Córdoba. Antonio Barragán: “La represión franquista fue un holocausto”

Antonio Barragán (Aguilar de la Frontera, Córdoba, 1949) ha pasado más de 40 años de su vida como docente e investigador especializado en la Historia del siglo XX de España. Ha buceado en archivos de todo el país para escudriñar la realidad de la II República, la Guerra Civil, la represión franquista y la dictadura. Y, con ello, asentar sobre documentos, datos y hechos constatados la Memoria Histórica de este país.

Catedrático y doctor en Historia Moderna y Contemporánea, licenciado en Ciencias Políticas, Premio de Investigación de Historia Social ‘Juan Díaz del Moral’ y Premio de Ensayo ‘Corpus Barga’, entre otros, tiene tras de sí una larga lista de estudios históricos publicados. El último, un ensayo: ‘Enterado, Justicia militar de guerra en Córdoba (1936-1945)’, un exhaustivo análisis resultado de más de 14 años de investigación en los archivos militares franquistas para conocer el alcance de la represión franquista en la provincia cordobesa, de la que señala su especial crueldad y que no ve comparable a ningún otro episodio de nuestra Historia Contemporánea.

Barragán llega más que puntual a su cita con la Historia en esta charla con Cordópolis, ante el Alcázar de los Reyes Cristianos, que fuera prisión franquista y seña de identidad de la represión que dejó a más de 4.000 fusilados en las fosas comunes de los cementerios de la ciudad, aún sin exhumar. Y comparte su lupa y su análisis sobre esa Historia reciente, sobre las enseñanzas que debiera proporcionarnos y sobre el peligro de no hacerlo.

PREGUNTA. Usted vivió el franquismo en su época de estudiante. ¿Cómo recuerda esa época? ¿Qué le marcó?

RESPUESTA. Lo recuerdo como una época con, relativamente, frecuentes movilizaciones sociales que afectaban, entre otros sectores, al sector que más conocía que era el sector estudiantil. Yo estudié Historia en las universidades de Sevilla y de Madrid, a finales de los años 60 y comienzos de los 70, que era la etapa de la crisis definitiva de la dictadura. En aquella época, digamos que los dos polos, los dos sectores sociales, que estaban en la vanguardia de la lucha contra la dictadura eran, por supuesto el movimiento obrero en las zonas industriales y luego no hay que ignorar también la presencia de movilizaciones campesinas en nuestra región, en el marco de Jerez por ejemplo o en la propia Campiña cordobesa. En los años 60, yo recuerdo interesarme ya por la existencia de esos movimientos sociales de protesta, no solo contra el sistema político sino también que la manera de vehicular esas protestas era a través de reivindicaciones de carácter laboral. Incluso de petición de libertad, de reunión, de asociación, sindical… Toda una serie de reivindicaciones de derechos que la dictadura nunca permitió.

Y, por su parte, el movimiento estudiantil pues, bueno, intentaba en una universidad que estaba cambiando, que había incorporado a sectores provenientes de las clases medias e incluso en alguna medida de los sectores más populares a través de la posibilidad que se le dio a segmentos de extracción social popular el acceso a la universidad, pues obviamente, la universidad cambió y se convirtió en un estilete, en una institución que luchó por una democratización de la estructura universitaria; tanto de los departamentos como una revisión de los planes de estudio que estaban muy anquilosados y por la existencia de un trabajo digno para el grupo de profesores al que yo pertenecí y al que me incorporé enseguida cuando terminé mis estudios universitarios, los llamados profesores no numerarios, que no eran otra cosa que mano de obra barata que estaban contratados en los distintos departamentos a cargo de tareas docentes, de investigación y de gestión, que se ahorraban en aquellos momentos en las plantillas quienes mandaban y gobernaban en el sistema universitario español.

P. ¿Tuvo problemas por su activismo durante aquellos años?

R. Sí, tuve algún problema. Mi primer trabajo fue en la Universidad Laboral de Córdoba y estuve trabajando solamente tres meses porque no se me renovó el contrato. Se produjo un conflicto entre estudiantes en el que yo participé como profesor, junto a algún otro compañero, y no me incorporé a la vuelta de la Navidad a ese centro.

P. Esas vivencias supongo que le marcarían para dedicarse a la Historia y para especializarse en Historia Contemporánea y Moderna.

