Córdoba. La ejemplar lucha de una mujer de 86 años que busca a su padre y su hermano asesinados por el franquismo

La cordobesa Remedios Gómez Márquez ha crecido marcada por la humillación, los desprecios, el miedo y la búsqueda por saber dónde están los restos de su padre y su hermano

LA VOZ DEL SUR | RAÚL SOLÍS | 4-2-2019

Remedios Gómez Márquez (Córdoba, 1932) tiene los ojos chiquitos de todo lo que ha llorado en su vida. El 20 de julio de 1936, dos días después de que el Golpe de Estado triunfase en Sevilla, las tropas de Queipo de Llano entraron en Santa Cruz, entonces aldea de Montilla y hoy perteneciente al municipio de Córdoba, y detuvieron a 13 hombres, la mayoría trabajadores del campo.

Entre ellos, estaban Juan José Gómez Gálvez ‘Bandurria’, de 46 años de edad, y su hijo, Antonio Rafael Gómez Márquez, de 17 años, padre y hermano de Remedios, esta mujer que, a sus 86 años, los busca desde entonces sin más documentos que un informe histórico y una fotografía de los hermanos en la que no aparece su padre. “De mi padre no tengo ni una foto”, advierte antes de comenzar a desgranar su trágica historia, una de las muchas que hay repartidas por este país que decretó el silencio cuando recuperamos la democracia en 1978.

Ambos, padre e hijo, fueron detenidos por los fascistas el 20 de julio de 1936, mientras trabajaban la tierra de una de las parcelas que les había entregado la República tras la reforma agraria y que sirvió para poner las tierras baldías en manos de los trabajadores del campo, a producir riqueza, empleo y futuro en las zonas rurales andaluzas.

“Los ataron con sogas de dos en dos y los metieron en un camión como si fueran cerdos”, dice Remedios con acento desgarrado gracias a la gran memoria que aún conserva. Ninguno de los dos tenía militancia política, aunque el padre, al haber sido beneficiado por la reforma agraria, pasó a ocupar todas las miradas de desprecio de los señoritos del pueblo, que fueron quienes incluyeron su nombre en el listado de personas a detener, según el historiador Arcángel Bedmar, autor del libro Los puños y las pistolas. La represión en Montilla (1936-1944).

La cosecha de trigo se quedó sin trillar, el mundo se paralizó en Santa Cruz, una aldea a 22 kilómetros de la capital cordobesa, y Remedios, que tenía cuatro añitos, junto con su madre embarazada de siete meses y sus tres hermanos, echaron a andar y huyeron en dirección a Jaén para salvar el pellejo de la furia de los golpistas.

Huída del pueblo

“A mi madre le dijeron que cogiera a los niños y huyera porque nos podían matar a todos”, aclara Remedios, que recuerda como si fuera ayer lo primero que le dijo su madre nada más enterarse de que habían matado a su hijo y a su marido: “Si alguien os pregunta, tu padre y tu hermano se han muerto”, le plantó una mujer que vivió de luto, triste, temerosa y amargada el resto de su vida.

Comiendo “lo que el campo nos iba dando” y parando “donde podíamos”, la madre de Remedios llegó al pueblo jienense de Torredelcampo cargada con sus cuatro hijos, la menor de 2 años y la mayor de 12, a un cortijo donde vivían más refugiados de la barbarie fascista. Allí estuvo malviviendo la familia durante tres largos años. “Cogimos una habitación y allí nos metimos mi madre y mis tres hermanos”, narra Remedios, sin soltar la única fotografía y el informe histórico con los que busca sin descanso a su padre y a su hermano.

A base de espárragos, caracoles, aceitunas y lo que buenamente conseguían del campo, la familia estuvo tres años escondida en un cortijo, donde la madre tuvo un aborto por el que la tuvieron que ingresar en Jaén capital y que estuvo a punto de costarle la vida. En aquel mes que estuvo ingresada la madre, Remedios y una de sus hermanas casi mueren también de un coma etílico: “Teníamos tanta hambre que nos bebimos una garrafa de vino dulce que pillamos. No sabíamos lo que era, pero como estaba dulce nos lo bebimos”, dice con una mezcla de risas y lágrimas. “Fíjate si pasaríamos hambre que las aceitunas secas y las tripas de cerdo fritas me parecían un manjar”, enfatiza.

