del Distrito sufrió, en consecuencia, algún tipo de depuración. Demófilo de Buen Lozano, Ramón Carande Thovar, Manuel Martínez Pedroso, Rafael de Pina y Milán, José Quero Molares, María del Rosario Montoya Santamaría, Juan de Mata Carriazo o Jorge Guillén, entre otros, fueron suspendidos de empleo y sueldo, desposeídos de sus cátedras, inhabilitados para cargos directivos y públicos o expulsados de la Universidad.

A algunos, la persecución les condujo al exilio. Otros, como Rafael Calbo Cuadrado (profesor de la Facultad de Medicina de Cádiz) o los hermanos José y Manuel León Trejo (profesores de la Escuela del Trabajo y Normal de Magisterio de Sevilla respectivamente) fueron asesinados.

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