R. Sí, de hecho, los estudiantes del distrito universitario de Sevilla -Córdoba no tenía Universidad entonces y pertenecía al distrito universitario de Sevilla-, pues cuando estudiábamos en la Facultad de Filosofía y Letras en la sección de Historia, estudiábamos lo que se llamaba Historia y Geografía General, de manera que nuestros planes de estudio abarcaban desde la Prehistoria hasta el siglo XX. Y en aquellos momentos yo me di cuenta de que lo que me interesaba era fundamentalmente la contemporaneidad. Y solamente existían planes de estudios específicos de Historia Contemporánea en las universidades de Madrid y Barcelona.

Esa fue la razón por la que yo me trasladé a la Universidad Complutense de Madrid y estudié Historia Contemporánea. Y luego, como a mí lo que me interesaba fundamentalmente de la Historia Contemporánea era, digamos, la Historia Política Contemporánea, pues me licencié en Ciencias Políticas porque pensé que era un instrumento importante para completar mi formación. Hice mi doctorado de Historia Contemporánea en la Complutense y me licencié en Ciencias Políticas.

P. ¿Qué aporta la Historia al progreso de una sociedad?

R. Pues la Historia, como cualquier ciencia, aporta conocimiento. Y conocimiento del pasado. Me parece que eso es importante que lo tengamos en cuenta. Se habla mucho de la tecnología como herramienta fundamental para la transformación, para el progreso de cualquier sociedad, de las ciencias llamadas experimentales y, evidentemente, no vamos a estar en contra de esto. Pero realmente en las sociedades desarrolladas, en el mundo global en el que nos estamos encontrando, nos damos cuenta de que necesitamos técnicos que estén capacitados, que tengan el mejor conocimiento de los posibles, pero que tengan también una capacidad de entender el mundo en el que viven. Y yo creo que las Ciencias Sociales, y entre ellas la Historia, aportan fundamentalmente que el individuo no pierda la perspectiva del mundo en el que vive. Y que realmente la Historia, la Sociología, el Periodismo, la Antropología…cualquiera de las Ciencias Sociales, aporta ese plus de conocimiento que le hace ver al individuo el tipo de sociedad en la que estamos y el tipo de horizonte que nos podemos plantear.

P. ¿Y qué aporta la Historia a una ciudad como Córdoba?

R. Pues, a una ciudad como Córdoba aporta el conocimiento de su pasado. Y podría aportar que, efectivamente, ese conocimiento de su pasado tan brillante no supusiera ensimismamiento en ese pasado, sino que el conocimiento de su Historia fuera una herramienta fundamental para su desarrollo. Si hay que, efectivamente, potenciar determinados sectores de la economía cordobesa que pueden estar vinculados con el conocimiento de su propia Historia, pues yo creo que son útiles. Pero evidentemente son herramientas útiles siempre y cuando no terminemos convirtiendo esta ciudad y lo que significó históricamente en un parque temático.

P. Porque ¿Córdoba vive de su historia, de su pasado?

R. No es que viva de su pasado. Existen, efectivamente, realidades económicas que son fundamentales en el desarrollo de cualquier ciudad. Pero Córdoba es una ciudad fundamentalmente terciarizada, donde el sector industrial desafortunadamente se ha venido desmantelando por razones que a lo mejor no es el momento de plantear… Pero efectivamente sí existe una posibilidad de desarrollo en función del aprovechamiento de su riqueza histórica, monumental, artística, yo creo que hay que utilizarla y ponerla en valor. Pero como digo, no llegando a convertir todo esto en lo que muchas veces, desafortunadamente, vemos.

P. Ha combinado el ejercicio de la docencia con su labor investigadora. ¿Van unidas las dos cosas o qué fue lo que le condujo a investigar?

R. Sí, sí. Yo no concibo el trabajo universitario separando estos dos segmentos tan importantes que son docencia e investigación. La investigación es importante en el mundo universitario, pero realmente si uno no se da cuenta de que lo que investiga puede tener sentido, tener significado y realmente el primer laboratorio donde verificar lo que uno investiga es el día a día de la docencia, pues quizás empecemos a perder el norte.