Terminada la Guerra Civil, la familia tomó el viaje de vuelta a su casa cordobesa, construida con mucho esfuerzo por su padre antes de ser asesinado. La casa sigue existiendo, situada en el calle Santiago de Santa Cruz, pero quienes la habitan son los herederos de un falangistaque, aprovechando la huida de la familia, se metió a vivir en ella y, valiéndose de sus contactos con la dictadura, pudo cambiar la escrituras de propiedad.

Un falangista en casa

“Imagínate, volver a tu casa, después de tres años, y que estuviera ocupada por un falangista”, se lamenta Remedios mientras toma pequeños sorbos de una infusión de manzanilla. El falangista había tirado todos los muebles, fotografías y recuerdos de la familia. Sólo se salvó una máquina de coser que una vecina encontró en la basura, con la que la madre de Remedios, después de arreglarla, cosió para la calle y se pudo ganar algún jornalito añadido a los exiguos jornales que se pagaban en el campo por trabajar de sol a sol.

“Encima tuvimos que darle las gracias al falangista porque nos dejó una habitación para poder vivir”, dice indignada Remedios, que volvió a su pueblo con 7 años y todavía se le hiela la mirada al volver a transitar por el miedo que pasó de que le afeitaran la cabeza con aceite de ricino y los desprecios y las humillaciones que sufrió por los mismos que asesinaron a su padre y a su hermano. “Yo vi cómo una mujer se moría delante de mí después de que le dieran aceite de ricino. Fue horrible. No se lo puede nadie imaginar”, relata Remedios, con una locuacidad fuera de lo normal para la edad que tiene.

“No contentos con haber matado a mi padre y a mi hermano, a mi madre la ponían a barrer las calles del pueblo sin pagarle un céntimo y dejándola sin poder ir al campo a ganarse su jornalito”, rememora, quien advierte de que no quiere morirse sin saber dónde están los restos de su padre y poder darle un enterramiento digno.

Aunque sea una foto

Hace unos 20 años, “antes de que hubiera plataformas y asociaciones”, Remedios acudió a los sindicatos, al Partido Comunista, al PSOE, a la Policía Nacional, al Conservatorio de Córdoba, donde su padre estudió solfeo y guitarra, para buscar algún rastro de su padre. Con una foto se hubiera conformado, pero no encontraron nada. O no lo que quisieron encontrar, porque esta mujer octogenaria se queja de que hubo sitios donde el trato pudo haber sido muy mejorable.

Todas sus esperanzas están puestas en unos restos aparecidos en un olivar, cercano al municipio cordobés de Castro del Río, donde se supone, según los historiadores y las asociaciones de recuperación de la memoria democrática, pudieran estar enterrados los trece hombres de Santa Cruz que fueron asesinados el 6 de agosto de 1936, tras encarcerlarlos en la cárcel de Montilla y ser usados como escudos humanos por las tropas franquistas que conquistaron los municipios de la zona que se resistieron a la sublevación fascista.

Dos años esperando una prueba de ADN

Dos años hace que a Remedios le tomaron las pruebas de ADN para estudiarlas en el Instituto de Medicina Legal de Granada y cotejarlas con los restos aparecidos en el olivar. Una tardanza que tiene indignada a esta mujer, a la que no le sobra precisamente el tiempo para poder esperar. “Espero no morirme sin que me den los resultados. Ha sido una dejadez absoluta”, se queja. La espera se une también a la amenaza del nuevo Gobierno andaluz de derogar la Ley de Memoria Democrática de Andalucía: “Qué impotencia, rabia y desesperación tengo yo con que quiera derogar esa ley”, espeta Remedios, que pide “valentía” y celeridad para resolver los crímenes del franquismo: “Esto se debería haber arreglado antes, han tenido 40 años y no se ha hecho nada. El PSOE ha podido hacer mucho más de lo que ha hecho, aunque yo sólo puedo hablar bien de la alcaldesa de Córdoba –la socialista Isabel Ambrosio- que me está ayudando mucho”, subraya ante la atenta mirada de su hija Carmen, quien acompaña a su madre a todos los actos memorialistas donde poder encontrar algún rastro de sus seres queridos.

Sólo tiene una foto con todos sus hermanos y ni siquiera recuerda cómo era la imagen de su padre, pero no se quiere morir sin terminar su cometido. Si el Instituto de Medicina Legal de Granada confirma que los huesos aparecidos en el olivar de Castro del Río pertenecen a su padre, ella lo tiene claro: “Los enterraría con mi madre y ya me podría morir tranquila”.

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