Cristina Fallarás. Sin Memoria ni Cultura

Sin Memoria ni Cultura

Cristina Fallarás

Periodista

24/04/2019

El mayor problema que existe en España, el de fondo, el de nuestra construcción como democracia todavía incompleta, no son la fiscalidad o las pensiones, no es la corrupción, el paro ni su origen, el brutalmente desigual reparto de la riqueza. El mayor problema que existe en España es el que se encuentra en la base de todos los anteriores. Lo hemos llamado Memoria Histórica por no llamarlo pervivencia del franquismo, de la dictadura y sus crímenes. Ninguna democracia que merezca ese nombre se levanta sobre la impunidad de los criminales.

Del franquismo viene la riqueza de la inmensa mayoría de las grandes fortunas de España, o sea la pobreza. Del franquismo viene el poder de la gran mayoría de los poderosos en España, o sea la corrupción. Del franquismo viene la jefatura del Estado, o sea los dos reyes que tenemos, Felipe VI y Juan Carlos I, o sea el jefe de todos los ejércitos. Del franquismo viene el dolor de millones de ciudadanos cuyos antepasados aún yacen en fosas comunes y cunetas, o sea la vileza de Estado. Del franquismo viene el horror de la tortura y la vergüenza de no haberla juzgado. Del franquismo viene esta sociedad que arrastra la ignominia de honrar los restos de un criminal y dejar impunes sus crímenes.

Se puede parlotear (aquí no ha debatido nadie) sobre impuestos, educación, pobreza infantil, territorio o los Amantes de Teruel, pero en realidad de lo que se trata es de las cuentas pendientes.

Ni siquiera ha tenido ninguna de las disputas capacidad alguna de construcción, pero en caso de construir algo, lo habría hecho (lo haríamos) sobre un cenagal pútrido de tamaño peninsular y a estas alturas prácticamente insondable. Que en ninguno de los dos debates se haya siquiera mencionado la Memoria histórica, qué hacer y cómo para empezar a sacar a paletadas la mierda sobre la que está construido todo esto tras 40 años de silencio, retrata a aquellos que pretenden el Gobierno. Y también a quienes diseñan lo que tienen que decir y lo que no.

Porque cuando hablamos de corrupción, hablamos de la herencia que nos deja el hecho de no juzgar una dictadura, a sus asesinos, a sus torturadores, a los ladrones de criaturas y a la indispensable colaboración de la Iglesia católica para que así sea. Corrupción es que los asesinos, los sádicos, los inmorales conserven las medallas que les impusieron aquellos que nos representaban. Y que aquellos que nos representan ahora no se dignen siquiera a recordarlo al hablar de construir un país “nuevo”. Y mientras así sea, cualquier criminal o sucesor de criminales o ensalzador de criminales puede seguir reclamando impunidad para gobernar, incluso reclamar que la ciudadanía le apoye, que le dé el Gobierno.

Pedro Sánchez arrancó su mandato anunciando la exhumación del dictador fascista Francisco Franco. Algunos pensamos que por fin podíamos empezar siquiera a vislumbrar la construcción de una sociedad justa, reparada, realmente democrática, en la que el crimen se castigue. Una sociedad que no deje la infamia en herencia a las generaciones venideras. Aquel gesto podría haber parecido el principio del fin de una sociedad enferma de fosas sembradas con los huesos de sus mejores hombres y mujeres. Sembrada de fortunas construidas con sangre, de silencios y deudas de gobernantes sin escrúpulos.

Por eso resulta aún más tenebroso el silencio sobre este asunto en las dos parodias de debate que hemos padecido. Porque ni siquiera han tenido en cuenta que su mutismo acompaña a la erupción de las bestias que aplauden el horror emergiendo de las sentinas sobre las que ellos siguen fingiendo dialogar.

Sorprende que en la nómina que relató Pablo Iglesias sobre lo que Pedro Sánchez prometió y no cumplió no mencionara la necesidad de arrancar ya de una vez el proceso de verdad, justicia y reparación que el PSOE jamás se ha propuesto llevar efectivamente a cabo. Y no sorprende en absoluto que el presidente Sánchez no haya dicho ni musobre la exhumación de la momia de Franco. Pese a haber comenzado y prometido terminar su mandato con esa promesa.

No es de extrañar todo lo anterior en un país cuyos dos debates destinan a la Cultura apenas dos minutos de reloj y “porque es el día del libro”. Dos minutos en los que todos los ponentes apenas atinaron a balbucir cuatro lugares comunes.

Somos Memoria y Cultura. Eso somos las personas. Memoria para construirnos y Cultura para conocernos. Memoria y Cultura para mirarnos en el espejo de nuestro pasado y nuestro presente, y lanzar lo que vemos hacia el futuro. Para hacerlo mejor o al menos poner las bases de un intento honesto. Memoria y Cultura para obtener el conocimiento del otro que permite borrar el miedo y por lo tanto el odio.

De haber dado esos pasos, de haber sido capaces de discutir sobre Memoria y Cultura, cabría la posibilidad de planear construir una sociedad mejor y más preparada para pensar, o sea para prosperar y respetar.

Lo contrario de “mentiroso tú”.