Muchas veces se ha dicho, por lo menos en la experiencia de los profesores universitarios de mi generación, que cuando empezamos los estudiantes eran más parecidos a nosotros mismos. Y eso es una realidad. Esta sociedad, este país, era muy diferente a como es hoy. Y parecía como si los estudiantes tuvieran unos intereses, unos planteamientos muy, muy cercanos a los que uno podía proyectar en sus clases. Cuando hemos ido avanzando en el tiempo -yo he estado 40 años en la docencia universitaria-, parece como si hubiera un mayor desapego. Realmente yo no sé si echarle la culpa -por supuesto no la tienen- a las nuevas generaciones de estudiantes o realmente al conjunto de la sociedad que plantea una serie de retos, de problemas, que evidentemente suponen bastante frustración para el propio estudiantado. Y nosotros, de alguna manera críticamente, hemos asumido esa diferencia que efectivamente sí que existe de planteamiento entre los estudiantes que entran en las aulas estos últimos cursos y el profesorado que ya tiene una cierta experiencia. Y lógicamente tenemos que hacer un esfuerzo de adecuación y de intentar enterarnos cuáles son realmente sus intereses, sus problemas y cuál es su horizonte.

P. Ha centrado buena parte de su labor investigadora en la República, la Guerra Civil, el franquismo y la represión de la dictadura. ¿Con qué obstáculos diría que se encuentra quien quiere conocer esa parte de nuestra Historia?

R. Obstáculos, afortunadamente que se van solventando, con muchas dificultades si quieres. Efectivamente cuando yo empecé a visitar los archivos, existían enormes dificultades para poder libremente entrar en ellos y moverte por la documentación que en ellos existían. Estos archivos estaban muy mal dotados tanto técnicamente como de personal archivero especializado. Y en algunos momentos existían auténticos bloqueos para la consulta de alguna información. Pongo un ejemplo: yo he utilizado para la realización de mi último libro un documento importante que es ‘La Causa General de España’, que estaba en el Archivo Histórico Nacional. Actualmente, este documento se puede consultar en red, está digitalizado. Pero cuando yo lo intenté consultar a comienzos de los años 70 por otras cuestiones, había que pedir permiso, concretamente a la Fiscalía General del Estado, permisos a determinadas instancias de la administración, algunos de los cuales pues no se concedían. Por ejemplo, la documentación que hay en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca -que es el mejor archivo español sobre la Guerra Civil-, pues ahora mismo la exuberancia de prestación de servicios, digitalmente, envío de material solicitado, etcétera, pues es tremenda. En cambio, en los años 70, cuando yo empecé mi investigación sobre la República, sobre la Guerra Civil, sobre expedientes de masonerías que están todos conservados en ese centro documental… teníamos bastantes dificultades, no solo en cuanto a lo que supone que se suministraba información al cabo de los cinco o seis meses de haberla solicitado, sino que alguna información no se permitía consultar.

P. Falta de esa información y desconocimiento. Porque, estamos por ejemplo junto al Alcázar, que fue prisión durante el franquismo, y quizás mucha gente, incluso de Córdoba, no conozca eso.

R. Ignora, ignora que efectivamente el Alcázar fueron instalaciones militares y que, durante la Guerra Civil y durante la inmediata posguerra, como tales instalaciones de guerra, fueron prisión militar en donde hubo un auténtico hacinamiento. Porque en el verano de 1936 y hasta 1937 se detiene con mucha frecuencia a personas que se puede sospechar de ellas, que tienen algún tipo de adscripción republicana, algún tipo de simpatía por el régimen republicano, alguna militancia política y social… En Córdoba, la guerra se acabó -como he dicho muchas veces- el día 18 de julio a las 18:00 (el mismo día del golpe de Estado). Entonces, uno no se explica por qué durante esos siete meses que transcurren entre julio de 1936 y finales de febrero de 1937 se produce esa masacre tan impresionante, bien de ciudadanos cordobeses, bien de algunos de los pueblos que estaban siendo ocupados por las fuerzas sublevadas y que, o bien están en la prisión del Alcázar o bien en la prisión de Fátima o algún otro reducto, y realmente pagaron con su vida esta seña de identidad republicana, por llamarlo de alguna manera.

Yo, en mi libro, he trabajado más sobre la acción de los tribunales militares -por eso le llamo ‘Justicia Militar de Guerra en Córdoba’-, que es una acción que se desarrolla para intentar darle una dimensión de juridicidad a toda esa violencia política que se estaba desarrollando en los primeros meses de la guerra. Entonces, la violencia política que yo estudio en mi libro es una violencia judicial, es una violencia que se produce a partir de febrero o marzo de 1937, en donde comienza a funcionar el Consejo de Guerra Permanente de Córdoba, que se crea en esas fechas, y sigue funcionando durante toda la guerra y durante la inmediata posguerra. Este Consejo de Guerra Permanente se desplazaba a los pueblos, conforme iban siendo ocupados por las tropas sublevadas y, como digo, siguió funcionando de 1937 a 1939 y, por supuesto, en la inmediata posguerra durante los años 40. Su primer presidente fue un coronel de la Guardia Civil, Evaristo Peñalver Romo, pero en él participaron muchos militares del escalafón que habían tenido una cierta vinculación con la sublevación y otros que no la habían tenido pero que se incorporaron a toda esta magna operación represiva, de exclusión política, que supuso la represión desarrollada como consecuencia de la guerra.

A esto, la pensadora alemana Hannah Arendt le dio un nombre muy concreto, la existencia de una comunidad de castigo, es decir, una red necesaria que fue la que, de alguna manera, protagonizó toda esta represión tan importante que se desarrolló en la España derrotada a partir del 1 de abril de 1939. Los historiadores decimos, y yo creo que no dejamos de llevar razón, que el 1 de abril de 1939 no vino la paz, vino la victoria, con todo lo que ello significó.

P. Esa represión franquista en Córdoba conllevó miles de asesinatos. ¿Fue un auténtico genocidio?

R. Sé que hay historiadores, concretamente la persona que inició toda la investigación sobre la Guerra Civil y la represión en la provincia de Córdoba, el profesor Francisco Moreno Gómez, que suele utilizar el término genocidio para denominar efectivamente el tipo de represión que se realizó sobre los republicanos, sobre los derrotados en la guerra. Pero el término genocidio tiene unas connotaciones teóricas que fueron expuestas en su momento por un politólogo polaco en relación al análisis de lo que había ocurrido con los judíos perseguidos por el régimen nacionalsocialista -me estoy refiriendo a Rafael Lemkin-, politólogo que de alguna manera conceptualiza el término genocidio y lo refiere a un grupo social concreto, un grupo racial en este caso.

En el caso español, yo creo que la represión sobre los vencidos se expandió no solo sobre un grupo social. Fueron represaliadas personas de diferente condición social, de diferentes situaciones comarcales… digamos que no hay una concreción de grupo al cual va dirigida la represión. Yo quiero llamarle más crímenes de lesa humanidad, atentado masivo contra los derechos humanos o, como lo ha llamado mi compañero británico Paul Preston, holocausto. Más que conceptualizar el término genocidio que tiene unas connotaciones muy muy concretas.

P. Y ese número que siempre se cita de más de 4.000 represaliados en los cementerios de Córdoba, no sé si es comparable con algún otro episodio.

R. Yo creo que, en nuestra Historia Contemporánea, no. La represión en Andalucía en general y en nuestra provincia en particular y nuestra ciudad fue terrible, fue tremenda. Cualquier muerte es injustificable -en la Guerra Civil se han intentado justificar-, pero lo que ocurrió en Córdoba no tiene ninguna explicación que pueda entrar en la mente que aplique un mínimo de razón. Ya he dicho que fue una ciudad en la que no hubo resistencia. Prácticamente, no hubo guerra. Pues se aplicó una represión durísima. Y la razón de todo esto ¿cuál es? Los historiadores le hemos encontrado una explicación: durante los meses de marzo y abril previos al golpe de Estado de julio, entre los círculos militares golpistas que estaban preparando lo que posteriormente iba a ser la sublevación militar, circularon una serie de documentos que son conocidos desde el punto de vista historiográfico como ‘Instrucciones reservadas’. Así lo llamó la propia cúpula militar que estuvo vinculada al golpe de Estado. Y en estas Instrucciones reservadas, firmadas por quien en ese momento ya era cabeza del golpe de Estado, el general Mola, planteaba que cuando se produjera la sublevación, la represión debería ser inmediata, potente, generalizada. Porque decía, más o menos con estas palabras: el enemigo es poderoso y está bien organizado.

Entonces, ¿quiénes fueron el objetivo fundamental de esa represión? Evidentemente esa represión -que fue larga en el tiempo porque se mantuvo no solo durante la Guerra Civil sino todos los años 40 e incluso durante el resto de la dictadura-, tuvo un objetivo muy concreto que no fue otro que erradicar las políticas que la República había intentado poner en marcha desde abril de 1931, políticas educativas, políticas de transformación de la estructura agraria, políticas culturales, políticas en relación con la articulación del estado… En fin, políticas reformistas, modernizadoras, en absoluto revolucionarias como se ha intentado decir desde alguna perspectiva historiográfica interesada. Y esas políticas reformistas conllevaban quienes la sostuvieron. Entonces, el objetivo de la represión fue erradicar esas políticas y a los apoyos sociales que las mantuvieron y las intentaban hacer posibles. ¿Y quiénes eran estos apoyos sociales? Alcaldes, concejales, diputados, dirigentes políticos, dirigentes sindicales… Todo eso está en los capítulos en los que yo, de alguna manera, he insistido en mi trabajo de investigación.

También mujeres, que es muy interesante ver qué tipo de represión se plantea sobre las mujeres. En los aproximadamente 11.000 expedientes que yo he visto entre expedientes, sumarios de consejos de guerra, expedientes de responsabilidades políticas, de conmutación de pena y diversa documentación vinculada con lo que fue la Justicia Militar de Guerra, he conseguido localizar aproximadamente 750 expedientes de mujeres. A las mujeres se las represalió no solo por ser de adscripción republicana, algunas de ellas fueron militantes del grupo Mujeres Antifascistas o del llamado Socorro Rojo Internacional o incluso de algunos partidos políticos como el Partido Socialista, el Partido Comunista, algunos grupos republicanos… Pero, aparte de ese “delito”, se le imputaba también otro tipo de cuestiones de carácter moral. No es extraño ver en los expedientes sumariales de Consejos de Guerra que se abren sobre mujeres, que son mujeres llamadas ‘de dudosa moralidad’, se dice que viven amancebadas, que son mujeres que no cumplen con sus obligaciones religiosas, que no se han hecho cargo de la educación religiosa de sus hijos, que son mujeres dadas a esa ‘vida licenciosa’… Es decir, intentan elaborar una serie de cargos que atañen a las cuestiones más íntimas de cada uno de nosotros, intentando imputarlo como cargos, como delitos, que evidentemente son considerados a lo largo del desarrollo del sumario. Es decir, a las mujeres no solo se les juzga, se les imputa e incluso se les condena por su posible adscripción republicana, sino por el hecho de ser mujeres, mujeres con determinado compromiso social. Y además por intentar desarrollar el modelo de mujer que era todo el modelo opuesto al que los sublevados, fundamentalmente Falange Española, estaba intentando llevar adelante.

P. En todos esos estudios, ¿ha habido algo puntual que le haya sorprendido, que le haya marcado especialmente?

R. Muchas, muchas historias que claro que sorprenden cuando uno las analiza. Porque la Guerra Civil, y esto es una cuestión que yo siempre que tengo oportunidad lo digo, no es una guerra de buenos y malos. No era una guerra donde los buenos eran los buenos que intentaban defender los valores patrios y la España de siempre, y los malos eran los rojos, los republicanos, los que estaban intentando introducir ideologías foráneas que nada tenían que ver con lo que históricamente había sido España, etcétera, etcétera. Esa visión simplista, esa visión maniquea de la Guerra Civil, hay que desterrarla.

Efectivamente, cuando uno se adentra en los documentos, es cuando se da cuenta de la complejidad de cualquier sociedad. Y cuestiones que no son políticas, ideológicas o las que uno pueda pensar que llevaron al enfrentamiento de un grupo de españoles contra otros, son las que habitualmente hay y existen las típicas rencillas, problemas, historias familiares, enfrentamientos, problemas de reparto de tierras, de envidias… que afectan a cualquier sociedad y que se ven implicadas en un momento de Guerra Civil. Y esto con frecuencia sale en los expedientes.

Otra cuestión que a mí me parece importante y también sale en los expedientes y afecta al tema de la represión existente en la retaguardia republicana: es la dimensión anticlerical que tiene la represión que se desarrolla por parte de los republicanos en su propia retaguardia. He dicho antes que la represión hubo en los dos lados -a mí no me gusta hablar de bandos porque solo hubo un bando, el bando que se sublevó contra la legalidad constitucional republicana-, me gusta mejor hablar de zonas. Hubo efectivamente represión en ambas zonas, pero fue una represión profundamente asimétrica. ¿Por qué digo esto? Asimétrica porque la represión que desarrollaron los sublevados fue planificada, se desarrolló a lo largo del tiempo, tuvo unos objetivos muy claros… Y la represión que se desarrolló en la zona republicana, fue una represión no espontánea, porque también tenía sus objetivos muy claros. Y sus objetivos eran fundamentalmente aquellos que los republicanos, las milicias sindicales y republicanas, pensaron que eran los protagonistas de la sublevación militar. ¿Y quienes eran esos protagonistas? Pues eran sectores burgueses, sectores acomodados, sectores vinculados a la derecha más tradicional y más rancia que había incluso anunciado la sublevación militar para llevar a España a donde se quería conducir…Y lo que me resulta alarmante, por ser una cuestión importante, es la dimensión anticlerical. Uno se pregunta por qué en la zona republicana hay esta tendencia anticlerical y se convierte en uno de los elementos clave de su represión. Pues sencillamente porque la Iglesia estuvo durante muchísimo tiempo aliada con las clases poderosas y, el pueblo, estas milicias sindicales que intentan detener el golpe de Estado, pues se dan cuentan de que la Iglesia ha tomado partido a lo largo de la II República por los poderosos. Y desafortunadamente en muchos de los pueblos, en muchos de los municipios cordobeses donde no triunfa el golpe de Estado y van a ser controlados por las milicias republicanas, uno de los primeros sujetos represaliados son los sacerdotes. Hay muchos sacerdotes que son pasados por las armas en pueblos como Bujalance, Cañete de las Torres, la mayor parte de los pueblos de Los Pedroches… hay sacerdotes que son ejecutados porque se les imputa, a la Iglesia como institución no a determinadas personas, haber sido soporte de los poderosos

P. ¿Qué opinión tiene de que aún haya nombres vinculados al franquismo en el callejero de Córdoba?

R. Si los historiadores tienen utilidad, si la Historia tiene función social para algo como decía antes, es para que sirva para crear un mayor conocimiento del pasado y una mayor conciencia democrática. Yo, en este sentido, tengo que decir que fui propuesto por el anterior equipo municipal (gobierno de PSOE e IU en el Ayuntamiento de la capital entre 2015 y 2019) para formar parte de la Comisión Local de Memoria Histórica. Elaboramos, como historiadores, mi compañero Francisco Acosta -profesor del Departamento de Historia Contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras- y yo mismo, unos informes historiográficos sobre el posible cambio de nombres en el callejero. Aquello nos costó un trabajo de documentación importante y naturalmente nos llevó a intentar hacer ver a la administración municipal la utilidad que podía tener nuestro trabajo. Nosotros fuimos propuestos como parte de una comisión en la que también había sindicalistas, asociaciones vecinales, asociaciones memorialistas, representantes de todos los partidos políticos presentes en la Corporación municipal… y nuestro informe fue aprobado, efectivamente, pero he de reconocer con la abstención o el voto en contra del PP y de Ciudadanos para determinados nombres que han sido, quizás, los más conflictivos y que todo el mundo sabe. A juicio nuestro, siguen estando todavía en el debe de la administración municipal. Esos nombres no son otros que los de Antonio Cañero, José Cruz Conde y Conde de Vallellano. No se soluciona el problema quitando en el callejero ‘Conde’, ‘José’ y ‘Antonio’. Yo creo que si estos documentos sirven para algo es para ofrecer a la sociedad y a la clase política una documentación que le sirva para que las decisiones que tomen estén ajustadas a lo que ha sido la Historia de esta ciudad y de la España contemporánea.

P. ¿A quién le interesa que no se tenga Memoria Histórica?

R. Pues no lo sé, no le debería interesar a nadie. Yo creo que asumir la Historia es una cuestión de obligado cumplimiento. Muchas veces, en el debate político, yo oigo decir cuando se tiran argumentos unos a otros, ‘Dejad a los historiadores que hagan esto, que se dediquen al tema y no hablemos los políticos’. Pues bien, aquí estamos los historiadores. Si nuestro trabajo tiene un sentido es este que acabo de comentar para intentar ofrecerlo al conjunto de la sociedad. No entiendo que pueda haber todavía un sector de la sociedad española que quiera desconocer la Historia. El pueblo alemán tuvo que hacer un ejercicio de mirar hacia atrás en los años 60, de darse cuenta de que había convivido con la barbarie y en alguna medida se había puesto de lado. Pues ese ejercicio de mirar hacia atrás y de asunción de su propia Historia, es algo que me parece que es beneficioso, es algo que hace que la sociedad sea cada vez más sana y más capaz de asumir los errores que haya podido cometer.

Y, en ese caso, pues efectivamente si la Guerra Civil fue un error que nunca debió haber ocurrido y que tuvo una génesis muy concreta que no fue otra que el fracaso de un golpe de Estado que al mantener un poco la oposición de sectores fieles a la República pues fue a desembocar en el conflicto armado que duró casi tres años, y luego las consecuencias políticas de ese conflicto armado que no fueron otras que una dictadura de 40 años… Pues yo creo que asumir nuestra Historia, asumir lo que ha pasado, no debería ser un problema para nadie.

 

P. Volviendo al caso de Córdoba, en la actualidad hay por fin un acuerdo de las administraciones para exhumar las fosas de represaliados. Pero las familias llevan más de 85 años esperando. ¿Qué opinión tiene al respecto?

R. Ese acuerdo, afortunadamente, se ha conseguido, por parte de la administración central, autonómica y local y se han iniciado algunos trabajos de exhumación en el cementerio de La Salud. Pero el gran problema es que esto viene con retraso, porque yo llevo ya mucho tiempo dedicado a cuestiones relacionadas con la recuperación de la Memoria Histórica, aunque mi función es como historiador, como asesor, pero hay familias que llevan reivindicando esto desde la etapa de la Transición democrática por lo menos o incluso desde antes. Y por razones lógicas, muchos son familiares mayores, que están dejando de vivir llevándose a la otra vida la pena de no haber podido intentar resolver el problema que ha sido su leitmotiv durante muchísimo tiempo para muchos de ellos.

Entonces, a mí que exista el acuerdo me parece formidable, que las tres administraciones estén a una en este sentido, vale. Porque yo creo que de todos los problemas que encierra la Memoria Histórica, el problema más importante sin duda más que cualquier otro es el de las exhumaciones, el tema de las fosas comunes, el tema de los desaparecidos. Ninguna democracia que se considere del siglo XXI, avanzada, puede seguir existiendo con este asunto así. Pero lo que es cierto es que por unas razones o por otras, se demora. Es una cuestión desde el punto de vista administrativo, de los recursos, pues pasa un mes, pasa otro… se da un paso adelante pero realmente esto debería tener mayor agilidad.

Ayer (por el martes) comentaba con el exfiscal Jiménez Villarejo que estuvo en Córdoba presentando sus obras completas, cuando se apruebe definitivamente si es que alguna vez se hace la nueva Ley de Memoria Histórica y Democrática que está actualmente en el Parlamento, ese problema (el de las exhumaciones) debe ser una preocupación intensiva del Estado a través de cualquiera de sus administraciones, mucho más eficaz de lo que le viene siendo hasta ahora, tendrá que contemplarse.

Porque son problemas de Memoria Histórica otros como por ejemplo la anulación de las sentencias de los consejos de guerra que fueron falladas por tribunales que parece que la nueva Ley reconoce que no son legales, cualquier otra de los temas clásicos… Pero fundamentalmente el problema clave de la Memoria Histórica es el problema de los desaparecidos, de las fosas. Y la única solución es que el Estado acelere todos los trámites que esto tenga solución de una vez por todas.

P. ¿Cómo debería hacerse esa reparación a las víctimas y sus familiares?

R. Pues mediante un reconocimiento social. Yo creo que las víctimas no exigen otra cosa que el hecho de que se les reconozca, por ejemplo si utilizamos lo que ha sido objeto de mi investigación en esta obra, el hecho de que esos juicio fueron ilegales. Y deben ser declarados, no injustos como la Ley de Memoria Histórica de 2017 del Gobierno de Zapatero planteó, sino nulos de pleno derecho. Nadie puede ser condenado a muerte o a una dura condena de prisión como lo fueron en cientos y miles de casos, por ser militante de un partido político, de un sindicato, por haber sido concejal o alcalde de su pueblo…es decir, por el ejercicio de derechos que estaban especialmente protegidos por la Constitución de 1931. No se explica uno que esto tengan que ser cargos en una visión de la Justicia Militar muy tremenda, por llamarlo de alguna manera. Porque a estas personas se les aplicó el Código de Justicia Militar de 1890 y se les acusó fundamentalmente del delito de rebelión militar. Uno no termina de explicárselo porque lo que se produce es una paradójica inversión: los que se rebelaron fueron quienes juzgaron. Los que fueron juzgados lo único que hicieron fue defender la legalidad vigente en aquel momento que no era otra que la legalidad de la II República.

 

P. ¿Siguen abiertas heridas de entonces en la sociedad actual?

R. Sí siguen abiertas, claro, evidentemente. Y la prueba de ello está en que sigue existiendo una demanda social importante -aunque no se puede decir que sea generalizada-, de información, de documentación. Que el tema de la Guerra Civil está en el debate social y en el debate político, eso no hay que abrir las páginas de cualquier periódico, asistir a cualquier tertulia, ver cualquier debate parlamentario, para ver que efectivamente la Guerra Civil y sus consecuencias, la dictadura franquista, están ahí. Y la prueba manifiesta de esto que digo es que, por ejemplo, en estos días el diario El País está sacando por fascículos una obra que fue editada por primera vez en 1961: La Guerra Civil Española del profesor británico Hugh Thomas. Una obra que ha tenido decenas de ediciones y que en 2022 tiene una nueva reedición. ¿Qué quiere decir esto? Que existe efectivamente una demanda de conocimiento sobre la Guerra Civil y sus consecuencias que está ahí y es evidente.

P. No sé si eso conecta precisamente con la situación política actual y cómo la ve usted desde su análisis: la crispación social, la polarización de la que tanto se habla…

R. Para mí es un problema que la Guerra Civil y sus consecuencias, la dictadura franquista, en vez de ser utilizada por la clase política como fuente de conocimiento, analicen un poco cómo la Historia nos da una serie de enseñanzas, de pautas, que pueden de alguna manera servirnos como experiencia política, como experiencia de conocimiento, como manera de entender la realidad que vivimos… pues todavía se siga utilizando en alguna medida por algunos grupos políticos como elemento de debate. Incluso en algunos casos de grupos políticos llegan a intentar hablar de una cierta justificación de la sublevación militar y, por consiguiente, de la Guerra Civil. Como una especie de catarsis que este país necesitara para eliminar los fantasmas del socialismo, el comunismo, el liberalismo, el anarquismo y todos los demás ismos.

Entonces, me parece que es una pena que los grupos políticos no utilicen la Historia para lo que realmente sirve, para conocer la realidad y para efectivamente sacar de ese conocimiento de la realidad las enseñanzas que a la política se le puede dar.

P. Con ese conocimiento, con esa perspectiva histórica… ¿Qué peligros ve que pueden acechar a la sociedad actual?

R. Pues fundamentalmente el peligro de la desinformación. Y la desinformación de un sector de la sociedad pasa porque la sociedad se polarice, porque los distintos grupos sociales de alguna manera en vez de entender que una sociedad que avance tiene que ser una sociedad de consenso sobre cuestiones fundamentales, una sociedad en la que se logre determinados acuerdos, pues realmente este tipo de manipulación o de interpretación de nuestro pasado histórico puede suponer todo lo contrario, es decir, enfrentamiento y distanciamiento y que realmente estemos más mirando hacia atrás sin poderlo superar que hacia el futuro.

P. Una última pregunta. ¿El ser humano es capaz de dimensionar el momento histórico que está viviendo?

R. Me haces una pregunta complicada, me parece que es muy difícil tener una respuesta. El mundo que estamos viviendo nos produce una cantidad de cuestiones que son tan teóricamente lejanas en nuestro espacio en el que vivimos, pero tan cercanas en nuestro día a día, que hoy por hoy como individuo difícilmente podemos procesarla y ser capaces de sacar de ello las condiciones en las que podemos vivir.

Yo me estoy acordando ahora de que no muy lejos de nosotros, aunque parezca lejano en el espacio, se está produciendo un conflicto de unas dimensiones importantísimas -el conflicto ruso-ucraniano-, y probablemente mucha gente piense que nos coge un poco lejano porque es una cuestión que está en el espacio del Este europeo. Pero realmente cada vez vamos a ser capaces de no estar más ajenos a estas cuestiones, no solo por el impacto que los medios de comunicación proyectan sobre el desarrollo del propio conflicto, sino por su propia relevancia y consecuencias económicas que las sufrimos día a día en el proceso inflacionista, en los precios de la luz, en la escasez de productos, en la llegada de emigrantes…

Es decir, como individuos es muy difícil que seamos capaces de ver en un momento hacia dónde va todo esto que nos está ocurriendo y ser capaces de procesarlo para ver qué idea me puedo hacer yo como ciudadano del siglo XXI. Yo creo que todos los días recibimos mensajes que nos cambian un poquito.

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